William Beaudine fue un cineasta neoyorkino
que tuvo entre sus características como creador artístico una prolificidad casi
irrepetible, con centenares de ejercicios fílmicos en su curriculum, es ciertamente
uno de los cineastas yanquis más prolíficos. Pero sin lugar a dudas, entre
semejante cantidad de producción artística, la cinta ahora comentada tiene
un lugar particular un lugar especial,
pues es ciertamente una creación cinematográfica notable, desde muchos puntos
de vista. Adapta Beaudine la obra literaria cuya autoría es de Winifred Dunn, en
la cual nos presenta la entrañable historia de Molly, una huérfana que vive,
junto a otros infantes de su misma condición, en un lugar apartado, un inhóspito
pantano, en el que un abyecto individuo se encarga supuestamente de cuidar a
los huérfanos, pero lo que en realidad hace es matarlos de hambre, quedarse con
el dinero que los familiares de éstos envían para sus cuidados, solo les provee hambre
y de enfermedades; todo cambiará cuando Mamá Molly, como la llaman sus compañeros,
decida guiarlos a una escapatoria de ese infierno. Para interpretar al célebre personaje
tenemos a una de las mayores musas de la etapa silente del cine hollywoodense,
la gran Mary Pickford, que, a esas alturas de su carrera no era ya nada ajena,
ni mucho menos, a ser la protagonista principal de casi todos los filmes que
estelarizaba, y nos obsequia una de sus interpretaciones más memorables. Esto,
sumado a una puesta en escena bastante apreciable por parte del director
neoyorquino, completa una cinta bastante apetitosa y disfrutable.
El filme comienza con imágenes de
una rústica casa en medio del pantano, obra del mismísimo demonio al parecer, donde
vemos al Sr. Grimes (Gustav von Seyffertitz), hombre cruel que se deshace de
una carta y un juguete para una huérfana. Vemos luego a Molly (Pickford), la
mayor de un grupo de huérfanos hospedados en medio de ese árido terreno, a
cargo de Grimes, que vive con su mujer, la Sra. Grimes (Charlotte Mineau), en
un muladar donde todos padecen hambre, enfermedades, donde rezan y piden a Dios
que los saque de ese suplicio. Así transcurre la vida en ese apartado sitio, el
viejo tirano incluso vende a uno de los niños sin pensar al ofrecérsele buen
precio. Todo cambia cuando llegue una nueva bebé a la casa del pantano, Doris,
una bebé que le ha sido robada a Dennis Wayne (Roy Stewart), acomodado
individuo que no demora en dar búsqueda a su vástago, iniciando pesquisas policiales.
El viejo Grimes al inicio quiere deshacerse de la bebé, pero una recompensa se
ofrece por la niña, y pronto se entera de ese botín, pretendiendo obtener esa impensada
ganancia. Molly naturalmente no permite que el viejo ponga sus manos en la
niña, se refugia en un granero. Todo dependerá de la valerosa Molly, que buscará
sacar a todos sus compañeros y hermanos del infierno, pero encontrará en la
figura del Sr. Wayne un punto de escape perfecto a todos los suplicios vividos.
