Alfred Hitchcock es uno de los
nombres mayores en la historia del cine, el inmortal maestro del suspenso que
generara numerosas e imperecederas obras cinematográficas, creando escuela y dejando
perenne impronta en generaciones de posteriores cineastas. Ahora bien, la etapa
de cine sonoro en el genio del suspense no es la etapa más conocida para la gran mayoría
de público, pero lo cierto es que el maestro británico también tuvo un paso por el
cine silente, bastante menos prolífico que el posterior estadío sonoro, pero no
exento de buenas cintas. La película ahora comentada es el último trabajo del buen
Hitch para el cine mudo, aún rodando en su natal Gran Bretaña, pero ya
asimilando y aceptando lo que desde 1928 era una ineludible realidad, la llegada
del sonido al arte cinematográfico. Hitchcock desde sus comienzos ya era dado a
las adaptaciones literarias al mundo del cine, ahora adapta un best seller de Hall
Caine, en el que se retrata la historia de un triángulo amoroso. Es la historia
de un pescador, amigo de toda la vida de un eminente abogado, ambos conocen a
una hermosa muchacha, ambos se enamoran de ella, pero es el pescador quien se
acerca más; al ser rechazado por el padre debido a su mala condición económica,
decide viajar para hacer fortuna y volver por ella, que promete esperarlo,
dejándola bajo el cuidado de su amigo, decisión que lamentará. Atención con la
despedida de Hitch del cine mudo.
Con imágenes del mar y de veleros
entramos a un mundo portuario, donde unos pescadores laboran y se ganan el
diario sustento. Ahí vemos al pescador Pete Quilliam (Carl Brisson), que recibe
a su amigo Philip Christian (Malcolm Keen), exitoso hombre de leyes que le
informa de una posibilidad laboral. Van a la isla de Man, donde conocen a la
joven Kate Cregeen (Anny Ondra), hija del dueño del negocio local, y de la que
ambos quedan embelesados. Parece que Pete tiene más química con ella, pero el
padre de Kate, Caesar Cregeen (Randle Ayrton), rechaza completamente al pescador
por su humilde condición. Consigue sin embargo Pete que Kate le prometa
esperarlo, viajará a África para conseguir dinero y la aprobación de Caesar,
dejando a la muchacha bajo el cuidado de su buen amigo Philip. El tiempo pasa, Kate
y el abogado se han acercado, se han enamorado, una falsa noticia sobre la muerte
de Pete hace que consumen su amor, pero el pescador vive, y eventualmente regresa
a la isla. Al volver, los tres se reencuentran, le ocultan la verdad, Pete y
Kate se casan, ella ha salido embarazada, pero la niña es de Philip, que se ha
ido para alejarse de todo, centrarse en su carrera, está a punto de ser nombrado
Juez. Philip obtiene el nombramiento, ni él ni Kate se han olvidado, ella
escapa de su hogar, finalmente la verdad no puede esconderse más y los tres
personajes deben tomar decisiones.
La imagen con la que se presentan
todos los créditos del filme es de unos grandes peñascos, en la bahía, las
rompientes olas que acarician las rocas, fogosas como las pasiones que mueven a
los humanos, nos van haciendo un preludio de la historia que presenciaremos. Se
asoma cierta intención moralista en el filme de Hitch, cuando un cuadro de
texto nos informe del pensamiento de cómo no importa si un hombre lo gana todo,
si es que a cambio pierde su alma; una característica que curiosamente no abandonaría
el cine del británico, y que los amigos de la nueva ola francesa, Truffaut a la
cabeza, procurarían después reivindicar. El prólogo de la breve cinta nos va
diagramando el escenario, la bahía y sus intensas olas, seguido del sereno recorrido
que hace la cámara por el puerto, nos hacen la introducción al mundo de los pescadores,
pues a ellos también estudia la cámara con planos generales; el contexto físico
de la historia ya nos ha sido presentado prontamente. El buen Hitchcock en su
lenguaje cinematográfico al acabar la era muda se muestra sobrio, generando imágenes
agradables, encuadres armoniosos, que en los momentos que fluyen, son
apreciables. Si bien no abundan las tomas en exteriores, tenemos un apreciable
ejemplo en la breve secuencia de Philip paseando en el parque con Kate, imponente
y hermoso plano general, pero también habrá otra secuencia relevante a ese respecto.
Me refiero a la secuencia en que ambos se encuentran en la playa, con unas interesantes
tomas en picado y contrapicado, con las horadadas rocas enmarcando a los
personajes, configura un interesante ejercicio visual que se distingue del
resto del metraje, otro ejercicio en exteriores donde el cineasta aprovecha
bien esos espacios abiertos, y las posibilidades de esa bahía. Asimismo, entre
los recursos utilizados veremos las clásicas superposiciones de planos, y si
bien no emplea demasiado esto, sí podemos observarlo en determinadas secuencias,
una técnica bastante común en el cine de entonces y que Hitch manifiesta no
haber tenido problemas en ejecutar.
