domingo, 7 de febrero de 2016

Gato negro, Gato blanco (1998) - Emir Kusturica

Tras ese soberbio ejercicio cinematográfico que significó Underground (1995), Emir Kusturica continúa sus actividades creativas con este nuevo largometraje, si bien se tomó un par de años de silencio, en los que produjo una seria para televisión, y un cortometraje. Underground fue algo descomunal, poderoso e incontenible, no dejó indiferente a nadie, hasta el extremo de la polémica generada por ciertas secuencias, a razón de lo cual el bosnio anunció su retiro del cine. Afortunadamente, tres años después entrega este nuevo trabajo, uno de sus más conocidos, y uno de los más reconocidos a su vez. Nuevamente Kusturica nos muestra a su gente, a su nación, y otra vez los gitanos son el pueblo que nos servirá de vehículo para todo lo que acontece en esta irreverente y delirante comedia. El cineasta nos presenta la historia de un gitano, un ladino individuo, estafador y ladrón, que al contraer una deuda debido a sus ilícitas actividades, debe ver la forma de paga a su deudor, un temible mafioso. Para ello, se arregla un matrimonio entre el hijo del endeudado, y la hermana menor del mafioso, debiendo para ello sortear disparatadas circunstancias, incluyendo hacer pasar por vivos unos cadáveres. Conteniendo todos los elementos usuales en Kusturica, la comedia es poderosa, incisiva, delirante y muy divertida, mantiene algunos de los nortes de trabajos previos, pero añade algunas novedades, siempre con su estrafalario y sórdido estilo, que lo convierte en un cineasta contemporáneo único.

             



El inicio de la cinta es usual respecto a lo que nos tiene acostumbrados Kusturica, presentándosenos un sencillo bosquejo del pueblo en el que nos adentraremos a través de la historia: unos individuos están en un puerto, padre e hijo se encuentran ahí, el joven Zare Destanov (Florijan Ajdini) observa a través de unos catalejos. Lo primero que ve es a dos gatos sobre un tejado, un gato negro y un gato blanco, además de animales de granja, animales domésticos, gente de pueblo realizando actividades cotidianas, mientras su padre juega a las cartas y reniega que se le interrumpa. Es pues a groso modo lo que Kusturica siempre muestra, y su humor no tardará en manifestarse, así como los retratos de su gente, cuando veamos posteriormente a Matko Destanov (Bajram Severdzan) probando combustible y bebiéndolo, aprobándolo complacido; rechazando por el contrario el agua, una figura que ya nos va delineando a las personas que observaremos y su particular entorno, pues los rusos les están cambiando agua por diesel. De este modo, nuevamente, veremos la especialidad de Kusturica, retratar con mucha eficacia y verosimilitud a su tierra, a su gente, ahí es donde radica mucha de la fuerza, la potencia y la naturalidad de las imágenes, los cuadros que nos presenta, la cinta se sentirá parte de la creación del bosnio, coherente y hermanada cinta desde el comienzo a todas las creaciones de Kusturica.







Y esta vez los protagonistas ya no serán jovencitos descubriendo el mundo -ya sea el sexo, ya sea la vida misma, como en la mayoría de sus trabajos previos-, algo que por cierto ya se había iniciado fogosamente con Underground. Esta vez, como entonces, son seres de mala calaña nuestros protagonistas, seres timadores, que se vinculan a su vez con otros seres de mal vivir, mafiosos, y que irán configurando el delirante y disparatado desfile de ocurrencias en el filme. Ahora a su colección de personajes se suma, a parte del ladrón Matko, un desenfrenado cocainómano: Dadan Karambolo (Srdjan Todorovic), temible delincuente que desde su primera aparición esnifa cocaína, escuchando música ciertamente no muy típica de su tierra rodeado de atractivas señoritas, apetitosas féminas que colman de atenciones a su señor, mientras éste goza en medio de las hedonistas y orgiásticas situaciones, configurando un personaje relativamente nuevo dentro de la muy variopinta colección de retratos humanos balcánicos del director. Es un trabajo que en buena medida compila algo de sus trabajos previos, elementos de filmes anteriores que el conocedor de su obra sabrá reconocer; así, por citar un ejemplo, escucharemos la recordada melodía,  el melancólico vals que repetidas veces oíamos en Papá está en viaje de Negocios. Recupera asimismo a algunos de sus actores de trabajos previos, y podremos reconocer a Ljubica Adzovic, la recordada abuela de Tiempo de Gitanos, así como a Predrag Manojlovic, el buen Marko de Underground; Kusturica evidentemente va formando una suerte de compañía de actores -como se suele denominar en el ámbito teatral a un grupo de intérpretes-, es una característica siempre remarcable en el cine, pues genera cercanía, intimidad entre actores y director, además de crear evidente cohesión y unidad entre los filmes que los involucren.










