Un trabajo célebre,
tristemente célebre filme, con una gran cantidad de detalles e historias, muertes
inclusive, verdades mezcladas con mito, que conforman una variada parafernalia
de uno de los filmes conocidos como malditos, y que tristemente se ha perdido
en el tiempo. El gran Lon Chaney estelariza este trabajo, la considerada
primera gran estrella del cine de terror, en una de las primeras versiones
fílmicas con vampiros como protagonistas, cinta dirigida por el prolífico y
apreciable director Tod Browning, que a su vez también participa en la elaboración
del guión, basándose en su propia historia, “El hipnotista”, con la
colaboración de Waldemar Young y Joseph Farnham. El filme nos relata la sombría
historia de un hombre acaudalado, millonario individuo que un día es encontrado
muerto e su lujosa mansión, junto a una supuesta nota de suicidio; sin llegarse
a resolver el caso, un individuo, años después, intenta resolver el asesinato,
mientras en la abandonada y oscura residencia, seres tenebrosos deambulan,
naciendo la posibilidad de que sean vampiros. El filme, tras poco de ser
estrenado, se destruyó en un incendio, y paulatinamente las restantes copias
que habían por el mundo sufrieron símil destino, y es pertinente indicar que
este artículo se basa no en la cinta, obviamente, sino en una reconstrucción,
una aproximación a lo que la película alguna vez fue.
En una noche
solitaria y silenciosa, el millonario Roger Balfour es hallado muerto, dejando
huérfana su hija Lucille Balfour (Marceline Day). El Profesor Edward C. Burke (Chaney) investiga un poco el caso, hace interrogatorios, primero a Sir.James Hamlin
(Henry B. Walthall), vecino del finado, así como a Williams (Percy Williams),
el mayordomo. Se interroga también a Arthur Hibbs (Conrad Nagel), sobrino de Hamlin,
pero no se llega a una solución, el caso queda archivado como suicidio. Cinco
años después, en la abandonada mansión, dos transeúntes ven, horrorizados, luces
y oscuros personajes moverse, los catalogan de gente muerta, los consideran vampiros.
La mansión ahora es alquilada, en el contrato de alquiler figura la firma del
finado Balfour. Hamlin llama nuevamente a Burke, van al cementerio, y descubren
que la tumba está vacía. Se interroga a la nueva criada, que asegura haber
visto un vampiro atormentarla, y luego irse volando. Lucille y Hibbs se atraen,
mientras en la mansión, los oscuros seres siguen reuniéndose en las noches,
pero al parecer no son vampiros. Burke hipnotiza a Hibbs, siguen investigando,
se teme por Lucille, desaparecida, luego Hamlin es también hipnotizado, y
durante su hipnosis, reconstruye y confiesa ser el asesino, pues Balfour lo
beneficiaría con su testamento, además, él desea a Lucille. El misterio se
resolvió.
Nos encontramos
frente a un muy famoso filme perdido, considerado uno de los santos griales del
mundo cinematográfico, una obra más del glorioso, añejo y extinto cine mudo que
se ve extraviada, una época en la que
las obras maestras ciertamente no eran muy escasas, pero en la que igualmente,
no fueron muy escasas las tristemente egregias historias de obras maestras, por
un motivo u otro, perdidas, que privan al mundo del deleite audiovisual. Dicho
esto, advertimos que el artículo presente se basa en una reconstrucción del
perdido largometraje, reconstrucción obra de Rick Schmidlin, hecha a base de
fotogramas, fotografías, inmóviles imágenes, que nos acercan a lo tristemente inaccesible,
la obra fílmica. Lo dicho, no es un filme en lo que se basa este escrito, sino
sobre las imágenes, que la cámara recorre lentamente, paseando la atención
sobre los detalles de las mismas, reiteradamente estudiando los rostros de los
protagonistas, simulando unos forzados primeros planos, tratando de captar los
gestos y mohines de los actores; dicho de otro modo, simulando acción,
intentando acercarse al lenguaje cinematográfico, pero naturalmente, no pasa de
ser eso, un intento. En una situación así, singular labor es reseñar, como el
peculiar trabajo en que se basa la reseña, no es un filme, dista mucho de
serlo, es un intento de recreación, que reposa en hieráticas imágenes, carentes
de movimiento, carentes de vida, que casi solo hacen que lamentemos más todavía
la pérdida del tesoro cinemático.
