Es este filme el tercer de los
cuatro trabajos que componen los famosos cuentos
de las estaciones del francés Rohmer, los cuentos en los que abarca
diversas circunstancias y relaciones entabladas entre seres humanos, en
distintas circunstancias y siempre enmarcados, como es obviedad, en las
estaciones del año. Continúa asimismo el director con los trabajos que se pueden
contar entre los conocidos Comedias y
proverbios, nuevamente el cineasta se involucra en su película, siendo,
aparte del director también responsable de la elaboración de guión, realiza la
labor de guionista, y ciertamente será reconocible ese detalle, como en filmes
anteriores. El director aprovecha la oportunidad para plasmar uno de los temas
de toda su vida, uno de los tópicos que se pueden considerar obsesión en el
cineasta, esto es, devaneos amorosos de jóvenes, muy símilmente a lo que
pudimos ver, por dar un ejemplo, en la premiada Pauline en la playa (1983). Es la historia de un joven, recién
graduado estudiante de matemáticas, que antes de proseguir con sus estudios
toma unas vacaciones de verano en un área de playa, donde va a reunirse con su
novia, pero mientras la espera, conocerá e iniciará romances con otras dos
jóvenes mujeres. Con un tema ya antes abordado por el cineasta, el filme,
francamente, no puede considerarse un mayúsculo aporte al arte cinematográfico.
La acción se inicia con Gaspard (Melvil
Poupaud), adolescente individuo que se dispone a tomar unos días libres,
vacaciones en la playera Localidad de Dinard, llega únicamente con su mochila y
su guitarra. Al pasar unos días, pasea
solitario por la soleada playa, va diariamente a comer a un café, donde la
mesera es la joven Margot (Amanda Langlet), guapa jovencita que luego lo
reconocerá en la playa, no tardando en hablarle y hacerse amigos. Él está de
vacaciones antes de seguir estudios de matemática, ella es una etnóloga,
intercambian historias de sus vidas, pasan tiempo juntos, pero él confiesa que
ha ido a encontrarse con otra chica. Van a una discoteca, Margot le manifiesta
su gusto por él, en vano, si bien consigue sacarle un beso al joven. Conoce
luego Gaspard a Solene (Gwenaëlle Simon), una de las chicas de la discoteca,
con quien prontamente se produce un idilio, pasan tiempo con algunos familiares
de ella en un bote, pero no consuman el romance. Al enterarse Margot del amorío,
celosa, se molesta, no distanciándose de él sin embargo. Un buen día, aparece Lena
(Aurelia Nolin), la chica que Gaspard esperaba, renace su romance, pero a
medias, pues ella da prioridad a otras cosas. Decide emprender un viaje con
Margot, rompe con las otras dos, y se lleva una sorpresa cuando ella viajará, pero
con su novio. Gaspard se marcha solo.
Rohmer nos presenta
la tercera entrega de sus célebres cuentos de las estaciones, un filme que esté
absolutamente impregnado de su sempiterno tema, y de su sempiterna imagen en el
cine del francés, el mar, una playa bien soleada, bien iluminada, más verano
que nunca, será nuevamente el marco donde se desenvolverán los personajes de
turno. Habiendo ya pasado más de dos quinquenios desde que el cineasta rodara
mayormente largometrajes y dejara de lado sus iniciales trabajos, documentales
y cortometrajes televisivos, no queda ya duda que un tópico de toda la
filmografía del francés es este, flirteos juveniles, devaneos y amoríos,
idilios pasajeros, cortejos livianos, paseos a discotecas, y en medio, mucho,
pero mucho diálogo; ciertamente un tema que no parece haber cansado al
director, a diferencia de muchos de los espectadores. Sorprendentemente, los
primeros minutos del filme son silenciosos, es decir hay ausencia de palabras,
todo sucede casi sin que se pronuncie palabra, registrado todo expresamente en
un diario, esto va ayudando más a que pronto se advierta el carácter de Gaspard,
seco, un carácter parco, desabrido, que se va entendiendo, al menos en parte,
en esos sucintos e iniciales minutos; un silencio por cierto que pronto se
romperá, y una vez roto, casi no volverá a reinar durante todo el metraje. No
se vuelve demasiado difícil de predecir, transcurrida apenas media hora de la
película, lo que nos espera como espectadores de la cinta, pues Gaspard, siendo
un individuo joven, es desabrido e insípido, algo taimado incluso, no podía
pues tener peripecias distintas a su carácter, hasta cierto punto cansinas y
aburridas, como el protagonista de las mismas. Lamentablemente, apreciamos las
mismas flaquezas fílmicas que en, otra vez cito, Pauline en la playa, advertimos un filme del que no se pueden
emitir frases o juicios favorables en exceso. Habían pasado ya varios años de
aquella película, pero es imposible dejar de advertir que esas mismas flaquezas
aún abundan en el cine de Rohmer, sigue repitiendo algunos errores, pero lo que
es peor, no termina de explotar estéticamente, no en este filme al menos, una
lástima sabiendo que el director es perfectamente capaz de producir belleza
visual.
