Buñuel va alcanzando nuevas cotas
en su arte, en su cine, va quemando etapas, e iniciando nuevos estadíos en su
evolución como creador audiovisual, sus tópicos obsesión van alcanzando su
cima, el retorno a Europa finalmente se concreta, aún no completamente, pero sí
a paso seguro. En este filme se produce algo no muy común en el cineasta, pues
no adapta un trabajo literario a la pantalla grande, en esta oportunidad el
guión nació de Julio Alejandro, pero Buñuel participó directamente en su
elaboración como coautor, lo que le da una gran autoridad y libertad en el
trabajo, en el que aborda muchos de los temas buñuelianos por antonomasia. Tras
La Joven (1960), retoma el cineasta
el deseo de un hombre mayor hacia una jovencita, cuando un solitario individuo
de edad madura, se enamora y obsesiona con su sobrina, una monja, intentará
unirse con ella y fracasará; la joven, afectada, tratará de practicar caridad
con unos mendigos, solo obteniendo funestos resultados en la mansión donde vive
con su primo, hijo no reconocido del primer individuo. Uno de los filmes más
controversiales, potentes y apreciables del descomunal cineasta ibérico, del
que siempre habló en términos positivos, alegrándose de la forma en que pudo
trabajar en esta cinta, pues se trata de
una de las ocasiones en que mayor libertad de maniobra se le dio, y se nota.
En un convento, a la hermana Viridiana
(Silvia Pinal) se le informa que su tío desea que lo visite. Sin mucho
entusiasmo, va a la finca de Don Jaime (Fernando Rey), su tío, él vive con su
criada, Ramona (Margarita Lozano); Viridiana apenas conoce a su tío, pero él la
hace vestirse como su difunta esposa, y al declararle que desea casarse con
ella, que vivan juntos, la espanta. Jaime la droga, la hace dormir, intenta
ultrajarla, pero se detiene; a ella le dice que sí la violó, que deben casarse,
y pese a confesar finalmente la verdad, ella se marcha ofuscada; antes de irse,
empero, se entera de una desgracia, su tío se suicidó. Viridiana no vuelve ya
al convento, vuelve a la mansión, donde vive con su primo Jorge (Francisco
Rabal), hijo de Jaime, y Lucía (Victoria Zinny), amiga de él, y a donde lleva a
un grupo de mendigos para ayudarlos. Los mendigos dan algunos problemas, pero
todos viven juntos, hasta que Lucía advierte que a Jorge le atrae Viridiana, y
se marcha. En un momento, Ramona y Jorge tienen un idilio, y luego los patrones
se van de casa por unas horas, Ramona incluida; los mendigos logran entrar a la
mansión y arman un atroz banquete, destrozando todo, hasta que vuelven los amos.
Con ayuda de la policía ponen orden, desalojan a todos los mendigos, y
finalmente en la casa se quedan Viridiana, su primo y Ramona, viviendo juntos
en singular e incierta situación.
En el inicio del filme fluye el aleluya, sonando en el prólogo ya se nos da aviso, con ese poderoso prolegómeno, de la intensa e irreverente disyuntiva religiosa que presenciaremos, pues Buñuel llevará un paso más allá las preocupaciones y planteamientos que a ese respecto había ya presentado. Sí, Buñuel, el que tuvo una profunda y confesa formación católica en su niñez, asoma ahora con una profunda religiosidad -desde luego, una religiosidad buñueliana-, y desfilarán cruces, una corona de espinas (que arde simbólicamente al final) y hasta clavos y martillo, un filme que abunda en figuras cristianas, incluso teniendo al leproso; también están las cenizas que lleva Viridiana a la cama de Jaime, representando penitencias y muerte dice ella, y así acaba siendo en efecto. Todas estas figuras cristianas alcanzan delirante clímax con el opíparo y orgiástico banquete, una mórbida representación de la última cena, uno de los símbolos cristianos mayores, que es el bizarro marco a la vulgaridad, la atrocidad, lo orgíaco y repulsivo, Buñuel lleva el extremo su representación, probablemente nunca tan poderosa e irreverente la representación de la religión aquí. Pero toda esa irreverencia, desde luego, tiene un norte, como lo hemos visto antes, Buñuel nos transmite sus inquietudes, las mismas inquietudes que ya nos había deslizado no con poco vigor en Nazarín (1959), la cuestión de un genuino cristianismo