Continúa Buñuel con su evolución
cinematográfica, la técnica, el estilo, las obsesiones, todo lo que hace al
cine del español tan diferenciado y apreciable continúa ahí, algunos de esos
elementos ya van tomando la forma definitiva que lucirá el artista en sus
filmes finales, cuando el retorno a la industria europea finalmente se
produzca. Buñuel, como venía haciendo en filmes recientes a inicios de los
sesenta, no adapta historias literarias al cine, sino que el mismo elabora el
guión, en colaboración con un viejo conocido, el gran Luis Alcoriza retorna a
formar otra vez la célebre dupla de director y guionista. En este filme se
advierten, como de costumbre, los principales guiños y sellos de su cine,
particularmente se pueden notar ecos de filmes previos suyos, casi como un
compendio de algunos de esos elementos de su lenguaje audiovisual. El genio de
Calanda nos introduce en la singular y delirante historia de un grupo de
burgueses, acomodados individuos que tras acudir a la ópera, van a la casa de
uno de ellos a cenar, dándose con la
sorpresa que sin mayores motivos, sencillamente no pueden salir de la sala de
esa casa, son incapaces de salir, teniendo que convivir en situaciones que van
ya desafiando lo socialmente permisible, hasta que encuentran el modo de salir
del singular claustro. Filme cien por ciento Buñuel, una de sus obras mejor
conocidas, sin duda.
En una residencia, los sirvientes
se retiran, una elegante reunión burguesa está por realizarse, quedándose, como
servidumbre, solo Julio, el mayordomo (Claudio Brook). Llegan luego los señores
de casa, Edmundo Nobile (Enrique Rambal), y Lucía (Lucy Gallardo), acompañados
de copioso grupo, cenan todos con un poco de improvisación, estando entre los
invitados Leticia 'La Valkiria' (Silvia Pinal), y los hermanos Francisco Avila
(Xavier Loyá) y Ana Maynar (Nadia Haro Oliva). Sin notarlo, terminada la cena,
nadie se retira, se quedan a pasar la noche, llega la mañana siguiente, siguen
sin retirarse, desayunan, siendo el primero en sospechar que algo extraño
sucede el Doctor Carlos Conde (Augusto Benedico), nadie es capaz de salir de la
sala de la mansión. Van desesperándose los encerrados, en el exterior, las
personas saben que algo sucede pero también son incapaces de entrar a la
residencia; escasea agua y comida, algunos enferman, se pierde la calma y los
improperios comienzan a abundar, riñas, golpes, asoma la demencia. Cuando están
incluso pensando en liquidarse unos a otros, finalmente Leticia trata de
recrear exactamente las circunstancias y posiciones de todos antes de que todo
suceda, y efectivamente, luego pueden al fin salir de la residencia. Ya afuera, los
burgueses van a una misa, y donde nadie puede salir ahora de la iglesia,
mientras hay tiroteos en la calle.
Coherentemente prosigue su cinematografía
el director, veremos no pocas referencias o guiños a anteriores
representaciones suyas, que ya se van acercando a su forma final, el depurado y
sofisticado surresalismo de la etapa final de su carrera. Tenemos, entre otras
imágenes, al hombre agarrando las nalgas de la mujer, como en La Edad de Oro (1930), la mano muerta
que vimos en Un perro andaluz (1929),
solo por mencionar algunos ejemplos de figuras suyas de filmes previos; como
sucedió en la inmediatamente anterior Viridiana
(1961), encontramos un abundante compendio que abarca muchas de sus
célebres recreaciones, el cineasta, ya maduro, pareciera mirar atrás su obra, reflexionar
un poco sobre lo hecho anteriormente. Hasta alguna imagen curiosa veremos de la
tradicional gallina del realizador, en forma de patas de pollo en un bolso, detalle
que a quien escribe recordó algún segmento de su colega, el gran Carlos Saura. A
ese respecto, ciertamente, como el propio director dijera, este filme es casi
como una continuación, o ampliación de La
Edad de Oro, con el delirio y la demencia onírica en medio de fastuosa
reunión burguesa, un personaje incluso lo resume: “la vida es divertida, y
extraña”, extraña como las circunstancias del filme, pero divertida si
simplemente se vive sin pensar en
explicaciones. El tradicional bestiario buñueliano adicionará dos nuevos
integrantes en este trabajo, un osezno y corderos, que surrealmente se pasearán
por las elegantes estancias de la mansión burguesa. Y es que claro, el elemento por excelencia de
casi todo filme buñueliano fluye, surrealismo total, lo que otorga libertad, es
absurdo el quid del asunto, humanos sin poder salir de una estancia, ridículo,
la demencia va surgiendo, pues todos hubiesen preferido ir “a su casa o a un
prostíbulo” en vez de estar en esa situación, es inverosímil el percance, o
quizá demasiado normal, afirma otro personaje, jugando con la irrealidad que
presenciamos. Es un micro universo, otro espacio y tiempo parecieran haberse
generado ahí, y llamativamente, afuera la gente atraviesa similar situación, no
son capaces de entrar a la mansión, concretando el español un cine en mínimos
espacios, similar a lo que hiciera Hitchcock en Náufragos (1944), o los primeros ejercicios de Polanski, con las
naturales distancias de un artista a otro, un tópico relativamente novedoso en
el director.
