Tras algunas experiencias como
ayudante o auxiliar en ciertos filmes mudos, llegaría el debut como cineasta,
la primera película como director para Alfred Hitchcock, una cinta en la que
naturalmente aún observamos ausencia de sus mayores nortes, de sus principales
piedras angulares artísticamente hablando, pero que jamás dejará de ser su
primer largometraje como director. Hitchcock desde su filme inicial realiza lo
que sería una constante en toda su vida cinematográfica, la adaptación de novelas
literarias a la gran pantalla, siendo la obra de turno el trabajo de Oliver
Sandys, en el que se retrata la historia de dos bailarinas. Dos atractivas y
jóvenes amigas ven su amistad resquebrajarse conforme una avanza y sube en el
mundo del espectáculo, volviéndose frívola y desagradecida, mientras la otra
sigue un camino de mayores sacrificios, austeridad, pero manteniéndose
virtuosa; la cinta mostrará sus dispares caminos y las relaciones que mantienen
con sus respectivas parejas, siendo un camino más fatal que otro. Aún con el
maestro sin encontrar las aristas que llevarían a su obra a lo más alto de la
cinematografía mundial, veremos cómo comienza Hitch a dar sus primeros pasos en
el séptimo arte, dando muestras ya de sus preferencias en cuanto a tópicos,
pero aún en busca de un estilo.
En un centro de entretenimiento
nocturno, llamado El jardín de la alegría, un espectáculo se lleva a cabo, un
grupo de coristas realizan un número de baile, ante el beneplácito de los
espectadores, uno de ellos es Oscar Hamilton (Georg H. Schnell), que admira
particularmente a la bella Patsy Brand (Virginia Valli). Terminado el número
artístico, Patsy conoce a Jill Cheyne (Carmelita Geraghty), joven bailarina
recién llegada que desea conectarse en el mundo de las coristas, poder trabajar,
pero estando sola, y habiéndosele robado todo su dinero, está indefensa. La
muchacha Brand la hospeda en su casa y la presenta a algunos responsables del
teatro donde actúan las coristas, dejando Jill buena impresión por su habilidad
en el baile, consiguiendo un buen acuerdo laboral. Patsy está comprometida con
Levett (Miles Mander), y Jill a su vez con Hugh Fielding (John Stuart), pero
ambos deben partir a combatir en los trópicos. Patsy procura cuidar de su
amiga, que ha prometido esperar a Hugh, sin embargo ésta conoce al príncipe
Ivan (Karl Falkenberg), y la vida de lujos de su nuevo trabajo pronto consigue
embriagarla. Antes de partir, Levett se casa con Patsy, pero apenas llega al
trópico, se consigue una amante indígena, manda noticias a su esposa de estar
muy enfermo, y ella, ya distanciada de Jill, logra ir hasta allá, donde está
también Hugh. Tras descubrirse algunas verdades y desatarse ciertos tormentos,
Patsy encontrará la felicidad.
Este es un filme que, dentro de
las pasiones y fuertes sentimientos humanos que recrea, lo enmarcará todo en la
historia de las dos coristas, y su mundo nos es mostrado de inmediato, las
bailarinas entrando a realizar su performance, y los complacidos parroquianos
que observan el espectáculo. En esta histórica secuencia, en la que Hitchcock
estaba debutando en el cine, vemos a uno de esos asistentes observando con
binoculares las piernas de Patsy, la lujuria se manifiesta en la cinta de
inmediato. La libídine representada continúa tras el enfoque a las piernas de las
bailarinas, vemos a las amigas desvistiéndose, parcialmente por supuesto, pero
al ver un plano de las ropas siendo arrojadas, para después ver el torso
semidesnudo de las jovencitas, la fuerza sugestiva de la cinta ya va siendo
declarada. Es una fuerza que ya no volverá a plasmarse en la película, pero
queda esa impronta, que al menos tibiamente es retomada cuando se aprecie a
Jill ya ataviada para su nuevo trabajo de corista, nuevamente dejando al
descubierto sus bien formadas piernas. El personaje suyo es delineado pronto,
al inicio temerosa y abandonada, solitaria y sin dinero, recibe a buen grado la
ayuda de Patsy, pero apenas tenga chance, mostrará su real cara, maquiavélica y
liviana, demuestra estar más hecha para ese mundo que su propia protectora. Es
un filme que trata de pasiones intensas, y esto se va plasmando pronto, cuando
se aprecie a la coqueta y extrovertida Jill, cuya personalidad, desinhibida, coqueta
y manipuladora, es opuesta a la de Patsy, creyente y religiosa, leal, hasta en
sus vestimentas la oposición queda retratada. Levett encarna al personaje más
inquietante, más perturbador, el enajenado personaje que propone matrimonio y
se casa con una buena chica, para inmediatamente buscarse una amante,
liquidarla asimismo, y pretender regresar con su inicial pareja, su aún esposa.
