domingo, 10 de julio de 2016

El jardín de la alegría (1925) - Alfred Hitchcock

Tras algunas experiencias como ayudante o auxiliar en ciertos filmes mudos, llegaría el debut como cineasta, la primera película como director para Alfred Hitchcock, una cinta en la que naturalmente aún observamos ausencia de sus mayores nortes, de sus principales piedras angulares artísticamente hablando, pero que jamás dejará de ser su primer largometraje como director. Hitchcock desde su filme inicial realiza lo que sería una constante en toda su vida cinematográfica, la adaptación de novelas literarias a la gran pantalla, siendo la obra de turno el trabajo de Oliver Sandys, en el que se retrata la historia de dos bailarinas. Dos atractivas y jóvenes amigas ven su amistad resquebrajarse conforme una avanza y sube en el mundo del espectáculo, volviéndose frívola y desagradecida, mientras la otra sigue un camino de mayores sacrificios, austeridad, pero manteniéndose virtuosa; la cinta mostrará sus dispares caminos y las relaciones que mantienen con sus respectivas parejas, siendo un camino más fatal que otro. Aún con el maestro sin encontrar las aristas que llevarían a su obra a lo más alto de la cinematografía mundial, veremos cómo comienza Hitch a dar sus primeros pasos en el séptimo arte, dando muestras ya de sus preferencias en cuanto a tópicos, pero aún en busca de un estilo.

                       


En un centro de entretenimiento nocturno, llamado El jardín de la alegría, un espectáculo se lleva a cabo, un grupo de coristas realizan un número de baile, ante el beneplácito de los espectadores, uno de ellos es Oscar Hamilton (Georg H. Schnell), que admira particularmente a la bella Patsy Brand (Virginia Valli). Terminado el número artístico, Patsy conoce a Jill Cheyne (Carmelita Geraghty), joven bailarina recién llegada que desea conectarse en el mundo de las coristas, poder trabajar, pero estando sola, y habiéndosele robado todo su dinero, está indefensa. La muchacha Brand la hospeda en su casa y la presenta a algunos responsables del teatro donde actúan las coristas, dejando Jill buena impresión por su habilidad en el baile, consiguiendo un buen acuerdo laboral. Patsy está comprometida con Levett (Miles Mander), y Jill a su vez con Hugh Fielding (John Stuart), pero ambos deben partir a combatir en los trópicos. Patsy procura cuidar de su amiga, que ha prometido esperar a Hugh, sin embargo ésta conoce al príncipe Ivan (Karl Falkenberg), y la vida de lujos de su nuevo trabajo pronto consigue embriagarla. Antes de partir, Levett se casa con Patsy, pero apenas llega al trópico, se consigue una amante indígena, manda noticias a su esposa de estar muy enfermo, y ella, ya distanciada de Jill, logra ir hasta allá, donde está también Hugh. Tras descubrirse algunas verdades y desatarse ciertos tormentos, Patsy encontrará la felicidad.









Este es un filme que, dentro de las pasiones y fuertes sentimientos humanos que recrea, lo enmarcará todo en la historia de las dos coristas, y su mundo nos es mostrado de inmediato, las bailarinas entrando a realizar su performance, y los complacidos parroquianos que observan el espectáculo. En esta histórica secuencia, en la que Hitchcock estaba debutando en el cine, vemos a uno de esos asistentes observando con binoculares las piernas de Patsy, la lujuria se manifiesta en la cinta de inmediato. La libídine representada continúa tras el enfoque a las piernas de las bailarinas, vemos a las amigas desvistiéndose, parcialmente por supuesto, pero al ver un plano de las ropas siendo arrojadas, para después ver el torso semidesnudo de las jovencitas, la fuerza sugestiva de la cinta ya va siendo declarada. Es una fuerza que ya no volverá a plasmarse en la película, pero queda esa impronta, que al menos tibiamente es retomada cuando se aprecie a Jill ya ataviada para su nuevo trabajo de corista, nuevamente dejando al descubierto sus bien formadas piernas. El personaje suyo es delineado pronto, al inicio temerosa y abandonada, solitaria y sin dinero, recibe a buen grado la ayuda de Patsy, pero apenas tenga chance, mostrará su real cara, maquiavélica y liviana, demuestra estar más hecha para ese mundo que su propia protectora. Es un filme que trata de pasiones intensas, y esto se va plasmando pronto, cuando se aprecie a la coqueta y extrovertida Jill, cuya personalidad, desinhibida, coqueta y manipuladora, es opuesta a la de Patsy, creyente y religiosa, leal, hasta en sus vestimentas la oposición queda retratada. Levett encarna al personaje más inquietante, más perturbador, el enajenado personaje que propone matrimonio y se casa con una buena chica, para inmediatamente buscarse una amante, liquidarla asimismo, y pretender regresar con su inicial pareja, su aún esposa.










