Erich von Stroheim es uno de los
cineastas mayores de la época muda del cine, y en la década de los veinte del
siglo pasado fue cuando algunas de sus grandes obras maestras se producirían, y
en el caso de la cinta ahora comentada es un trabajo en el que el austrohúngaro
se muestra más versátil que nunca. Von Stroheim hace las veces de escritor,
director, y actor principal en esta cinta, que configura un caso que en más de
una oportunidad la sucedería al director, la severa mutilación de su obra por
parte de los productores, siendo además uno de los rodajes más accidentados y
complicados para el cineasta, por diversos factores. Nos presenta la historia
de un individuo timador, un sujeto que arriba a Mónaco, donde se hace pasar por
un noble ruso para intentar seducir a la esposa de un eminente diplomático
estadounidense, a la vez que va manteniendo vínculos con dos mujeres, supuestas
primas suyas, y también va generando fraudes como falsificación de dinero. Continúa
Von Stroheim siguiendo las directrices principales que guían muchas de sus
obras, retrata con gran precisión y minuciosidad el escenario social monegasco,
a la vez que muestra, a la vez que grafica lo hipócrita y postizo que pueden
llegar a ser ciertos individuos, y lo manipulables, frívolos que pueden ser los
americanos, particularmente las mujeres. Una cinta que fue brutalmente mutilada
y reducida de su metraje original, pero que aún continúa teniendo mucho
atractivo.
Se aprecia
primero a las Princesas Olga Petchnikoff (Maude George) y Vera (Mae Busch), así
como al conde Sergius Karamzin (von Stroheim), del ejército ruso, todos en las
comodidades de sus aposentos. Reciben la visita de Cesare Ventucci (Cesare
Gravina), un individuo con el que están
produciendo billetes falsos, planean hacerlos circular. Se entera el conde que
un importante funcionario político estadounidense arribará a Monte Carlo, y
planea junto a sus primas vincularse con ese sujeto, haciéndose pasar por
nobles rusos. Arriban a Mónaco el enviado especial Andrew J. Hughes (Rudolph Christians),
y su esposa Helen (Miss DuPont), mujer que llama la atención de Sergius. El
conde se las ingenia para conseguir situaciones donde intima con ella, que se
siente atraída, mientras Andrew nota con molestia esa creciente cercanía. A su
vez el conde engaña a su criada, Maruschka (Dale Fuller) con falsas promesas de
matrimonio, de ruina económica, y le arrebata los ahorros de toda su vida. Sergius
intenta tanto hacer pasar por verdaderos sus billetes falsos como hacer crecer
el dinero de la criada apostando, sin demasiada fortuna. El conde consigue
llevar a Helen a sus aposentos, se entrevista a solas con ella, pero Maruschka,
enloquecida de celos, prende en llamas toda la casa. Finalmente
trágico desenlace tendrá el conde, sus primas serán
detenidas, Helen se queda con Andrew.
Las primeras imágenes que
apreciamos del filme nos van mostrando ya a sus protagonistas centrales, las
acomodadas princesas Olga y Vera, así como el conde, pasando buenos ratos y
teniendo ciertos lujos, pues el cineasta nos muestra imágenes de la sirvienta
poniéndoles almohadas debajo de los pies en la mesa. Junto con esta imagen,
también vemos los alimentos y el caviar, el lujo del opíparo banquete, con una
sola idea o plano detalle ya nos va delineando a sus personajes. Es el filme un
nuevo ejemplo de la afición de von Stroheim a las superproducciones, de gran
presupuesto y que él justifica con gran variedad de recursos técnicos en su
realización, pudiendo apreciarse diversidad de planos, tomas panorámicas de la
ciudad de Mónaco, grandes planos generales, planos de muchedumbres,
interesantes encuadres, apreciaremos su ya conocida minuciosidad en el trabajo
de retratar esos aspectos, una característica que se quedaría para siempre en
su personalidad artística, el maestro da muestra del dominio y conocimiento que
tiene del lenguaje cinematográfico, del amplio abanico técnico de que dispone
para rodar sus cintas, realmente un dómine. Y por supuesto, sus primeros
planos, algo en lo que siempre fue eficiente, primeros planos que capturan con
eficiencia los registros de los actores, sus expresiones y gestos, pues en
efecto en la cinta se pueden apreciar grandes actuaciones, partiendo por el
propio director y guionista (vaya individuo von Stroheim, guionista, director e
intérprete principal en esta cinta, un auténtico todo terreno cinematográfico),
siguiendo con Miss DuPont. El uso de la luz, de las sombras, de los contrastes cromáticos
es ya bastante bueno por parte del cineasta, sin que sea ésta sin embargo su mayor
obra en ese aspecto. Es capaz, empero, de producir von Stroheim un soberbio
claroscuro momentos después de la secuencia del incendio, donde se encuentra
Maruschka. Dentro de la obviedad que resulta el abanico cromático en un filme
en blanco negro, es interesante notar la diferencia de color que emplea el
austrohúngaro, generando atmósferas distintas de las que impregna cada
secuencia, un recurso ya utilizado en el cine mudo, el cine de blanco y negro,
con tonos cálidos, tonos sepia, todos más fríos, obviamente todos para ilustrar
distintos momentos, una noche, un interior, un exterior, etc; entre otros grandes titanes europeos, por
ejemplo también hemos visto este recurso en el prodigioso Víctor Sjostrom.