La fuerza narrativa de la cinta radica
en parte en los primeros planos que apreciaremos, recurso que se convierte en poderosa
herramienta narrativa del cine mudo, de la etapa muda del gran Hitch. El
director se despide de su etapa en el cine silente rindiendo tributo a los
recursos de ese estadio del cine, y es así que apreciaremos imágenes o elementos
que narran sin palabras, y de esto es ejemplar la secuencia del diario de Kate.
Unas femeninas manos exploran la diminuta libreta de apuntes, donde al pasar
las hojas vemos la interacción de ambos, con Philip, la cercanía que los personajes han ido
desarrollando, siendo elocuente particularmente la hoja donde ella tacha “Mr.
Christian”, para escribir “Philip”. Extraordinario uso de la herramienta
narrativa, sin palabras y con una imagen somos testigos del cambio en los
sentimientos de ellos, definitivamente ha habido acercamiento, y es una buena
muestra de cómo el maestro realizaba sus últimas pinceladas manejando los
recursos expresivos y narrativos que el saliente cine mudo ofrecía en su ocaso.
Otro momento igual de ejemplar viene a ser cuando Philip y Kate consuman su
tórrido idilio, en el molino familiar, ella acciona los engranajes del molino,
mientras la cámara enfoca esas dentadas ruedas moviéndose, sabemos lo que está
pasando, nuevamente Hitch emplea una herramienta expresiva y a la vez narrativa
del cine mudo, comunicando sin palabras por última vez, al menos en un filme
son sonidos; luego el molino volverá a escena cuando Caesar lo compare con un
molino de Dios, que gira lentamente, generando malestar y remordimientos en los
clandestinos amantes. El filme sin embargo va adquiriendo una estética más
oscura, conforme la psiquis de los personajes se va degradando, particularmente
acorde es esa estética a Kate, y su lenta debacle, debido a que prácticamente ha
llevado una doble vida. Cierto es que en algunas secuencias se advierte una marcada
teatralidad en su concepción -la secuencia desenlace de los tres es buen ejemplo de ello-, pero en líneas generales la cinta no llega a
pecar en exceso de ese tipo de representación.
En la cinta prevalece una cámara
no demasiado dinámica o suelta, pero sí eficiente en administrar las tomas,
generando planos medios, planos generales, planos americanos, planos laterales
asimismo de los protagonistas; como se dijo, en su despedida del cine mudo,
Hitchcock emplea un lenguaje sobrio y sereno, no espectacular, llegando incluso
a decirse que Hitch estaba más pendiente de la sonora Chantaje y su realización, que de este filme, pues ambos se
realizaban casi simultáneamente, eran años prolíficos para el británico. Hitchcock
configura la adaptación de una novela donde se presentan seres que son presas
de las circunstancias, de sus irrefrenables pasiones, unas pasiones que generalmente
tienen fatales desenlaces, pero en la cinta no se da eso, cinta que por cierto
parece no haber dejado satisfechos ni al escritor Hall ni al cineasta. Los
protagonistas y su terrible situación hacen pensar en un corolario trágico,
como una olla a presión lista a explotar, pero finalmente el director opta por un
desenlace más bien tibio, inocuo, que no se siente del todo acorde a las
circunstancias presentadas, y probable fuente de la inconformidad del literato.
Es una historia sencilla, sin mayores ornamentos o espectaculares giros en su
desarrollo, es una historia que descansa sobre pasiones, celos, mentiras, amor
y desamor, porque es bastante humana, por lo que se siente verídica, cercana y
plausible. Como atracción actoral tenemos a la Ondra, hermosa interpretando
bien a su veleidoso personaje, nos deleitamos viéndola bella y graciosa, la juvenil espontaneidad y volubilidad del personaje son bien encarnadas por la actriz polaca,
que otorga frescura e inocencia a la muchacha isleña. Se conoce la historia, e
incluso hay videos, de cómo la hermosa Ondra hizo audiciones para el primer filme
sonoro de Hitchcock, Blackmail,
estrenado el mismo año que la presente cinta. Al parecer el acento de Europa
del este de la actriz, si bien hizo dubitar al inicio al cineasta, terminó por
convencerlo, y de ese modo la polaca clausuró la etapa silente del cine de
Hitchcock, e inauguró la etapa sonora, ciertamente una trivia agradable. Ella
es objeto de la mayor parte de los primeros planos del filme, y eso es algo
para agradecer, pues esos cercanos planos de su hermoso rostro son de lo estéticamente
más atractivo de la cinta, reflejando y resaltando su liviandad y frivolidad,
pues por momentos hay verdadera incertidumbre de lo que hará la muchacha, que
se comporta como una veleta durante casi todo el filme. La película pienso que
no puede ser considerada como obra maestra, está aún distante de los mayores
logros, tanto mudos como sonoros, del cineasta, pero es una buena película, algo
necesario e imperdible para el fanáticos de Hitch, su último filme mudo.
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