viernes, 13 de abril de 2018

Las Diabólicas (1955) - Henri-Georges Clouzot

Uno de los filmes mayores del notable francés Clouzot, famoso cineasta que llegó, al menos por un momento, a competir con el titán Alfed Hitchcock como maestro del suspenso; es una historia cuyo origen literario incluso supo arrebatarle a Hitch por escaso margen. Adapta el cineasta a la pantalla grande una de las exitosas novelas del dúo de escritores franceses Pierre Boileau y Thomas Narcejac, singular adaptación de las oscuras vivencias de un individuo, dueño de un colegio y esposo de la directora del lugar, pero que a la vez tiene como amante a una de las profesaras del mismo; el despótico individuo afrenta constantemente a las féminas, llegando al extremo ellas de pergeñar la muerte del sujeto, siendo el filme también el relato de las tribulaciones psicológicas de las mujeres, pues a su vez eventos de diversa naturaleza se sucederán. El filme tiene abundante background, como el hecho de incluir a la esposa del realizador, la actriz de origen brasileño Véra Clouzot, y la fogosa estrella Simone Signoret, teniendo cierta polémica la relación de ambas actrices en el rodaje, además de ciertas diferencias, naturales por cierto, entre la versión literaria y la cinematográfica de esta umbrosa historia. Considerada la cumbre del realizador francés, es esta sin duda una buena muestra de porqué se le considera uno de los grandes del cine de suspenso, gran película.

           


En un colegio de primaria, vemos a Michel Delassalle (Paul Meurisse), propietario del centro educativo, en el que la directora es Christina Delassalle (Véra Clouzot), su esposa. En la institución también está Nicole Horner (Signoret), maestra, y amante de Michel, triángulo amoroso que todos conocen, además de los constantes maltratos y ludibrios a que el hombre expone a ambas mujeres. Amante y esposa pronto conspiran, desean liquidar al hombre, acabar con su martirio, se van a un ambiente apartado a terminar de ultimar detalles del asesinato, Christina dice a su marido desear el divorcio, duda en su accionar, pero Nicole termina de soliviantarla. Cuando Michel va al cuarto donde está alojada, es engañado por su mujer, y bebe un líquido sedante, pierde el conocimiento; aparece pronto Nicole, acto seguido, lleva a Michel a la bañera, donde lo ahoga. Ellas meten el cadáver en una gran canasta y lo transportan secretamente al colegio, lo depositan en la cenagosa piscina de la institución. Pasa la noche, al día siguiente el remordimiento va haciendo mella en la directora, Nicole procura tranquilizarla, los niños juegan alrededor de la piscina, y para sorpresa de todos, en el fondo de la piscina no se encuentra nada. El miedo crece, no encuentran el cuerpo, el comisario Alfred Fichet (Charles Vanel) lidera una investigación que arroja resultados más que sorprendentes.









Como se dijo anteriormente, en este filme, da pruebas Clouzot de porqué es considerado uno de los maestros del suspense, desde luego, no comparable al versátil dómine mayor del tema, el británico Hitch, pero sí que es notable el modo en que teje su suspenso el francés, en diversas secuencias da fe de su pericia. Tenemos por ejemplo la secuencia en que Christina está a punto de darle el sedante a su marido, plaga de tensión el director esos instantes, ella dubita, pero unos cuantos golpes terminarán por convencerla de su nefanda empresa. Otros detalles donde la tensión alcanza altas cotas, ellas transportando el cadáver en la canasta, estando la tapa a punto de caerse y arruinar su proterva empresa, o los instantes posteriores al asesinato, cuando a la mañana siguiente, las llaves de la maestra caen el agua de la piscina. Son instantes donde la tensión se decuplica, siempre con sonidos diegéticos como acompañamiento sonoro exclusivo. La tensión se irá alimentando de incertidumbre, que lo abarcará todo, será raíz de la creciente demencia, dónde se encuentra el cadáver, la fatal intriga que sume en locura tanto al espectador como a las perpetradoras del bizarro crimen. Tras rodar su también egregia El salario del miedo (1953), manifiesta Clouzot ya saber cómo engendrar el suspenso, pero además cómo mantenerlo, cómo incrementarlo en momentos clímax, ese suspenso que crece en el espectador en la misma proporción que en las féminas, pues ya no es el asesinato, como se pensaría a priori, lo que ocasiona el terror; es lo que prosigue, la incertidumbre de no saber qué ha ocurrido, dónde está el cadáver en una situación inverosímil, con inquietantes y perturbadores tintes paranormales. Un recurso invaluable para la generación de esa filosa tensión, son los sonidos diegéticos, único acompañamiento auditivo por momentos, sonidos ingeniosamente insertados, el agua que corre de un grifo, solo eso rompe los tensos instantes en que ella está a punto de hacer su parte, de dopar al déspota individuo, su esposo. El goteo de ese mismo caño, también es lo único que rompe el filudo silencio, reforzando la opresión, la tensión de esos instantes previos al crimen, que tensan la atormentada psicología de las criminales. También sonidos de campana, tintineos, sonidos inconexos con la acción y que colaboran asimismo a que se concrete ese ambiente crecientemente tenso, y claro, los sonidos de la máquina de escribir al final, incluso hay planos de Christina sudorosa, elevando más el nerviosismo.









