martes, 30 de agosto de 2016

Asesinato (1930) - Alfred Hitchcock

Tercer largometraje sonoro del notable Hitchcock, el maestro del suspense ya entraba cada vez más decididamente en el cine sonoro, asimilando las novedades del gran avance técnico, y desarrollando cada vez más su estilo. Como de costumbre, adapta el cineasta un trabajo literario, una pieza teatral de autoría de Clemence Dane y Helen Simpson, en la que se narra una historia más bien sencilla, cuando en una compañía de actores, de repente una mujer, una de las actrices, aparece asesinada, siendo el principal sospechoso otra de las actrices del grupo. Al iniciarse el juicio, los propios miembros de la compañía la declaran culpable, siendo la única esperanza de la chica, un compañero actor, que investiga paralelamente a la policía, luchando por demostrar la inocencia de la muchacha. Manteniendo algunas de las principales directrices hitchcockianas, la cinta no alcanza el nivel ni la categoría de otros filmes mayores del director, pero evidencia la rapidez con la que el realizador inglés se adaptó al gran cambio que significó  la revolución sonora, y le sirve de plataforma para continuar algunos de sus experimentos con el sonido. Prosigue Hitch con su etapa de cine inglés, a paso seguro, creciendo su genialidad, su andadura cinematográfica en los siguientes años ya nos entregaría algunos de los más memorables ejercicios del cine, reales joyas del suspenso.

  



La acción se inicia en un vecindario, es una silenciosa y oscura noche, una tranquilidad que se rompe por los ruidos de unos apresurados pasos, y sonidos de forcejeos y gritos. Todo se produce en la residencia de Diana Baring (Norah Baring), actriz, en un vecindario donde vive con sus compañeros actores. Al llegar la policía, encuentran un cadáver femenino, y Diana simplemente no recuerda nada de lo sucedido. Se inicia el juicio por el crimen, el jurado lo conforman los propios colegas de Diana, entre los que están Doucie Markham (Phyllis Konstam), Ted Markham (Edward Chapman), Sir John Menier (Herbert Marshall), además de Handel Fane (Esme Percy), y si bien al inicio hay cierta duda, todos dan de veredicto culpable a Diana, todos menos Sir John; pero por presión del grupo, incluso él la vota culpable. El juez le dicta sentencia a la muchacha, pero Sir John no está para nada convencido de su culpabilidad, así que comienza él mismo a indagar por su cuenta los hechos, reuniéndose con algunos de los allegados e involucrados en el asesinato. La tarea no es sencilla, pero ayudado por la pareja Markham, consigue acercarse hasta quien parece haber sido el verdadero asesino. Tras algunas pesquisas, finalmente Sir John consigue desenmarañar el misterio, algunos secretos salen a la luz, y también materializa un idilio con su querida Diana.






Observamos un interesante comienzo de cinta, con un oscurísimo travelling, en el que un tibio halo de cierto expresionismo quizá alguno advierta, en el que además la utilización del sonido ya comienza a manifestarse, con ese incesante golpeteo que se funde con la umbría, engendrando ya misterio, incertidumbre. Luego se contrastará eso con el silencio de la escena siguiente, con un silencio sepulcral que lo domina todo, mientras la cámara recorre los detalles de la escena del crimen. Forma parte eso del lenguaje narrativo del cineasta, desde sus inicios en el cine silente siempre fue el británico brillante para narrar sin palabras, y a ese respecto durante la cinta se apreciarán detalles que ponen de manifiesto una de las tantas virtudes de Hitchcock, un notable dominio técnico, gran manejo de la cámara para su narración visual. Para el conocedor de los primeros trabajos hitchcockianos, desde el cine mudo, será perfectamente reconocible e identificable la manera en que se usan las imágenes por el director para narrar, hojas manuscritas mostradas a la pantalla, las tarjetas en las que los miembros del jurado van votando sobre Diana, imágenes premonitorias de la sombra de una horca, relojes, una veleta, gente recluida en cuartos, entre otras; ciertamente una de las especialidades del director. Asimismo, Hitchcock continuaba con sus experimentos sonoros en el cine, comienza a diversificar las posibilidades de su uso, siendo un muy agradable ejemplo de esto la parte en que Sir John se está afeitando, y comienza a pensar en la situación de Diana, y el gran Hitch escoge como acompañamiento musical a un titán en la materia. Escucharemos el preludio de la gigantesca composición Tristán e Isolda, exquisita melodía que colabora de una manera peculiar a crear inquietud, preocupación, mientras fluyen las sublimes notas wagnerianas, a su vez que oímos los pensamientos de Sir John, el elemento del monólogo interior, un elemento bastante novedoso entonces, a su vez que efectivo.









