sábado, 7 de abril de 2018

Pauline en la playa (1983) - Éric Rohmer


El versátil y prolífico Rohmer, una de las voces privilegiadas del último gran movimiento cinematográfico que ha tenido Francia, la Nueva Ola, la nouvelle vague, entrega esta cinta con aciertos en su propuesta, así como premios en su momento de estreno, pero que definitivamente no viene a encuadrarse entre lo mejor que este gran cineasta llegó a producir. Luego de su dilatada experiencia como productor de cortos para televisión, así como de documentales de ilustres artistas, tanto franceses como de todo el mundo, había ya realizado el director algunos trabajos en modo de largometraje, en los que había dejado plasmada ya su impronta como director. Para este filme, abordando algunas novedades en su estilo, pero sin alcanzar la maestría de otras, nos presenta una historia escrita por él mismo, la historia de Pauline, atractiva quinceañera, descubriendo la sexualidad, va con su prima, mayor que ella, a una casa de playa, en donde irán intercambiando pareceres sobre el sexo, y en donde a su vez van desfilando personajes masculinos, un joven y antiguo pretendiente de la prima, un maduro etnólogo que desea vivir y gozar el presente, y finalmente un niño, otro adolescente con quien Pauline tendrá un romance. La cinta será el viaje de exploración y descubrimiento de los personajes, principalmente los femeninos, en sus diferentes aventuras sexuales playeras.

                     

Dos mujeres llegan a una casa de playa, son la adolescente Pauline (Amanda Langlet) y su prima Marion (Arielle Dombasle), ambas vivirán ahí solas el verano; Marion pregunta a su prima sobre sus vivencias amorosas. En la playa, se encuentran con Pierre (Pascal Greggory), profesor de windsurf y antes pretendiente de Marion; conocen también al maduro etnólogo Henri (Féodor Atkine). Los cuatro van pasando tiempo juntos en casa de Henri, intercambian historias y pareceres, de lo que es el amor, van a bailar, y Pierre declara aún amar a Marion, recibiendo rechazo de ella, que en cambio es fácilmente seducida por el etnólogo. Pierre se muestra celoso, mientras Pauline conoce a Sylvain (Simon de La Brosse), joven de su edad con quien tienen un idilio; está también Louisette (Rosette), vendedora de golosinas, ella y Henri tiene una aventura, pero se las arregla para que Marion piense que es Sylvain el que la corteja. Pierre no controla sus celos, encara a ambas primas, vio a Louisette, pero ignora con quién tiene amoríos; Pauline, creyendo que fue Sylvain el involucrado, sufre, mientras que tanto el profesor de windsurf como Marion ignoran a ciencia cierta qué sucedió, especulan. Se intenta aclarar todo, limpiar la imagen del adolescente, Henri intenta seducir a Pauline, no teniendo éxito. Él se marcha al día siguiente, al igual que las jóvenes primas.






Como se ha dicho, Rohmer es en efecto un director versátil, multifacético, una cara distintiva dentro  de la nueva ola, carente probablemente de todo el relumbrón e impacto mediático de sus camaradas, ya sea Godard, Truffaut, Resnais, o Chabrol, pero esa versatilidad justamente lo llevó a dedicar buena parte de sus primeros años a la televisión, a documentales y cortometrajes televisivos. Para el momento de realización de este filme, había ya rodado algunos largometrajes, incrustados en medio de la producción ya mencionada, que poblaba la gran mayoría de su filmografía. La primera secuencia de la cinta nos va diagramando ya lo que en buena medida será todo el filme, las féminas protagonistas conversando sobre amor, enamoramiento, dos mujeres relativamente lejanas en tiempo, no muy distantes en edad, pero muy cercanas en cuanto a su actitud y su manera de descubrir, por un lado, y experimentar, por el otro, la sexualidad. Con la natural preeminencia a Pauline, el filme será un viaje, un recorrido por los particulares caminos de las chicas, el punto de partida en el caso de la quinceañera, la continuación de un viaje ya iniciado en el caso de Marion, pero en ambas situaciones, es su acercamiento hacia los hombres. Así pues, es este filme un recorrido por los paralelos devaneos sentimentales de ambas jovencitas, sus romances, una, ya experimentada, divorciada, muy atractiva, casi irresistible, que despierta atracción en muchos hombres; la otra, una niña que está ya despertando a la sexualidad, dando sus primeros pasos. Esta parece ser una preocupación, un tópico tal vez algo tardío en la vida del director, al que algunos califican como un director que siempre fue, o siempre quiso ser un adolescente; cierto esto o no, analizando su obra en conjunto notaremos que más que tardía, es uno de sus tópicos de siempre. Celos, burlas, mentiras, verdades a medias, juveniles e intrascendentes amoríos, un tema que sin ser incorrecto, se advierte que el director, ya más maduro, será capaz de generar trabajos acordes a esa mayor madurez, trabajos de mayor relevancia, esto por supuesto sin dejar de ser una personal impresión. Nos encontramos así supeditados a las fruslerías de los jóvenes, supeditados a lo que uno u otro dijo, a si es cierto o mentira, algo que para la edad de Pauline, simplemente es todo su mundo, pues dentro del entramado algo abstruso de vivencias, es la quinceañera naturalmente sobre quien recae el mayor peso del filme.






