El versátil y prolífico Rohmer,
una de las voces privilegiadas del último gran movimiento cinematográfico que
ha tenido Francia, la Nueva Ola, la nouvelle
vague, entrega esta cinta con aciertos en su propuesta, así como premios en
su momento de estreno, pero que definitivamente no viene a encuadrarse entre lo
mejor que este gran cineasta llegó a producir. Luego de su dilatada experiencia
como productor de cortos para televisión, así como de documentales de ilustres
artistas, tanto franceses como de todo el mundo, había ya realizado el director
algunos trabajos en modo de largometraje, en los que había dejado plasmada ya
su impronta como director. Para este filme, abordando algunas novedades en su
estilo, pero sin alcanzar la maestría de otras, nos presenta una historia
escrita por él mismo, la historia de Pauline, atractiva quinceañera, descubriendo
la sexualidad, va con su prima, mayor que ella, a una casa de playa, en donde
irán intercambiando pareceres sobre el sexo, y en donde a su vez van desfilando
personajes masculinos, un joven y antiguo pretendiente de la prima, un maduro
etnólogo que desea vivir y gozar el presente, y finalmente un niño, otro adolescente
con quien Pauline tendrá un romance. La cinta será el viaje de exploración y
descubrimiento de los personajes, principalmente los femeninos, en sus
diferentes aventuras sexuales playeras.
Dos mujeres llegan a una casa de
playa, son la adolescente Pauline (Amanda Langlet) y su prima Marion (Arielle
Dombasle), ambas vivirán ahí solas el verano; Marion pregunta a su prima sobre
sus vivencias amorosas. En la playa, se encuentran con Pierre (Pascal Greggory),
profesor de windsurf y antes pretendiente de Marion; conocen también al maduro
etnólogo Henri (Féodor Atkine). Los cuatro van pasando tiempo juntos en casa de
Henri, intercambian historias y pareceres, de lo que es el amor, van a bailar, y
Pierre declara aún amar a Marion, recibiendo rechazo de ella, que en cambio es
fácilmente seducida por el etnólogo. Pierre se muestra celoso, mientras Pauline
conoce a Sylvain (Simon de La Brosse), joven de su edad con quien tienen un
idilio; está también Louisette (Rosette), vendedora de golosinas, ella y Henri
tiene una aventura, pero se las arregla para que Marion piense que es Sylvain el
que la corteja. Pierre no controla sus celos, encara a ambas primas, vio a Louisette,
pero ignora con quién tiene amoríos; Pauline, creyendo que fue Sylvain el
involucrado, sufre, mientras que tanto el profesor de windsurf como Marion
ignoran a ciencia cierta qué sucedió, especulan. Se intenta aclarar todo,
limpiar la imagen del adolescente, Henri intenta seducir a Pauline, no teniendo
éxito. Él se marcha al día siguiente, al igual que las jóvenes primas.
Como se ha dicho, Rohmer es en
efecto un director versátil, multifacético, una cara distintiva dentro de la nueva ola, carente probablemente de
todo el relumbrón e impacto mediático de sus camaradas, ya sea Godard, Truffaut,
Resnais, o Chabrol, pero esa versatilidad justamente lo llevó a dedicar buena
parte de sus primeros años a la televisión, a documentales y cortometrajes televisivos.
Para el momento de realización de este filme, había ya rodado algunos largometrajes,
incrustados en medio de la producción ya mencionada, que poblaba la gran mayoría
de su filmografía. La primera secuencia de la cinta nos va diagramando ya lo
que en buena medida será todo el filme, las féminas protagonistas conversando
sobre amor, enamoramiento, dos mujeres relativamente lejanas en tiempo, no muy distantes
en edad, pero muy cercanas en cuanto a su actitud y su manera de descubrir, por
un lado, y experimentar, por el otro, la sexualidad. Con la natural
preeminencia a Pauline, el filme será un viaje, un recorrido por los
particulares caminos de las chicas, el punto de partida en el caso de la
quinceañera, la continuación de un viaje ya iniciado en el caso de Marion, pero
en ambas situaciones, es su acercamiento hacia los hombres. Así pues, es este
filme un recorrido por los paralelos devaneos sentimentales de ambas
jovencitas, sus romances, una, ya experimentada, divorciada, muy atractiva, casi
irresistible, que despierta atracción en muchos hombres; la otra, una niña que
está ya despertando a la sexualidad, dando sus primeros pasos. Esta parece ser
una preocupación, un tópico tal vez algo tardío en la vida del director, al que
algunos califican como un director que siempre fue, o siempre quiso ser un
adolescente; cierto esto o no, analizando su obra en conjunto notaremos que más
que tardía, es uno de sus tópicos de siempre. Celos, burlas, mentiras, verdades
a medias, juveniles e intrascendentes amoríos, un tema que sin ser incorrecto,
se advierte que el director, ya más maduro, será capaz de generar trabajos
acordes a esa mayor madurez, trabajos de mayor relevancia, esto por supuesto
sin dejar de ser una personal impresión. Nos encontramos así supeditados a las fruslerías
de los jóvenes, supeditados a lo que uno u otro dijo, a si es cierto o mentira,
algo que para la edad de Pauline, simplemente es todo su mundo, pues dentro del
entramado algo abstruso de vivencias, es la quinceañera naturalmente sobre quien
recae el mayor peso del filme.