Deja ligeramente de lado sus
tópicos más tradicionales el realizador, ahora se interesa por algo un poco más
sofisticado, su ya esgrimido tópico del humano enfrentado a extremas
situaciones, como el padre Nazario en Nazarín
(1959), como la monja Viridiana en Viridiana,
lo vemos pero aquí llevado a una ruptura más violenta con la sociedad, con la civilización, en vez de una ruptura de origen religiosa, como aquellos, con la
libertad que le permiten los tintes oníricos de la cinta. Si bien el trayecto,
sin embargo, es distinto, el destino es símil para todos ellos, experiencias
extremas que rompen violentamente sus más interiores principios, que los destruirán,
aunque los comensales de El Ángel
Exterminador tienen final salvamento, igual de inverosímil a cómo llegaron
al claustro; de nuevo, la libertad del surrealismo lo permite. En el impensado
encierro se pierden las convenciones sociales, es el filme un singular experimento
social, psicológico, un estudio, se caen las máscaras que todo ser humano
aprende a la hora de ser insertado a la civilización, los socialmente
aceptables hábitos desaparecen, los seres humanos van desnudando sus
interioridades hasta los más básicos instintos y acciones, que conllevarán a
destruirse. Desaparece lo civilizado, la muerte amenaza, asesinato, se
desciende a lo más primitivo, la dignidad se evanesce, lo que surge entonces es
la destrucción, las convenciones sociales humanas se borran, el cineasta
aseveraba que este era un trabajo más bien de naturaleza histórico-social, su
versatilidad se muestra. Es brutal el tópico, sin mayores razones, y quizás por
eso mismo es más potente el resultado, los humanos se ven enfrentados a una
situación extrema que los irá gradualmente acercando a la locura. Poco a poco asoman
las frivolidades, los cotilleos, los romances vulgares, van asomando los mal
disimulados defectos de los burgueses, las indiscreciones, detalles algo
inquietantes, como los hermanos que tienen una relación que peligrosamente roza
el incesto. Hasta la manera de peinarse de alguien saca de quicio a otro, el
conflicto es inminente, en esta cinta en la que se va prefigurando lo que luego
veríamos en El discreto encanto de la
burguesía (1972), el delirio surrealista rodeado de burgueses, si bien aquí su
divertimento se convierte en pesadilla, todo fuertemente salpicado de la muy
nutrida galería de recursos visuales, temáticos y estilísticos en el lenguaje del realizador,
a estas altura ya bastante afinado.
Buñuel aseveraba que lamentaba
ciertas circunstancias de este rodaje, aseveraba que le hubiese agradado más
rodar el filme con actores de mayor elegancia, decía esto a su vez que
profesaba admiración a Visconti y a la arrolladora simpleza y belleza visual en
sus filmes; Buñuel deseaba poder intentar filmar algo tan bello como el
italiano, pero necesitaba recursos que las tierras e industria cinematográfica
aztecas no podían ya brindarle, Buñuel añoraba ya Europa, y de hecho, el
momento estaba cada vez más cerca, el refinamiento de los europeos era algo que
no estaba ya demasiado lejos a darse. Asimismo afirmaba que deseaba llevar la
cinta a niveles bastante más extremos, pensó en que los encerrados lleguen al final
recurso del canibalismo para asegurar la supervivencia, algo que
lamentablemente (o tal vez no tanto), no llegó a poder realizar, extrañó la
plena libertad de otros ejercicios, probablemente la de la entonces
recientemente hecha Viridiana, cuyo rodaje decía el aragonés que fue probablemente en el que se sintió con la mayor de las libertades. Técnicamente tiene ya pericia en la cámara el
cineasta, ganada con los ya no pocos años de trabajo en tierra mexicanas, esa
cámara, como en los otros filmes de fines de los cincuenta e inicios de los
sesenta, se comporta con sutileza, serenidad, precisión, con elegancia nos
introduce y aproxima tanto a los personajes como a sus acciones, pero a su vez
también hará uso de acercamientos, planos detalle para generar cercanía,
hermetismo. Asimismo, se prescinde de música, ausencia total de acompañamiento
musical, fluyen sonidos únicamente diegéticos, lo que colabora ciertamente a
aumentar esa asfixiante sensación de hermetismo, en la que curiosamente se
permite Buñuel realizar alguna que otra repetición, literalmente, repite alguna
secuencia en el montaje final, como el brindis que un personaje hace al
comienzo, como una extensión de ese sitio, esa casa donde parece haber otra
dimensión. De igual modo, el blanco y negro de la cinta positivamente colabora
a generar sensación de encierro, de claustro, y esto, aunado a los sonidos
diegéticos como único acompañamiento auditivo, termina de dar forma a ese
hermetismo que rezuma la cinta. Lo más visualmente surreal del filme lo vemos en
los comensales perdiendo cordura, sus internos demonios afloran, y sueñan,
apreciándose superposiciones de planos. En la película, y como en casi todas
las películas del español, vemos gente y sus frustraciones, sus deseos no
consumados, los amantes de La Edad de Oro
y su frustrado idilio carnal, los burgueses del El discreto encanto de la burguesía y su almuerzo que no puede
darse, deseos que no se pueden concretar, otra constante buñueliana acá se da
en otra variante, otra vez burgueses, que desean salir de un cuarto y no pueden,
no se necesita más en el filme. Simbólicamente es el doctor, representante de
lo racional, la razón, quien va primero sospechando lo que pasa, luego llamando
siempre a la calma, tratando que la lógica impere. Y finalmente, como así de
simple se engendró la singular circunstancia, así de simple llega la ansiada
solución, sin mayores complicaciones ni explicaciones, igual de surreal que la
situación vivida, y tenemos ese final, con guiño ligero religioso, la pesadilla
volverá a repetirse, ahora los corderos están en la calle mientras unos hombres
uniformados hacen disparos, secuencia y simbolismo desenlace. Una de las obras
más reconocida del cineasta, simpleza y surrealismo, una cinta que porta casi
todas las directrices de su autor, y abunda en detalles de su lenguaje
cinematográfica, una cinta muy Buñuel, una cinta muy disfrutable y apreciable,
mientras se avecinaba el momento cumbre de su filmografía.
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