La década de los veinte del siglo
XX se caracterizó por, entre otras cosas, ser el decenio en que muchos de los
mayores logros del cine en su etapa muda vieron la luz, muchos de los más
magnánimos ejercicios cinematográficos de la era silente vieron la luz, muchos
de los maestros más prodigiosos del cine materializaban sus obras maestras. Uno
de esos ilustres representantes es el austro húngaro Erich von Stroheim, una de
las luminarias europeas que emigraban de sus tierras natales a regiones
norteamericanas, a seguir produciendo genialidades en Hollywood. Es el caso de
la presente cinta, en la que el cineasta adapta a la pantalla grande un clásico
de Frank Norris, McTeague, en la que
se narra la historia de un individuo, ejerce la el oficio de dentista, y se
desposa con una mujer, fémina que se ve favorecida cuando gane mucho dinero
gracias a una lotería. Pero ganar ese dinero no hará más que despertar la
codicia tanto de ella, como de un anterior novio de ella, despechado y
avaricioso por la fortuna; la vida de los tres se verá profundamente alterada
por el dinero, y por la inherente avaricia. La cinta es mundialmente conocida
-al menos para el público entendido- por haber sufrido una de las más
tristemente célebres mutilaciones de la historia del cine, sino la mayor, pues habiendo
rodado el cineasta europeo más de nueve horas de material, los productores le
obligaros a reducir el montaje a dos horas, destruyendo la integridad de la
obra. Pero de eso hablaremos más adelante.
En el inicio de la cinta vemos a
unos individuos laborando en minas, manejando piedras con restos de oro está McTeague
(Gibson Gowland), personaje que no muestra mayor interés en el precioso mineral
que maneja. McTeague consigue hacerse aprendiz de un dentista y aprende el
oficio, lo ejerce, vive de ello y recibe en una oportunidad a su amigo Marcus (Jean
Hersholt), quien le lleva como paciente a su prima y novia, Trina (Zasu Pitts).
Es de ese modo que el odontólogo pasa en más de una ocasión mucho tiempo con
Trina, dos y hasta tres horas por sesión en ocasiones, tanto que no puede
evitar sentir atracción hacia la pareja de su amigo. McTeague no puede más y le
confiesa a Marcos la irrefrenable atracción que siente por Trina, y su amigo se
aparta, le deja camino libre; el dentista finalmente declara su amor, ella le
corresponde, y terminan contrayendo matrimonio. Trina después se hace acreedora
del cuantioso botín de una lotería, despertando celos y codicia en Marcus, que
asiste a la boda. Marcus envidia a la pareja, hace que McTeague pierda su trabajo, Trina se vuelve una avara
compulsiva, ahorrando de manera obsesionada cada centavo posible, pero tiene
que trabajar como empleada de hogares. Los problemas entre esposos crecen,
McTeague huye de la localidad, Marcus -por el dinero- y los demás lo buscan,
hasta el Valle de la Muerte, donde final y trágica lucha se librará.
Para prologar su cinta el gran Erich
von Stroheim utiliza el correcto recurso de citar una estrofa del autor de la
primigenia obra, de la obra literaria, Frank Norris con un mensaje en el que
por sobre todo, siempre tuvo a la verdad, sin venderse a modas pasajeras ni a
lo que los demás pensaran, siempre actuó y dijo la verdad; un mensaje
significativo cuando se considera toda la parafernalia que rodeó a la película.
En la cinta, von Stroheim plasma sentimientos muy humanos, sencillos y
cercanos, con simpleza y mucha cercanía, como es el caso de los ancianos que se
gustan, conocen hasta sus diarias rutinas y procuran siempre coincidir, pero
jamás cruzan una sola palabra; ancianos comportándose como dos adolescentes, y
se retrata con sencillez ese gusto, esa atracción. Emociones sencillas asimismo
como cuando un personaje siente su avaricia poderosamente llamar a la puerta
cuando se entera de una valiosísima platería cotizada en cientos de miles de
dólares; y es que los sentimientos más humanos son los que dirigen los eventos,
la codicia del despechado Marcus, la avaricia de la otrora sencilla Trina, que
la convierte en una ahorradora compulsiva y obsesiva, emociones genuinamente
inherentes al ser humano son las que dirigen todo, las que irán destruyendo
gradualmente a los protagonistas, y es que von Stroheim construye su filme a
partir de esos sentimientos tan humanos. Hablamos de un cineasta que en sus
filmes sabe cómo retratar intensidad, un maestro cineasta sabe cómo plasmar
emociones, cómo transmitir sentimientos, pasiones a través de sus creaciones;
el austro húngaro es un buen ejemplo de ello, como podremos observar en la
secuencia en que McTeague, con Trina sedada e insensible a todo en la silla de
su consultorio, cede a sus impulsos, y tras mucho resistirse, la besa
clandestinamente. McTeague es un personaje áspero, de poco contacto con las
mujeres, y su tensión e irrefrenable atracción quedan correctamente plasmados
en esa secuencia, al igual que cuando se nos informa de que no puede evitar
asimismo la maldad inherente que hay en su interior, como semillas del mal; es
pues una dualidad viviente, un individuo plagado de contrastes y
contradicciones, la bifacia en el protagonista es tan severa como fascinante,
y se refuerza aún más en el final, tras liquidar a su camarada, nuevamente lo
vemos acariciar con ternura a un ave.
