miércoles, 7 de febrero de 2018

Los Ambiciosos / La fiebre sube a El Pao (1959) - Luis Buñuel

Continúa Buñuel con su trabajo cinematográfico, el momento de partir de tierras mexicanas se acercaba cada vez más, y en esta oportunidad genera un trabajo de mixtas procedencias y características, una coproducción europea y americana. Como en muchas ocasiones hiciera el cineasta, se basa en un trabajo literario para transmitirnos una historia, en esta ocasión fue Henri Castillou el autor, en una historia que acepta el cineasta no haber realizado con el mayor de los entusiasmos, pero sin dejar por supuesto jamás el profesionalismo en su oficio. La novela adaptada nos retrata una historia fuertemente teñida de política, en una ficticia tierra de zonas caribeñas, una isla que sirve de penitenciaría, donde un déspota líder político tiene a los habitantes tan hastiados, que un subalterno suyo lo elimina, y quien toma el testigo en el cargo, corrupto y ambicioso, deberá encarar a un idealista individuo que se enamorará de la mujer del finado líder; este sujeto deberá enfrentarse a un sistema y circunstancias que terminarán por quebrar su fortaleza, y hacer a un lado su felicidad. Un trabajo que, como tradicionalmente se les llamaba a los filmes mexicanos del autor, es alimenticio, y pocas veces se notó tanto eso en una película de Buñuel, pero como se ha dicho en artículos anteriores, es como si el cineasta intuyera que la repatriación se aproxima, colabora ya con los europeos.

                      


Tras un breve prólogo visual de un pueblo, una voz nos sitúa en indeterminado sitio, una isla prisión, Ojeda, con su capital El Pao. Allí reside la guapa Inés Rojas (Maria Felix), adúltera esposa del gobernador, Mariano Vargas (M.A. Soler), cuyo servidor, Ramón Vázquez (Gérard Philipe), la admira y ama en silencio. Vargas sabe de sus adulterios, pero pronto en un acto público, Vargas es eliminado, gran revuelo hay. El reemplazante del gobernador es Alejandro Gual (Jean Servais), comienza a abrirse paso en su poder político, despóticamente explota a reclusos, mientras Vázquez e Inés van consumando y reforzando su amor. Gual se entrevista con Inés, confiesa secreto amor, ella le rechaza, y él revela que sabe de sus amoríos. Encuentran al asesino de Vargas, y Gual, celoso, amenaza a Inés con liquidar a Vázquez si no accede a un idilio. No se produce el amorío, ellos desean deshacerse de Gual, permiten un motín, en el que se sitia la isla; Inés seduce a Gual, que es sacado del poder. A Vázquez le pesa su conciencia por lo que costó derrocar a Gual, las nuevas autoridades de Ojeda le piden que convenza a Inés de declararse colaboradora del saliente régimen; él se niega. Inés tampoco desea eso, ella decide huir a México, lo intenta, pero la isla está muy controlada, ella es asesinada cuando intentaba escapar. Vázquez finalmente se queda solo, dubitativo.