El inicio de la cinta es potente
y elocuente, con el texto sobre de una suerte de pasaje bíblico, en el que se
habla de cómo el demonio tuvo su participación en la creación del mundo, su aporte
fue crear un pantano, infernal obra maestra del terror, y que Dios, al observar
tan buen trabajo, lo dejó existir. A esa idea o concepto, ya bastante fuerte,
suma el cineasta como siguiente imagen la del infernal pantano citado, un gran encuadre,
un notable plano general que nos muestra casi a modo de mapa el citado lugar propio
del averno, vemos dos vetustas casas, rústicas construcciones en medio pues de pantanosas
tierras, inhóspito y cenagoso sitio, que, expuesto luego de lo que informa el
texto inicial, ya nos va delineando lo que veremos. Tras generar ese doblemente
elocuente comienzo, el prólogo continúa, y nos dice que el diablo se superó a sí
mismo llevando al Sr. Grimes a ese sitio. La figura, que pareciese exagerada,
se justifica luego con igual contundencia cuando veamos al susodicho individuo,
leyendo amorosa carta de familiares a una niña, pero él, lejos de enternecerse,
arruga la hoja de papel, y arroja la muñeca, obsequio destinado a la infante, a
las arenas movedizas que rodean el pantano; su presentación es efectivamente
infernal, es casi un demonio lo que vemos, cruel y desalmado, se deshace sin
miramientos de los cariñosos efectos personales. Muy efectiva la presentación,
el delineado que se nos hace de uno de los personajes centrales del filme, un
ruin anciano que mata de hambre a los niños, roba bebés inclusive, todo para
ver su propio beneficio, es un ser demoniaco, que vive en un lugar demoniaco,
el pantano plagado de insania y rodeado de arenas movedizas. El escenario que
consigue retratar el director es asimismo notable, el modo en que se plasma ese territorio
inhóspito, salvaje, es uno de los puntos fuertes del filme, y se aprecian
frondosos y poderosos árboles, de formas impactantes y dignas del escenario,
tenebroso pantano inmisericorde, con la mencionada arena movediza como perenne amenaza,
elemento que es omnipresente. Mención aparte merecen los cocodrilos, letales
reptiles que aparecen asimismo en notables primeros planos con toda su intimidante
presencia, prácticamente interactuando con los intérpretes -por supuesto, esto
gracias a un eficiente y loable trabajo de montaje-, constituyendo mucha de la
fuerza que despide esa infernal locación. Todo configura un soberbio ejercicio
de cine rodado en exteriores, una labor tan titánica como soberbios son los
resultados, una cinta memorable.
Es asimismo muy apreciable el
trabajo de narración visual, pues para la época, y comparando con otros
ejercicios contemporáneos, se observa un dinamismo de la cámara notable, una variedad
de sus registros expresivos muy apreciable y disfrutable. Observaremos, concatenados
de hábil forma, primeros planos, planos generales, picados, contrapicados, encuadres
-como aquel que apertura el filme- fuertes y expresivos, que reposan en
composiciones en muchos casos impactantes. Esto es algo que siempre, siempre,
un gran cineasta consigue generar desde el comienzo, desde sus iniciales imágenes, sencillamente
así es su lenguaje cinematográfico, y así es el lenguaje de William Beaudine,
ese dinamismo en su narrativa visual, apreciando la gran mayoría de ejercicios
yanquis contemporáneos, ciertamente es digno de apreciación y valoración. Se
aprecia bastante este aspecto cuando tomamos en cuenta el contexto hollywoodense,
y es que para la época, década de los veinte, hablamos de unos momentos en que
la industria cinematográfica yanqui se vuelve cada vez más eso, una industria,
un negocio, y no un arte. Sus grandes luminarias y emblemas, encabezadas por David
Wark Griffith, y con Mack Sennet como otro gran exponente, comenzaban un
gradual declive artístico, los cineastas más brillantes en Hollywood no eran,
paradójicamente, norteamericanos; brillaban en suelo estadounidense los
talentos europeos que migraban, brillaban Erich von Stroheim, Josef von
Sternberg, Paul Fiejos, Paul Leni, entre otros grandes talentos. Beaudine es
pues una cálida y valiosa excepción, cuando sus coterráneos colegas generaban
cine en masa, producían películas como mercancías comerciales -sin ir más
lejos, varios de los mayores filmes de la Pickford, que se citarán en líneas
posteriores, brillan más por la interpretación de ella, que como realizaciones
cinematográficas propiamente-, el neoyorkino es capaz de sorprender gratamente
con este filme; ahora, no nos engañemos, Beaudine, en su extensísima
filmografía, entre numerosos cortometrajes y episodios televisivos, no pocos
largometrajes de las citadas características a buen seguro produjo, pero esta
filme es una imperecedera piedra angular que lleva su impronta.
