Unas de las últimas películas del periodo mudo,
y una de las consideradas últimas grandes películas, uno de los grandes
clásicos de aquel glorioso momento de la historia del arte cinematográfico. Todo
en un año muy significativo, 1928, justo el año en que saldría a la luz la
oficialmente reconocida primera película sonora, poniendo fin a la era silente,
y trayendo una de las mayores revoluciones que tuvo lugar en el cine. El gran
Paul Leni adapta para esta ocasión una novela del gigante literario Víctor Hugo,
y ciertamente una de sus novelas más queridas para el autor francés, en la que
nos retrata la historia de un individuo en la Inglaterra del Siglo XVII, hijo
de un noble exiliado, y victima de lo que se llamaba “comprachico”, individuos
que compraban niños, y les realizaban prácticas quirúrgicas para deformarles el
rostro, dejándoles una sonrisa eterna y bizarra. La cinta narra la historia de
ese desgraciado, mientras va naciendo un idilio con una chica ciega con la que
se han criado juntos. Notable filme, de un cineasta que produjo no pocos
ejercicios imperecederos, y que trabajó mano a mano con los grandes maestros
del cine mudo, y además una adaptación que era ciertamente un desafío, con un
tema tan polémico y a la vez complejo, representar la sordidez de una sonrisa
tétrica, casi espeluznante. Conrad Veidt es el encargado de la complicada
labor, y lo cierto es que el trabajo es extraordinario, la seriedad y expertiz
del cineasta se reflejan y la interpretación del actor está a la altura, en uno
de los trabajos fínales del gran Paul Leni.
En el año 1690, en Inglaterra, vemos al
monarca, James II (Sam DeGrasse), descansando, atendido por su sirviente Barkilphedro (Brandon Hurst), recibe
la noticia de que un noble, que anteriormente se rehusó a brindar pleitesía al
rey, vuelve de su exilio, está buscando a su hijo. Se entera que fue a parar
con “comprachicos”, fue vendido a individuos que practican extrañas cirugías
faciales, deformando rostros de niños. El cirujano en cuestión es el Dr.
Hardquanonne (George Siegmann), el niño se llama Gwynplaine, y es acogido por
Ursus (Cesare Gravina), viven ambos con Dea, una bebé que el niño salvó de la
calle. Gwynplaine (Veidt), desfigurado desde niño con una sonrisa, ya adulto es
una atracción circense ambulante, y es muy conocido por las multitudes, junto a
una Dea ya mujer (Mary Philbin). El rey ha muerto, un gran espectáculo se
realiza en la corte, y Dea y Gwynplaine van teniendo acercamientos. Al hombre que ríe, como se le conoce, se le piensa
restaurar su herencia nobiliaria, teniendo que desposarse para ello con la
duquesa Josiana (Olga Baclanova), pero la futura esposa se ríe de él. Entonces
el hombre que ríe y Dea se declaran ya su amor, se corresponden, pero al
fracasar la boda, hay orden de capturar a Gwynplaine, la boda se intenta
realizar, la duquesa lo necesita para recibir herencia. Él se rehúsa sin embargo, no
se casa, es perseguido, pero finalmente tendrá una oportunidad de quedarse con
Dea.
El contexto nos es delineado pronto, se nos
sitúa en Inglaterra, siglo XVII, los llamados “comprachicos” y sus aberrantes prácticas, la sola idea es pesadillesca,
propia de una pesadilla, traficando con niños pero lo que es más,
desfigurándolos de por vida, convirtiéndolos en esperpentos, en atracciones de
circo, fenómenos ambulantes que son condenados a una existencia patética. Es
esa persona nuestro protagonista, un ser torturado, atormentado, que encontrará
el amor pese a todo en la humanidad de una ciega, la única mujer que
paradójicamente ve lo que nadie más ve, ve y ama su forma de ser, ignora su
rostro, ella, la ciega que lo ama, que nos es presentada en muchas ocasiones vestida
significativamente de blanco. Gwynplaine vive en medio de gente de circo, gente
de comedia, pero curiosamente la mayor de las comedias es su vida propia, un
individuo que despierta burlas y mofas, pero que jamás perderá la sonrisa,
reforzándose poderosamente la ironía, pero reforzando a su vez la presencia y
patetismo del personaje, que pareciera reír por no llorar. La idea en sí de
adaptar una novela al cine es siempre una tarea compleja, y si se trata de una obra
de Víctor Hugo, tocando cierto particular tema, lo es aún más, pues como se
dijo, la imagen es sórdida de inicio, representar un hombre que tiene una
sonrisa para siempre grabada en el rostro, un rostro desfigurado que adquiere
un aspecto ciertamente bizarro, perturbador incluso; conocido es el detalle que
inclusive el autor de Batman, Bob Kane, se inspiró en el personaje de
Gwynplaine y su espeluznante sonrisa para crear al archi villano por excelencia
del Hombre Murciélago, El Guasón. El intérprete para tan complejo papel viene a
ser Conrad Veidt, uno de los grandes nombres actorales de la Alemania de entonces,
protagonista de la legendaria El Gabinete
del Dr. Caligari (1920) de Robert Wiene, piedra angular del expresionismo
alemán, además de haber trabajado también en cintas norteamericanas cuando le
tocó emigrar de Alemania con el ascenso de Hitler -sin ir más lejos, la mítica Casablanca (1942) también lo tiene entre
sus créditos-, dada su postura anti nazi. Se trata pues de uno de los nombres
mayores del cine mudo y que supo adaptarse a la llegada del cine sonoro, una
auténtica leyenda actoral, y su interpretación queda para el recuerdo, con esa
espeluznante y perturbadora sonrisa que durante buena parte del filme le vemos
esconder, mientras sus ojos gravitan desesperadamente, mientras su ceño se
frunce extremadamente y mientras se producen gestos extraños en su siniestro rostro. Sin duda una de las grandes
interpretaciones de este legendario actor.
