lunes, 11 de julio de 2016

El ring (1927) - Alfred Hitchcock

En 1927 el prodigioso cineasta Alfred Hitchcock, según su propio testimonio, encontró su estilo cinematográfico, en ese año produjo la que él considera su primera película, pues contenía todas sus principales aristas y nortes distintivos. Esa cinta fue El enemigo de las rubias (1927), y en ese mismo año, el gran Hitch produciría el filme ahora comentado, quizás un poco eclipsado por el éxito consensual del filme inicialmente citado, considerado su primera gran éxito de público y artístico. Pues bien, la presente cinta también contiene muchos ingredientes para convertirse en una muy apreciable joya de su etapa silente, en los días en que Hitchcock realizaba filmes mudos. Asimismo, es probablemente el único largometraje en que el británico ejerció también como guionista, no adapta ninguna obra literaria para presentarnos una historia sencilla, pero notablemente puesta en escena. Nos presenta el gran director las vivencias de dos individuos, dos boxeadores, uno de ellos tiene fama de invencible, nadie ha resistido más de un asalto peleando con él, hasta que encuentra a alguien que no sólo llega al segundo asalto, sino que lo vence; habrá un combate de revancha, y por azares del destino, ese combate también servirá para definir quién se queda con una chica que se ha entrometido entre ambos. Hitch en este caso no recurre a su santo y seña, al suspenso, pero eso no es impedimento para que configure una excelente película de cine mudo.

                                          



Nos situamos en una feria, diversas atracciones se llevan a cabo, siendo una de ellas un boxeador, un peleador invencible, es Jack “un round” Sander (Carl Brisson), que tiene ese apelativo pues jamás nadie lo ha combatido más de un round. Quien vende los boletos para los combates es su chica (Lillian Hall-Davis), que llama la atención de Bob Corby (Ian Hunter), éste se anima a retar a Jack, resiste más de un round, y lo vence. El derrotado pugilista ahora se ha quedado sin trabajo al ser vencido, pero el agente de Bob, que por cierto es campeón de pesos pesados en Australia, le ofrece trabajo, siendo el sparring del campeón. Jack acepta el trabajo, sin saber que Bob está cortejando a su novia, quien sin mayor miramiento lo besa y permite ese acercamiento. Tras casarse con su novia, inicia su nuevo trabajo Jack, intercambia golpes en sus entrenamientos con Bob, mientras nota cómo éste se acerca más a su ya nueva esposa, que nunca se opone a ello. Jack, cansado de eso, desea retar al boxeador profesional, y para eso entrena fuerte y asciende en las categorías de pugilistas, hasta que consigue llegar a una pelea cuya victoria le permitiría desafiar al vigente campeón, Bob. Las cosas no cambian, la indecisa señora sigue mostrándose evasiva con su esposo, mientras el australiano campeón le hace ostentosos regalos y pasa mucho tiempo con ella, pero al vencer Jack, tendrá una final oportunidad de enfrentarse a su acérrimo rival.






Las primeras imágenes del filme ya nos dan una directa indicación de lo que veremos en la cinta, cuando frenéticamente entremos al mundo de la feria, y el buen Hitchcock encadene vertiginosamente distintos planos de los entretenimientos en ella ofrecidos. Picados, contrapicados, movimientos de una cámara móvil, incluso una cámara emplazada dentro de uno de los juegos, consiguiendo un efecto de mareante mecedora, una variedad de ángulos en sus tomas. Todo nos es presentado en una retahíla de imágenes que consiguen en efecto ese vértigo, y que como bien leí en una reseña, a más de uno puede que le haga sentir una remembranza al viejo cine soviético del siglo pasado. Después de esa atrapante presentación, otro recurso observaremos, con el rostro de la fémina protagonista asomando en un plano superpuesto, todo denotando lo que parece un efervescente estado de ánimo en el cineasta, pues unos pocos minutos después, más rostros aparecerán usando esa técnica. A diferencia de otros tantos ejercicios de Hitchcock, ahora, en vez de un comienzo en el que se teje de inmediato una intriga o misterio, ahora tenemos ese vistoso ejercicio visual. Pareciera como si Hitch se hubiese auto descubierto, tras haber alcanzado la cima por primera vez con El enemigo de las rubias, sentimos a un cineasta que quiere comerse al mundo, que se siente capaz de realizar proezas fílmicas, y se aventura a hacerlo sin miedo y con entusiasmo. Se advierte incluso una correcta construcción de sus imágenes, una mayor nitidez en los fotogramas, que al parecer es producto en parte de una buena financiación, un presupuesto que pudo permitirle un rodaje placentero a Hitch, que se refleja en ese trabajo tan bien realizado, al que por cierto no faltan algunas secuencias de marcada oscuridad, como cuando aparece la bruja adivinando la fortuna de la muchacha. Pero Hitch lleva más allá su efervescente entusiasmo de cineasta que comenzaba a cimentar sus nortes, experimenta con su cámara, vemos unos planos reflejados en el agua, con el trémulo efecto que el líquido otorga, sumado a repitentes superposiciones de imágenes. En la secuencia de la boda, asimismo, al ponernos en la perspectiva del embriagado entrenador de Jack, una distorsión de la imagen asemeja su ebriedad, observamos al cineasta experimentar con la suficiencia de quien se sabe capaz, Hitchcock se sentía pletórico.