Finalmente, ante el tormento del
espíritu de su asesinada amante, intenta matar a Patsy también, será presa
asimismo de los tormentos metafísicos; la ruindad y la abyección tienen en él a
su máximo exponente. Un atípico pero agradable elemento es el detalle del
perrito, la mascota cánida que otorga un poco más de variedad al relato, y
brindando el matiz final de que Levett era efectivamente un patán, un
desequilibrado y enajenado patán cuyo
trágico final se ve justificado, y el can fue el único en notarlo desde que lo
conoció; el animalito aparecerá en buena parte de la cinta, detalle que no se volvería
a ver en otros trabajos de Hitch. Como se dijo, desde un comienzo Hitchcock ya
dejaba claro lo que sería una constante en toda su andadura cinematográfica, la
de adaptar obras literarias, obras literarias que luego algún guionista de
turno traduciría a guión de cine. Parece evidente que, entre todos los talentos
que tuvo el gigantesco Hitch, ciertamente el de guionista no era el más
fulgurante de todos, o cuando menos, el cineasta no lo ejerció casi nunca. El
filme, sin ser banal, siéntese aún relativamente inocuo, no tanto por su
contenido como por su tratamiento, pero era algo normal, siendo la primera
experiencia para Hitch como director, viniendo de ejercicios previos como
auxiliar en el plató. El maestro británico aún no descubría su savia, el
suspenso, la fuente de la que bebería de por vida, se encontraba aún en la búsqueda
de sus aristas, de sus principales directrices, pero ciertamente no demoraría
mucho en ello, pues dos años después, con El enemigo de las rubias (1927), su tercer filme, las encontró. Dada
la antigüedad del filme, y debido a algunos normales desgastes del mismo por
temperaturas ambientales y el natural paso del tiempo, la película se fue
deteriorando, luego fue restaurada, existiendo más de una versión en circulación.
La presente crítica se basa en el visionado de una versión de exactamente una
hora, sesenta minutos, que se diferencia en quince minutos de otra versión, en
la que probablemente no se sientan tantas lagunas.
Y es que ciertamente, en el corte
de una hora, se sienten ciertos saltos, cierta brusquedad en la narración,
algunos detalles o falencias que probablemente no se deben a la inexperiencia
del cineasta, sino al efecto que toda reducción siempre tiene sobre el montaje
original que un cineasta desea en su filme. Por ejemplo, se siente un poco
frenético en demasía que en pocos minutos la narración nos informe de la boda
de Patsy con Levett, para luego ver el inmediato desencanto de él, y luego
también verlo ya con su amante indígena, cierta discordancia que probablemente
disminuya en el corte completo de 75 minutos. Hitch, aún sin encontrar su suspense, se fija sin embargo en una
historia llena de sentimientos y pasiones muy intensas, de ingratitud, amor,
desamor, celos, traición, mentiras, lujuria y locura, y de ahí viene la fuerza
del filme, que se siente plausible, humana, real. Aún por supuesto falta la
maestría del gran dómine, aún no encontraba su gran estilo, no puede ser
considerada la cinta como una de sus mayores creaciones, pero el por entonces
bisoño director nos da la primera muestra de independencia tras las cámaras.
Por ejemplo, la cámara, que es uno de los sellos distintivos de la cinematografía
hitchcockiana, se observa aún estática, aún le falta todo el dinamismo y precisión
en movimientos que después sabría el cineasta imprimirle, pues en la presente
cinta, su primera experiencia, el director aún adolece de un lenguaje
desarrollado e identificable; quizás puede que alguna diferencia se encuentre
en esos quince minutos faltantes de corte, pero la impresión general que me da
el filme es la que acabo de expresar. Lo que sí podemos resaltar son ciertos
recursos que emplea el cineasta, ciertos trucos para su puesta en escena como el
momento en que Levett es atormentado por el espectro de su asesinada amante indígena,
con la clásica superposición de planos consigue ese efecto fantasmagórico, de
otra dimensión, surreal; buen recurso, aunque aparezca brevemente, es el único momento
en que se siente que se rompe la linealidad del relato visual, un recurso que
Hitchcock emplearía no pocas veces en futuros filmes. Es una película que sin ser
extraordinaria, sin ser una obra maestra, al espectador adecuado seducirá, lo hará
visionarla sin pensarlo dos veces, pues es
el debut como director de Alfred Hitchcock.
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