El filme tiene éxito desde la puesta en escena, con esa efectiva creación de una atmósfera reseca, un ambiente opresivo, que se origina, y a la vez se refuerza con ese soberbio trabajo de fotografía, obra y gracia de Armand Thirard, apoyado en la sobria composición, austera pero compacta, de sus imágenes, austeridad que se combina perfectamente con el blanco y negro para generar ese sentimiento de hermetismo, de claustro y tensión. Se plasman poderosos contrastes, potentes claroscuros, inesperados claroscuros, algunos naturales, otros artificiales, generados, en un juego de luces y sombras que aparte de mórbida belleza, potencia el aislamiento del sórdido colegio. Las sombras invaden en muchos momentos buena parte de la pantalla, derrámanse en diversas formas, volviéndose personajes por momentos, gran acierto y maestría en ese recurso, elevando el valor visual del filme por partida doble, acercándolo al cine negro, el film noir norteamericano, a la vez que tibiamente al expresionismo alemán y toda la lóbrega potencia de esta corriente fílmica germana. La construcción de la lúgubre atmósfera del filme llega hasta el extremo de que esas sombras se manifiestan hasta partiendo de elementos menores, relojes, jarrones, proyectan su umbría sobre los claustros, y en esa memorable secuencia final, las sombras son, literalmente y más que nunca, un personaje más. Adicionalmente tenemos el agua, y la podredumbre que se genera de ella, el agua de la bañera, el agua que va descomponiendo el cadáver de Michel, el agua de la piscina donde depositan el cuerpo, el agua empozada de algunas secuencias, como cuando recién llega un vehículo a la escuela al comienzo del filme, un elemento omnipresente en el filme y que está forma parte de esa húmeda demencia que se va apoderando de las mujeres. Mórbidamente tenemos en más de una ocasión imágenes del cadáver, imágenes del yerto individuo, la muerte presente de manera sórdida, y de un modo que entonces debió ser mucho más chocante. Por contraparte, y siempre dentro de la fotografía de la cinta, hay un buen tratado de iluminación de los personajes, en la secuencia del infante que asevera haber visto paranormalmente al desaparecido director, el infante es mostrado con notoria y excesiva iluminación, mientras lo demás es plasmado con iluminación regular. En medio de toda esa oscuridad, no parece haber salida lógica al misterio del paradero del cuerpo, hay imágenes y circunstancias que validan una inquietante posibilidad sobrenatural -incluso tenemos una rendija final, el estudiante que nuevamente ha tenido una visión-, y la creciente locura va quebrando a las mujeres, hasta encontrar final clímax.













Se aprecia ciertamente un filme que tiene todos los condimentos para ser un filme hitchcockiano, cuenta la leyenda que Clouzot, con influencia de su mujer, se adelantó por cuestión de horas al maestro inglés para obtener los derechos sobre esta novela. Tenemos así los detalles de un asesinato que ocurre y sobre el que se van a tejer todas las intrigas y especulaciones, también la consiguiente investigación, el trabajo policiaco que irá estrechando las posibilidades, y claro, lo más importante, el estilo para generar le suspenso, en el que el espectador descubre a la par con los protagonistas los ominosos detalles del asesinato, no sorprende en efecto que el buen Hitch haya fijado poderosamente su atención e intención en adaptar la obra de la célebre pareja francesa Boileau-Narcejac, y al no tener éxito en este caso, Hitchcock lo compensó con Vertigo (1958), otra exitosa obra del binomio. Naturalmente que hay diferencias entre texto literario y filme, por ejemplo, en resultados del crimen, tienen éxito en el libro, fracasan en el filme, además del lésbico vínculo que ellas tienen en el libro, algo disimulado en la película, pero no ausente. Así, hay severa ambigüedad entre las féminas, aisladas en un cuarto juntas, urdiendo su plan, una cercanía entre las protagonistas que deja espacio a suspicacia, no del todo abordada, algo que en parte muy probablemente fue eludido por la censura cinematográfica de entonces. Ellas tienen caracteres opuestos, la férvida y determinada Nicole, contrapuesta a la frágil e indecisa Christina, incluso las iluminaciones de ambas difieren, oscura la primera, iluminada la segunda, algo que, aseveran algunos fue para distinguir aún más las naturalezas de ambas mujeres, otros sostienen -como el protagonista Paul Meurisse- que fue para enaltecer la figura de su mujer el director, opacada sobremanera por la candente y fogosa Simone Signoret. Lo opuesto de los caracteres femeninos incluso se refuerza con las interpretaciones de ellas, las miradas, los férvidos ojos de la Signoret, siempre contrastados con la debilidad de la Clouzot, las tesituras en sus registros actorales refuerzan esa oposición. La secuencia final es ejemplar, siete minutos de una secuencia que es perfecto epítome de lo observado, el poderío de la sombra se maximiza, se alcanza el paroxismo en la umbría, más sombrío que nunca ese pasadizo, el blanco y negro que cede a la lobreguez, la cámara que se mueve con precisión, escuetamente recorre con escaso movimiento el ambiente para mostramos lo suficiente y no distraer la atención en lo mínimo de lo que importa, el desenlace. El filme, es cierto, depende mucho de su final, algo bueno y malo, como también célebres filmes lo han hecho, la propia VertigoTestigo de cargo (1957), y respetando deseos del realizador, no se han divulgado detalles reveladores en este artículo. El primer visionado es infinitamente más potente que los posteriores, naturalmente, pero se mantiene el suspenso de un filme en el que los tormentos psicológicos son los mayores, el suspenso, la tensión psicológica que crece a pasos agigantados entre las mujeres, las suspicacias, el recelo, las acusaciones, las conminaciones. En un intento por potenciar las actuaciones de sus actrices, se dice que Clouzot hizo comer pescado genuinamente podrido a su mujer en una secuencia, y que hizo cargar peso verídico a las mujeres, y se completa una mórbida ironía, Vera moriría de un ataque al corazón, como su personaje. Con muchos alicientes, el filme está entro lo más alto de la producción de Clouzot, el director despreciado por la nueva ola, pero que demostró tener en muchos aspectos un estilo más moderno que esos detractores.













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