aplicado en la realidad, en el día a día, la forma en que es incompatible un cristianismo plenamente ejercido en el mundo de los mundanos humanos. En la primera parte del filme, indiscutiblemente la más plagada y empapada de religiosidad, hay un marcado misticismo, diferenciada del resto del metraje la película, con música sacra enmarcando muchos pasajes, como cuando Fernando Rey se observa travestido frente al espejo, y aparece Viridiana sonámbula, sin palabras esa bien lograda secuencia; con ese efecto, esa y otras secuencias se sienten impregnadas de litúrgico halo, las presencias de ambos se sienten casi hieráticas, especialmente la de ella naturalmente, un surrealismo mudo fluye no con poca bizarría. Diferenciada será la parte restante de la cinta, pero de alguna manera, con toda la carga religiosa -que si bien decrece, no desaparece jamás-, es como si Rey y su sordidez aún sobrevolaran en el universo del filme. Lo vimos travestirse, es patológica su obsesión, en él los traumas se funden con tortura, se humaniza algo al decir que alguna vez quiso hacer algo bueno por la humanidad, pero ahora es presa de su obsesión, aún con mentiras desea obtener a su sobrina, aunque finalmente no pueda sostener la ruin mentira; se debate, inseguro y temeroso, entre una y otra cosa, un sello de muchos personajes buñuelianos.
Para esta película, en reiteradas
ocasiones ha aseverado el cineasta que disfrutó de una libertad para trabajar, de
una libertad para rodar de la que casi nunca otra vez gozó en su andadura
cinematográfica, afirma que desde La edad
de oro (1930) no tuvo libertad semejante. Nos decía el cineasta que desde
la citada cinta surrealista, no había podido seguir con sus particulares
tradiciones artísticas tan fidedignamente, y si eso algo apreciable para él, tal
vez lo sea aún más para el espectador, que verá todo su poderío simbológico y
temático desatado. Así, para el conocedor de la cinematografía del ibérico, apreciar
este filme de Buñuel, es como como conversar con un viejo camarada, en el que
se advierten sus detalles, sus palabras o expresiones en la conversación. Análogamente,
apreciamos acá los detalles de su arte, de su cine, sus figuras, como los pies,
primero de la niña saltando la soga, luego de Jaime y Viridiana, él jugueteando
algo nerviosamente en su primer contacto; el director se delecta mostrando pies,
una de sus imágenes más tradicionales, pues es este uno de los filmes en que
más muestra ese detalle suyo, y luego veremos los pies de Jaime en el órgano, solo
por mencionar otro ejemplo más. Otra de sus clásicas imágenes, la fémina de
turno descubriendo sus carnes, en particular las piernas, fluirá, y veremos a Viridiana,
que se muestra ya como el carnal objeto de deseo en esta ocasión, sacándose las
medias, luciendo piernas, muslos, en otra imagen buñueliana por antonomasia. Buñuel
afirma que con cierta tibieza puede haber “plagiado” su propia obra, figuras
suyas previas, y habrá alguien que vea en Fernando Rey mirando por la ventana, al
personaje femenino en El Perro Andaluz (1929)
en símil situación, o cuando Viridiana monda una fruta, verá similar figura
de Subida al cielo (1952). Otra
imagen de este inusualmente libre Buñuel fluirá, veremos una trémula cámara que
se acerca a un felino que da cacería a un ratón, buñueliana forma de
insinuarnos la unión carnal que acaba de tener lugar, Jorge y Ramona, amo y
sirvienta; Buñuel siempre tuvo una especial forma de rodar la extensión implícita
de una situación amorosa, teniendo aquí singular ejemplo. Interesante e inquietante
secuencia, pues sabemos que Ramona fue hasta cierto punto cómplice de Jaime en
el casi ultraje del que Viridiana fue víctima. Ramona es pues parte innegable de
ese oscuro universo, no olvidemos que tras haber sido Jaime incapaz de violar a
Viridiana, se escuda, más de una vez, en su criada con cobardía, y que ella
colaboró e intentó que se consume esa sórdida unión incestuosa, y de ese
fallido intento, Jaime saldrá desmoronado, reconoce a su hijo ilegítimo recién
antes de quitarse la vida, como si quisiera encontrar redención, como si dejase
una extensión suya “limpia” en ese umbroso universo.
