domingo, 17 de julio de 2016

Declive (1927) - Alfred Hitchcock

En los momentos finales del cine silente, en 1927, a un año de llegar la gran revolución del sonido al cine, uno de los mayores nombres del séptimo arte, el titánico británico Alfred Hictchcock mostraba una apreciable y conocida actividad prolífica. Tres filmes llegó a producir Hitch en ese año antes de que finalmente hiciera su triunfal ingreso al cine sonoro; El enemigo de las rubias le significó su primera gran éxito internacional, y luego El ring continuaría la inicial etapa el maestro del suspense. La tercera cinta de ese año viene a ser la que nos ocupa en este artículo, una cinta que se aleja en buena medida de muchos de los nortes que acompañarían para siempre el cine de Hitch, y que ya iba delineando en los filmes de entonces, pero que sin embargo guarda cercanía y fidelidad a otros de esos puntos referenciales. Adapta nuevamente el británico un trabajo proveniente de la literatura, una obra teatral curiosamente coescrita por el protagonista, Ivor Novello, en la que se plasman los avatares y desgracias de un joven estudiante en Gran Bretaña, que por encubrir a un amigo suyo, asume la culpa por un una falta de éste, siendo expulsado de su centro de estudios, e iniciando una serie de amargas peripecias para él, pero no todo estará perdido. Hitchcock continuaba cimentando una de las más notables filmografías, y esta película muda, sin ser una obra maestra, es una apreciable muestra de su genio.

          


Tras ver un texto informando que esta es una historia sobre la dispar lealtad de dos amigos, somos introducidos a un mundo de juventud, unos jóvenes estudiantes juegan rugby en su campus estudiantil. Entre ellos está Roddy Berwick (Novello), que es aclamado por sus compañeros, apreciado por todos, incluido el director de la escuela. Durante una cena, Mabel (Annette Benson), coquetea tanto con Roddy como con Tim Wakely (Robin Irvine), su gran amigo; ella es encargada en una tienda, cita a Tim para verse a solas, pero van ambos amigos. Ya allí, intenta Tim propasarse con ella, no consiguiéndolo, la muchacha continúa coqueteando con ambos, pero al día siguiente, el director manda llamar a los dos amigos. Mabel acusa a Rod de haberse querido propasar con ella, y, pese a que fue Tim el real infractor, acepta la culpa, es expulsado del colegio, y su padre, al enterarse, lo desprecia, Rod se va de casa. Trabajando como camarero, conoce a Julia Fotheringale (Isabel Jeans), famosa actriz, y ella, al heredar el joven 30,000 libras de su madrina, consigue robarle su dinero en colaboración con su amigo Archie (Ian Hunter). Un desmoronado Roddy se dedica a ser compañía de mujeres mayores, es un gigoló, actividad que termina por destruirlo, pero en ese peor momento, solo, sin casa ni amigos, enloquecido, instintivamente vuelve a su hogar, donde su padre le dará una grata sorpresa.








El prefacio ya nos va informando correctamente, la cinta que se apreciará retrata esa disímil historia de lealtad, nos dice que un amigo la mantiene, y a un alto precio; gran manera de ir diagramando lo que en buena medida se apreciará en la cinta. A continuación se nos habla del mundo juvenil, que se ve retratado con el juego de rugby, con la inocencia de los jóvenes flirteando, en el colegio, juegos en el comedor, toda la inicial tónica sutil y despreocupada propia de la juventud, tónica que se mantendrá durante la primera parte del filme. Asistimos a una novedad en el cine hitchcockiano, algo hasta ese momento no visto, pues no recurre al suspenso que ya había descubierto con El enemigo de las rubias, no se basa en asesinatos o muertes misteriosas, sino que recurre a otro tipo de oscuridad, a otro tópico sórdido, la descomposición moral, el derrumbe que experimenta el joven, el individuo que tranquilamente acepta una culpabilidad ajena a él, acepta lo que en principio casi le arruina la vida, un tópico novedoso y relativamente inédito en la filmografía de Hitch. Se configura en el filme, eso sí, uno de los pocos nortes -quizás el único- que sería constante en toda su filmografía, el falso culpable, pero en una variedad por primera vez vista, el falso culpable que acepta esa falsa culpabilidad, aún a costa de su integridad vital, algo que no veríamos repetirse hasta Yo confieso (1953). Parece que su suerte dará un giro cuando recibe suculenta e inesperada herencia, cuando se casa con una famosa actriz, pero eso no será sino el final paso para tocar fondo en su decadencia, cuando Julia lo despoje de casi todo su dinero, es un interminable camino, una interminable caída lo que se presenta en el filme. Pero luego viene lo peor, teniendo que recurrir a ser gigoló, otro personaje le dice que no puede creer que haya llegado a eso, curiosamente el personaje con el que se genera uno de los momentos más patéticos de la cinta, una mujer de avanzada edad, casi una anciana, mirando con ofensiva lujuria al joven, es su momento más bajo.








