lunes, 31 de octubre de 2016

Valses de Viena (1934) - Alfred Hitchcock

Alfred Hitchcock, durante la década de los treinta, prolíficamente produjo alrededor de más de un filme anualmente, una etapa en la que el mundo del cine estaba en buena medida aún asimilando el gigantesco cambio y evolución que significó la llegada del sonido. El maestro del suspense a su vez se encontraba también creciendo como cineasta, se encontraba todavía definiendo los sellos definitivos de su cine, y produciría por esos años algunas de las más inusuales cintas de su carrera. Para el presente filme Hitch sorprende a propios y extraños, adaptando parte de la vida del gran compositor Johann Strauss hijo, y como casi nunca dejó de ser una regla en la creación hitchockiana, el cineasta inglés adapta al cine un trabajo literario, en esta ocasión obra de Heinz Reichert y Ernst Marischka, en el que se narran los inicios del joven Strauss junior, el momento en el que compuso el inmortal vals, El Danubio Azul, las relaciones interpersonales que tuvo con una novia suya, celosa de las atenciones que una distinguida condesa ponía en el joven compositor, pero también el recelo de su padre, Johann Strauss senior, ante el efervescente ascenso musical de su hijo. Cinematográficamente esta obra aporta poco, relativamente poco a la prolífica y dilatada obra total de Hitch, y divide opiniones de críticos sobre su valía y significancia dentro de toda su filmografía.

               


La cinta comienza en una residencia, es Viena, hay mucha actividad en los alrededores, y en el interior de la vivienda se encuentran el joven Johann Strauss (Esmond Knight), tocando el piano, mientras la bella Rasi (Jessie Matthews), su novia, acompaña cantando. Johann encanta a todas las señoritas que desde afuera de la estancia escuchan sus melodías, y llama la atención también de la distinguida Condesa Helga von Stahl (Fay Compton), mientras hay mucha actividad, tropelías para una actividad cultural. No demora mucho la condesa en conocer a su admirado compositor, profesa su admiración y lo cita incluso a su casa, para escucharlo componer. El joven Johann toca a su vez en la orquesta dirigida por su padre, el reconocido Johann Strauss senior (Edmund Gwenn), pero cuando el hijo le toca al padre en el piano su más reciente creación, aún en proceso creativo, obtiene burlas. Lo contrario sucede con la condesa, que aprecia su música, y con quien conoce al Príncipe Gustav (Frank Vosper); pero es con Rasi con quien más consigue avanzar en su nueva creación, hasta tenerla lista. Rasi se siente celosa de la condesa y su cercanía a Johann, incluso piensa en terminar su relación, pero finalmente, la canción es interpretada en público, es un rotundo éxito, Strauss padre reconoce el innegable talento de su hijo, y Rasi se da cuenta que ella es el amor de Johann.












El presente filme se siente atípico desde el inicio mismo, pues si bien se encadenan algunas imágenes representativas del área donde todo sucede, la ausencia del frenético montaje, o la oscuridad de los fotogramas, tantas veces recurrentes en sus cintas más famosas y logradas, convierte a la cinta en algo diferente desde el segundo inicial. Abundantes elementos musicales, y una cámara generalmente estática y acorde al tono general del largometraje (solo se aprecia tímidamente un poco de movilidad en la cámara en los primeros minutos), terminan de configurar ese comienzo del filme que ya nos va anunciando que veremos una cinta distinta, incluso considerando el contexto, cuando ni un lustro había cumplido el cine sonoro, y cuando Hitchcock producía muchas películas atípicas para su estilo. El tratamiento que se le dispensa al filme, un tratamiento más bien liviano, inocente, delicado y casi lúdico continúa dándole forma a esta cinta, sigue enrareciéndola y casi nos obliga a evocar algunas de las obras hitchcockianas que más cercanía podrían tener con este ejercicio; inclusive parece faltar el muchas veces infaltable cameo del director. Solo algunos simétricos y armónicos encuadres nos recuerdan la pericia del cineasta autor del filme, asimismo la movilidad de la cámara citada al fin adquiere algo de precisión y correcto lenguaje expositivo cuando nos muestre al joven Strauss con la condesa von Stahl. La cámara recorrerá serenamente con un delicado travelling la estancia donde compositor y condesa comparten tiempo artísticamente, uno tocando, la otra cantando, asimismo hace un paralelo con la bella Rasi, a su vez cantando también. Esos escasos instantes de libertad de cámara, sumado a los encuadres retratados, francamente, transmiten más belleza sin palabras -palabras convencionales, conversaciones, pues hay canto- que la gran mayoría del metraje.