Y es que, tan
lógica como naturalmente, al basarse en estáticas imágenes, en la presente obra
se pierde toda la fuerza interpretativa de Chaney, permaneciendo únicamente la
icónica imagen creada por el hombre de los mil rostros, con la filuda dentadura
-la leyenda decía que eran verídicas esas piezas dentales, mito desde luego-,
el sombrero y el traje oscuros, permanece esa memorable apariencia, si bien es
obvio que toda la fuerza fílmica del personaje está tan perdida como la
película misma. Al no ser una película propiamente, sino una aproximación a
ella, el presente artículo lo será también, una aproximación a lo que alguna
vez fue la cinta, pues en este bienintencionado pero estéril intento de
recrearla, toda virtud cinematográfica se ha evanescido. De ese modo lo que el autor de este trabajo
intenta es acercarnos a esas perdidas virtudes, pero la lejanía es insalvable,
la carencia de movimientos destroza a algo que no puede ser ya considerado un
filme, solo queda limitarse a observar las fotografías, pero claro, dependiendo
del cristal con que se mire la circunstancias actual, esto ya puede ser mucho
más que no tener nada en absoluto. Así, por ejemplo, estamos abordando un filme
que comparte destino con Avaricia (1924),
de Erich von Stroheim, en su versión original, y sus más de nueve horas de
metraje, también con El águila de la
montaña (1926), del maestro Hitchcock, entre otros trabajos lamentablemente
desaparecidos, siendo cada caso distinto desde luego, la pérdida es parcial o
total, siendo total en la cinta que nos ocupa.
Lo que se
plasmó en un momento, de cualquier modo, es una historia oscura, de misterio,
de intriga e incertidumbre, de hipnotismos y temas paranormales, umbrosos, y
claro, terror. Es el segundo filme sobre vampiros, tras la mítica Nosferatu (1922), en el que los
protagonistas son vampiros, y en el que los demás personajes de la historia
asisten aterrorizados a las atrocidades de estas criaturas. El maquillaje es característico
de esta corriente temática en el cine, sentando las bases de lo que serían las
directrices visuales de este tipo de cine, se empezaba a dar nacimiento al cine
de vampiros, una tradición que luego será ampliamente continuada, hasta
nuestros días, pero que en aquellos años, inicios de los 20, y con la llegada
del sonido como inminente novedad al mundo del cine, apenas comenzaba, siendo
luego otros grandes titanes quienes seguirán la corriente, como por ejemplo el
descomunal Carl Theodor Dreyer y su Vampyr
(1932). Con todo lo sucedido, es un film que se considera maldito, en el
que se involucran bizarras muertes, Chaney feneció pocos años después del
estreno, víctima de cáncer de pulmón, algún otro fallecimiento del equipo
realizador del filme se dio, además de las desafortunadas incidencias de
reiterados incendios, causado en parte por el material altamente inflamable con
que se trabajada en los inicios del cine. Además de enajenadas historias en las
que se aseguraba que los oscuros seres en el filme, encarnando a vampiros, eran
realmente seres vampíricos; una vasta parafernalia que incremente la fama y
reputación maldita del filme. Entre los malamente egregios eventos, malas
reacciones de algunos espectadores, suicidios y asesinatos, llevaron incluso a
que la cinta esté prohibida por órdenes de un juez en Estados Unidos. De
cualquier forma, habiendo trabajado con Griffith, Tod Browning es un cineasta
que estaba ya curtido, prolífico cineasta que tuvo otras colaboraciones con
Chaney, de los mejores trabajos de ambos, se hizo circular el rumor de que un
coleccionista privado tenía una copia en su poder, y por qué no soñar con que
algún día aparezca el tesoro fílmico, si salió a la luz la nueva y mejorada
versión de Metrópolis (1927), soñar
no cuesta nada.
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