Nos encontramos ante un muy
inusual ejercicio fílmico hitchcockiano en esta oportunidad, algo que en buena
medida es inédito dentro de la dilatada filmografía de este descomunal cineasta
británico. Esto se sostiene pues conocido es de sobra el hecho de que esta
cinta, simplemente titulada Mary, es
literalmente una copia, un volver a hacer
(un remake, si se quiere) de su
propia cinta un año antes dirigida, Asesinato
(1930), pues increíblemente, doce meses después de esa cinta británica,
produce Hitch este segundo largometraje de la misma historia, pero ahora con
producción franco alemana. Así, como jamás había hecho, ni volvería a hacer el
director, utiliza los mismos escenarios que la primera vez, utiliza los mismos
diálogos, los mismos personajes e historia, y hasta repite en muchos casos,
plano por plano su inicial rodaje, cambiando, como es lógico por el idioma,
únicamente los actores. En este mismo sitio cinéfilo tengo una reseña sobre Asesinato, así que en ese artículo se
puede encontrar excelente complemento del presente texto. Como se dijo, la historia
es la misma, una actriz es acusada de haber asesinado a una colega suya, todos
sus camaradas la creen culpable, salvo uno, que investigará, desenredará
misterios y resolverá la situación. En un caso tan particular como el presente,
el análisis no será, naturalmente, un análisis convencional tampoco.
En una noche oscura y tranquila,
de repente en un vecindario se escuchan muchos ruidos, pasos apresurados,
gritos, forcejeos, y finalmente una mujer grita desgarradoramente. Todo lleva a
la residencia de Mary Baring (Olga Tschechowa), actriz, y cuando acuden sus
vecinos, compañeros actores, encuentran el cadáver de una fémina, otra de las
actrices de la compañía; Mary asevera no recordar nada. Al día siguiente, se
inicia el juicio por el asesinato, Mary es declarada culpable por el jurado,
conformado por sus propios compañeros, entre los que está Handel Fane (Ekkehard
Arendt); por todos menos por Sir John Menier (Alfred Abel), pero el hombre es
presionado y casi obligado por los demás a votarla también culpable. Al ni
siquiera desmentir nada Mary, el juez le dicta sentencia, pero Menier está
convencido que Mary es inocente, que el asesino es otro. Así, se decide a
investigar por su cuenta, al margen de la policía, Bobby Brown (Paul Graetz), y
su mujer Bebe Brown (Lotte Stein) lo ayudan, tienen importante información.
Pese a que la tarea no es sencilla, va desenmarañando las mentiras, Mary misma
calla mucho por temor a descubrir secretos de un amigo suyo implicado en todo.
Pero finalmente, la tenacidad de Sir John se impone, consigue descubrir al real
asesino, los misterios se desvelan, y él se queda felizmente emparejado con
Mary.
Lo dicho, efectivamente
presenciamos una re versionada de su propio filme, desde el instante inicial se
aprecia esto, cuando veamos, plano a plano, la secuencia de la umbrosa calle
del vecindario, cuando oigamos los sonidos, gritos y forcejeos, cuando veamos a
la gente asomándose por sus ventanas, es casi una calca de Asesinato. Pero igualmente, para el agudo observador, se apreciará
una pronta diferencia con la original, cuando veamos al hombre vecino, en vez
de padecer su habla por no tener sus dientes postizos -como fue en Asesinato-, simplemente haciendo
gárgaras junto a su esposa. Ese detalle servirá en buena medida de termómetro,
pues es sencillamente inevitable, para el que haya visto el primer filme,
comparar y notar diferencias y similitudes entre ambas, convirtiendo la
experiencia en algo nuevo. Luego, al leer los subtítulos (por supuesto hablando
en mi caso, que domino el inglés, de la primera película, pero nada de alemán)
iremos descubriendo que es una copia del primer filme en casi todos sus
sentidos, pues con la obvia diferencia del idioma, prácticamente todo lo demás
lo estamos viendo de nuevo. Hitchcock, hace más de ocho décadas, redefinía, por
paradójico que suene, el término remake
en el ámbito cinematográfico, pues en efecto el cineasta re-hace (re-make en
inglés), casi rehaciendo su rodaje, casi haciendo nuevamente todo, toma a toma,
plano a plano, diálogo a diálogo. Inclusive muchos nombres se reiteran, como el
caso del travesti Fane, de nombre y apellido repetidos, y es la mayor
diferencia el nombre de la protagonista, pues el apellido Baring se mantiene,
varía solo su primer nombre, que a su vez significativamente también servirá
para titular la cinta. Pero todo está ahí, o mejor dicho, todo sigue ahí, el citado travesti de gran importancia en el
desarrollo de los hechos, la rivalidad entre asesinada y sospechosa, todo está
ahí, solamente cambiarán algunas formas de presentar lo mismo.
