En la primera y segunda décadas
del siglo pasado, el cine silente era amo y señor de las artes audiovisuales a
nivel mundial, y era Hollywood el principal e indiscutible foco de producción y creación cinematográficas. Eran los años de
David Wark Griffith, de Chaplin, entre otros gigantes; el norteamericano Thomas
H. Ince es uno de los cineastas que tuvieron el privilegio de trabajar con los
mayores genios del cine de su país, que nunca alcanzaron su nivel de fama o
renombre, pero que tiene su sitio ganado para los que conocen la historia del
cine más allá de sus más altos e ineludibles exponentes. El cineasta Ince en
esta oportunidad rueda el que sería uno de sus ejercicios más celebrados y
recordados, un filme en el que plasma con apasionada fuerza su sentir hacia el
contexto que le tocó vivir, el efervescente escenario bélico, años previos a la
Primera Guerra Mundial. Nos narra el director la historia de un conde,
distinguido individuo que participa en una guerra, al mando de un submarino,
desobedece órdenes del propio rey a quien sirve, desacata la orden de
bombardear un indefenso barco con civiles, muere en combate, pero Jesucristo lo
resucitará, y volverá en él a la tierra para enmendar la situación. Sin utilizar
rutilantes estrellas, pero sí con un elevado presupuesto, configura Ince uno de
sus trabajos más respetables, pero a la vez menos conocidos, pese a que no
pocos aciertos y virtudes tiene su cinta.
Tras observarse unos textos hablando
sobre la civilización y algunas de sus contradicciones, se nos sitúa en la ciudad
de Nurma, donde sus habitantes realizan sus actividades sin mayor preocupación.
Aparece asimismo el rey de la nación (Herschel Mayall), en negociaciones con
mandos militares, el país se debate intensamente entre entrar directamente a
una inminente guerra, o seguir iniciativas pacifistas, como aconseja el abogado
Luther Rolf (J. Frank Burke). Al inventor al servicio del rey, el conde Ferdinand
(Howard C. Hickman), el monarca mismo le encomienda que ponga sus inventos al
servicio de la corte, prometiéndole grandes beneficios. Finalmente el rey se
deja llevar por algunos de sus consejeros, aprueba el combate, el estado entra
en la guerra, debiendo partir muchos jóvenes a pelear por el país, dejando
esposas, madres y padres destrozados. El conde Ferdinand parte también, dejando
a Katheryn Haldemann (Enid Markey), apesadumbrada, ambos se aman, pero el deber
es primero para él. Ferdinand, ya en combate, dirige un submarino, y cuando
recibe órdenes de destrozar sin piedad un pequeño bote que transporta civiles, desobedece
ese mandato, muere en la batalla. Pero el mismísimo Jesucristo le revive, toma posesión
de su cuerpo, y predica el bien en la Tierra nuevamente, teniendo interacción incluso
en el propio Rey, que tomará una nueva actitud luego de una revelación.
El comienzo de la película ya nos va
diagramando en gran medida la naturaleza de la cinta que estamos a punto de
presenciar, cuando reiterados cuadros de texto vayan deslizándonos figuras y
creencias religiosas que no se ponen en práctica; referencias a Cristo, amar a
los semejantes, amar al vecino como a uno mismo, pensamientos que muchos andan pregonando,
pero que no llevan a la práctica. La cinta inclusive se afirma dedicada a aquellos
seres que no solo hablan de la boca para afuera, sino que lo aplican en la vida
diaria; de esta forma las dos principales vertientes por donde discurrirá la
cinta ya nos han sido presentadas, la corriente pacifista por un lado, y por el
otro la profunda religiosidad que impregna el filme por completo. Es de las
primeras cintas en presentar a Jesucristo como un personaje más de la película, en
retratar al hijo de Dios como un elemento más de la historia, casi como un
humano más, y como era de esperar en una representación así, obtuvo dispares
resultados este recurso, alguno tildando de banal dicha representación, otros
ensalzando tal positivo atrevimiento. Y es que, si se recurrió antes a ciertas
alegorías (la civilización y su falta de piedad contra los débiles e indefensos
de que se hablará líneas más adelante), para el tema de Cristo no hay trucos o
analogías simbólicas, acá se nos presenta frontalmente, directamente lo que se
desea; es Jesucristo que ha vuelto a la Tierra, ha vuelto al mundo de los hombres,
ha vuelto y pregona nuevamente su mensaje, un tema ya ambicioso, y un modo de
presentarlo aún más ambicioso. Por si fuera poco, de paso refuerza el
sentimiento general del filme, el pacifismo, la oposición de la violencia y de
la guerra, en la forma del mismísimo Redentor que habla directo al rey. El
filme de Ince se distingue también por presentarnos prontamente la dualidad que
desea exponer, no tomando partido irrevocablemente por un sentimiento, sin
prestar atención al otro extremo, sino lo contrario. Contrapone el director
ambas perspectivas, ambos enfoques, enfrenta ambas maneras de ver las cosas, primero
con un rey que recibe constantes exhortaciones a iniciar la guerra, pero después
lo contrapone con el pesar de las familias que ven a sus jóvenes partir. La dualidad,
la bifacia del drama se presenta rápidamente, drama reforzado por imágenes fuertes,
expresivas, patéticas, como la madre inválida, tirada en el suelo sobre su
silla de ruedas, llorando impotente al mandar a su hijo, a todo lo que tiene en
el mundo, a la guerra, a una muy probable muerte.
