jueves, 19 de abril de 2018

La vida privada de Enrique VIII (1933) - Alexander Korda

Para inicios de los años treinta, en territorio inglés, los directores húngaros encontraron refugio en esas tierras, tal es el caso de Sándor Laszlo Kellner, conocido como Alexander Korda, al igual que su hermano, Zóltan, ambos fundamentales para que el revolucionario sonido se asiente en la industria cinematográfica británica. Siendo la mencionada década asimismo probablemente la mejor en cuanto a reconocimiento a su producción fílmica, es el presente filme el que inició esos gloriosos quinquenios, y la primera de sus dos colaboraciones con el mítico actor inglés, Charles Laughton, que a su vez sería oscarizado por esta memorable interpretación. Adapta el cineasta la vida del conspicuo monarca proveniente de la dinastía de los Tudor, y se ocupará de plasmar su dilatada y variada experiencia en el plano amatorio, explorando cinco de sus seis uniones maritales, resaltando entre ellas Ana Bolena, Ana de Cleves, Katherine Howard, todas las uniones teniendo disímiles resultados, y terminando siempre todas con el rey cada vez solo, con el reino completo siendo testigo de la vida marital de su rey, siempre presionando para que haya un nuevo matrimonio y se engendre un heredero. Filme referencial para el cine británico, primero en ser nominado a Mejor Película en los entonces valiosos Premios de la Academia, de los más notables trabajos hechos tanto por el actor y el director.

                 


Somos informados que Enrique VIII tuvo seis esposas, Catherine de Aragon fue la primera, Ana Bolena le sucedió. Vemos a las sirvientas cuchicheando sobre el rey, verdugos se alistan a ejecutar a Bolena (Merle Oberon), la ultiman, y Enrique (Laughton) se casa entonces con Jane Seymour (Wendy Barrie). Con ella todo marcha bien, incluso conciben un varón, heredero al trono, pero ella muere en el parto, y el vástago no tarda mucho en llevar igual suerte. Es entonces que Enrique se fija en Katherine Howard (Binnie Barnes), pero es con Ana de Cleves (Elsa Lanchester) con quien contrae matrimonio por cuarta vez, mientras juegos de seducción realiza el monarca pensando que es discreto, pero con toda la corte, e incluso el pueblo sabiendo lo que sucede. Termina, pese a tener cierta química, de cualquier forma rompiendo su unión con Ana de Cleves, se casa son Katherine, su quinta esposa, y siente que su cuerpo ya empieza a envejecer. Paralelamente, su esposa tiene amoríos con Thomas Culpeper (Robert Donat), una infidelidad de la que toda la corte es consciente, incluso el pueblo. La situación furtiva hostiga a Culpeper, Enrique es enterado de lo que sucede y de inmediato ejecuta a los traidores. Por influencia de Ana de Cleves, y presión del pueblo, un envejecido Enrique accede a su sexto casamiento, pero finalmente nos dirige un curioso epigrama.





Años cruciales eran para el cine británico y para el cine mundial, el sonido había llegado, había llegado para quedarse, en Estados Unidos comenzaba ya la producción en masa de filmes sonoros, con algunas contadas excepciones, algunos añejos cineastas que se negaban a dar por finalizado una época sagrada, el cine silente. En ese contexto, no pocos fueron los cineastas extranjeros que encontrarían en Inglaterra el refugio deseado a diversas circunstancias de las que escapaban, y Alexander Korda, austro-húngaro nacionalizado británico, junto a su hermano Zóltan, pusieron su colaboración para que, con filmes historicistas, como el presente, la revolución sonora terminara de instalarse en las islas. En el presente largometraje, veremos un repaso por las variadas aventuras amorosas del egregio Enrique VIII, algunas veleidades, otras más significativas, una versión de su vida que dará preponderancia a esos avatares amatorios, dejando muy relegado un eventual seguimiento a las evoluciones políticas, que no son del todo abordadas -salvo alguna mención a negociaciones con Francia, siendo Flandes ofrecida a Enrique-, pues las aventuras amorosas son todo en el filme. En esta recreación de la vida amorosa del conspicuo Tudor, unas viñetas informativas iniciales nos darán alcances pertinentes de la historia, mientras la música, no abundante en la película pero presente en el inicio, nos da ya una idea de la tónica juguetona y liviana que apreciaremos en la cinta. Viene luego el mordaz diálogo de los verdugos, humor negro mientras los ejecutores debaten sobre las mejores cualidades para llevar a cabo una ejecución, matar a una mujer, no a cualquier mujer, sino a una dama distinguida, una reina, Ana Bolena. Como esas, hay muchas otras secuencias de contenido humorístico, con lo que se asienta una presencia de humor, pues agudas y algo corrosivas bromas se dispersan por el filme, salpicando de hilaridad el metraje.