Es un filme en líneas generales liviano y alegre, llamativamente inocuo, con la historia central, el proceso creativo de Strauss hijo para su Danubio Azul, encuadrado en una historia amorosa juvenil, inocente, lúdica, haciendo casi imposible que no sorprenda el carácter del filme, tan diferente a lo convencionalmente considerado como lo mejor del cine hiotchcockiano. La veracidad histórica, esto es, la veracidad de los hechos retratados, es algo que dejaré estrictamente a los historiadores o conocedores de la vida del maestro Strauss hijo, este artículo se centra en la obra fílmica apreciada, en sus fortalezas y falencias, y el modo en que se distancia de las más altas cumbres de Hitchcock. Podemos recordar algunas de las rarezas de Hitch de aquel periodo, La esposa del granjero o Champagne, ambas de 1928, ambas comedias mudas alejadas del suspenso, asimismo Juego sucio o Lo mejor es lo malo conocido, estrenadas las dos en 1931, en las tres obras últimas mencionadas se mantiene la arista común de la aristocracia, y sus defectos plasmados en el filme. Son algunas de las obras que quien escribe podría enlistar como las rarezas de Hitch, pero naturalmente alguno podría asimismo nombrar El ring (1927), o alguna otra obra atípica, con distintos criterios de apreciación. Eso sí, podemos apreciar un tratamiento femenino muy distinto a lo usual en Hitch, evitando la tradicional misoginia que se le acacha al cineasta, y el duelo femenino es apreciable, si bien no intenso, es decente, con la joven y hermosa Jessie Matthews enfrentándose a Fay Compton, la condesa; ambas cumplen, sin descollar, pero sin desentonar tampoco. Interesantes y distintas apreciaciones a personajes femeninos, como, solo por citar un ejemplo, vimos en Juno y el pavo real (1929), y luego veríamos en la descomunal Psicosis.











Hitchcock aseguraba en alguna entrevista que esta era la cinta de la que se sentía menos orgulloso, la calificaba como un musical sin música, y ciertamente el filme se percibe como que no termina de tomar forma, se siente que se pierde la eficacia del mejor Hitchcock, se diluye el interés y se pierde todo en la historia de amor juvenil, que se roba la atención, en esos juveniles devaneos se pierden los principales nortes del director inglés. Como se puede ir intuyendo, la cinta en buena medida, al margen de una aceptable puesta en escena y su sobriedad para representar la Viena de esos años, quizás más que para encontrársele bondades o virtudes, puede servir para buscar ciertas afinidades con otros filmes, como muchos críticos han intentado hacer. En ese sentido, algunos han querido encontrar similitudes en algún detalle, como la imagen de baile de vals que casi como un leitmotiv recurrentemente aparece en posteriores cintas, o la preponderancia de la presencia musical en el Albert Hall apreciada ese mismo año, 1934, en El hombre que sabía demasiado; incluso alguna cercanía se ha querido apreciar con Cortina rasgada (1966). De cualquier manera, lo que sí parece consensual es que no se trata de una obra maestra, de una de las cumbres cinematográficas del descomunal Hitchcock, pero será interesante y necesaria para los llamados completistas de la obra de Hitch. Careciendo de casi todos los lineamientos principales de Hitch, recuperando tibiamente alguno de sus santos y señas con el trabajo de cámara desplegado en las secuencias de interpretación musical, y con un montaje que asoma tímidamente en esas mismas secuencias, el filme genera distintas emociones, pero no maravilla. Algún divertido y curioso guiño al voyerismo encontraremos, sin embargo, con la hermosa Rasi siendo bajada a la fuerza por una escalera, y luciendo más de la cuenta, para la época, sus encantos. Además está un siempre correcto y distinguido Edmund Gwenn como Strauss padre; con todo se erige un filme atípico de Hitchcock, pero que para el paladar correcto, tendrá elementos de interés.











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