domingo, 8 de abril de 2018

Cuento de verano (1996) - Éric Rohmer


Es este filme el tercer de los cuatro trabajos que componen los famosos cuentos de las estaciones del francés Rohmer, los cuentos en los que abarca diversas circunstancias y relaciones entabladas entre seres humanos, en distintas circunstancias y siempre enmarcados, como es obviedad, en las estaciones del año. Continúa asimismo el director con los trabajos que se pueden contar entre los conocidos Comedias y proverbios, nuevamente el cineasta se involucra en su película, siendo, aparte del director también responsable de la elaboración de guión, realiza la labor de guionista, y ciertamente será reconocible ese detalle, como en filmes anteriores. El director aprovecha la oportunidad para plasmar uno de los temas de toda su vida, uno de los tópicos que se pueden considerar obsesión en el cineasta, esto es, devaneos amorosos de jóvenes, muy símilmente a lo que pudimos ver, por dar un ejemplo, en la premiada Pauline en la playa (1983). Es la historia de un joven, recién graduado estudiante de matemáticas, que antes de proseguir con sus estudios toma unas vacaciones de verano en un área de playa, donde va a reunirse con su novia, pero mientras la espera, conocerá e iniciará romances con otras dos jóvenes mujeres. Con un tema ya antes abordado por el cineasta, el filme, francamente, no puede considerarse un mayúsculo aporte al arte cinematográfico.

                       


La acción se inicia con Gaspard (Melvil Poupaud), adolescente individuo que se dispone a tomar unos días libres, vacaciones en la playera Localidad de Dinard, llega únicamente con su mochila y su guitarra.  Al pasar unos días, pasea solitario por la soleada playa, va diariamente a comer a un café, donde la mesera es la joven Margot (Amanda Langlet), guapa jovencita que luego lo reconocerá en la playa, no tardando en hablarle y hacerse amigos. Él está de vacaciones antes de seguir estudios de matemática, ella es una etnóloga, intercambian historias de sus vidas, pasan tiempo juntos, pero él confiesa que ha ido a encontrarse con otra chica. Van a una discoteca, Margot le manifiesta su gusto por él, en vano, si bien consigue sacarle un beso al joven. Conoce luego Gaspard a Solene (Gwenaëlle Simon), una de las chicas de la discoteca, con quien prontamente se produce un idilio, pasan tiempo con algunos familiares de ella en un bote, pero no consuman el romance. Al enterarse Margot del amorío, celosa, se molesta, no distanciándose de él sin embargo. Un buen día, aparece Lena (Aurelia Nolin), la chica que Gaspard esperaba, renace su romance, pero a medias, pues ella da prioridad a otras cosas. Decide emprender un viaje con Margot, rompe con las otras dos, y se lleva una sorpresa cuando ella viajará, pero con su novio. Gaspard se marcha solo.






Rohmer nos presenta la tercera entrega de sus célebres cuentos de las estaciones, un filme que esté absolutamente impregnado de su sempiterno tema, y de su sempiterna imagen en el cine del francés, el mar, una playa bien soleada, bien iluminada, más verano que nunca, será nuevamente el marco donde se desenvolverán los personajes de turno. Habiendo ya pasado más de dos quinquenios desde que el cineasta rodara mayormente largometrajes y dejara de lado sus iniciales trabajos, documentales y cortometrajes televisivos, no queda ya duda que un tópico de toda la filmografía del francés es este, flirteos juveniles, devaneos y amoríos, idilios pasajeros, cortejos livianos, paseos a discotecas, y en medio, mucho, pero mucho diálogo; ciertamente un tema que no parece haber cansado al director, a diferencia de muchos de los espectadores. Sorprendentemente, los primeros minutos del filme son silenciosos, es decir hay ausencia de palabras, todo sucede casi sin que se pronuncie palabra, registrado todo expresamente en un diario, esto va ayudando más a que pronto se advierta el carácter de Gaspard, seco, un carácter parco, desabrido, que se va entendiendo, al menos en parte, en esos sucintos e iniciales minutos; un silencio por cierto que pronto se romperá, y una vez roto, casi no volverá a reinar durante todo el metraje. No se vuelve demasiado difícil de predecir, transcurrida apenas media hora de la película, lo que nos espera como espectadores de la cinta, pues Gaspard, siendo un individuo joven, es desabrido e insípido, algo taimado incluso, no podía pues tener peripecias distintas a su carácter, hasta cierto punto cansinas y aburridas, como el protagonista de las mismas. Lamentablemente, apreciamos las mismas flaquezas fílmicas que en, otra vez cito, Pauline en la playa, advertimos un filme del que no se pueden emitir frases o juicios favorables en exceso. Habían pasado ya varios años de aquella película, pero es imposible dejar de advertir que esas mismas flaquezas aún abundan en el cine de Rohmer, sigue repitiendo algunos errores, pero lo que es peor, no termina de explotar estéticamente, no en este filme al menos, una lástima sabiendo que el director es perfectamente capaz de producir belleza visual.






Naturalmente, se sienten ecos de filmes anteriores, y, por ejemplo, pese a mediar más de una década entre un filme y otro, es innegable la cercanía temática y estética con la ya citada Pauline en la playa, guiños que se plasman incluso en la ocupación de Margot, etnóloga, como lo fue uno de los hombres en la aventura de Pauline. Por supuesto, esa similitud va más allá, la encontramos en su lenguaje audiovisual propiamente, con los simétricos encuadres de la playa, cielo y mar encontrándose en el lejano horizonte, con agradable desleimiento, son un sello que no se ausenta, para efímera delectación del público. La coherencia y extensión de sus elementos visuales no cesa, algo positivo, podemos incluso apreciar adornos de barcos, elementos decorativos ya apreciados en previas cintas. Encontramos otro inconfundible sello visual del cineasta, le mencionada belleza de esas luminosas imágenes de exteriores, la playa, imagen veraniega por excelencia, el firmamento casi siempre despejado, una construcción audiovisual reconocible, tan reconocible como el tedioso exceso de conversaciones, de diálogos, ahora esto agravado con el tema del diario que insufla al relato una rigidez que nunca dejará de fluir. La cámara se desenvuelve con una soltura que atestigua los años que han pasado, incansablemente se deslizará siguiendo a los personajes durante las interminables conversaciones de Gaspard, con las tres chicas, aunque mayormente con Margot. Se observan los seguimientos usuales de esa cámara, seguimientos a los personajes, a sus movimientos, es positiva y correcto el recurso de cómo, con sutiles travellings, se sigue a los protagonistas con notable precisión, por espacios abiertos, por calles reducidas, durante caminatas, pero no solo se plasman los desplazamientos físicos de los protagonistas, sino, otra vez, sus eternas conversaciones. La cámara es probablemente uno de los elementos más decentes, elemento narrativo apreciable dentro del filme, película donde retorna el director a la normalidad en su narrativa, esto es, a enmarcar todo dentro de una perspectiva principal, a hacer parcializar al público con un enfoque principalmente, desde luego la perspectiva de Gaspard, pues todo el filme se estructura rígidamente como una bitácora de las vivencias vacacionales del joven Gaspard, se va documentando su actitud un tanto acerba, su parquedad, o torpeza, sentimental, no haciendo caso de las constantes insinuaciones de Margot.






Margot, la más seria, comparada a las otras, y que mayor interés manifestaba en el muchacho, se termina convirtiendo en su confidente, y poco más que eso, un ejemplo más de actitudes que por momentos rozan la estulticia por parte del indeciso joven, pues después será demasiado tarde. El personaje masculino más bien tiene un comportamiento que lo acerca a uno femenino, devaneos sin fin, congenia con unos individuos pero a la vez no termina de hacerlo, dice una cosa y termina haciendo otra, su comportamiento es uno de los factores que termina haciendo el visionado del filme algo tedioso, sumado, desde luego, a la innecesaria extensión del metraje. Nos veremos expuestos, así, a las trivialidades de los muchachos, lloriqueos, correteos, sus acciones, badomías de chiquillos, no terminan, todo está estructurado, todo hilvanado en función a Gaspard, que al parecer no sabe ni lo que quiere, y cuando al fin parece vislumbrarlo, ha perdido su oportunidad. Suele pasar. Y el director sorprende al no cansarse de plasmarlo, un extraño solazarse, reiterada concomitancia de ese tópico, haciendo que no sea ciertamente difícil que el filme termine por aburrir a algún paladar, con una innecesaria duración de casi dos horas, plagadas de interminables diálogos, fruslerías, flirteos, veleidades, tres chicas distintas que van a corroborarnos justamente ese carácter veleidoso del joven, que se comporta como una veleta, juega a triple banda, quedándose al final con nada. Invade todo un tedio del que ni siquiera las muchachas consiguen rescatar al filme, de belleza más bien moderada, y de actuaciones todavía más morigeradas, no se consolidan como un elemento que enaltezca la cinta, que realce sus bonos. Cierto es, empero, que se adorna el filme con la plasticidad de la carne, las piernas de Margot en un momento, casi enmarcando a Gaspard, esto sin  mencionar, por supuesto, a Solene y Lena, luciendo la piel que es menester en una playa, en calurosa temporada veraniega. En líneas generales, no se aprecia una evolución considerable en el director, no es un aporte o avance significativo respecto a otros filmes suyos previos, no podemos hablar de un extraordinario filme o paso adelante para Rohmer, tal vez sus documentales, y los cortometrajes para la pantalla chica, hayan mermado un poco su progreso artístico. Lamentablemente se debe afirmar, que nadie verá una obra maestra en el filme, pues en efecto no la hay, siendo Rohmer un cineasta apreciable, tenemos en el presente trabajo un ejercicio que no es precisamente su mejor producción.












No hay comentarios:

Publicar un comentario