Un rasgo interesante del filme es
la llamativa variedad de tonalidades dramáticas en su contenido, pues más de un
género, o algún rasgo de diversos géneros observaremos. A la cinta no la falta
cierta dosis cómica, a la que colabora la buena actuación de la Pickford, pero
el mérito en ese apartado es ciertamente para el cineasta, que consigue
impregnar a su filme de ese tibio halo cómico. Naturalmente tiene mucho drama
la cinta, equilibrando debidamente el toque de hilaridad de ciertas secuencias
con toda la potencia y fuerza del drama presentado, un ruin anciano que tiene muchos huérfanos en un cuchitril de hogar,
engañando a los familiares, que creen que el viejo los cuida, pero lo que hace
es quedarse el dinero, solo para tenerlos a todos muriendo de hambre y
padeciendo enfermedades; hasta roba bebés, para cobrar rescates, es pues
abyecto. A esa mescolanza de drama y comedia, se suma quizás la más evidente y
potente directriz, la directriz religiosa, pues es la cinta una suerte de parábola,
de historia cristiana, en la que incluso vemos oníricamente a Molly interactuar
con Jesucristo. Pero además están las evidentes alegorías, tras ver a Cristo
mismo, podríase ver a Moisés en la figura de Molly, que saca no a los judíos, sino
a los huérfanos, no de Egipto, sino de la casa infernal de Grimes, los lleva no
a través del desierto, sino del terrible y mortal pantano, para llegar no al
Mar Rojo, pero sí a otra concentración de agua. Como podemos ver, Beaudine
consigue en efecto configurar una película notable, variada, rica y a la vez enriquecedora,
no es complicado entender el tremendo entusiasmo de un grande como Ernst
Lubitsch, que llamó a la cinta “una de las ocho maravillas del mundo”.
Exagerada o no la aserción, definitivamente estamos ante una cinta
sobresaliente, con no demasiadas cintas yanquis contemporáneas que le puedan
hacer parangón. El cineasta consigue, como ha dicho, generar imágenes agradable,
como las manos de los huérfanos despidiéndose, a través de una resquebrajada
puerta, del niño que acaba de vender Grimes, configurando tierna imagen,
expresiva y elocuente.
Y está, obviamente, la máxima
baza actoral, la Pickford, encarnando como generalmente un rol eran sus
papeles, una fémina inmaculada, intachable y devota de Dios, detalle este
último que en este filme se verá más reforzado que nunca. Es como una madre
superiora, madre salvadora para todos los infantes, más notable aún
considerando que básicamente ella es uno más de ellos, se trata de uno de los
papeles más entrañables de la canadiense, la niña matriarca que guía a sus
niños a la salvación. Asimismo, también de símil forma a otros notables
largometrajes estelarizados por Mary, veremos a la canadiense actriz
beneficiándose de su menuda figura, de su escasa estatura, y veremos a la estrella,
que para el año de estreno contaba ya 34 años, interpretando a una niña
huérfana. El auxilio de la cámara, y del maquillaje por supuesto, sin dejar de
lado jamás la pequeñez de la intérprete, posibilitan tal proeza, y lo cierto es
que los resultados no defraudan, algo que no extraña al conocedor de los filmes
de la Pickford, pues en El pequeño Lord
Fauntleroy (1921), dirigida por Alfred E. Green y su hermano Jack Pickford,
incluso encarnó a un niño; de igual modo, en Tess en el país de las tempestades (1922), de John S. Robertson, si
bien no a un infante, también encarna a un personaje femenino de edad bastante
inferior a la suya real. Ese era el panorama normal de Hollywood entonces, la
Pickford, parte del cuarteto de figuras fundadoras de la United Artists, era
ciertamente una fulgurante estrella, era dueña absoluta de la mayoría de sus
filmes, descollante, adorada por el público y la mejor pagada de entonces.
Tenía igual o mayor protagonismo y poder hollywoodense que muchos intérpretes
varones, junto a Mabel Normand y Lillian Gish eran las musas mayores, y este filme
es simplemente otro lucimiento más de la rutilante actriz. Excelente filme, de
uno de los cineasta norteamericanos más prolíficos que ha habido, si bien no
considerado entre los más brillantes, pero que en este caso, dirigiendo a una
de las diosas mayores hollywoodenses, articula una película imperecedera, que
para el conocedor de cine mudo tiene múltiples motivos para considerarse
necesaria e imprescindible.
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