La inmediata secuencia de las jóvenes mujeres en playa es un clásico en Rohmer, siendo casi imposible no sentir cierto eco a lo apreciado en la posterior y excelente El rayo verde (1986), un filme donde se advierte que el cineasta, con otro sentir artístico, explora ya otros temas, manteniendo sus líneas estéticas. De esa manera, sí es coherente el director con ciertas aristas de su lenguaje cinematográfico, pues son reconocibles los encuadres del francés, armónicos y simétricos fotogramas en esa secuencia, la composición de esos fotogramas que se caracterizan por tener un punto de fuga centralizado. En colaboración con su director de fotografía, Néstor Almendros, genera Rohmer instantes de belleza visual, en ciertos encuadres e imágenes que lamentablemente no abundan en la cinta, pero ya las va generando, una muestra de la sensibilidad que luego veríamos ya en todo su esplendor en posteriores entregas del realizador. Esa belleza, esa combinación cromática, nace  de la presencia, intermitente, de flores, grandes bloques de flores que se adueñan de buena parte de los encuadres, se adueñan de buena parte de las composiciones de ciertas secuencias; como buen francés que es el realizador al fin y al cabo, y cual impresionista, Rohmer puebla de belleza plástica sus imágenes, de coloridas flores, de luz. Notamos asimismo unas bien iluminadas secuencias en exteriores, acordes a la temática del filme, el despertar de Pauline, las ganas de vivir y conocer, sexualmente, tanto de ella como de Marion, pues el tema es en líneas generales juvenil, como esa soleada playa, que se combina perfectamente con la libertad de la juventud, de unas vacaciones, de no importar nada más, de olvidarse del resto del mundo, pues esa playa, esa pureza, esa luminosa libertad, es todo el universo para las jóvenes, especialmente, claro, para Pauline. Siguiendo en la línea técnica, en la factura técnica de la cinta, la cámara se comporta correctamente para hacer seguimiento de sus personajes, capturar sus reacciones, ponernos en perspectiva de uno u otro con sutileza; es de lo mejor del filme ese manejo de cámara. Hay aciertos técnicos, desde luego, es correcta su puesta en escena, correcta y nada más, pues se siente como si el filme se ahogara finalmente en los coqueteos y aventuras amorosas juveniles, como si no se rompiera la linealidad del filme, ausencia de mayores imágenes, exceso de palabras, una característica ciertamente no atípica dentro del lenguaje audiovisual del cineasta a lo largo de su filmografía.






Encontramos una divertida y liviana comedia romántica, con relativamente marcados tintes eróticos, los cuerpos de las mujeres tan expuestos como la playa lo exige, Amanda Langlet mostrando su tersa y juvenil piel en reiterados momentos, Arielle Dombasle, la carnalidad irresistible, desde luego aportando lo suyo. Tenemos pues en esta propuesta una nueva entrega de los conocidos “comedias y proverbios” de Rohmer, antes de sus memorables cuentos de las estaciones -donde buena parte del estilo audiovisual del director terminaría de explotar-, el director se encuentra aún definiendo completamente su estilo, probablemente aún buscando sus principales aristas, sus sellos audiovisuales, todavía sin desprenderse de  la inercia de sus abundantes ejercicios documentales, buscando sus preocupaciones o temas principales, aún buscando su estética final. Continúa en buena medida el director con sus principios estéticos, composición y colores e iluminación, pero el por entonces más experimentado como documentalista artista aún no alcanzaba su cúspide en este filme donde lo plasmado descansa en exceso sobre las palabras. En ese sentido, tal vez condicionado por la naturaleza de su filme, Rohmer cae en algo que considero va en detrimento de la película, y esto es, reposar su narración de manera excesiva en diálogos, un filme muy dialogado, esto, otra vez, tal vez condicionado por la naturaleza del tema, amoríos juveniles, situaciones en las cuales lo más importante del mundo es lo que uno u otro individuo diga respecto a un asunto. Viendo trabajos posteriores del francés, se puede sentir que pudo abordar este mismo tema, esta preocupación, de otra manera, con otro enfoque, tal vez dando más de peso a la imagen, a la estética visual, en vez de que los diálogos, las palabras, tengan tanta injerencia, opacando el otro aspecto. Eso sí, hay novedades en el estilo de Rohmer, en su manera de narrar, y es que el filme se estructura sobre las perspectivas de más de un personaje, de casi todos los involucrados en realidad, todos tienen su cuota de participación, ya no vemos todo presentado o enmarcado bajo la lupa de un solo individuo -como en sus filmes previos-, sino de varios. Está Henri, maduro y despreocupado, cansado de ser amado, solo busca vivir el momento, sin preocuparse del mañana; Pierre, rechazado, obsesionado con Marion, mientras más la busca, mayor será su rechazo; el joven Sylvain, tan inexperimentado como Pauline, descubriendo amor y sexo; todos tienen su particular enfoque. Esta manera de articular su narración, este multi perspectivismo, genera a su vez que el público no parcialice, que no se identifique con un solo universo, un solo personaje, pues cada uno expone su punto, su particular concepción del amor considerando sus respectivos momentos existenciales, sin duda un tema que a Rohmer entonces mucho le interesó. El diálogo final ilustra un poco más sobre el filme completo, como la playa misma, surrealista, idílica, etérea, Marion, la mayor, prefiere negar, o afirmarse a sí misma algunos hechos que ella prefiere pensar como no verídicos, que no sucedieron, prefiere una negación a la realidad. Premiada cinta, no su mejor película, pero sin duda un ejercicio siempre apreciable de este notable director francés.








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