Ese toque de comicidad típico suyo seguirá manifestándose, figuras de su tierra y su gente matizadas por su particular visión, como por ejemplo una famosa y reconocida cantante, mientras realiza su performance, tiene como corolario a su actuación extraer con el trasero un clavo de una viga, algo que todos los gitanos celebran con algazara. La comedia de Kusturica es ciertamente más delirante que nunca en esta obra, con la diminuta novia escapando, primero en la caja de regalo, luego en un arbóreo muñón andante, una triste novia cuyo enanismo viene de familia, al observar un personaje una fotografía de un orgulloso novio cargando a su diminuta novia en un brazo, una novia también enana. La comedia presentada por Kusturica es una de las más delirantes que se haya visto, el detalle de éxtasis, el clímax de la demencia, al menos el primero, viene a ser naturalmente la muerte del abuelo, y la inverosímil determinación de ocultar su muerte, de “mantenerlo” vivo, para que la boda no se cancele, y por ende Matko pague su deuda a Dadan. Pero por si no fuera poco con eso, muere otro anciano, de la otra familia, optándose otra vez, sí, por rodearlo de hielo y hacer de cuenta que sigue vivo. Muerte y vida juntos, “los vivos con los vivos, los muertos con los muertos” reza el primer anciano, pero en esta oportunidad los muertos permanecerán entre los vivos, y no solo eso, los muertos resucitarán para regresar con los vivos. Un hecho sobrenatural acontece, nada extraño en el cine de Emir, ambos muertos, inverosímilmente, delirantemente, resucitan, ambos a la vez, el delirio es total.







Lo estrafalario de las personas retratadas va más allá, ante la negativa de la enana hermana a casarse, la comitiva de preparativos no tiene mejor idea que sumergirla, hundirla en las aguas del pozo de la localidad. Pero ahí no termina su severo y filudo humor, cuando le dicen que sus padres los observan desde el cielo, Dadan replica que está nublado, que no verán nada. Serán situaciones disparatadas tras otra, un nieto lleva a su abuelo un gran agasajo musical, un improvisado desfile con banda musical en el hospital, la enfermera protesta, pero uno billetes la hacen consentir complacida el espectáculo, que se esparce por toda la entidad. Nuevamente apreciamos toda la fuerza, el estrambótico estilo de Kusturica, el despliegue de colorido, la irrefrenable demencia, el delirio, cosas que a nuestros occidentales ojos pueden en efecto parecer estrafalarios, extravagantes, sin embargo, mucho de ese estrafalario universo no es ni más ni menos que la realidad de ese mundo, Europa del este, los Balcanes. Esto no significa, por supuesto, que Kusturica no envuelva todo eso en su particular visión, su particularísima óptica, que en efecto, tiene mucho de bizarría, de sordidez incluso, como apreciaremos en esta película. Citaré al propio maestro para ilustrar esta última aseveración, hablando sobre su cinta: «En mi último filme –dijo– también hay elementos propios de la guerra porque, en mi país, mucha gente la aprovechó para hacerse rica a costa del petróleo, del tabaco y otras cosas. Mi película es como una máscara detrás de la cual resulta difícil reconocer elementos realistas, pero, si se buscan, están. Ésta es la lectura política que yo hago».











Eso resume bastante bien lo antes descrito, Kusturica muestra en realidad a su tierra, con todas sus virtudes, defectos, excesos (de éstos él ilustra muchos por cierto), pero todo “encodificado” en su propia visión, todo detrás de esa “máscara” que él crea. De ese modo veremos todo el colorido, desenfreno y elementos pintorescos, todos presentes en la realidad de su Sarajevo, pero a su vez teñidos con esa reconocida sensibilidad al plasmar esa realidad, además de su único sentido del humor, ese humor negro y corrosivo; estas dos últimas características por cierto se encuentran maximizadas como nunca en la presenta película. Y es que conocido de sobra es ese sentido del humor suyo tan singular, presente en todas sus cintas, pero en esta oportunidad la comedia es el hilo que mueve todo, y en el que se encuadrarán todas las acciones y retratos representados. Pero el comentario de Kusturica sobre su cinta va más en referencia a la presencia política, la cual, si bien sublimada probablemente a raíz de un incidente a este respecto con su último filme, no se ausenta; y los soviéticos, cómo no, tienen injerencia en la zona de la ya extinta Yugoslavia, la zona balcánica donde realizan ese singular intercambio de combustible por agua. Este aspecto es importante pues Underground significó la cumbre de Kusturica, pero también le valió mucha polémica, mucha controversia, religiosa y política, al punto que llegó a afirmar su retiro del cine; un retiro que afortunadamente no fue tal, pero todo ello necesariamente influye de determinado modo en el creador, dejando sus alusiones políticas no tan evidentes como en casos anteriores; dejando, pues, que la comedia sea ahora el vehículo.







