1928 es un año que está marcado indeleblemente
en la historia del arte cinematográfico, es una fecha que marcaría un antes y
un después, una epifanía que lo cambiaría todo para siempre. Se acababa la era del
cine mudo, el cine silente llegaba a su ocaso, Thomas Alva Edison, uno de los
iniciadores en Estados Unidos, ya lo preveía. Llegaba el cine sonoro, aperturado
con la histórica El Cantante de Jazz,
estrenada en ese significativo año, generando una revolución inigualable, a la
que muchas estrellas actorales sucumbieron, a la que muchos gigantes cineastas
no pudieron sobrevivir. La legendaria Mary Pickford tiene privilegiado lugar en
ese momento cumbre, y tras ganar el entonces artísticamente valioso y
apreciable Premio de la Academia con Coquette,
ese mismo año, 1929, se embarcó en su segunda aventura cinematográfica sonora,
la cinta que ahora nos ocupa, y vaya filme que escogió. Para esta oportunidad Sam
Taylor realiza la extremadamente desafiante tarea de adaptar una obra shakesperiana,
y la elegida sería La fierecilla domada, en la que una fémina, con su carácter
sumamente fogoso e indomable, espanta a todos sus pretendientes, haciendo
sufrir a su padre, que pone como condición para casar a la dulce hermana de ella,
que primero se case la indomable, algo impensado, hasta que llega un
pretendiente diferente. Una cinta en la que la Pickford por primera y única vez
comparte escenas con su esposo Douglas Fairbanks, y que dividió críticas cuando
vio la luz.
Una representación de marionetas
nos da la bienvenida a Padua, con populosas calles repletas de gente, y donde
se encuentra una elegante residencia. Allí se encuentran Bianca (Dorothy
Jordan), con Hortensio (Geoffrey Wardwell), su pretendiente, y el adinerado dueño
de casa y padre de ella, Baptista (Edwin Maxwell). La hija mayor es Katherine (Pickford),
que literalmente espanta a sus pretendientes arrojando y rompiendo cosas, es
imposible que alguien la corteje. Baptista determina entonces que antes de que
la tierna Bianca pueda desposarse, Katherine deberá contraer nupcias, un
proyecto que a todos parece descabellado. Todo parece pues una causa perdida,
pero entonces hace su aparición Petruchio (Fairbanks), fogoso y ruidoso
individuo, que desea casarse, y a quien pronto se le informa de la situación, de
Katherine y su temperamento, y de inmediato se apresta a ir a la casa de Baptista.
Así lo hace, se presenta con Katherine, e increíblemente, resulta ser más
intenso, más fogoso que ella misma, consigue en efecto domar a la fiera, desde
su primer encuentro, consigue incluso que se pacte la boda, boda a la que se
presenta ataviado del modo más estrambótico. El matrimonio se realiza del modo más
estrafalario y divertido, ambos caracteres chocan fuertemente, pero finalmente,
nace un genuino querer entre ellos, y para agrado de Baptista, los esposos se
quedan juntos y felices.
La mítica pareja que se reúne
ante los espectadores en la pantalla para este filme al parecer no tuvo un
rodaje del todo plácido, cuando unos textos iniciales nos informen ciertas
revelaciones de la inolvidable fémina, la Pickford que, de acuerdo a lo que se
expone, asevera el rodaje fue un calvario, por diferencias con su esposo, y
otros temas. Sin embargo, el texto prosigue y nos dice que en retrospectiva, la
actriz afirmaba que su esposo fue magnífico en el rodaje, y se nos invita a
deleitarnos con los coqueteos de la pareja en el filme, y es que en efecto, al margen
de si fue un rodaje placentero o tortuoso, la legendaria pareja no volvería a
estar junta en una misma cinta, por lo que el filme adquiere un aura de mítica.
Ella, siempre acostumbrada a ser estrella y protagonista indiscutible en sus
largometrajes, ahora comparte roles con su marido en la vida real, es notable,
la mitad de los fundadores de la United Artists juntos, pues ellos, junto a David
Wark Griffith y Charly Chaplin, cimentaron el mítico estudio cinematográfico
yanqui. Veremos una de las primeras imágenes de la Pickford en cine sonoro, la
veremos en una ráfaga de furia y de objetos surcando los aires, ella los arroja
con fiereza, como de igual forma echa de su alcoba a los pretendientes que se atrevan
siquiera a intentar cortejarla. Si bien no es la primera cinta hablada de Mary,
siéntese de todas formas como algo increíble, para quien únicamente conocía sus
inmortales trabajos de cine mudo, escucharla finalmente hablando, al fin
escuchar su voz. Eran realmente años en que el cine se estaba reconfigurando, y
miles de espectadores deben haber esperado largos años por esto, oír a la
Pickford hablando, algo que no pocos probablemente consideraron quimérico, pues
varios tremendos genios del cine, directores y actores, predijeron, con pocas
dotes adivinatorias, que el cine parlante sería una moda pasajera. Como era
bastante esperable, e inevitable, se detectan en su interpretación todavía
algunos ecos de su herencia como leyenda del cine mudo, en su lenguaje corporal
se advierte aún esa herencia, algo perfectamente lógico, una actriz que
viniendo del cine silente, tenía en su cuerpo y rostro su mayor vehículo expresivo,
su lenguaje corporal componía prácticamente todo su abanico actoral.
