miércoles, 22 de junio de 2016

La fierecilla domada (1929) - Sam Taylor

1928 es un año que está marcado indeleblemente en la historia del arte cinematográfico, es una fecha que marcaría un antes y un después, una epifanía que lo cambiaría todo para siempre. Se acababa la era del cine mudo, el cine silente llegaba a su ocaso, Thomas Alva Edison, uno de los iniciadores en Estados Unidos, ya lo preveía. Llegaba el cine sonoro, aperturado con la histórica El Cantante de Jazz, estrenada en ese significativo año, generando una revolución inigualable, a la que muchas estrellas actorales sucumbieron, a la que muchos gigantes cineastas no pudieron sobrevivir. La legendaria Mary Pickford tiene privilegiado lugar en ese momento cumbre, y tras ganar el entonces artísticamente valioso y apreciable Premio de la Academia con Coquette, ese mismo año, 1929, se embarcó en su segunda aventura cinematográfica sonora, la cinta que ahora nos ocupa, y vaya filme que escogió. Para esta oportunidad Sam Taylor realiza la extremadamente desafiante tarea de adaptar una obra shakesperiana, y la elegida sería La fierecilla domada, en la que una fémina, con su carácter sumamente fogoso e indomable, espanta a todos sus pretendientes, haciendo sufrir a su padre, que pone como condición para casar a la dulce hermana de ella, que primero se case la indomable, algo impensado, hasta que llega un pretendiente diferente. Una cinta en la que la Pickford por primera y única vez comparte escenas con su esposo Douglas Fairbanks, y que dividió críticas cuando vio la luz.

                              


Una representación de marionetas nos da la bienvenida a Padua, con populosas calles repletas de gente, y donde se encuentra una elegante residencia. Allí se encuentran Bianca (Dorothy Jordan), con Hortensio (Geoffrey Wardwell), su pretendiente, y el adinerado dueño de casa y padre de ella, Baptista (Edwin Maxwell). La hija mayor es Katherine (Pickford), que literalmente espanta a sus pretendientes arrojando y rompiendo cosas, es imposible que alguien la corteje. Baptista determina entonces que antes de que la tierna Bianca pueda desposarse, Katherine deberá contraer nupcias, un proyecto que a todos parece descabellado. Todo parece pues una causa perdida, pero entonces hace su aparición Petruchio (Fairbanks), fogoso y ruidoso individuo, que desea casarse, y a quien pronto se le informa de la situación, de Katherine y su temperamento, y de inmediato se apresta a ir a la casa de Baptista. Así lo hace, se presenta con Katherine, e increíblemente, resulta ser más intenso, más fogoso que ella misma, consigue en efecto domar a la fiera, desde su primer encuentro, consigue incluso que se pacte la boda, boda a la que se presenta ataviado del modo más estrambótico. El matrimonio se realiza del modo más estrafalario y divertido, ambos caracteres chocan fuertemente, pero finalmente, nace un genuino querer entre ellos, y para agrado de Baptista, los esposos se quedan juntos y felices.






La mítica pareja que se reúne ante los espectadores en la pantalla para este filme al parecer no tuvo un rodaje del todo plácido, cuando unos textos iniciales nos informen ciertas revelaciones de la inolvidable fémina, la Pickford que, de acuerdo a lo que se expone, asevera el rodaje fue un calvario, por diferencias con su esposo, y otros temas. Sin embargo, el texto prosigue y nos dice que en retrospectiva, la actriz afirmaba que su esposo fue magnífico en el rodaje, y se nos invita a deleitarnos con los coqueteos de la pareja en el filme, y es que en efecto, al margen de si fue un rodaje placentero o tortuoso, la legendaria pareja no volvería a estar junta en una misma cinta, por lo que el filme adquiere un aura de mítica. Ella, siempre acostumbrada a ser estrella y protagonista indiscutible en sus largometrajes, ahora comparte roles con su marido en la vida real, es notable, la mitad de los fundadores de la United Artists juntos, pues ellos, junto a David Wark Griffith y Charly Chaplin, cimentaron el mítico estudio cinematográfico yanqui. Veremos una de las primeras imágenes de la Pickford en cine sonoro, la veremos en una ráfaga de furia y de objetos surcando los aires, ella los arroja con fiereza, como de igual forma echa de su alcoba a los pretendientes que se atrevan siquiera a intentar cortejarla. Si bien no es la primera cinta hablada de Mary, siéntese de todas formas como algo increíble, para quien únicamente conocía sus inmortales trabajos de cine mudo, escucharla finalmente hablando, al fin escuchar su voz. Eran realmente años en que el cine se estaba reconfigurando, y miles de espectadores deben haber esperado largos años por esto, oír a la Pickford hablando, algo que no pocos probablemente consideraron quimérico, pues varios tremendos genios del cine, directores y actores, predijeron, con pocas dotes adivinatorias, que el cine parlante sería una moda pasajera. Como era bastante esperable, e inevitable, se detectan en su interpretación todavía algunos ecos de su herencia como leyenda del cine mudo, en su lenguaje corporal se advierte aún esa herencia, algo perfectamente lógico, una actriz que viniendo del cine silente, tenía en su cuerpo y rostro su mayor vehículo expresivo, su lenguaje corporal componía prácticamente todo su abanico actoral.