Naturalmente,
se sienten ecos de filmes anteriores, y, por ejemplo, pese a mediar más de una
década entre un filme y otro, es innegable la cercanía temática y estética con
la ya citada Pauline en la playa,
guiños que se plasman incluso en la ocupación de Margot, etnóloga, como lo fue
uno de los hombres en la aventura de Pauline. Por supuesto, esa similitud va
más allá, la encontramos en su lenguaje audiovisual propiamente, con los
simétricos encuadres de la playa, cielo y mar encontrándose en el lejano
horizonte, con agradable desleimiento, son un sello que no se ausenta, para
efímera delectación del público. La coherencia y extensión de sus elementos
visuales no cesa, algo positivo, podemos incluso apreciar adornos de barcos,
elementos decorativos ya apreciados en previas cintas. Encontramos otro
inconfundible sello visual del cineasta, le mencionada belleza de esas
luminosas imágenes de exteriores, la playa, imagen veraniega por excelencia, el
firmamento casi siempre despejado, una construcción audiovisual reconocible,
tan reconocible como el tedioso exceso de conversaciones, de diálogos, ahora
esto agravado con el tema del diario que insufla al relato una rigidez que nunca
dejará de fluir. La cámara se desenvuelve con una soltura que atestigua los
años que han pasado, incansablemente se deslizará siguiendo a los personajes durante
las interminables conversaciones de Gaspard, con las tres chicas, aunque
mayormente con Margot. Se observan los seguimientos usuales de esa cámara,
seguimientos a los personajes, a sus movimientos, es positiva y correcto el
recurso de cómo, con sutiles travellings, se sigue a los protagonistas con
notable precisión, por espacios abiertos, por calles reducidas, durante caminatas,
pero no solo se plasman los desplazamientos físicos de los protagonistas, sino,
otra vez, sus eternas conversaciones. La cámara es probablemente uno de los
elementos más decentes, elemento narrativo apreciable dentro del filme, película
donde retorna el director a la normalidad en su narrativa, esto es, a enmarcar
todo dentro de una perspectiva principal, a hacer parcializar al público con un
enfoque principalmente, desde luego la perspectiva de Gaspard, pues todo el
filme se estructura rígidamente como una bitácora de las vivencias vacacionales
del joven Gaspard, se va documentando su actitud un tanto acerba, su parquedad,
o torpeza, sentimental, no haciendo caso de las constantes insinuaciones de
Margot.
Margot, la más
seria, comparada a las otras, y que mayor interés manifestaba en el muchacho,
se termina convirtiendo en su confidente, y poco más que eso, un ejemplo más de
actitudes que por momentos rozan la estulticia por parte del indeciso joven,
pues después será demasiado tarde. El personaje masculino más bien tiene un
comportamiento que lo acerca a uno femenino, devaneos sin fin, congenia con
unos individuos pero a la vez no termina de hacerlo, dice una cosa y termina
haciendo otra, su comportamiento es uno de los factores que termina haciendo el
visionado del filme algo tedioso, sumado, desde luego, a la innecesaria
extensión del metraje. Nos veremos expuestos, así, a las trivialidades de los
muchachos, lloriqueos, correteos, sus acciones, badomías de chiquillos, no
terminan, todo está estructurado, todo hilvanado en función a Gaspard, que al
parecer no sabe ni lo que quiere, y cuando al fin parece vislumbrarlo, ha perdido
su oportunidad. Suele pasar. Y el director sorprende al no cansarse de
plasmarlo, un extraño solazarse, reiterada concomitancia de ese tópico,
haciendo que no sea ciertamente difícil que el filme termine por aburrir a
algún paladar, con una innecesaria duración de casi dos horas, plagadas de
interminables diálogos, fruslerías, flirteos, veleidades, tres chicas distintas
que van a corroborarnos justamente ese carácter veleidoso del joven, que se
comporta como una veleta, juega a triple banda, quedándose al final con nada. Invade
todo un tedio del que ni siquiera las muchachas consiguen rescatar al filme, de
belleza más bien moderada, y de actuaciones todavía más morigeradas, no se
consolidan como un elemento que enaltezca la cinta, que realce sus bonos. Cierto
es, empero, que se adorna el filme con la plasticidad de la carne, las piernas
de Margot en un momento, casi enmarcando a Gaspard, esto sin mencionar, por supuesto, a Solene y Lena,
luciendo la piel que es menester en una playa, en calurosa temporada veraniega.
En líneas generales, no se aprecia una evolución considerable en el director,
no es un aporte o avance significativo respecto a otros filmes suyos previos,
no podemos hablar de un extraordinario filme o paso adelante para Rohmer, tal vez
sus documentales, y los cortometrajes para la pantalla chica, hayan mermado un
poco su progreso artístico. Lamentablemente se debe afirmar, que nadie verá una
obra maestra en el filme, pues en efecto no la hay, siendo Rohmer un cineasta
apreciable, tenemos en el presente trabajo un ejercicio que no es precisamente
su mejor producción.
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