viernes, 30 de septiembre de 2016

Número diecisiete (1932) - Alfred Hitchcock

Continuaba Hitchocck durante la década de los treinta del siglo pasado evolucionando y desarrollándose como cineasta de filmes sonoros, con ejercicios fílmicos que todavía distaban de las mayores cumbres que el director inglés alcanzaría lustros después, pero pueden reconocerse algunas de sus características principales ya. Si en ejercicios previos contemporáneos a este filme se había alejado ostensiblemente Hitch de su más reconocible impronta como maestro del suspenso (sin ir más lejos lo apreciamos en la inmediatamente anterior Lo mejor es lo malo conocido, de ese mismo año), con temáticas y tópicos lejanos de los misterios, intrigas e incertidumbres, recupera en el presente trabajo un poco de su más interior esencia el director. Para no perder la costumbre, adapta al cine Hitchcock un nuevo trabajo literario, una nueva pieza teatral, escrita por Joseph Jefferson Farjeon, para plasmar una de las películas más breves que haya rodado, con la sencilla historia de un grupo de ladrones, una banda que se refugia en una casa abandonada, siendo seguidos por un detective; cuando una joven, miembro de la banda, evite que el detective sea asesinado, enamorada de él, intensa persecución por recuperar una joya se iniciará. Otra cinta con la que, sin ser el mejor trabajo del director, se puede seguir el camino evolutivo del cineasta.

                  


En un sitio no determinado, dos individuos se encuentran en una solitaria locación, es una noche tormentosa, recorren los umbrosos rincones de lo que parece ser una casa deshabitada. Mientras recorren los interiores de la abandonada casa, encuentran el cadáver de un hombre, no sabiendo bien qué ha sucedido. Ellos son ladrones, se están ocultando en ese domicilio abandonado, que es el número diecisiete de alguna avenida en Inglaterra. Entre los refugiados se encuentra Ben (Leon M. Lion), y la joven Nora Brant (Anne Grey), ellos junto a sus compinches se esconden, han robado un valioso collar, pero saben que un agente policial les está siguiendo la pista. Aparece el detective, Barton (John Stuart), que sospecha lo que viene sucediendo, pero no tiene la certeza, y comienza a investigar en la casa, así como a todos los allí presentes, los registra, pero no consigue pruebas definitivas. Pero Branton va acercándose a la verdad, en la numerosa banda están también Brant (Donald Calthrop) y Henry Doyle (Barry Jones), y cuando ha identificado a la banda y los va a detener, ellos están a punto de eliminarlo, pero Nora lo ayuda y sobrevive. Se desata entonces una intensa persecución, Barton sigue a la banda que huye en tren, ellos llevan el collar, pero el detective logra darles alcance, el collar ha sido recuperado, e inclusive ha nacido el romance entre Barton y Nora.










Hitch recobra algunas de las oscuras directrices de su cine inmediatamente en el presente filme, cuando el comienzo del mismo se muestra tenebroso, con parsimonia inicia el filme, pero plagado de misterio, cuando veamos a uno de los miembros de la banda ingresando a la oscura casa abandonada en una agitada noche. Pero mientras ingresa a la locación, y siempre tratado todo sin palabras, cambia el ritmo, además de un manejo de luces y sombras que genera de inmediato suspenso, y asimismo el trabajo de cámara y montaje terminarán de  confeccionar esa breve pero efectiva secuencia. El citado manejo de luces y sombras se extenderá a toda la cinta, siendo un recurso más que apreciable, contribuyendo de modo definitivo en la oscura estética final del filme, con las sombras humanas que se proyectan de maneras casi irreales por toda la casa, pareciendo por momentos un personaje más del filme. Hitchcock configura un poderoso trabajo de contraluces, que asimismo se asocia con unos claroscuros que engendran un ambiente de reclusión, una atmósfera de aislamiento, se siente esa tensa reclusión de los fugitivos, lo apremiante de su situación con el detective encima de ellos, un efecto que durante la primera parte del filme, la más dilatada, mientras están todos en la casa del número diecisiete, funciona muy efectivamente. Nuevamente el director emplea mínimos recursos para su trabajo, pocos protagonistas, reducidos escenarios y espacios -pues con excepción de la final persecución, casi todo sucede en la oscura y abandonada residencia del número diecisiete-, la economía narrativa de Hitch volverá a manifestarse, esto probablemente también condicionado por el bajo presupuesto con que se rodó la cinta, pero no fue este un factor que se sienta que haya sido definitivo para la puesta en escena.