Viridiana, centro y meollo total
del filme, tiene un quiebre existencial, quijotesco viaje ha tenido, una
epifanía se ha producido, rompe sus cánones religiosos, inicialmente
convencionales, pues tras el ultraje incierto, su cristianismo cambia y se
entrega a cuidar mendigos; como el cura en Nazarín,
emprende un viaje que no tendrá buen fin. Si con Nazarin el director planteó asertivamente ciertas cuestiones a ese
respecto, aquí lo lleva a la hipérbole, con un acidísimo retrato, el confeso ateo
tiene rienda suelta para actuar, algo que adquiere otros carices cuando
recordamos la profunda formación cristiana del realizador. Para Nazario la
bondad y caridad trajo catástrofes, no cupo en la realidad, vio su nuevo camino
naufragar, aunque ahora Viridiana tiene distinto viaje, ella no “despega” como
el cura; en el final del filme previo, Nazario se despega completamente, con
incertidumbre, de todo, pero ella no, ella “vuelve”, se entrega a Jorge, en esa
inquietante escena de cierre para formar lo que a todas luces es un ménage à trois, mientras suena una música
de rock moderna (para entonces, claro está), severa contraposición a lo sacro
de Jaime. Y tenemos el simbolismo final, su corona de espinas quemada por la niña, arde, corrosivamente
se cuestiona si la idea de un verdadero cristianismo es vana. Ella es de
sugestivo modo, una sonámbula, ella, con temor jala la ubre de la vaca en una
secuencia muy de Buñuel, ella tiene mariana representación antes de la casi
violación, un complejo personaje el que construye un Buñuel desatado. A nivel técnico,
la sutil pero determinada cámara se comporta con la suficiencia ya exhibida en
trabajos anteriores, breves y precisos movimientos nos acercarán a las acciones
de los protagonistas, el dominio técnico del director es innegable, y su puesta
en escena, algunas veces acusada de descuidada, se advierte depurada, lista para
dar el salto ya definitivo en su evolución total. Tenemos el recurso narrativo
y transitivo de la soga, el juguete, comienza con la niña Rita, reaparecerá
poderosamente con el suicidio de Jaime, luego también, cuando los mendigos
recién han llegado a la mansión, luego en el segundo intento de violación, es
un agudo leitmotiv que conecta los segmentos del filme, que nos reconduce al
hilo principal, que articula los hechos. La secuencia previa al orgiástico
banquete es soberbia, nunca visto en el director un ejercicio de esta naturaleza, ese tipo de montaje en
Buñuel, poderosísimo, contraponiendo actividad física y espiritual, trabajo con
rezo, carne con espíritu, en un exquisito recurso pocas veces por Buñuel
esgrimido; tenemos asimismo al mendigo pintor y el guiño a Goya, junto a
Galdós, sus dos mayores influencias confesas. Los mendigos personifican el
deseo carnal, el hambre, el exceso, la furia, el rencor, el extenso abanico
humano de pecados, que terminan por destruir y despedazar los principios de
Viridiana. A parte de la descomunal representación de la cena, que es el
corazón visual del filme y desencadenante de la final ruptura de Viridiana con
esos principios, tenemos otro símbolo, el crucifijo-navaja, o navaja-crucifijo, en
cuya anecdótica inclusión hasta Carlos Saura se involucró. La libertad del
director se nota, y es aplastante, burló la censura, el filme en España recién se
estrenó cuando Franco salió del poder, se prohibió la venta del crucifijo,
además de la inmediata reacción del Vaticano; el poderoso cine de Buñuel no
dejaba indiferente a nadie. Fernando Rey está soberbio en su breve pero
solvente actuación, se entiende que sea un socio casi fetiche de Buñuel en el
ocaso de su carrera, en algunas de sus mejores películas -en el año de esta cinta,
ya no muy lejanas a ver la luz-. Buñuel está ya casi a su máxima expresión,
como dirían los españoles, estaba que se
salía, era el momento, lo mejor estaba ya aquí, el prodigioso genio de
Calanda estaba por configurar el final estadío de una de las filmografías más brillantes
vistas en el cine.
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