martes, 20 de febrero de 2018

El ángel exterminador (1962) - Luis Buñuel

Continúa Buñuel con su evolución cinematográfica, la técnica, el estilo, las obsesiones, todo lo que hace al cine del español tan diferenciado y apreciable continúa ahí, algunos de esos elementos ya van tomando la forma definitiva que lucirá el artista en sus filmes finales, cuando el retorno a la industria europea finalmente se produzca. Buñuel, como venía haciendo en filmes recientes a inicios de los sesenta, no adapta historias literarias al cine, sino que el mismo elabora el guión, en colaboración con un viejo conocido, el gran Luis Alcoriza retorna a formar otra vez la célebre dupla de director y guionista. En este filme se advierten, como de costumbre, los principales guiños y sellos de su cine, particularmente se pueden notar ecos de filmes previos suyos, casi como un compendio de algunos de esos elementos de su lenguaje audiovisual. El genio de Calanda nos introduce en la singular y delirante historia de un grupo de burgueses, acomodados individuos que tras acudir a la ópera, van a la casa de uno de ellos a cenar, dándose con la sorpresa que sin mayores motivos, sencillamente no pueden salir de la sala de esa casa, son incapaces de salir, teniendo que convivir en situaciones que van ya desafiando lo socialmente permisible, hasta que encuentran el modo de salir del singular claustro. Filme cien por ciento Buñuel, una de sus obras mejor conocidas, sin duda.

                


En una residencia, los sirvientes se retiran, una elegante reunión burguesa está por realizarse, quedándose, como servidumbre, solo Julio, el mayordomo (Claudio Brook). Llegan luego los señores de casa, Edmundo Nobile (Enrique Rambal), y Lucía (Lucy Gallardo), acompañados de copioso grupo, cenan todos con un poco de improvisación, estando entre los invitados Leticia 'La Valkiria' (Silvia Pinal), y los hermanos Francisco Avila (Xavier Loyá) y Ana Maynar (Nadia Haro Oliva). Sin notarlo, terminada la cena, nadie se retira, se quedan a pasar la noche, llega la mañana siguiente, siguen sin retirarse, desayunan, siendo el primero en sospechar que algo extraño sucede el Doctor Carlos Conde (Augusto Benedico), nadie es capaz de salir de la sala de la mansión. Van desesperándose los encerrados, en el exterior, las personas saben que algo sucede pero también son incapaces de entrar a la residencia; escasea agua y comida, algunos enferman, se pierde la calma y los improperios comienzan a abundar, riñas, golpes, asoma la demencia. Cuando están incluso pensando en liquidarse unos a otros, finalmente Leticia trata de recrear exactamente las circunstancias y posiciones de todos antes de que todo suceda, y efectivamente, luego pueden al fin salir de la residencia. Ya afuera, los burgueses van a una misa, y donde nadie puede salir ahora de la iglesia, mientras hay tiroteos en la calle.







Coherentemente prosigue su cinematografía el director, veremos no pocas referencias o guiños a anteriores representaciones suyas, que ya se van acercando a su forma final, el depurado y sofisticado surresalismo de la etapa final de su carrera. Tenemos, entre otras imágenes, al hombre agarrando las nalgas de la mujer, como en La Edad de Oro (1930), la mano muerta que vimos en Un perro andaluz (1929), solo por mencionar algunos ejemplos de figuras suyas de filmes previos; como sucedió en la inmediatamente anterior Viridiana (1961), encontramos un abundante compendio que abarca muchas de sus célebres recreaciones, el cineasta, ya maduro, pareciera mirar atrás su obra, reflexionar un poco sobre lo hecho anteriormente. Hasta alguna imagen curiosa veremos de la tradicional gallina del realizador, en forma de patas de pollo en un bolso, detalle que a quien escribe recordó algún segmento de su colega, el gran Carlos Saura. A ese respecto, ciertamente, como el propio director dijera, este filme es casi como una continuación, o ampliación de La Edad de Oro, con el delirio y la demencia onírica en medio de fastuosa reunión burguesa, un personaje incluso lo resume: “la vida es divertida, y extraña”, extraña como las circunstancias del filme, pero divertida si simplemente se vive  sin pensar en explicaciones. El tradicional bestiario buñueliano adicionará dos nuevos integrantes en este trabajo, un osezno y corderos, que surrealmente se pasearán por las elegantes estancias de la mansión burguesa. Y  es que claro, el elemento por excelencia de casi todo filme buñueliano fluye, surrealismo total, lo que otorga libertad, es absurdo el quid del asunto, humanos sin poder salir de una estancia, ridículo, la demencia va surgiendo, pues todos hubiesen preferido ir “a su casa o a un prostíbulo” en vez de estar en esa situación, es inverosímil el percance, o quizá demasiado normal, afirma otro personaje, jugando con la irrealidad que presenciamos. Es un micro universo, otro espacio y tiempo parecieran haberse generado ahí, y llamativamente, afuera la gente atraviesa similar situación, no son capaces de entrar a la mansión, concretando el español un cine en mínimos espacios, similar a lo que hiciera Hitchcock en Náufragos (1944), o los primeros ejercicios de Polanski, con las naturales distancias de un artista a otro, un tópico relativamente novedoso en el director.