La imagen del personaje central,
el conde, es asimismo mostrada pronto, disparando a un blanco probando su
eficaz puntería, fumando orgullosamente, y con el monóculo del que no se
desprenderá en toda la cinta; es pues un sujeto distinguido, o al menos eso
aparenta ser, esa imagen construye para proyectarla a los demás. Pero su real
personalidad es también prontamente diagramada, cuando la hija de Ventucci, una
fémina de extraña conducta, con aparentes trastornos mentales, tras ser
estudiada por la cámara, es abordada por el conde, que pese a todo muestra
intenciones al parecer deshonestas con la mujer. Vemos que se trata de un
sujeto abyecto, de acciones reprobables, desde el comienzo vemos ya su
personalidad en esos instantes. Es un individuo manipulador y conocedor de cómo
obtener lo que desea, seduciendo a la esposa del diplomático, indicando a un
niño que anuncie sus falsos cargos nobiliarios con la voz más alta que le sea posible
proferir. En la cinta apreciamos principalmente eso, la falsedad, lo postizo de
estos personajes, las charadas o artificiales números, el filme recorre su
juego, sus falsedades son retratadas así como también la farsa de los billetes
que harán circular. Se trata pues de sujetos timadores, que fabrican una falsa
imagen, a través de la cual lograr sus maquiavélicos objetivos, seducir a Helen
en el caso de Sergius. El conde es ciertamente uno de los personajes más ruines
construidos por el austrohúngaro, tenemos secuencias elocuentes de esto, como
verlo dándole cierta privacidad a Helen para que se desvista, pero él, primero
volteándose para fingir falso respeto y solemnidad, luego a través de un espejo
la mira desvistiéndose, aprecia su relativa desnudez con depravada sonrisa. Por
si fuera poco, en esos momentos elocuentes aparece una cabra, animal que le
pondrá literalmente el rabo en la cara al falso noble, insistentemente pondrá
sus no tan nobles partes en el rostro del fisgón. Una figura ciertamente no muy
elegante la presentada por el cineasta, pero que sirve para ridiculizar la
figura del timador, para reforzar potentemente su ridícula figura y
personalidad, y de paso esboza una escena de cierta comicidad gracias al
impertinente animal. El falso noble primero se acerca con argucias a Helen de
noche, a la mañana siguiente se besuquea con una de sus primas, y luego aún
tiene tiempo y humor para mentir y engañar a la mucama. Es pues un ser bajo,
abyecto, ruin, y su imagen se refuerza con esa perenne actitud socarrona, esa
sonrisa socarrona que se complementa con la gorra militar utilizada de lado,
chueca, torcida, como el personaje mismo que la lleva.