Finalmente, ante el tormento del espíritu de su asesinada amante, intenta matar a Patsy también, será presa asimismo de los tormentos metafísicos; la ruindad y la abyección tienen en él a su máximo exponente. Un atípico pero agradable elemento es el detalle del perrito, la mascota cánida que otorga un poco más de variedad al relato, y brindando el matiz final de que Levett era efectivamente un patán, un desequilibrado y enajenado patán cuyo trágico final se ve justificado, y el can fue el único en notarlo desde que lo conoció; el animalito aparecerá en buena parte de la cinta, detalle que no se volvería a ver en otros trabajos de Hitch. Como se dijo, desde un comienzo Hitchcock ya dejaba claro lo que sería una constante en toda su andadura cinematográfica, la de adaptar obras literarias, obras literarias que luego algún guionista de turno traduciría a guión de cine. Parece evidente que, entre todos los talentos que tuvo el gigantesco Hitch, ciertamente el de guionista no era el más fulgurante de todos, o cuando menos, el cineasta no lo ejerció casi nunca. El filme, sin ser banal, siéntese aún relativamente inocuo, no tanto por su contenido como por su tratamiento, pero era algo normal, siendo la primera experiencia para Hitch como director, viniendo de ejercicios previos como auxiliar en el plató. El maestro británico aún no descubría su savia, el suspenso, la fuente de la que bebería de por vida, se encontraba aún en la búsqueda de sus aristas, de sus principales directrices, pero ciertamente no demoraría mucho en ello, pues dos años después, con El enemigo de las rubias (1927), su tercer filme, las encontró. Dada la antigüedad del filme, y debido a algunos normales desgastes del mismo por temperaturas ambientales y el natural paso del tiempo, la película se fue deteriorando, luego fue restaurada, existiendo más de una versión en circulación. La presente crítica se basa en el visionado de una versión de exactamente una hora, sesenta minutos, que se diferencia en quince minutos de otra versión, en la que probablemente no se sientan tantas lagunas.











Y es que ciertamente, en el corte de una hora, se sienten ciertos saltos, cierta brusquedad en la narración, algunos detalles o falencias que probablemente no se deben a la inexperiencia del cineasta, sino al efecto que toda reducción siempre tiene sobre el montaje original que un cineasta desea en su filme. Por ejemplo, se siente un poco frenético en demasía que en pocos minutos la narración nos informe de la boda de Patsy con Levett, para luego ver el inmediato desencanto de él, y luego también verlo ya con su amante indígena, cierta discordancia que probablemente disminuya en el corte completo de 75 minutos. Hitch, aún sin encontrar su suspense, se fija sin embargo en una historia llena de sentimientos y pasiones muy intensas, de ingratitud, amor, desamor, celos, traición, mentiras, lujuria y locura, y de ahí viene la fuerza del filme, que se siente plausible, humana, real. Aún por supuesto falta la maestría del gran dómine, aún no encontraba su gran estilo, no puede ser considerada la cinta como una de sus mayores creaciones, pero el por entonces bisoño director nos da la primera muestra de independencia tras las cámaras. Por ejemplo, la cámara, que es uno de los sellos distintivos de la cinematografía hitchcockiana, se observa aún estática, aún le falta todo el dinamismo y precisión en movimientos que después sabría el cineasta imprimirle, pues en la presente cinta, su primera experiencia, el director aún adolece de un lenguaje desarrollado e identificable; quizás puede que alguna diferencia se encuentre en esos quince minutos faltantes de corte, pero la impresión general que me da el filme es la que acabo de expresar. Lo que sí podemos resaltar son ciertos recursos que emplea el cineasta, ciertos trucos para su puesta en escena como el momento en que Levett es atormentado por el espectro de su asesinada amante indígena, con la clásica superposición de planos consigue ese efecto fantasmagórico, de otra dimensión, surreal; buen recurso, aunque aparezca brevemente, es el único momento en que se siente que se rompe la linealidad del relato visual, un recurso que Hitchcock emplearía no pocas veces en futuros filmes. Es una película que sin ser extraordinaria, sin ser una obra maestra, al espectador adecuado seducirá, lo hará visionarla sin pensarlo dos veces, pues es el debut como director de Alfred Hitchcock.









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