Deja ligeramente de lado sus tópicos más tradicionales el realizador, ahora se interesa por algo un poco más sofisticado, su ya esgrimido tópico del humano enfrentado a extremas situaciones, como el padre Nazario en Nazarín (1959), como la monja Viridiana en Viridiana, lo vemos pero aquí llevado a una ruptura más violenta con la sociedad, con la civilización, en vez de una ruptura de origen religiosa, como aquellos, con la libertad que le permiten los tintes oníricos de la cinta. Si bien el trayecto, sin embargo, es distinto, el destino es símil para todos ellos, experiencias extremas que rompen violentamente sus más interiores principios, que los destruirán, aunque los comensales de El Ángel Exterminador tienen final salvamento, igual de inverosímil a cómo llegaron al claustro; de nuevo, la libertad del surrealismo lo permite. En el impensado encierro se pierden las convenciones sociales, es el filme un singular experimento social, psicológico, un estudio, se caen las máscaras que todo ser humano aprende a la hora de ser insertado a la civilización, los socialmente aceptables hábitos desaparecen, los seres humanos van desnudando sus interioridades hasta los más básicos instintos y acciones, que conllevarán a destruirse. Desaparece lo civilizado, la muerte amenaza, asesinato, se desciende a lo más primitivo, la dignidad se evanesce, lo que surge entonces es la destrucción, las convenciones sociales humanas se borran, el cineasta aseveraba que este era un trabajo más bien de naturaleza histórico-social, su versatilidad se muestra. Es brutal el tópico, sin mayores razones, y quizás por eso mismo es más potente el resultado, los humanos se ven enfrentados a una situación extrema que los irá gradualmente acercando a la locura. Poco a poco asoman las frivolidades, los cotilleos, los romances vulgares, van asomando los mal disimulados defectos de los burgueses, las indiscreciones, detalles algo inquietantes, como los hermanos que tienen una relación que peligrosamente roza el incesto. Hasta la manera de peinarse de alguien saca de quicio a otro, el conflicto es inminente, en esta cinta en la que se va prefigurando lo que luego veríamos en El discreto encanto de la burguesía (1972), el delirio surrealista rodeado de burgueses, si bien aquí su divertimento se convierte en pesadilla, todo fuertemente salpicado de la muy nutrida galería de recursos visuales, temáticos y estilísticos en el lenguaje del realizador, a estas altura ya bastante afinado.








Buñuel aseveraba que lamentaba ciertas circunstancias de este rodaje, aseveraba que le hubiese agradado más rodar el filme con actores de mayor elegancia, decía esto a su vez que profesaba admiración a Visconti y a la arrolladora simpleza y belleza visual en sus filmes; Buñuel deseaba poder intentar filmar algo tan bello como el italiano, pero necesitaba recursos que las tierras e industria cinematográfica aztecas no podían ya brindarle, Buñuel añoraba ya Europa, y de hecho, el momento estaba cada vez más cerca, el refinamiento de los europeos era algo que no estaba ya demasiado lejos a darse. Asimismo afirmaba que deseaba llevar la cinta a niveles bastante más extremos, pensó en que los encerrados lleguen al final recurso del canibalismo para asegurar la supervivencia, algo que lamentablemente (o tal vez no tanto), no llegó a poder realizar, extrañó la plena libertad de otros ejercicios, probablemente la de la entonces recientemente hecha Viridiana, cuyo rodaje decía el aragonés que fue probablemente en el que se sintió con la mayor de las libertades. Técnicamente tiene ya pericia en la cámara el cineasta, ganada con los ya no pocos años de trabajo en tierra mexicanas, esa cámara, como en los otros filmes de fines de los cincuenta e inicios de los sesenta, se comporta con sutileza, serenidad, precisión, con elegancia nos introduce y aproxima tanto a los personajes como a sus acciones, pero a su vez también hará uso de acercamientos, planos detalle para generar cercanía, hermetismo. Asimismo, se prescinde de música, ausencia total de acompañamiento musical, fluyen sonidos únicamente diegéticos, lo que colabora ciertamente a aumentar esa asfixiante sensación de hermetismo, en la que curiosamente se permite Buñuel realizar alguna que otra repetición, literalmente, repite alguna secuencia en el montaje final, como el brindis que un personaje hace al comienzo, como una extensión de ese sitio, esa casa donde parece haber otra dimensión. De igual modo, el blanco y negro de la cinta positivamente colabora a generar sensación de encierro, de claustro, y esto, aunado a los sonidos diegéticos como único acompañamiento auditivo, termina de dar forma a ese hermetismo que rezuma la cinta. Lo más visualmente surreal del filme lo vemos en los comensales perdiendo cordura, sus internos demonios afloran, y sueñan, apreciándose superposiciones de planos. En la película, y como en casi todas las películas del español, vemos gente y sus frustraciones, sus deseos no consumados, los amantes de La Edad de Oro y su frustrado idilio carnal, los burgueses del El discreto encanto de la burguesía y su almuerzo que no puede darse, deseos que no se pueden concretar, otra constante buñueliana acá se da en otra variante, otra vez burgueses, que desean salir de un cuarto y no pueden, no se necesita más en el filme. Simbólicamente es el doctor, representante de lo racional, la razón, quien va primero sospechando lo que pasa, luego llamando siempre a la calma, tratando que la lógica impere. Y finalmente, como así de simple se engendró la singular circunstancia, así de simple llega la ansiada solución, sin mayores complicaciones ni explicaciones, igual de surreal que la situación vivida, y tenemos ese final, con guiño ligero religioso, la pesadilla volverá a repetirse, ahora los corderos están en la calle mientras unos hombres uniformados hacen disparos, secuencia y simbolismo desenlace. Una de las obras más reconocida del cineasta, simpleza y surrealismo, una cinta que porta casi todas las directrices de su autor, y abunda en detalles de su lenguaje cinematográfica, una cinta muy Buñuel, una cinta muy disfrutable y apreciable, mientras se avecinaba el momento cumbre de su filmografía.







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