Otra imagen elocuente de ese
personaje, es cuando se relaciona con Maruschka, resultando casi increíble que
la mucama haya creído en realidad que el conde se casaría con ella, suplicando
y sufriendo por la conducta del falso noble. Pero la figura se presenta cuando
el conde finge llorar con ella, se cubre el rostro con las manos, hasta vierte
un líquido que finge ser lágrimas suyas, pero cuando ella no ve, se ríe,
esboza otra vez esa abyecta sonrisa, se burla de las mujeres, y finalmente, de
modo inverosímil, obtiene el dinero de su propia criada, la engaña para
quedarse con su dinero; es un ser despreciable, y de paso se justifica el
título del filme, las liviandades, las
frivolidades que se aprecian en todo cÍrculo social, particularmente el estrato
alto ahora. Incluso se limpia la boca luego de besar a Maruschka -la misma que
besa a un ave en un primerísimo plano, figura que veremos similar en Avaricia-, es severo y efectivo el
retrato presentado. El final retazo de su personalidad nos será graficado cuando
en el incendio nos muestre su real cara, la cara de la cobardía. Con esa
secuencia se termina de despedazar la figura del conde, falsedad, mentira, cobardía,
todo enfrascado en un frío maquiavelismo, pero finalmente ridiculizado. El tema
tratado por von Stroheim, las situaciones retratadas, adquieren una vitalidad
mayor cuando pensamos en el contexto en que se sitúa la cinta, el contexto es
siempre herramienta vital para entender mejor y valorar una obra artística. En
la década de los veinte del siglo pasado, en la industria cinematográfica
Hollywood dejaba de ser la gran luminaria artística, sus principales exponentes,
Griffith a la cabeza, comenzaban un lento declive artístico, y los grandes
maestros europeos migraban a tierras yanquis, a brillar con luz propia en ese
ambiente. Es el caso, entre muchos otros, de von Stroheim, recién llegado a
Estados Unidos, visto como un exótico extranjero, el hecho de que los americanos
ignoren ciertamente las maneras de la realeza europea, es algo que
probablemente impactó y divirtió realmente al cineasta, para en cierta medida
adaptarlo en su cinta, mientras reflexiona sobre las liviandades y frivolidades
de los seres humanos, lo bajo de sus personalidades e instintos; probablemente
vertió algo de su propio sentir el cineasta, insuflando esa vitalidad que toda
creación artística tiene cuando se nutre de la realidad, de vivencias reales.
Estamos asimismo frente a una de
las cintas del cineasta cuyo rodaje fue de los más accidentados para Erich, quizás
la mayor en ese aspecto. Nueve horas de rodaje en total fueron las que produjo
von Stroheim, material que fue reducido a poco más de dos horas, en otro
detalle muy similar a lo que ocurriría dos años después en Avaricia, con todas las fricciones y dificultades que esto acarrea,
quedándose muchas sub tramas en el aire, muchos personajes perdiendo
relevancia, perdiendo cohesión y fluidez la obra en su totalidad. Finales
alternos como Helen teniendo un bebé, el conde muriendo y siendo devorando por
un pulpo (¡!...), incontables asperezas en el montaje final, sin mencionar las
obvias y evidentes rupturas narrativas, producto por supuesto de la severa
mutilación y reducción de material, muchas cosas del guión original se vieron
severamente modificadas, muchos detalles cambian, otros eliminados simplemente,
en otro ejemplo de la cruel intervención de los productores en una cinta. Por
si fuera poco, Rudolph Christians, actor que interpreta al diplomático, tuvo
que ser reemplazado, pues feneció durante el rodaje, y el doble utilizado,
mayormente apareciendo de espaldas, aparece con cano cabello, contrastando con
el negro pelo de Christians, bastante llamativo detalle conociendo la minuciosa
personalidad de Erich. Ciertamente una cinta muy rica desde prácticamente todos
los puntos de vista desde donde se la analice, una cinta que influyó
directamente en un cineasta descomunal como Jean Renoir, y curiosamente el francés
utilizaría a su referente ídolo von Stroheim en La gran ilusión (1937), dejando patente lo bien que le sentaba la
actuación al austrohúngaro director (de hecho, su producción como actor es tremendamente
mayor a su producción como cineasta, pero la genialidad no se mide en cantidad). También curiosamente, Renoir se caracterizó por ser director y actor protagonista
de sus filmes a la vez; titanes muy similares ambos. La cinta de von Stroheim forma
parte lamentablemente de esas cintas perdidas, esas cintas que jamás serán apreciadas
como lo que su creador genuinamente quería, no realizadas como quería crearlas,
sino como intentos de acercarse a ello; diversas versiones a lo largo de los
años surgirán, pero no serán más que eso, esfuerzos por reconstruir algo
imposible. Reducciones de nueves horas de rodaje a dos, unas crueles
mutilaciones que harían ver menores a las que sufriría el mismísimo Orson
Welles. Con todo, es una de las cintas referenciales de un cineasta mayúsculo
dentro del cine mudo, la etapa dorada del arte cinematográfico, más que digna
de atención para los conocedores de lo mejor del cine.
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