La inmediata secuencia de las
jóvenes mujeres en playa es un clásico en Rohmer, siendo casi imposible no
sentir cierto eco a lo apreciado en la posterior y excelente El rayo verde (1986), un filme donde se
advierte que el cineasta, con otro sentir artístico, explora ya otros temas, manteniendo
sus líneas estéticas. De esa manera, sí es coherente el director con ciertas
aristas de su lenguaje cinematográfico, pues son reconocibles los encuadres del
francés, armónicos y simétricos fotogramas en esa secuencia, la composición de
esos fotogramas que se caracterizan por tener un punto de fuga centralizado. En
colaboración con su director de fotografía, Néstor Almendros, genera Rohmer instantes de belleza visual, en
ciertos encuadres e imágenes que lamentablemente no abundan en la cinta, pero
ya las va generando, una muestra de la sensibilidad que luego veríamos ya en
todo su esplendor en posteriores entregas del realizador. Esa belleza, esa
combinación cromática, nace de la presencia,
intermitente, de flores, grandes bloques de flores que se adueñan de buena
parte de los encuadres, se adueñan de buena parte de las composiciones de ciertas
secuencias; como buen francés que es el realizador al fin y al cabo, y cual
impresionista, Rohmer puebla de belleza plástica sus imágenes, de coloridas
flores, de luz. Notamos asimismo unas bien iluminadas secuencias en exteriores,
acordes a la temática del filme, el despertar de Pauline, las ganas de vivir y
conocer, sexualmente, tanto de ella como de Marion, pues el tema es en líneas
generales juvenil, como esa soleada playa, que se combina perfectamente con la
libertad de la juventud, de unas vacaciones, de no importar nada más, de
olvidarse del resto del mundo, pues esa playa, esa pureza, esa luminosa libertad,
es todo el universo para las jóvenes, especialmente, claro, para Pauline. Siguiendo
en la línea técnica, en la factura técnica de la cinta, la cámara se comporta
correctamente para hacer seguimiento de sus personajes, capturar sus
reacciones, ponernos en perspectiva de uno u otro con sutileza; es de lo mejor
del filme ese manejo de cámara. Hay aciertos técnicos, desde luego, es correcta
su puesta en escena, correcta y nada más, pues se siente como si el filme se
ahogara finalmente en los coqueteos y aventuras amorosas juveniles, como si no
se rompiera la linealidad del filme, ausencia de mayores imágenes, exceso de
palabras, una característica ciertamente no atípica dentro del lenguaje
audiovisual del cineasta a lo largo de su filmografía.
Encontramos una divertida y
liviana comedia romántica, con relativamente marcados tintes eróticos, los
cuerpos de las mujeres tan expuestos como la playa lo exige, Amanda Langlet mostrando
su tersa y juvenil piel en reiterados momentos, Arielle Dombasle, la carnalidad
irresistible, desde luego aportando lo suyo. Tenemos pues en esta propuesta una
nueva entrega de los conocidos “comedias y proverbios” de Rohmer, antes de sus
memorables cuentos de las estaciones -donde buena parte del estilo audiovisual
del director terminaría de explotar-, el director se encuentra aún definiendo
completamente su estilo, probablemente aún buscando sus principales aristas,
sus sellos audiovisuales, todavía sin desprenderse de la inercia de sus abundantes ejercicios
documentales, buscando sus preocupaciones o temas principales, aún buscando su
estética final. Continúa en buena medida el director con sus principios
estéticos, composición y colores e iluminación, pero el por entonces más
experimentado como documentalista artista aún no alcanzaba su cúspide en este
filme donde lo plasmado descansa en exceso sobre las palabras. En ese sentido,
tal vez condicionado por la naturaleza de su filme, Rohmer cae en algo que
considero va en detrimento de la película, y esto es, reposar su narración de
manera excesiva en diálogos, un filme muy dialogado, esto, otra vez, tal vez
condicionado por la naturaleza del tema, amoríos juveniles, situaciones en las
cuales lo más importante del mundo es lo que uno u otro individuo diga respecto
a un asunto. Viendo trabajos posteriores del francés, se puede sentir que pudo
abordar este mismo tema, esta preocupación, de otra manera, con otro enfoque,
tal vez dando más de peso a la imagen, a la estética visual, en vez de que los
diálogos, las palabras, tengan tanta injerencia, opacando el otro aspecto. Eso
sí, hay novedades en el estilo de Rohmer, en su manera de narrar, y es que el
filme se estructura sobre las perspectivas de más de un personaje, de casi
todos los involucrados en realidad, todos tienen su cuota de participación, ya
no vemos todo presentado o enmarcado bajo la lupa de un solo individuo -como en
sus filmes previos-, sino de varios. Está Henri, maduro y despreocupado,
cansado de ser amado, solo busca vivir el momento, sin preocuparse del mañana; Pierre,
rechazado, obsesionado con Marion, mientras más la busca, mayor será su
rechazo; el joven Sylvain, tan inexperimentado como Pauline, descubriendo amor
y sexo; todos tienen su particular enfoque. Esta manera de articular su narración,
este multi perspectivismo, genera a su vez que el público no parcialice, que no
se identifique con un solo universo, un solo personaje, pues cada uno expone su
punto, su particular concepción del amor considerando sus respectivos momentos
existenciales, sin duda un tema que a Rohmer entonces mucho le interesó. El
diálogo final ilustra un poco más sobre el filme completo, como la playa misma,
surrealista, idílica, etérea, Marion, la mayor, prefiere negar, o afirmarse a
sí misma algunos hechos que ella prefiere pensar como no verídicos, que no sucedieron,
prefiere una negación a la realidad. Premiada cinta, no su mejor película, pero
sin duda un ejercicio siempre apreciable de este notable director francés.
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