Vemos planos generales de la
ciudad, de su muchedumbre, y a propósito de esto, planos con muchedumbres,
conocida era su afición por controlar tanto escenas de ese tipo, que en ciertas
cintas Ince hubo incluso de contratar extras adicionales, aparte de los
numerosos con los que ya contaba su producción. Apreciaremos pues grandes
planos que lo abarcan todo, pero también otros encuadres donde se retratan imágenes
céntricamente concebidas, donde el centro de esas imágenes son punto de fuga, como
por ejemplo el rey en los minutos iniciales, conversando y dirimiendo con las
autoridades militares en la mesa. En algunos de los planos de los primeros
minutos del filme ya se va apreciando esa rigurosidad y planificación en la dirección
que tanto han caracterizado los filmes de Ince, en la concepción y composición
de sus imágenes, y en el modo en que nos
los presenta. El lenguaje narrativo y expresivo del director es más bien
sobrio, como se mencionó, buena composición, buen encuadre, pero es una cámara estática, carente
aún de movimientos o travellings, algo no poco coherente al año de la cinta,
1915; el riguroso cineasta brilló en otros campos de su expresión audiovisual, pues
en la dinámica, la soltura y movimientos de la cámara, se mostró más bien poco
dado a experimentos. Así, sin ser la estética, la belleza visual, una de las
principales características de la filmografía del director norteamericano, observaremos
algún bonito claroscuro, bonito y potente contraste cromático en algunas secuencias
al aire libre, con el cielo y las nubes como contrapunto de la oscuridad del
suelo. O también cuando Ferdinand, muerto, inicia su metafísico viaje para
conocer a Jesús, otra vez veremos ese contraste; ahí apreciamos un buen trabajo
en el campo de la fotografía. Para remarcar, eso sí, los recursos utilizados
para secuencias oníricas o surreales, para generar desdoblamientos, con superposiciones
de imágenes para lograr esos efectos, efectos de desvanecimiento asimismo de
algunas imágenes. Todo configura un correcto resultado final de esas secuencias,
donde también se plasma la epifánica interacción divina con el rey, tibiamente
un doble plano, de interacción onírico-realista, algo apreciable para el cine
de entonces. Viajamos incluso a la conciencia del personaje, del rey, con la disyuntiva
moral que tiene luego de la epifanía con Jesucristo, el viaje al interior de la
psiquis del personaje, un recurso apreciable y, para la época, relativamente
novedoso.
En ese sentido, también notable es
el hecho de que la cinta retrata un ambiente metafísico, un entorno extrahumano,
una suerte de viaje dantesco, cuando el alma del conde viaje al otro mundo,
viaje -luego de ese gran claroscuro citado antes- a un mundo entre almas atormentadas.
Oscuro espacio donde encontrará a Cristo, umbrosa y densa representación que es
su versión de esos temas metafísicos,
interesante que en líneas generales la cinta sea una versión personal de Ince,
tanto de ese surreal entorno, como del calvario de Cristo, visto
contemporáneamente. La secuencia bélica es asimismo bien lograda, frenética y
literalmente explosiva secuencia que retrata correcta y vívidamente, para entonces,
el infierno bélico, la pesadilla de la guerra, el fuego de las armas, explosiones
por todos lados, cuerpos volando por los aires. El filme es, como solía pasar
con Ince, un filme de perfil alto, un trabajo de alto presupuesto, que aparentemente
tiene en esas elaboradas y frenéticas imágenes de guerra la mayor justificación
a ese presupuesto, pues fuera de ese para la época vistoso despliegue visual, no
hay mayores hazañas. Entre las figuras que desarrolla la cinta tenemos la mayor
paradoja de todas, con la guerra, el más patético y cruel de los logros de la civilización, cobrando
vidas por doquier, tenemos a la así llamada civilización, que no tiene piedad
de acabar y destrozar a los débiles e indefensos. Clara alegoría tenemos de esto
en el buen conde Ferdinand desacatando órdenes, él desacata a su rey, desacata
a la civilización, rechaza abusar del débil e indefenso barco que transporta
civiles, figura donde vemos simbolizado el sinsentido, lo paradójico de la civilización,
una manera de organizarse que procura finalmente la destrucción, la extinción
de la vida. Como personaje central, el conflicto en la mente del protagonista,
Ferdinand, es vital, es ejemplar vasallo del rey, pero por encima de todo es un
siervo del Señor, se debate entre Dios y la inagotable sed de sangre de los hombres.
Con todo, y acorde a la tónica de la cinta, hay espacio para la redención, para
recapacitar, como hace el rey, moralizadora y religiosamente cristiana es por
encima de todo la cinta. Es un fogoso y atrevido manifiesto, en los días en que
los titanes cinematográficos como Griffith, como Chaplin -sólo por mencionar a
los que brillaban en Norteamérica- eclipsaban a los colegas, el prolífico Ince
resiste, no acaparará los mayores focos o elogios, pero es parte importante de
la historia del cine norteamericano (se dice que el filme ayudó a Woodrow
Wilson a reelegirse como presidente yanqui), en su contenido propagandístico,
inclusive se retrata con frecuencia al cuerpo de paz, un equipo formado por
valerosas enfermeras que ponen su grano de arena en el objetivo nacional. Algunos la
catalogan de obra maestra, otros de solo una buena película; lo cierto es que
es parte fundamental de la etapa del cine mudo norteamericano, una
extraordinaria cinta.