Buñuel había comenzado para la
década de los sesenta lo que era su final estadío, la etapa final de su
andadura cinematográfica, finalmente había podido conseguir la por tantos años
ansiada repatriación a suelo europeo, volvía el cineasta ya a rodar en Europa
de manera estable y sostenida, con todos los medios que ello le significaba,
era hora de alcanzar sus mayores cumbres audiovisuales. Buñuel decidió hacer
este filme durante una presentación de Bella
de día (1967), y junto a su entonces habitual Jean-Claude Carrière, elabora
un trabajo muy suyo, y con sumo rigor en su elaboración, usual en el español,
generando un guión basado en muchos textos y enciclopedias ilustres del tema,
teología, herejías diversas para completar este bizarro y surreal relato. Es la
singular historia de dos individuos que se embarcan en el tradicional camino de
Santiago de Compostela, España, el conocido viaje de peregrinación para buscar
absolución y a liberar el alma de pecados, pero en ese camino, una muy
variopinta colección de personajes y acontecimientos se sucederán, muchos
incluso en otro espacio y tiempo. Una de las obras más personales del director, abordando uno de sus tópicos
tradicionales, la religión, el cristianismo, por supuesto desde la
singularísima lupa buñueliana, con los toques de un surrealismo que el director
había ya cuajado y evolucionado.
Vemos una rápida introducción a la
historia de Santiago de Compostela, tradicional sitio de peregrinaciones en
todo el mundo. Vemos a dos vagabundos, Pierre (Paul Frankeur) y Jean (Laurent
Terzieff), caminan por una autopista, reciben limosna de un individuo, luego
suben a un auto del que pronto son desalojados. Dos individuos luego tienen
acalorada discusión religiosa sobre eucaristía y transubstanciación, los
vagabundos asisten a Roma, ven cómo Prisciliano (Jean-Claude Carrière) era
restituido en su poder, en gnóstica reunión. En un hotel, el camarero principal,
Richard (Julien Bertheau), habla de sus creencias cristianas, mientras el
marqués de Sade (Michel Piccoli) habla con una niña sobre su herejía. Luego
vemos a Jesús (Bernard Verley), a su madre María (Edith Scob), es la
multiplicación de panes y vino. Pierre y Jean siguen su camino, caminan por la
autopista, asisten a impensados accidente, en cuyo auto ven a un Ángel de la
muerte (Pierre Clémenti), vemos a una monja someterse a martirios, es
crucificada como Cristo. Después, un jesuita (Georges Marchal) y un jansenista (Jean Piat) se baten a duelo por conceptos de
la libertad. Asisten a una prédica de una historia sobre la Virgen, hay otra
historia sobre despreciar lujuria, encuentran a una prostituta en la vía, la
siguen, y tiene lugar una última secuencia con Cristo, que cura a unos ciegos.
Es correcto el inicio de la
cinta, donde se nos traza el paralelo y se nos explica lo que es Santiago de
Compostela, Campo de Estrellas, se justifica el título de La Vía Láctea del
filme, el camino para buscar absolución, peregrinaje; asimismo funde de gran
manera, con una gran elipsis, la antigüedad, ese añejo mapa, con la
contemporaneidad, sus autos y autopistas. Se notaba que estaba fresca la
realización de Bella de día, esa
secuencia inicial es buen compendio, adelanto de lo que será la cinta y sus
saltos temporales, sin duda esa libertad narrativa, lo libre que era para
encadenar y estructurar el relato prácticamente a placer es algo que agradó al
realizador. Como en aquel filme, la severa libertad narrativa desemboca en esa
arrebatada libertad para plasmar y fundir espacios y tiempos diferentes, esa
libertad es ciertamente la que permite la infinidad, la infinita versatilidad
de posibilidades en el filme, como se hiciese antaño, colección de diversos
cuentos de espacio y tiempo distintos, solo por dar un ejemplo, y con las obvias
distancias de un caso a otro, tenemos Páginas
del libro de Satán (1921) de Dreyer. Así, tenemos a Prisciliano y sus
fieles, en el siglo IV, o el duelo entre el jansenista y el jesuita, discusión
que sucede en el siglo XVII, asimismo el obispo español con sus fieles nos
lleva al siglo XVI. El núcleo del filme es el desfile sutil y sereno de herejías,
viaje que transgrede las barreras espacio temporales, visto esto simbólicamente
en el viaje de peregrinación emprendido por Santiago de Compostela, el Campo de
Estrellas, La Vía Láctea, inmejorable escenario ciertamente para las
intenciones del ibérico. Y retrata el cineasta figuras clave del cristianismo, la
eucaristía, la transustanciación, son plasmadas en el filme a la manera de
Buñuel por supuesto, y con una naturalidad que ayuda a que el surrealismo se
desarrolle justamente con mayor fluidez, de manera natural, sencilla, con
mundanidad. Así, la inicial discusión sobre transustanciación, que termina en
el sacerdote siendo apresado, es pues una discusión que se desarrolla
anodinamente, de manera mundana, acercando esto lo retratado a la vida diaria,
común. Pero aparte de figuras, también plantea interrogantes, si es Dios una
sola entidad, o está fragmentada en la Santa Trinidad, por citar un ejemplo.
De ese modo, vigorosamente se
funden el Siglo VI, el gnosticismo de Prisciliano, es sin duda el estilo
buñueliano, un cuestionamiento tan férvido como ninguno, a la religión, fluirán
copiosos esos cuestionamientos, y también naturalmente, de manera muy afín al
estilo del español, simples pero ásperos cuestionamientos, casi como el padre
Lizardi en La muerte en este jardín
(1956), Nazarín (1959) o, desde
luego, en Simón del desierto (1965). Los
cuestionamientos, las preguntas inquisitivas a las que se enfrentaban sus
personajes, era algo infaltable en casi todos los filmes del cineasta, pero en
esta oportunidad, la naturaleza, el origen de esos cuestionamientos, es
enteramente religioso, un tema ineludible para el cineasta, de rigurosa
formación cristiana en su infancia; es su guión, su historia, sus obsesiones religiosas,
un trabajo pues muy suyo. Nuevamente el personaje protagonista de Buñuel
emprende viaje que significará descubrimiento, pero en este caso, distinto a Viridiana (1961) y a Nazario, no hay una
caída, ahora son diversas peripecias, de distintos tiempos y
personajes, lejos cronológicamente, pero cerca y unidos en otro aspecto: el
tema de la herejía y los cuestionamientos cristianos. Ahora bien, Buñuel no se
caracterizó por darnos certezas en sus filmes, por el contrario, muchos de sus
más célebres finales, como el de Bella de
Día, respondían, según sus propias palabras, a su propia incertidumbre, a
la propia falta de certeza del cineasta respecto al desenlace para sus
personajes en lo que plantea, pero también respecto a los cuestionamientos que
erige; comparte el realizador, hácenos partícipes de su incertidumbre, de su ácida
falta de certeza. En esta oportunidad, como el joven sacerdote que le pregunta
a otro más experimentado, hay inquisitivas preguntas, que el propio cineasta se
hace a sí mismo, pero nuevamente, no habrá respuestas, se plasman los debates,
no las soluciones; eso sí, debates bastante bien documentados, pues el maestro
hurgó en textos reconocidos, como Historia
de los Heterodoxos españoles de Menéndez y Pelayo y Manuscrito hallado en Zaragoza, entre otros; el director se
documentó mucho sobre el tema, en ocasiones se dice incluso que transcribió
literalmente muchos de los diálogos y parlamentos de los personajes en los que
se basó. Se da en el filme una constante alusión a la idea que en la tierra es
mejor que en el cielo, se postula pues un pensamiento gnóstico, se prefigura
asimismo un concepto muy buñueliano, el hecho de un humano meditando no ser
dueño real de sus acciones, que la libertad no existe, que la libertad es un
fantasma. Por odiar ciencia y tecnología, terminará por acercarse a Dios, dice
un personaje, la característica ironía del español sigue reforzando la idea de
gnosticismo.
Es interesante que, acorde a la temática
retratada, se muestra a Cristo terrenalmente, sin su aura divina, mascando,
riéndose, haciendo tonterías, caminando torpemente, en efecto, es un relato
gnóstico, banalizado y mundanizado, se marca de una manera el camino de la
cinta. Milagro final realiza Jesús, devuelve la vista a unos ciegos, pero dice,
inquietantemente, que no trae paz, que enemistará padres e hijos, hijas y
madres, lo dice a quienes lo siguen, como ciegos. Buñuel finalmente puede
retratar con su corrosivo estilo la religión, el cristianismo, y no se recata,
está la poderosa figura del fusilamiento al Papa, el cuestionamiento a la
iglesia, algo nada extraño en Buñuel, adquiere muy fuertes carices aquí, tenemos
también el disparo al rosario de la Virgen, el desparpajo usual del realizador
para encarar símbolos y figuras cristianas. Algunos personajes están tibiamente
esbozados, insinuados, como el joven mudo en la carretera, con cicatrices a
modo de estigmas, rememorando a Cristo; otros ven en el anciano que los lleva a
la antigua Roma a Satanás, y tenemos la irrupción de otro personaje histórico
muy relevante en la obra buñueliana, Sade, a quien será posible ver fundido con
los demás relatos gracias a otro escape de espacio y tiempo. Sus guiños nunca
desaparecerán, Jesucristo, en la escena de la virgen diciéndole que no se
afeite, ajusta la hojilla, a modo de Un
Perro Andaluz (1929), los sacerdotes hechos esqueletos, de la Edad de oro (1930). Si bien las eternas
figuras por un instante se ausentan (increíble pero cierto, en el filme no
encontramos una fémina con desparpajo luciendo sus ominosos muslos y
pantorrillas), tenemos claro el guiño de los pies en determinado momento. Veremos
por cierto más de una vez la imagen de individuos caminando en una autopista,
un camino con un azul y despejado cielo de fondo, una imagen que se haría
repitente en sus ejercicios posteriores, el director había alcanzado finalmente
su estética definitiva. Técnicamente no alcanza la maestría de filmes recientes,
como Diario de una camarera (1964),
pues el fondo, más que la forma, es todo en esta ocasión. Pero no por eso se
ausenta la genialidad en el estilo del ibérico, tenemos la secuencia del
sacerdote hablando a una pequeña congregación, entre ellos los vagabundos,
habla a la cámara con travelling incluido, el personaje nos mira a nosotros, en
un agradable recurso técnico pocas veces visto en el español. Otro recurso,
otra vez el sacerdote hablando a una pareja sobre cómo contentar a la virgen
repudiando la lujuria, el sacerdote está afuera pero a la vez adentro de su
recámara, a los pies de sus camas. Buñuel, ya en el estadío final de su
carrera, tiene un grupo consolidado de actores, que lo acompañarán hasta el
final de su filmografías, tenemos a Michel
Piccoli, Georges Marchal, Delphine Seyrig, Julien Bertheau, todos siempre bien
dirigidos por el maestro, y Jean-Claude Carrière, el coguionista, repite como
actor en breve incursión. El final estuvo perfecto a la estructuración del
trabajo, finalmente han llegado a su destino, a Santiago de Compostela,
nuevamente tomamos como referencia a Bella
de día, ese final que conecta perfectamente con el comienzo, convierte al
largometraje en un filme capicúa, todo acaba articulado, como un ciclo que se
repite, luego de todo lo presenciado, volvemos al inicio, el sujeto que dijo
que hallen a una prostituta, la prostituta al final es hallada, y repite lo que
dijo el sujeto inicial, quiere engendrar hijos, y llamarlos “tú no eres mi
pueblo” y “no más misericordia”, frases que continúan con lo plasmado en el
filme. Buñuel ya estaba en la fase final de su andadura cinematográfica, su estilo
se encuentra ya casi terminado de definirse, su arte es potente, algunos de sus
ejercicios mayores estaban próximos ya a realizarse, y es este un filme
ejemplar de la madurez alcanzada por el maestro de Calanda.