Momentos de esa severa y singular comedia quedan patentes, y entre otros tantos momentos, tendremos al buen Matko queriendo arrebatarle su maletín a un cadáver colgado tranquilamente en lo alto en plena carretera; una imagen que pareciese salida de un sueño, de un mundo de comedia estrambótica, es algo normal para Kusturica. Y continúa el balcánico su progresión como poeta de la imagen, como creador de figuras, generando alguna toma con un elegante yate en el agua, gente bailando sobre él mientras suena el Danubio Azul. Entre las tantas figuras por el maestro creadas, tenemos a un cerdo que devora pertinazmente un auto; el enorme marrano empieza de día, continuará hasta el anochecer, y aparecerá en otros momentos del filme. Emir siempre es gustoso de deslizarse sutilmente entre lo real y lo mágico, entre lo realista y lo absurdo, el cerdo devora autos, una banda de músicos que tocan sus melodías pendiendo de un árbol como frutos, es el mundo de Kusturica, lo real, lo surreal, lo imaginario, lo absurdo, confluyen con una naturalidad pasmosa. La música, tan vital e importante en sus trabajos fílmicos, nuevamente se hace presente aquí, pero con una sensible variación respecto a veces anteriores, abarcando algunos sonidos por supuesto característicos y típicos de su tierra, música romaní; pero además abarcara ahora otros ritmos, algunos atisbos de tecno, e incluso, esto en las figuras de Dadan y la intensa Ida (Branka Katic). Como se dijo, la música, siempre tan presente en las cintas de Kusturica, ahora es particularmente variada y abundante, evidenciando ya la otra de sus pasiones, su banda musical, que por esos años comenzaba ya actividad.










Lo interesante es que Kusturica consigue que todo se conjugue, que diversas figuras y símbolos confluyan, narrando todo con un adecuado ritmo, frenético pero con ritmo uniforme, logrando un equilibrio en su narración, y en la cinta. Otro detalle remarcable es que una secuencia por antonomasia está siempre presente en toda obra de Kusturica, y es la boda, el matrimonio, la unión marital que ahora veremos de novedoso modo. Evento siempre cargado de simbolismo, de significado y de importancia capital en sus cintas, nunca fue un evento tan centrado o desmenuzado como en esta oportunidad, nunca fue un evento tan central dentro de la trama del filme. Siendo uno de los corazones narrativos de la película, veremos pues muy detalladamente toda la parafernalia pueblerina de una boda gitana, la música, la barahúnda, los animales apareciendo en el fondo –la enana novia misma es llamada ganso, ave que en repetidas ocasiones veremos en el relato-, todo desarrollándose en la libertad de la naturaleza. Y en medio de lo descrito, la enajenación de Kusturica que no podía faltar, la novia enana se escapa escondida debajo de una caja de obsequio, numerosos disparos se realizan, un tiroteo en medio del jolgorio de la boda; es el mundo del bosnio, su pintura, su retrato que nos presenta del mundo gitano al que tanto ama y admira. El final es el corolario ideal de ese sórdido desfile de figuras y bizarría, Dadan literalmente nadando en excremento, nadando en mierda como ya le había predicho un personaje, harto de su tiranía; los resucitados ancianos beben, la feliz pareja se casa en un vehículo en movimiento, mientras aparece la leyenda de “final feliz”, en efecto la felicidad existe en ese rincón estrafalario del planeta, y así lo muestra Kusturica.





Para terminar, hablar del símbolo principal, los dos gatos que observaremos constantemente durante el filme, un felino negro y un felino blanco casi siempre juntos, marcando el contraste y el balance narrativo que iremos comprendiendo conforme la cinta avance. Para el seguidor de la obra del balcánico cineasta, la presencia animal es algo no solamente usual, sino de vital importancia y significado. En esta oportunidad, la evidente presencia viene a plasmarse a ser pues en esos felinos, esos gatos, que son la primera imagen al apreciar Zare el panorama por sus catalejos, y que aparecerán siempre durante la cinta; en distintas circunstancias, en distintos lugares, pero siempre presentes, siempre atestiguando silenciosamente todo, particularmente uno de los momentos más álgidos y bizarros, cuando Matko cambia el hielo al cadáver de su padre. Siempre juntos los gatos, marcando ese contraste, esa contraposición, el blanco y el negro, la vida y la muerte (oposición que en la cinta juega un rol central), el novio y la novia. La cinta es un nuevo ladrillo en la creación de Kusturica, siempre coherente y consistente en sus creaciones, manteniendo su perfil con actores casi desconocidos fuera de su tierra (Branka Katic es una agradable sorpresa, hermosa e intensa), y prosigue con su retrato de su tierra, y de los gitanos, con una fuerza y originalidad que lo vuelven el referente del cine de los Balcanes, y del cine mundial. Considerada una de sus obras maestras, sin duda la cinta contiene algunos de los momentos más memorables del cine de su creador, y es infaltable para su seguidor.







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