Como fuera casi una tradición en la creación hitchcockiana, nuevamente adapta un trabajo literario el cineasta, y siendo en su desarrollo esta una película tan testimonial, el halo teatral que impregna a la obra es bastante notorio, observándose los encuadres, las composiciones de los mismos, e incluso las declamaciones de algunos personajes, con un tratamiento escénico fuertemente teatral. La segunda parte del filme es la más ejemplar en ese sentido, pues se centra en las pesquisas de Sir John, y es donde más se aprecia al tratamiento mencionado. Es asimismo en esa segunda parte donde la cinta se torna más lineal que nunca, una linealidad que casi no se romperá, el director de igual manera no se anima mucho a experimentos visuales, salvo la secuencia final. Ese rasgo característico del filme hace que se vuelva algo lento, hace que por momentos no termine de cuajar, pero es apenas el tercer largometraje sonoro de Hitch, lo mejor estaba por venir, pues ya prácticamente había definido todos sus nortes el británico. Estaba ya Hitchcock dando los pasos definitivos para encontrar lo suyo, el suspense, iba ya definiendo las aristas finales de lo que sería su estilo, su sello definitivo; muchas de sus piedras angulares están ya aquí, el asesinato, la investigación policiaca, la intriga e incertidumbre, ha hallado ya su tópico el cineasta, simplemente iría definiendo las maneras de plantearlo. Otro elemento se hace presente, su conocido voyerismo, al mostrarnos parcialmente a una fémina cambiándose de ropa debajo de su camisón de dormir. Asimismo el director presenta un llamativo acercamiento al mundo homosexual, en la figura del travesti Fane, detalle que es tratado con llamativa naturalidad, especialmente para la época, más aún si consideramos la importancia capital de este personaje en el desarrollo del filme. Ciertamente Hitch llevaba hasta el límite algunos de los lineamientos de su cine, y hay espacio por supuesto para la comedia, tibia comedia diseminada, como el hombre que no puede hablar hasta que se pone los dientes postizos.



 


Un elemento en el que se destaca nítidamente la puesta en escena viene a ser el trabajo de montaje, frenético e intenso por momentos, y siempre con un objetivo definido, por ejemplo en la gran secuencia de las deliberaciones, ese frenetismo sirve para generar tensión y premura, a lo que se suma un eficiente manejo de primeros planos. En esos instantes, de múltiples primeros planos de los miembros del jurado, más el acelerado ritmo del montaje, se termina de configurar un ambiente tenso y apremiante, en el que todos prácticamente devoran a Sir John por pensar que Diana es inocente, se plasma muy bien esa presión a la que lo someten para que la vote culpable. Hitch continúa reclutando a muchos de los actores que hemos conocido en su etapa de cine mudo, y resulta ciertamente atractivo y curioso escucharlos finalmente hablando, reconociendo a más de un personaje que hemos apreciado en célebres trabajos como El RingEasy Virtue, entre otros. Hitchcock nunca fue muy partidario de la manera tradicional de hacer cine policiaco y de misterio en su país, en el que espectador y protagonista se encuentran en el mismo punto respecto a lo que se sabe del misterio, ambos van descubriendo los sucesos y pistas al mismo tiempo; prefería Hitchcock por lo general darnos más información, el espectador sabe algo que el protagonista no, va un paso adelante. Pero en el presente filme hay cierta excepción, pues la intriga se mantiene hasta el final, que es cuando se descubre al real asesino. Para la secuencia final Hitrchcock guarda toda la fuerza y el clímax visual, todo el frenetismo en imágenes de la secuencia desenlace, recupera Hitch muchos de sus artilugios visuales, una cámara que delirantemente se coloca en la perspectiva del trapecista, sus clásicos planos superpuestos, la superposición de imágenes para darle un tono pesadillesco y surreal al final del filme. El gran Hitchcock continúa evolucionando y refinando su estilo, si bien no es esta cinta de lo mejor de su creación, sirve de mucho para seguir estudiando y analizando la obra de este magno cineasta.





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