Nuevamente apertura su filme Buñuel con una introducción audiovisual a la tierra donde todo se representará, una pintura cercana que se concreta con suaves travellings que recorren con mesura los alrededores de la ficticia Ojeda, y su capital El Pao, rebosante de presos, reemplazando el usual folklore de otros inicios fílmicos del español. La voz narradora nos deja en claro de inmediato lo hermético del sitio, no hay fácil acceso, si alguien ingresa a esa penitenciaría se puede dar por seguro que esa persona no saldrá viva, se nos muestra el cementerio de inmediato, pues solo así se sale de ese sitio, y como ya en anteriores oportunidades hiciese el cineasta, sitúa su relato en un lugar y tiempo no determinados, hábilmente facultando esto a que la historia pueda enmarcarse, relativamente hablando, en cualquier sitio y tiempo, pues es sobre la situación, lo retratado, donde reposa la fuerza de todo lo plasmado. La cinta se mostrará bastante lineal, filme plano, no se quiebra esa linealidad, la ausencia de surrealismo es algo que a más de un paladar amante del cine buñueliano confundirá. En efecto es de los filmes que menos contiene la impronta del cineasta, haciendo que si alguien viese el filme sin saber de qué director se trata, difícilmente identificaría a la cinta como obra de su autor, prontamente incluso muestra uno de sus siempre evitadas imágenes, un beso, algo que en repetidas ocasiones deberá hacer; ciertamente un trabajo atípico en el director. Inclusive el comportamiento de la cámara tiene que mesurarse, acoplándose, adaptándose al tipo de narración visual que presenciamos, todo se va armonizando con ese filme plano y lineal, sin romper esquemas. El inusual acompañamiento musical es algo que también colabora a la tonalidad bizarra en general que tiene el filme. Nos cuenta en sus memorias el cineasta que, sin embargo, intentó insuflarle vida a las escenas que consideraba necesitaban ser realzadas, una difícil labor. De esa forma, tras pasado ya un tercio del filme, tras treinta minutos, se advierten muy pocos nortes identificables del genio de Talanda, se advierte una de las cintas menos identificables del director, menos portadoras de sus más tradicionales aristas artísticas.











Llegados al nudo, al ecuador del filme, se prosigue con esa dinámica, la lineal cinta que sigue reposando en las palabras, los diálogos, hasta puntos que se vuelven un tanto tediosos, una falta de acciones, una falta de pasiones que vuelven estériles a sus personajes, recién en la mitad del filme se va tejiendo cierta tensión, cierta intriga. En ese sentido, se trata de uno de los filmes más testimoniales de Buñuel, pocas veces, o quizás nunca, tan ausentes sus poderosas figuras, los potentes simbolismos, pocas veces los diálogos, las palabras, fueron tan preponderantes, tan centrales en el filme, se siente como si se diluyera el talento del director bajo tantas constricciones. Inclusive hasta palabras en el epílogo fílmico se usaron para exteriorizar el drama final de Vázquez. Lo que antes hacía sin palabras Buñuel, acá tiene que plasmarlo en un monólogo en off, y nos habla de la final ruptura interior de Vázquez. Es un filme cuyas múltiples fuentes de producción se siente que la perjudicaron, se llega a percibir la multiplicidad de los orígenes del filme, en el que tenemos un galimatías de hasta 6 guionistas colaborando, con secuencias que al parecer fueron rodadas algunas en Francia, otras en México; toda esa variopinta colección de orígenes hacen que el filme se advierta pues disparejo, muy poco afín al estilo del director ibérico, y que se entienda el poco entusiasmo con el que el director se refiere a este trabajo. Se nota en efecto hasta cierto punto ese desinterés de Buñuel -por él mismo reconocido por cierto- en la realización de la cinta, se nota que es un trabajo, como se le llama a los filmes integrantes de este estadío del director, filmes alimenticios, hechos para subsistir, pues en ese momento de su vida, Buñuel pasaba ciertos apuros económicos, “en aquellos momentos tomaba todo lo que me ofrecían”, nos dice. Se entiende que tenga tan poco que decir el director sobre este trabajo, pero el cineasta, por supuesto, jamás dejo de trabajar con profesionalismo, el oficio es primero, y luchó por darle vida a un filme desde distintos ángulos estéril. Se sienten sus personajes inexplorados, no desmenuzados, no se profundiza en ellos, para entenderlos mejor, sus procederes no se sienten justificados en sus pasados, acciones o pasiones, algo que sí supo hacer en tantos otros filmes suyos anteriores; el somero tratamiento, se sabe, no fue entera responsabilidad de Buñuel, con los avatares de la producción, pero definitivamente va en detrimento del acabado final del filme.