En un vistazo inicial, se puede
pensar que Hitch se limita a simplemente repetir su primer filme plano a plano,
diálogo a diálogo, simplemente reduciendo en veinte minutos el metraje, y esa
inicial impresión no es de extrañar, pues es lo que se pensaría tras un somero
vistazo. Sin embargo, da la impresión que Hitch hace más que eso, pues los veinte
minutos reducidos en esta película, para una cinta que supuestamente es una
mera calca o repetición, para dos cintas tan hermanadas, son demasiados, es una
cantidad de tiempo considerable. Se puede pensar que esos veinte minutos son menores, prescindibles, y el hecho que sea inevitable el compararlas, no hace
más sencilla la labor, pudiendo yo aportar un par de detalles: lo citado de los
dientes postizos, o la secuencia del Sr, Brown (Chapman en Asesinato), entrando en la comisaría a rendir testimonio, y la
forma en que en la primera cinta pisa una demasiado mullida alfombra, detalle
que resalta la incomodidad y nerviosismo del personaje, mientras que en la
presente, Mary, ese detalle se omite.
Esos detalles pueden a su vez hacer pequeña -o gran- diferencia, y queda para
el interesado descubrir más diferencias o similitudes a parte de las
mencionadas. Entre esas mentadas diferencias, sí podemos señalar la ausencia de
algunas imágenes en momentos cumbre, no vemos ya la premonitoria imagen de la
horca, algunos planos de animales, relojes, una veleta; otra vez, detalles
pequeños, que pueden hacer grandes diferencias, defendiendo del apreciador. Lo
más agradable, en cierta medida, es que no solo los escenarios se repiten, sino
la forma en que hasta muchos encuadres también se duplican, la hermandad entre
una cinta y otra es innegable, es obvia, se encuentran hermanadas y unidas como
una trenza indivisible. Tan singular experiencia me hizo inevitablemente pensar
en Gus Van Sant, y en si quizás al experimentar esto mismo de lo que hablo, se
haya inspirado malamente para realizar una de las mayores ruindades de la
historia del cine. Esto pues en su particular remake del clásico Psicosis -tan innecesario como
intragable, incluso despreciable-, apreciamos lo mismo, la duplicación de
prácticamente todo, personajes, diálogos, encuadres, plano por plano; pero lo
demás, sus falencias fílmicas, son tan conocidas y tan innecesarias de narrar
como su cinta remake misma. En fin…
Pero el maestro Hitcchcock tuvo
el pulso y olfato suficientes para al margen de secuencias eliminadas, respetar
y mantener los principales segmentos de su primer trabajo, y de esa forma vemos
la secuencia de deliberación en la que se declara unánimemente culpable a Mary,
aunque haya sido forzando a Sir John, y justamente en esa actividad se repite
el ambiente opresivo generado. El comportamiento de la cámara es símil,
idéntico a Asesinato, la severa
presión que ejerce el grupo, casi devorando al individuo que piensa que Mary es inocente, forzándolo a cambiar su inicial veredicto, y el ritmo trepidante,
el montaje frenético de primeros planos de los miembros del jurado, repiten
intencionalidad, quedando ya a gusto de cada paladar si el efecto conseguido es
mayor o menor que en el filme predecesor. Hitch en efecto respeta las
secuencias mejor logradas, las más efectivas e importantes visual y
expresivamente, las que funcionan mejor transmitiendo sensaciones, repitiendo
algunos oscuros y memorables encuadres de la protagonista, particularmente
cuando se la muestra en el claustro, casi icónica imagen de la cinta, o cuando
tiene el diálogo definitivo con Sir John; son dos buenos ejemplos del trabajo
de cámara y realización en el que Hitch ha sabido qué respeta y de qué
prescindir en este particular remake.
Otra de las secuencias más importantes tampoco podía faltar, viene a ser la
secuencia, luego ya del veredicto forzado, de Sir John meditando, pensando en
su interior mientras se afeita, y fluye la exquisita melodía del preludio de la
descomunal composición wagneriana, Tristán
e Isolda. Los méritos de esta secuencia se mantienen y no son pocos,
resaltando la creciente tensión que se imprime, además del elemento monólogo
interior, el recurso de la voz en off
entonces muy novedoso y efectivo, el británico esgrime dos recursos propios y
obvios del cine sonoro, con los que Hitch comenzaba ya a convertirse completamente
en un cineasta sonoro. Quedará para la interrogante cuál es el verdadero motivo
de la realización de este “segundo” trabajo, a veces pareciese como si el
maestro hubiera intentado “mejorarse”, quizás limando alguna secuencia que haya
considerado “de más” en el trabajo de un año atrás, es como si Hitchcock
hiciera una revisión de su propio trabajo, apuntalando algunos detalles,
eliminando otros que quizás consideraba que sobraban. Puede que, como muchas
veces ocurre, el motivo sea sencillo, pero en todo caso es más que probable que
a este particular respecto la tan célebre como extensa entrevista que el
ilustre discípulo Truffaut realizase a Hitch arroje nuevas luces. No deja de
sorprender Hitchcock, tantas décadas después, con este tan peculiar ejercicio
de remake, con el que tantos pseudo cineastas contemporáneos podrían aprender,
y mucho.
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