Y la introducción que el cineasta
nos hace a su personaje protagonista es extraordinariamente elocuente,
sobrecogedoramente potente, pues vemos a McTeague, de aspecto tosco y rudo,
primero laborando en la mina, manipulando directamente bloques de piedra
copiosamente impregnados de oro. Pero lejos de inmutarse, el hombre es
indiferente por completo al valioso mineral, para instantes después, al
encontrar un avecilla herida, tratarla con mucho amor, besándola incluso, como
queriendo insuflarle vida nuevamente, el contraste es poderoso, pero ahí no
termina. A continuación, junto a otro obrero de la mina, cuando éste de un
golpe le haga desprenderse del ave, en un instante carga al sujeto para
arrojarlo hacia abajo de un barranco con tremenda fuerza y facilidad; así se nos
lo presenta, desdeñando el oro primero, acariciando el ave después,
desbarrancando a un viejo finalmente, todo sin mayor miramiento, tras lo cual
en la pantalla negra se lee “McTeague”. Es pues un sujeto lleno de contrastes,
un personaje intenso y seductor, cuya dualidad, cuya impredecible personalidad
será uno de los hilos narrativos del filme. (El recurso de una pantalla negra
donde se lee el nombre del personaje recién descrito es eficiente y se aprecia
con otros personajes, pero solo en ciertas versiones del filme). En su cinta von
Stroheim asimismo deja patente su habilidad y dominio en la realización,
sentando una cátedra de narrativa visual, con muy correctos y expresivos
primeros planos (los primerísimos planos de los labios de McTeague besando al
ave, los primeros planos del rostro del gato deseando al ave enjaulada, entre
otros), planos medios o generales, zooms y travellings que configuran todos una
narración cercana y sencilla, en cuya sencillez se advierte ese amplio trabajo
de nueve horas documentando la localidad y sus lugareños. Por cierto, el filme
tiene momentos de exteriores, un filme considerado naturalista, pues el
director se empeñó en rodar en exteriores, no en estudio, enfrentando diversas
dificultades, climatológicas y de diversa índole (problemas con las cámaras y
los equipos, etc.), todo por producir su filme a su manera; eso hace entender
cuánto debió mortificarle y afectarle la mutilación de su trabajo. Con todo, el
formidable cineasta fue capaz de generar un auténtico compendio de cine,
como Billy Wilder le aseguraba en una
entrevista con el director europeo, Erich era un adelantado a su tiempo, una
década adelantado dijo el yanqui, el austro húngaro decía que no diez, sino
cincuenta años de adelanto era su caso.
En efecto, encontraremos
elementos de neorrealismo, por la cercanía y sencillez con que se retrata todo;
de expresionismo, si bien no abundante ni patente, se aprecia un eficiente uso
por momentos de las luces y sombras; además hallaremos cine moderno incluso,
todo está presente en Avaricia.
Volviendo con lo de los primeros planos, esto se combina a su vez con un
plástico simbolismo, el paralelo del felino ambicionando al ave es evidente, y
están además unas enjutas y lánguidas manos que con avidez acarician y se
entremezclan con doradas monedas, un simbolismo tan plástico como evidente. La
mayor infamia de la historia del cine, como algunos sin dudar la llamarían, se
manifiesta en el filme, sabida cuenta de todo el material editado a causa de
los productores, las alrededor de siete horas de material rodado que se
destruyeron, el “santo grial” de la historia del cine, como un texto inicial
nos detalla en cierta versión de la cinta. Ahí es donde se materializa esa
terrible ruindad, en las diversas versiones a las que se tiene acceso como
resultado de la terrible mutilación, y es que todas las versiones o cortes que
se aprecien de la cinta, no son más que esfuerzos, aproximaciones a lo que
realmente quiso al maestro von Stroheim, despedazado por la mutilación de su
trabajo, como también se nos informa en los créditos iniciales, donde el austro
húngaro deja testimonio del dolor y sufrimiento al mutilarse su sincero
trabajo. Versiones de dos horas, algo más o algo menos, versiones de cuatro
horas, todas aproximaciones, versiones incluso donde hay imágenes fijas,
fotogramas montados y concatenados para narrar ciertas partes; y aunque sea
relativamente interesante que la lente estudie detenidamente los rincones de
esos fotogramas, es inevitable advertir que ese trabajo, ese montaje, no es
producto del cineasta creador, sino una versión más, una variación de lo que él
quería plasmar. Una muestra más, y muy seguramente la más cruel y palpable, de
lo mucho que pueden afectar a una obra cinematográfica las intromisiones de los
productores. Los actores están correctos todos dentro de lo que las
circunstancias descritas permiten, Gibson Gowland y Zasu Pitts, la pareja
estelar, cumplen en sus papeles, particularmente solvente Gowland en una película
poderosa e inolvidable. Avaricia se vuelve
pues más que una cinta, se vuelve un mito, una leyenda, la leyenda de la cinta
de las nueve horas de duración y que se redujo a dos, destruyéndose el material
“sobrante”; todo alimenta la leyenda de una cinta extraordinaria, necesaria
ciertamente para los gustosos del cine más elegante de todos, el cine mudo.
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