Pese a sus inicios teatrales, sabido es que la Pickford, naturalmente, tuvo mucha inseguridad y ansiedad por su voz, que finalmente se plasmaría en la pantalla grande, pero lo cierto es que la diosa, la novia de América (America’s sweetheart), como era su más célebre apelativo, no tuvo en este filme inconvenientes en dar el salto al nuevo cine. Y no era para menos, venía de ganar el Oscar en su debut sonoro, con Coqueta ese mismo año, igualmente dirigida por Sam Taylor; en su primera incursión en semejante cambio, ella obtuvo el mayor reconocimiento posible. Sencillamente una leyenda la Pickford, a quien escuchamos hablando, a quien vemos madurando, evolucionando artísticamente, cosa que muchas estrellas contemporáneas a ella nunca consiguieron. Ciertamente que al público debió sorprenderle sobremanera el cambio que sufrió la carrera de la actriz, de sus inmaculados y devotos personajes mudos, cambia primero a una prostituta en Coqueta, luego a esta temperamental fierecilla, todo en un mismo año. Lo cierto es que Mary estaba ya deseosa de dar ese cambio, buscó con tenacidad el Oscar, y lo consiguió, venció la inicial y normal inseguridad para adaptarse gloriosamente al nuevo estadío del cine. La interpretación de Fairbanks es también apreciable, puro fuego y candente intensidad, remarcando la directriz cómica que tiene la obra shakesperiana, y si bien algunos le acusan de supuesto exceso en la teatralidad de su encarnación, lo cierto es que su aporte es acorde a la obra, su aporte es positivo para la atmósfera general de la cinta, ojo, de la cinta. Delirante el lunático atavío con el que aparece a la boda, sus gritos y fervientes frases proferidas, son capaces de hacer lo impensable, domar a la indomable, a la fiera, que ha encontrado finalmente la horma de su zapato. El cine sonoro había llegado, y si había escépticos, nomás había que escuchar la estentórea voz de Douglas, sus estridencias eran el mayor síntoma de que el sonido llegó al cine, el cine sonoro era una realidad, una realidad que, aunque a muchos disgustara, había llegado para quedarse.







Hablando sobre la cinta y su realización propiamente, en los primeros pasajes nos sorprenderá apreciar una agilidad y soltura de la cámara notables, con la llegada del cine sonoro  parece haberse encendido el entusiasmo de muchos cineastas, esto puede que se vea reflejado y traducido en el lenguaje audiovisual del director Taylor. Es de esa forma que veremos unos travellings apenas comienza el filme, travellings ágiles y dinámicos, acercamientos y alejamientos configuran un lenguaje efectivamente dinámico, resuelto, sorprendentemente resuelto. Puede que el enorme desafío de adaptar a Shakespeare haya tenido algo que ver en esto, pues es la cinta pionera en esa larga e incierta tradición de adaptaciones cinematográficas de obras del gigantesco autor inglés. Puede que el cineasta, con esa presión casi comparable a la genialidad del dramaturgo, haya querido demostrar las bondades que tiene su disciplina, el cine, comparada con las virtudes del arte literario, al menos, es un sentimiento que percibió quien escribe al apreciar ese llamativo y dinámico ejercicio de la cámara. Inevitable lluvia de críticas recibe la cinta por ser lo que es, una adaptación de Shakespeare, no faltando el que tildara de infame al director Taylor; como se dijo, es la película pionera en este apartado, la primera cinta que se atrevía a tamaña empresa, y vale decir que el presente artículo procura, sin descuidar por supuesto la primigenia creación literaria, centrarse en el análisis cinematográfico, en las bondades, virtudes y algún eventual defecto que la película pudiese tener. Así, la cinta conserva en buena medida el halo teatral de la obra, con atractivos encuadres, simétricos, armonioso desenvolvimiento de la cámara casi siempre, acorde a la naturaleza escénica que se busca. Y consigue además su otro objetivo, entretiene, divierte, arranca más de una sonrisa y alegría, pues en efecto la pareja enamora, con o sin problemas en el rodaje, genera esa química, sobre la que reposa la solidez de la película, dos personas de temperamentos fuertes, candentes, en el que el hombre termina neutralizando, domando a la fiera. Mary Pickford y Douglas Fairbanks, leyendas del cine mudo, juntos en este filme, una adaptación, la primera adaptación cinematográfica shakesperiana, en los albores del cine sonoro. Alicientes para ver esta breve pero atractiva película, sobran.




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