Sin embargo, no todo el espíritu de Buñuel podía ausentarse, y a parte de la fuerte filiación política, tenemos el sempiternamente presente elemento erótico en el filme, si bien a cuentagotas, presente en la figura de Inés, Inés y su desnuda y contorneada espalda, que el cineasta nos muestra en cercano plano, sus descubiertas piernas, en breves instantes de tibio erotismo que por momentos nos recuerdan quién está tras las cámaras. Pese a todo, algunas secuencias tienen una belleza y poder visual notables, son excepciones, como la secuencia en que Inés seduce a Gual, todo el poderío visual de Buñuel se expresa en esa oscuridad, en esa composición tan depurada de sus encuadres, fuertes claroscuros se reparten en la armoniosa distribución de los fotogramas. Se advierte casi como si el cineasta, al verse maniatado de otras maneras, se hubiese refugiado en la elaboración de sus planos, en un halo teatral que tibiamente parece estructurar algunas secuencias, probablemente son los esfuerzos a que se refería Buñuel por tratar de sacar a flote la cinta. Sea como sea, el protagonista de Buñuel ahora es un idealista, desde el comienzo lo define Inés así, él no se corrompe, y esa incorruptibilidad será su final condena. Antepone su deber, la patria a su felicidad, es el típico personaje ambivalente buñueliano, que se debate entre una indecisión, es un elemento del régimen que desaprueba, pero incapaz de dañar a sus camaradas, o, una vez hecho el daño, incapaz de deshacerse de la culpa; el filme es pues un constante conflicto entre ambas partes de Vázquez. Es como una suerte de continuación de Nazarin y su dilema, sus firmes convicciones, sus principios parecen inquebrantables, pero duda, no se alegra de su éxito al deshacerse de Gual, tiene cargo de conciencia por las vidas sacrificadas para sus propósitos. En la secuencia desenlace, tenemos su final negativa a obedecer una orden de su superior, tiene lugar similar epifanía a la de Nazarin, pero en menor medida, él también ha roto con su entorno. Un filme en el que muerte y libertad van juntos, amor y política de igual manera, la violencia, la muerte, la injusticia, la opresión, un severo despotismo político, intrigas, artimañas políticas, el filme más político del español sin dudas, quizás no sin razón se dice que es de los filmes que menos de Buñuel tienen; pero completa, junto a Así es la aurora y La muerte en este jardín, lo que algunos llaman su tríptico "político" o "revolucionario", en el que se enfrenta a los opresores, en este caso Gual, interesante personaje tenuemente sublimado con su gusto por las aves. Está también Inés, con su extraña complacencia con que se entrega a Gual, deja un poco que pensar, pero esto recobra sentido cuando se sabe que todo es un ardid con Vázquez, ella está entregada al sistema, ella es el amor, la redención para Vázquez, pero ni siquiera por ella podrá romper sus principios, principios estériles que al final, cuando rompe esa hoja de órdenes, alcanzan una disyuntiva de clímax poderoso, algo ha cambiado en él para siempre, como en el cura Nazario. Buñuel asevera que quiso en el final acercarse al desenlace de la ópera Tosca, con trágicos finales para todos, pero, una vez más, esto se ahoga en el híbrido resultante del filme. Un filme bastante atípico en el cineasta, del que no guarda los mejores recuerdos, una película alimenticia en casi todos sus aspectos, pero siempre necesaria para el estudiosa de la obra del genio español.















1 comentario:

  1. Nunca he soportado el cine de Buñuel, su apego al feismo ofende mi sentido de la estética excepto en un par de filmes. Sólo vi esta película por la presencia del gran Gérard Philipe. Fue la última película en que actuó antes de su prematuro y trágico deceso. Es triste ver como la enfermedad que lo mató ya había hecho presa de él; su mágica y dulce belleza se ve deslucida, parece cansado, envejecido y desorientado. Un filme doloroso de ver para sus admiradores.

    ResponderEliminar