La cinta evidencia la experiencia y recorrido
de un cineasta curtido en el cine mudo, todo un expresionista curtido en la
utilización del blanco y negro como recursos de narración y de expresión a la
vez, manifestándose esto en algunos de sus planos, conteniendo potentes
claroscuros, se nota la comodidad del creador en este tipo de situaciones, su
comodidad para fluir y narrar con esos recursos, observándose a veces un
contraste más bien suave, y en otras ocasiones es filoso el mismo efecto. El
montaje asimismo tendrá momentos de variación, mostrándose la cinta con un
ritmo relativamente frenético por momentos, para adquirir un paso más bien
pausado y parsimonioso, acorde por supuesto cada momento a las circunstancia
del filme. El dominio y categoría del director alemán quedan muy patentes en
esta cinta, uno de sus trabajos de madurez, donde apreciaremos que era un
cineasta muy técnico, que brillaba en el aspecto técnico, y entre otras
técnicas de su puesta en escena observaremos superposiciones de planos,
múltiples variaciones de este recurso apreciaremos durante el metraje,
plasmando enajenación y delirio: visualmente es lo más distinto a todo, lo más
irreal, es en esos momentos donde se advierte al gran expresionista que fue
Paul Leni, un cineasta de la etapa dorada del cine alemán, además de algunos
encuadres que ciertamente tienen mucha fuerza en su composición. Por aquellas décadas
del siglo pasado, el cine en Norteamérica comenzaba a decaer, dejaba paulatinamente
de ser un arte para ir siendo un producto industrial, los grandes baluartes
David Wrk Griffith y Mack Sennet estaban ya en declive, los extranjeros,
emigrados de diversas partes de Europa, eran los que rescataban el contenido
artístico del cine, eran los años de Von Stroheim, del soberbio Von Sternberg,
del húngaro Paul Fiejos, y de Paul Leni. El acompañamiento musical es asimismo
notable, y lo es particularmente en las secuencias del idilio de Gwynplaine y
Dea, con delicadas y casi etéreas notas que ambientan correctamente los sublimes
momentos en el que traumatizado hombre que ríe se acerca a su amada ciega.
Inclusive notas de canto, perfectamente coherentes a la música, terminarán por
crear un ambiente etéreo, cuando ambos individuos, ajenos a la sociedad normal,
hallen en su mutua compañía el amor. Ese tipo de “experimentos” -junto a lo
recién mencionado, hay momentos del filme en que se insertan sonidos, no de manera definitiva aún, de modo embrionario,
pero eran aproximaciones, atisbos ya del uso del sonido en el cine- en una
película muda es uno de los detalles a resaltar del filme, no en vano
considerado por expertos en cine mudo como una genuina obra maestra, si bien
algunos trabajos de Leni quizá sean más conocidos, como El hombre de las figuras de cera (1924), La última advertencia (1929) o La
voluntad del muerto.
Para la secuencia final tenemos uno de los pasajes visualmente más poderosos del filme, esa algazara nocturna lo domina todo, coronado por la estrambótica sonrisa del hombre que ríe; la secuencia sucede de noche, plagando la oscuridad toda la barahúnda, apreciándose algunos de los momentos de mayor soltura en la narrativa de la cámara del alemán, y configurando asimismo algunos de los instantes cromáticamente más atractivos por la fuerza de los contrastes que se generan. Leni, si bien respetando en gran medida la obra literaria francesa, en el final sí que se tomó una licencia, aplicando considerables cambios y opta por ese final repleto de esperanza, con los amantes abrazándose juntos, con Gwynplaine que finalmente se queda con su invidente amada -personaje femenino que en el libro tiene un final bastante diferente-; el atormentado Gwynplaine, que vuelve sórdido identificar sus sonrisas, si son genuinas o mezcladas con terror y humillación, encuentra el amor, el sosiego, la felicidad. La figura de lo representado puede ser vista como una alegoría, esa sórdida sonrisa puede ser un símbolo de burla al rey que desterró al noble, que vendió al hijo de éste a un “comprachicos”, solo para que el infante recupere sus beneficios nobiliarios, y lo que es más, rechace incluso la mano de una duquesa en la mismísima casa de los Lords. La puesta en escena es pues descomunal, repleta de aciertos notables, la actuación particularmente de Conrad Veidt es también acorde, pero está además Mary Philbin, Dea, de gran aporte al filme, dulce, inocente, frágil, algún crítico inclusive emparentando su representación con las de Lilian Gish, la musa de Griffith; las distancias al margen entre un caso y otro, la aportación de la Philbin es correcta y apreciable. Gran película que, como se apuntó inicialmente, vio la luz en un año de gran relevancia en la historia del cine, El cantante de jazz en 1928 se estrenó, y si bien el éxito del mismo fuese discutible, o si es un filme mediocre como algunos consideran, es en efecto la cinta que trajo el sonido al cine; El hombre que ríe es considerada por cierto sector de la crítica como la última gran obra maestra del cine mudo, Paul Leni solo dirigiría un filme más después de este trabajo, La última advertencia (1929), que sería el colofón a una filmografía no demasiado prolífica, con muchos cortometrajes en su contenido, pero que es en efecto una notable andadura artística. En los años en que empezaba a suceder lo que ahora es una aplastante y aberrante realidad, cuando el cine dejaba de ser un arte en Estados Unidos, y cuando el nazismo expulsó a tantos talentos de sus tierras natales europeas, fue en tierras yanquis que esos talentos florecieron, tal es el caso del gran Paul Leni, de los más brillantes directores del cine mudo, y tenemos en este trabajo uno de sus mayores logros cinematográficos.
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