Pese a sus inicios teatrales,
sabido es que la Pickford, naturalmente, tuvo mucha inseguridad y ansiedad por
su voz, que finalmente se plasmaría en la pantalla grande, pero lo cierto es
que la diosa, la novia de América (America’s sweetheart), como era su más
célebre apelativo, no tuvo en este filme inconvenientes en dar el salto al nuevo
cine. Y no era para menos, venía de ganar el Oscar en su debut sonoro, con Coqueta ese mismo año, igualmente
dirigida por Sam Taylor; en su primera incursión en semejante cambio, ella obtuvo
el mayor reconocimiento posible. Sencillamente una leyenda la Pickford, a quien
escuchamos hablando, a quien vemos madurando, evolucionando artísticamente,
cosa que muchas estrellas contemporáneas a ella nunca consiguieron. Ciertamente
que al público debió sorprenderle sobremanera el cambio que sufrió la carrera
de la actriz, de sus inmaculados y devotos personajes mudos, cambia primero a
una prostituta en Coqueta, luego a
esta temperamental fierecilla, todo en un mismo año. Lo cierto es que Mary estaba
ya deseosa de dar ese cambio, buscó con tenacidad el Oscar, y lo consiguió, venció
la inicial y normal inseguridad para adaptarse gloriosamente al nuevo estadío
del cine. La interpretación de Fairbanks es también apreciable, puro fuego y
candente intensidad, remarcando la directriz cómica que tiene la obra
shakesperiana, y si bien algunos le acusan de supuesto exceso en la teatralidad
de su encarnación, lo cierto es que su aporte es acorde a la obra, su aporte es
positivo para la atmósfera general de la cinta, ojo, de la cinta. Delirante el
lunático atavío con el que aparece a la boda, sus gritos y fervientes frases proferidas,
son capaces de hacer lo impensable, domar a la indomable, a la fiera, que ha encontrado
finalmente la horma de su zapato. El cine sonoro había llegado, y si había escépticos,
nomás había que escuchar la estentórea voz de Douglas, sus estridencias eran el
mayor síntoma de que el sonido llegó al cine, el cine sonoro era una realidad,
una realidad que, aunque a muchos disgustara, había llegado para quedarse.
Hablando sobre la cinta y su
realización propiamente, en los primeros pasajes nos sorprenderá apreciar una agilidad
y soltura de la cámara notables, con la llegada del cine sonoro parece haberse encendido el entusiasmo de
muchos cineastas, esto puede que se vea reflejado y traducido en el lenguaje audiovisual
del director Taylor. Es de esa forma que veremos unos travellings apenas
comienza el filme, travellings ágiles y dinámicos, acercamientos y alejamientos
configuran un lenguaje efectivamente dinámico, resuelto, sorprendentemente
resuelto. Puede que el enorme desafío de adaptar a Shakespeare haya tenido algo
que ver en esto, pues es la cinta pionera en esa larga e incierta tradición de
adaptaciones cinematográficas de obras del gigantesco autor inglés. Puede que
el cineasta, con esa presión casi comparable a la genialidad del dramaturgo,
haya querido demostrar las bondades
que tiene su disciplina, el cine, comparada con las virtudes del arte literario,
al menos, es un sentimiento que percibió quien escribe al apreciar ese
llamativo y dinámico ejercicio de la cámara. Inevitable lluvia de críticas recibe
la cinta por ser lo que es, una adaptación de Shakespeare, no faltando el que tildara
de infame al director Taylor; como se dijo, es la película pionera en este
apartado, la primera cinta que se atrevía a tamaña empresa, y vale decir que el
presente artículo procura, sin descuidar por supuesto la primigenia creación literaria,
centrarse en el análisis cinematográfico, en las bondades, virtudes y algún eventual
defecto que la película pudiese tener. Así, la cinta conserva en buena medida
el halo teatral de la obra, con atractivos encuadres, simétricos, armonioso
desenvolvimiento de la cámara casi siempre, acorde a la naturaleza escénica que
se busca. Y consigue además su otro objetivo, entretiene, divierte, arranca más
de una sonrisa y alegría, pues en efecto la pareja enamora, con o sin problemas
en el rodaje, genera esa química, sobre la que reposa la solidez de la película,
dos personas de temperamentos fuertes, candentes, en el que el hombre termina
neutralizando, domando a la fiera. Mary Pickford y Douglas Fairbanks, leyendas
del cine mudo, juntos en este filme, una adaptación, la primera adaptación
cinematográfica shakesperiana, en los albores del cine sonoro. Alicientes para
ver esta breve pero atractiva película, sobran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario