En su anterior filme, Diario de una camarera (1964), Buñuel
finalmente había podido regresar a Europa, por fin pudo retornar a filmar en
tierras que podían ofrecerle ciertos recursos que las áreas e industrias
cinematográficas aztecas no podían ya proveerle. Sin embargo, el retorno no fue
inmediatamente absoluto, teniendo para la presente cinta el director que volver
a rodar en México, y en esta oportunidad bajo un grupo de circunstancias que
probablemente son las más inverosímiles entre las que jamás le tocaron al
director; ciertamente no se vio, ni antes ni después en su filmografía, las
rupturas entre lo planificado, y lo que finalmente se plasmó en este muy
singular mediometraje. En esta historia, cuyo guión e historia es obra del
propio cineasta, en colaboración con su conocido socio Julio Alejandro, se nos
quiere introducir en un grupo de historias sobre religión, siendo la que nos
ocupa, la que debía ser la primera de ellas, la historia de Simón, un hombre de
fe que busca hacer penitencia pata redimir su espíritu, padecer hambre, sed y
otros tormentos en lo alto de una torre en medio del desierto, mientras el
demonio en persona, adaptando diversas formas, trata de seducirlo y alejarlo de
Dios. Muy singular filme, frustrado proyecto, que es un casi un expediente de
misterio, por no saber a ciencia cierta, completamente, la razón de que el
proyecto haya quedado con su forma final.
En medio del desierto, se
encuentra un grupo de fieles, religiosos que en pequeña procesión se aproximan
a una gran columna entre la aridez, en cuya cima vive Simón (Claudio Brook). Luego
de rechazar a su madre convaleciente (Hortensia Santoveña), que desea que vaya
a vivir con ella, y a un ascenso en su orden religioso, este hombre que busca
purificación espiritual se mueve a otra torre, que los fieles le facilitan para
su penitencia. Tras milagrosamente devolver las manos a un manco ladrón, aparece
una bella joven (Silvia Pinal) que se acerca a él, pero no interactúa. El joven
monje Matías (Enrique Álvarez Félix) luego se acerca a ofrecerle alimentos y agua,
que parcamente recibe Simón. Tras fantasear con bajar a la tierra otra vez, así
como con su madre, aparece una hermosa joven mujer, que pretendiendo inocencia,
vestida como niña, muestra sus piernas al hombre. Vuelven los religiosos luego
con Simón, donde uno de ellos es poseído, a quien se practica improvisado
exorcismo. Luego viene una representación de Cristo, pero es Satanás, siempre
con la apariencia, encubierta, de la recurrente mujer. Sigue haciendo
penitencia Simón, los fieles lo siguen venerando, hasta que llega un ataúd en
medio del desierto, sale de nuevo Satanás, la bella mujer, que lo lleva a un
viaje surreal, a un centro de diversión estadounidense, donde desenfrenado
baile ven, y donde se queda Simón.