Cuando Jack enloquece de celos, nuevamente se distorsiona la realidad, la oscuridad lo plaga todo, esa distorsión se aunará a superposiciones de planos, y esa demencia, en la que se muestran imágenes de manos tocando el piano e instrumentos de cuerda, de un disco rodando rápidamente, hace que casi escuchemos el desenfreno y la barahúnda en un filme mudo, recrea un expresionista y caótico mundo de celos. Este es uno de los filmes más visuales del autor, sus imágenes son muy significativas, por ejemplo ella, escondiendo el brazalete, tiene en su mano el naipe del rey de diamantes, que sabe representa a Bob, ella en el fondo, siempre ocultando la verdad del brazalete, acaricia ese naipe. Más aún, cuando Jack y ella se casen, el brazalete -que es un evidente símbolo- elocuentemente cae hasta casi tocar el anillo de bodas, Hitch logra que sus imágenes hablen, siempre lo hizo en su cine, y en la etapa de filmes mudos, es cuando esa característica es más poderosa. Hitch siempre supo narrar sin palabras, ya vimos ejemplos en El enemigo de las rubias, y ahora veremos cómo el letrero -cuyo contenido va cambiando, no se mantiene estático- anuncia las peleas a la vez que nos informa del ascenso de Jack, que va escalando categorías para desafiar a su contrincante. Hitchcock dio sus primeros pasos como director de la mano del productor Michael Balcon, inició su andadura independiente apenas tres años antes de la llegada del sonido en 1928 con El cantante de jazz. Nunca narró de un modo completamente convencional, ni siquiera en su etapa del cine mudo, se advierte que fue eminentemente un cineasta moderno, pero que supo descollar de igual modo en el cine silente. Asimismo agrada detectar el conocido detallismo de Hitch en este estadio de su carrera, un cineasta que prestaba atención a pequeños detalles para enriquecer la cinta, como ver los carteles anunciando los rounds, el cartel del primer round está muy gastado y sucio, evidenciando el constante uso que se le da; por el contrario, el cartel del round 2 está brillante, como nuevo, informando que es en efecto la primera vez que se utiliza, nunca nadie había llegado a un segundo round con Jack “un round”. Otro recurso similar es cuando Jack, entusiasmado por haber vencido en la pelea que le permitirá optar por el campeonato, quiere brindar con su esposa, pero las burbujas del champagne desaparecen, dándonos a entender lo mucho que han esperado a una mujer que se está divirtiendo con el contrincante de su marido.









Como se dijo, esta cinta es una de las pocas, y según tengo entendido, la única, en que Hitch ejerce como guionista, se siente casi un milagro que el director no adaptara una obra literaria, lo que fue una de sus más grandes aristas en su andadura fílmica. Sin embargo, al ver la cinta uno entiende a la perfección eso, se advierte como en casi ningún otro filme suyo esa narrativa, pues hay tan pocos diálogos, que ciertamente el lenguaje no verbal lo es todo. Sin recurrir a su apenas descubierto suspenso, ahora el triángulo amoroso asoma como principal vértice, y pronto el escenario ya ha sido delineado, el triángulo ya tiene sus tres esquinas, los dos boxeadores, y en medio la muchacha. Una chica que por cierto es una de las pocas excepciones de chica morena protagonista en una cinta de Hitch. En un momento, para introducirnos en su filme nos pone en la perspectiva de un asistente a la feria, cuando al iniciarse el definitivo round de la primera pelea entre Jack y Bob, las oscuras siluetas de los demás asistentes impiden la visión y el paso, generando con sencillez esa sensación de que estamos también en el recinto. Hasta veremos unas cámaras grabando la pelea final, como una suerte de guiño a su profesión, se siente como si el cineasta se estuviera divirtiendo, como si se lo pasara muy bien durante el rodaje, y quien conoce al artista, sabe que eso es algo que lo caracterizó. El humor no podía estar ausente en un filme de Hitchcock, y está encarnado principalmente en la figura del entrenador de Jack, que realiza delirantes disparates cuando entregue los anillos en el momento del matrimonio, que se embriagará momentos después en la recepción de la boda. Hitch nunca adoleció de humor en sus cintas, ni en las más oscuras ni en las más benignas, y casi lo sentimos solazarse cuando veamos al entrenador primero hurgándose la nariz chabacanamente, bebiendo con esmero después, pues buena parte de la carga cómica de la cinta reposa en ese pintoresco personaje. En la gran secuencia final, la de la pelea definitiva, se compendia mucho de lo antes apreciado, planos distorsionados, superposiciones, planos medios, planos americanos, primeros planos, todo ensamblado en un montaje que captura el dinamismo y movimiento particulares de un combate de boxeo, la demencia multiplicada. Dicta cátedra el director para posteriores ejercicios fílmicos de este tipo, como The Set-Up (1949) con el gran Robert Ryan, con el encuadre del combatiente caído tras las piernas del otro púgil; se sienten también notorios halos que Toro salvaje (1980) adoptaría, con travellings que capturan el severo vértigo de un combate; magistralmente plasmada secuencia. Vaya ejercicio, es una rareza en el cine de Hitch, con el boxeo como uno de sus temas, sin suspenso, pero el titán ya había despertado, no hay marcha atrás, había nacido uno de los apellidos mayores de la historia del cine.




El ring (1927) 
 The Set-Up (1949)


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