A Hitch se le acusa a menudo de misoginia, y eso se puede observar, quizás, en la forma en que se abordan los personajes femeninos, siempre mostradas las féminas como veletas, livianas y licenciosas, provocativas, sin demasiado juicio, siempre generando problemas por sus volubles y reprobables procederes. Tanto Mabel como Julia son elementos negativos, como en no pocos filmes de Hitch apreciaremos. Primero Mabel, que coquetea descaradamente con ambos amigos, cita a solas a uno de ellos, para finalmente acusar al joven inocente de tener dudosas intenciones hacia ella, cuando fue ella quien trataba de instigarlo; sin mayor problema o motivos, muestra un comportamiento despreciable, estropeando la vida del estudiante más querido. Completaría la misoginia Julia, la actriz que tras casarse con Rod, termina finalmente por arrebatarle su cuantiosa herencia, sumiéndolo en la miseria; actitudes así son algo que se vería más de una vez con Hitch, sobre todo en su inicial etapa, mujeres perversas cuyo rol pareciera únicamente ser generar problemas, de escaso juicio o escrúpulos, principal razón de que se le acuse de ese modo, quizás no tan injustamente, al director. Hitch es un individuo que, hablando en términos de cine mudo, nunca fue gustoso del lenguaje excesivamente verbal, prueba de ello es que se prescindan casi de textos explicativos o diálogos, durante más de los primeros quince minutos de película, prácticamente un solo diálogo se ha apreciado; Hitchcock nunca empleó la manera convencional de narrar o transmitir, desde sus iniciales trabajos se advierte eso. Como natural consecuencia de esto, los actores, en los últimos años mudos, tenían una mayor responsabilidad dramática, al carecer de diálogos, sus capacidades histriónicas, su variedad de registros, tenían mucha mayor incidencia en la narrativa. Salvo pocas excepciones, recién al final veremos a la cámara recobrar una soltura y variedad de registros que el cineasta previamente venía ya perfeccionando, no vemos en su lente ya su marcada agilidad ni soltura -de, por ejemplo, las dos cintas de ese mismo año antes citadas-, no hay travellings, solo algún interesante momento de contrastes lumínicos. El primer atrevimiento o sacudida del letargo de la cámara es cuando ambos amigos se aproximan al director, ciertamente el primer punto de inflexión del filme, el enfoque y movimiento de la cámara configuran el primer momento de cierto desenfado, y habrá que esperar para ver el siguiente.









Para las secuencias desenlace el cineasta recupera esa soltura y proezas que venía desarrollando: colocándonos en la perspectiva del atormentado Rod, una trémula cámara nos transmite su final derrumbe. Temblorosos planos secuencias desfilan junto a superposiciones de planos, primeros planos y cierta oscuridad para plasmar ese terrible momento, incluso algunas imágenes a modo de leitmotiv (carteles en referencia a Mabel, engranajes), contrastantes juegos de luces y sombras, etc. Todo está articulado en unos instantes que condensan lo más notable a nivel visual de la cinta, pues aparte de esto, en ese aspecto no hay mucho en el filme, el mareante cenit visual de la película es dejado para el final, correcto recurso al alinearse esto con el clímax propiamente de la historia. Como relatara al gran Truffaut en la extensa entrevista que el francés realizó a su ídolo Hitch, el simbolismo de la escalera eléctrica sirve evidentemente para hacer analogía al descenso al que Roddy está a punto de embarcarse cuando abandona su casa; una degradación que apenas comienza, y que será nuevamente simbolizada con el elevador, que también desciende, pues la degradación continúa para el falso culpable. Cuando Rod, aparentemente recuperado, feliz heredero de 30,000 libras, recibe nueva decepción ante otra fémina, simbólicamente vuelve a caer, ese elevador baja, desciende, como nuestro protagonista. Esta cinta del periodo mudo de Hitch ciertamente no es de lo mejor que produjo, carece de varias de sus principales aristas artísticas (inclusive el humor, herramienta imprescindible en prácticamente todos los filmes de Hitch, se encuentra a cuentagotas en este ejercicio), es relativamente una rareza en su filmografía. Pero finalmente habrá un feliz desenlace, hay redención, el infierno se ha terminado, ahí sí hay algo muy acorde a Hitch, esa manera de terminar una cinta, un feliz desenlace pese a toda la pesadilla vivida, cuando veamos a Roddy jugando rugby nuevamente. Hitch produjo esta cinta como último ejercicio con su entonces productora, la Gainsborough Pictures, a pocas semanas de acabar contrato con ese estudio, vuelve a utilizar a Ivor Novello, quien por cierto, junto a Constance Collier -ambos con el seudónimo de David L'Estrange-, escribiría la obra teatral que inspira el filme. Aprovechó el británico la popularidad de Novello, su llegada con el público femenino, pues fue una suerte de sex symbol entonces, y esgrime, para variar, una tibia sexualidad, con momentos como el topless de Ivor. De entre los nueve ejercicios fílmicos mudos de Hitch, quizás este no se considere entre sus puntos más altos, pero al ser una película de este estadío del británico, es ya suficiente aliciente para su visionado.





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