Con el presente filme, quedará
para el mito, casi para la leyenda, conforme avancen los años, la real razón de
las peripecias vividas en este rodaje, peripecias que inciden directamente en
el resultado final del trabajo, y que se vuelven indefectiblemente indivisibles
del filme mismo. Gustavo Alatriste, productor, es generalmente señalado como
responsable de que este sea finalmente un trabajo inconcluso, se dice que fue
pensado como un filme de dos, o hasta de tres segmentos diferenciados, con
sendos directores a cargo, pero al habérsele acabado los fondos financieros, el
productor quebró, y todo se truncó; aunque muchos dicen que no es esa la
versión real, entre ellos Silvia Pinal, la entonces esposa del productor. En
una edición especial del filme, ella asegura en una entrevista que intentaron
que Fellini dirigiera la otra parte, proponiendo el italiano como protagonista a su mujer,
Giulietta Massina; al querer Alatriste hacer lo propio con Pinal, ella parece haberle
retirado el apoyo a la cinta, pensando naturalmente que si alguien debía dirigirla,
era Buñuel y solo él; y así acabaría siendo, aunque de manera mutilada. Más o
menos plausible la hipótesis, no deja de ser eso, una hipótesis, como otras
tantas, entre las que se cuenta como posibles socios en este filme pensado inicialmente
en episodios al citado Fellini, al gran Ingmar Bergman, Stanley Kubrick, u Orson
Welles, un desfile de lo más selecto en el mundo de los cineastas se barajaron
como alternativas a dirigir el segundo segmento del filme, descartándose todos
ellos por diversas razones, no del todo esclarecidas por cierto. Además de la actriz, el fotógrafo Gabriel
Figueroa también comentaba naturalmente, todos nos dan versiones diferentes,
con nombres diferentes sobre el posible compañero de dirección, siempre al
parecer Fellini llevando cierta delantera en la predilección del otro director
del filme, una situación muy humana en cuanto a comentarios, versiones cruzadas,
encubrimientos a amigos, pues Buñuel jamás habló mal de Alatriste, pese a que más
de uno lo sindicaba como un productor de muy poca seriedad. Todo esto vuelve al
filme inasible de análisis, algo inaudito, los problemas financieros nunca
fueron novedad en los rodajes del español, sobre todo en tierras mexicanas,
pero acá alcanzan carices inverosímiles, en donde gente profesional del cine, de
diversas áreas del oficio, tienen todos versiones diferentes de porqué se
frustró tan violentamente este proyecto.
Es pues la cinta un lamentable
ejemplo más de cómo las ideas originales para un filme finalmente se ven
trastocadas, con mayor severidad, siendo este un caso tristemente célebre,
alterándose completamente la real idea que el artista cinemógrafo desea
transmitir. Únicamente la relación epistolar con sus camaradas permite hacer
cierto seguimiento a lo realmente sucedido, pero siempre con resultados no
completamente confiables, en la que se advierte que era un filme pensado como
largometraje, dividido en partes, y naturalmente hay un guión, el guión
original donde la planificación fue muy diferente. Respecto a los planes
inicialmente trazados, hay muchas escenas que tuvieron que modificarse, y
muchas otras que ni siquiera se rodaron, algo que, por supuesto, interfirió en
la unidad del filme completo, en su resultado final, un filme que debió ser de
dos, de tres historias, una colección de posibles directores, que no terminó de
rodarse siquiera, siendo presentado en Festival de cine de Venecia de 1965,
pese al expreso deseo contrario del realizador –recibiendo irónicamente un
reconocimiento, un premio en el concurso inclusive-, y generando la final
negativa del genio español a terminar la cinta. El conocido rigor con que
rodaba el ibérico tuvo acá insorteables dificultades de presupuesto, además de
las implacables condiciones de la zona desértica, incluso podemos apreciar la
innegable diferencia de un cielo nublado con un cielo azul en ciertas
secuencias, pero que ha sido arreglada tanto en el laboratorio, como en el rodaje
del filme mismo, haciendo que el tiempo del relato haya transcurrido; pese a
todo, se notan algunas de esas falencias. La severa aridez del entorno donde se
rodó se muestran de inmediato, plasmando a su vez uno de los mayores problemas
que surgieron en el rodaje, las condiciones climáticas y geológicas del espacio
donde se trabajaba. Buñuel nos afirmaba que pese a que los estudios mexicanos
eran de inmejorables condiciones, los equipos de rodaje propiamente estaban en pésima situación, equipos viejos, chirriantes, obsoletos casi. Necesario era, sin embargo,
el uso y disposición de una grúa, para emplazar la cámara en móviles
posiciones, para dotar de dinamismo necesario a su desenvolvimiento, pues con
Simón todo el tiempo en lo alto de la torre, un desarrollo así de dinámico y
desenvuelto en la cámara era pues preciso. El juego de planos picados versus
contrapicados, era algo preciso y necesario para representar con mayor
contundencia a las figuras, la muchedumbre en la tierra, Simón en lo alto de la
cima de la torre; pese a la precariedad de los equipos de filmación de estudios
mexicanos a la que se refería Buñuel, se pudo disponer de la grúa para lograr
esos planos y encuadres.