La estrella rutilante, Laughton, proporciona una condecorada encarnación del rey, irascible, jocundo, un aire bonachón que impregna todo el filme mismo, con su cambiante humor, que va variando según la esposa de turno que le acompañe, sus seis distintas aventuras maritales. El ganador del Oscar Laughton construye así su personaje, un rey bonachón, orondo, enérgico y gracioso en su regio accionar, con tintes casi infantiles, el pingüe y regio Tudor caprichoso, libidinoso, pero también presa de las presiones de su pueblo; es una representación que sin embargo omite y deja casi en el olvido la característica de la personalidad del real personaje, el amor por las artes de Enrique VIII, por la literatura -incluso era escritor-, naturalmente que la célebre pintura de Hans Holbein el Joven fue referencia para la construcción de la personalidad del personaje cinematográfico. Dado el enfoque hacia el aspecto humano que tiene el filme, se ha dejado relegado el aspecto de historia fidedigna, como se señaló líneas arriba, además por ejemplo se omite el detalle del bizarro final del príncipe, no se menciona más al hijo engendrado con Jane Seymour, una irónica omisión histórica, siendo este un filme de tendencia historicista. Se enfoca la cinta, naturalmente y como ya indica su título, en la vida amorosa del rey, con todo el reino conociendo de primera mano las infidelidades reales, tanto las que protagoniza Enrique, como de las que es víctima, un juego libidinoso en el que la corte del rey también tendrá papel activo. Su vida marital es pues un tema nacional, casi una farándula diaria, siendo el barbero uno de los canales más usuales para que se entere del sentir del pueblo, que añora un heredero varón tanto o más que el propio monarca y su corte. Sin embargo, de nuevo, es Enrique protagonista pero centrándonos en su humanidad, en su orgullo, en sus humillaciones, los ludibrios a su virilidad, es un enfoque eminentemente humano, el ser humano, el hombre que hay tras la corona, tras el rey.









Es innegablemente un clásico del cine británico, tanto actor como realizador vieron sus reputaciones, y sus carreras, engrandecerse no poco tras este filme: el mayor reconocimiento de la industria, el Oscar, le era concedido por su caracterización a Laughton, y para Korda, era fortalecer su posición como uno de los directores punta de lanza en el proceso de transición del cine mudo al sonoro en Inglaterra; además, está el hecho de haber sido este filme el primer trabajo británico en ser nominado a Mejor Película en la edición anual de los por entonces valiosos premios de la Academia. El sonido estaba apenas llegando al cine, el cine inglés estaba, como la gran mayoría del mundo, asimilando el magno cambio, la gran novedad, estaban siendo años cruciales para la consolidación de la revolución sonora en tierras británicas, y los hermanos Korda ayudaron a una industria a adaptarse al irreversible cambio, y empezar a sacar provecho de la espléndida magnitud del recurso. De esta forma, y como es natural, en este filme el acompañamiento musical es exiguo, era lo lógico, eran los primeros pasos, pero ya comenzaba el uso del sonido de manera profesional. Es un filme con rigor en su rodaje, una película suntuosa técnicamente, en la que encontramos simetría en sus planos, además de una cámara que se desplaza en igualmente rigurosos travellings para recorrer las sobrias composiciones de sus fotogramas. Es algo austera la ambientación y la decoración de la época, relativamente frugal, se puede apreciar una relativa ausencia del boato propio de la realeza, sin embargo es un sobrio ejercicio, una sobria puesta en escena, no fulgura artísticamente, no desborda arte, pero es un muy serio ejercicio cinematográfico en años de los albores del cine sonoro en Inglaterra. El enfoque en cierta clave cómica aliviana el visionado del filme, se mantiene una directriz de documentar incidencias históricas, sin que por esos toques de hilaridad se aterrice completamente en una comedia. En el final se observa un recurso, una licencia narrativa por parte del cineasta, muy acorde y coherente con la tonalidad general del filme, pero para la época con cierta frescura e irreverencia mayores a la actual; Laughton, Enrique, nos habla directamente, habla directo a la cámara, al espectador, dirige un comentario irónico, recurso pues acorde a la facecia de muchos pasajes de la película. Memorable y condecorado filme, referencial dentro del cine inglés, comenzaba ya a asentarse una  nueva era cinematográfica en las islas.













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