Asimismo, en esta breve cinta Hitch recupera en cierta medida lo que siempre fue uno de sus santos y señas, el eficiente y atractivo trabajo de cámara en su narración visual, una cámara de movimientos libres y precisos, de oportunos zooms y resolutos travellings que siguen la acción de los protagonistas por momentos, y por otros nos coloca prácticamente en sus perspectivas, en sus puntos de vista. También se suma a esa notable y recuperada movilidad de cámara, el mencionado montaje, con esos cambios de ritmo que se distribuyen en el filme, y que de pronto desatan un paso frenético en la presentación y en la manera que se entrelazan esas imágenes. Imágenes reforzadas poderosamente por picados o contrapicados, consiguiendo con esos cambios de ritmo repentinos un suspenso que se distiende durante la película, captando eficientemente la atención con ese desenvolvimiento, ese trabajo de la cámara. Lo del cambio de ritmo es algo que reiteradamente usará Hitch en el filme y con siempre buenos resultados, pues luego nuevamente cambiará manera sensible el ritmo de su cinta, con la segunda y más breve, pero a su vez más intensa parte, la frenética persecución al tren, el punto de inflexión en la película. La persecución final es una secuencia muy bien lograda, donde todo el citado trabajo de montaje, de rápida concatenación de planos, alcanza su punto cúlmine, su más elevada cúspide, para retratar la velocidad tanto del tren como del bus, y la inercia en los protagonistas, el frenetismo alcanza su punto mayor, buena manera de clausurar la cinta, se guardó para el final ese desenlace emocionante. Nuevamente travellings, más arriesgados y dinámicos que nunca, diversidad de ángulos, encuadres, la movilidad de cámara que también alcanza sus mejores instantes, todo confluye en una secuencia que de igual manera tiene mucho dinamismo, diversidad en sus registros expresivos, correcto y efectivo dinamismo para esa persecución definitiva.













Es un filme coherente con el momento de la carrera de Hitchcock, de ese estadío de su carrera, en el que aún se encontraba en formación el gran genio, pero que iba dando ya los pasos definitivos en esa formación. De ese modo, como se apuntó en el párrafo inicial, la cinta inmediatamente anterior a este trabajo había sido la atípica Lo mejor es lo malo conocido, igualmente estrenada en 1931, un inusual e inocuo estudio de la aristocracia y sus frivolidades, un tema que no habría sido exclusivo de ese filme para Hitch por cierto. Pero el presente trabajo recupera, desde el punto de vista estético, pasando por el trabajo de cámara, además tibiamente del tópico retratado, mucho de lo que es la esencia del más elevado cine hitchcockiano. Aunque casi todos esos nortes se plasman en menores medidas que en sus obras maestras, y aunque el filme se siente por momentos un poco lento, ya se percibe como un acercamiento a lo que siempre fue Hitchcock; tibio acercamiento, pues es un suspenso que aún no está encuadrado en todas las aristas artísticas del británico, pero ya se retoma la senda de sus mejores nortes. El filme, en definitiva, no puede contarse entre las mejores producciones del gigante cineasta británico, pero tiene cosas positivas, dentro de sus limitaciones, y en su breve metraje, consigue su objetivo, capta y mantiene el interés, teje cierta intriga, y estéticamente se re encuentra el director con algunas directrices suyas que se habían diluido llamativamente en ejercicios previos. No recluta actores de relumbrón Hitchcock, tampoco continúa trabajando con actores de su previa etapa silente -como sí hiciese en otros de sus iniciales ejercicios sonoros-, es un filme sencillo, de trama simple, pero con esos elementos le bastan a Hitch para configurar un trabajo decente, decente y apreciable. Como casi todas las obras de este momento en la andadura cinematográfica del descomunal Hitchcock, es este un filme que puede sorprender al que únicamente conoce las obras maestras del inglés, pero al conocedor de toda su filmografía, le servirá de útil herramienta para una comprensión global de la obra del inmortal maestro del suspense.









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