Los efectos especiales fueron
necesarios para lo inicialmente previsto, pero debido a los problemas de
presupuesto, se omitieron y dejaron de rodar muchas secuencias. Empero, pese a
las inconcebibles dificultades, es este un filme muy suyo, plenamente
identificable, desde sus figuras a sus tópicos, tenemos la religión, tenemos
las piernas femeninas, tenemos los insectos, hormigas -el entomólogo presente siempre-,
aún cuando fue mutilada la cinta, se nota la mano del cineasta en la
realización del mediometraje, algo que un maestro puede lograr. Sí, jamás,
jamás habrá un filme buñueliano sin la presencia del erotismo femenino,
concretamente en la figura de una fémina desnudando sus piernas, sus muslos,
extraordinario y apreciado detalle por parte del cineasta, ineluctable parte de
su lenguaje cinematográfico. Tenemos también al enano, otro elemento previo de
Buñuel en Nazarín (1959) -cintas muy
cercanas ciertamente-, quien peligrosamente tiene una conducta que roza la
zoofilia, y protagoniza junto a Matías la reincidente frase “Los demonios
viajan por el desierto”… “De noche los oigo”, se dicen el uno al otro, invirtiendo
papeles en el diálogo. A ese respecto, se completa un tríptico religioso, por
los orígenes del drama humano, compuesto por la citada Nazarín, Viridiana (1961),
y la presente película, si bien la forma final de esta clausura de la triada,
muy lejos de la idea original de director y productores está. Acorde a sus
cintas hermanas, el sacrificio humano del protagonista es en vano, en este
caso, el prodigio es en vano, cosas divinas no tienen lugar en el mundo de los
vulgares humanos, Simón realiza el genuino milagro de restablecer las manos de
un manco ladrón, solo despertando en la gente el acto de ignorarlo, más
interesado uno en comer pan que en el milagro que acaban de presenciar; hasta
el beneficiado, el manco, tiene como primera acción de sus recuperados
miembros, golpear a su hija por importunarlo, inverosímil. Simón no tiene final
ruptura como Nazario y Viridiana, pero de nuevo, cómo saberlo en estas circunstancias.
La cinta se enmarca por momentos en comedia, con humorísticos toques que se
dice fueron adaptados debido a las constricciones del rodaje, siempre
representadas en Simón, y sus ocurrentes e inesperadamente hilarantes frases
que suelta en determinados momentos. Interesantes las figuras que adopta
Satanás, una joven, una niña, una bruja, Cristo mismo, es una tentación en la
forma de la candente Pinal, siempre hermosa, descubriendo sus piernas -buñuelismo
pleno-, y hasta sus senos de manera muy tentadora, pero Simón resiste
estoicamente, salvo al final. Al final tenemos de lo poco surrealista en el
filme, esa secuencia del ataúd vagando solo por el desierto, conteniendo al
diablo, a ella, un recurso que nos recuerda quién está tras las cámaras. También
ese avión, que de manera casi onírica lleva a los dos, Simón y al demonio,
impensadamente a un club nocturno, donde desenfrenado baile tiene lugar, severa
alusión a la carnalidad, donde uno dice va
de retro, y el diablo replica, va de
ultra, bifaz contraposición. Ese es el incierto y violento corte, abruptamente
acaba ahí el relato fílmico, no sabemos qué pasará con este nuevo elemento buñueliano,
Simón, cosas de rodaje, esa secuencia tuvo que ser el improvisado desenlace
para Buñuel, presa de las dificultades. Filme bizarro, filme premiado, filme consensuadamente
considerado como gran obra de su autor, un filme realmente necesario para enriquecer
el conocimiento de la obra de este titánico autor español.
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