martes, 30 de agosto de 2016

Asesinato (1930) - Alfred Hitchcock

Tercer largometraje sonoro del notable Hitchcock, el maestro del suspense ya entraba cada vez más decididamente en el cine sonoro, asimilando las novedades del gran avance técnico, y desarrollando cada vez más su estilo. Como de costumbre, adapta el cineasta un trabajo literario, una pieza teatral de autoría de Clemence Dane y Helen Simpson, en la que se narra una historia más bien sencilla, cuando en una compañía de actores, de repente una mujer, una de las actrices, aparece asesinada, siendo el principal sospechoso otra de las actrices del grupo. Al iniciarse el juicio, los propios miembros de la compañía la declaran culpable, siendo la única esperanza de la chica, un compañero actor, que investiga paralelamente a la policía, luchando por demostrar la inocencia de la muchacha. Manteniendo algunas de las principales directrices hitchcockianas, la cinta no alcanza el nivel ni la categoría de otros filmes mayores del director, pero evidencia la rapidez con la que el realizador inglés se adaptó al gran cambio que significó  la revolución sonora, y le sirve de plataforma para continuar algunos de sus experimentos con el sonido. Prosigue Hitch con su etapa de cine inglés, a paso seguro, creciendo su genialidad, su andadura cinematográfica en los siguientes años ya nos entregaría algunos de los más memorables ejercicios del cine, reales joyas del suspenso.

  



La acción se inicia en un vecindario, es una silenciosa y oscura noche, una tranquilidad que se rompe por los ruidos de unos apresurados pasos, y sonidos de forcejeos y gritos. Todo se produce en la residencia de Diana Baring (Norah Baring), actriz, en un vecindario donde vive con sus compañeros actores. Al llegar la policía, encuentran un cadáver femenino, y Diana simplemente no recuerda nada de lo sucedido. Se inicia el juicio por el crimen, el jurado lo conforman los propios colegas de Diana, entre los que están Doucie Markham (Phyllis Konstam), Ted Markham (Edward Chapman), Sir John Menier (Herbert Marshall), además de Handel Fane (Esme Percy), y si bien al inicio hay cierta duda, todos dan de veredicto culpable a Diana, todos menos Sir John; pero por presión del grupo, incluso él la vota culpable. El juez le dicta sentencia a la muchacha, pero Sir John no está para nada convencido de su culpabilidad, así que comienza él mismo a indagar por su cuenta los hechos, reuniéndose con algunos de los allegados e involucrados en el asesinato. La tarea no es sencilla, pero ayudado por la pareja Markham, consigue acercarse hasta quien parece haber sido el verdadero asesino. Tras algunas pesquisas, finalmente Sir John consigue desenmarañar el misterio, algunos secretos salen a la luz, y también materializa un idilio con su querida Diana.






Observamos un interesante comienzo de cinta, con un oscurísimo travelling, en el que un tibio halo de cierto expresionismo quizá alguno advierta, en el que además la utilización del sonido ya comienza a manifestarse, con ese incesante golpeteo que se funde con la umbría, engendrando ya misterio, incertidumbre. Luego se contrastará eso con el silencio de la escena siguiente, con un silencio sepulcral que lo domina todo, mientras la cámara recorre los detalles de la escena del crimen. Forma parte eso del lenguaje narrativo del cineasta, desde sus inicios en el cine silente siempre fue el británico brillante para narrar sin palabras, y a ese respecto durante la cinta se apreciarán detalles que ponen de manifiesto una de las tantas virtudes de Hitchcock, un notable dominio técnico, gran manejo de la cámara para su narración visual. Para el conocedor de los primeros trabajos hitchcockianos, desde el cine mudo, será perfectamente reconocible e identificable la manera en que se usan las imágenes por el director para narrar, hojas manuscritas mostradas a la pantalla, las tarjetas en las que los miembros del jurado van votando sobre Diana, imágenes premonitorias de la sombra de una horca, relojes, una veleta, gente recluida en cuartos, entre otras; ciertamente una de las especialidades del director. Asimismo, Hitchcock continuaba con sus experimentos sonoros en el cine, comienza a diversificar las posibilidades de su uso, siendo un muy agradable ejemplo de esto la parte en que Sir John se está afeitando, y comienza a pensar en la situación de Diana, y el gran Hitch escoge como acompañamiento musical a un titán en la materia. Escucharemos el preludio de la gigantesca composición Tristán e Isolda, exquisita melodía que colabora de una manera peculiar a crear inquietud, preocupación, mientras fluyen las sublimes notas wagnerianas, a su vez que oímos los pensamientos de Sir John, el elemento del monólogo interior, un elemento bastante novedoso entonces, a su vez que efectivo.









Como fuera casi una tradición en la creación hitchcockiana, nuevamente adapta un trabajo literario el cineasta, y siendo en su desarrollo esta una película tan testimonial, el halo teatral que impregna a la obra es bastante notorio, observándose los encuadres, las composiciones de los mismos, e incluso las declamaciones de algunos personajes, con un tratamiento escénico fuertemente teatral. La segunda parte del filme es la más ejemplar en ese sentido, pues se centra en las pesquisas de Sir John, y es donde más se aprecia al tratamiento mencionado. Es asimismo en esa segunda parte donde la cinta se torna más lineal que nunca, una linealidad que casi no se romperá, el director de igual manera no se anima mucho a experimentos visuales, salvo la secuencia final. Ese rasgo característico del filme hace que se vuelva algo lento, hace que por momentos no termine de cuajar, pero es apenas el tercer largometraje sonoro de Hitch, lo mejor estaba por venir, pues ya prácticamente había definido todos sus nortes el británico. Estaba ya Hitchcock dando los pasos definitivos para encontrar lo suyo, el suspense, iba ya definiendo las aristas finales de lo que sería su estilo, su sello definitivo; muchas de sus piedras angulares están ya aquí, el asesinato, la investigación policiaca, la intriga e incertidumbre, ha hallado ya su tópico el cineasta, simplemente iría definiendo las maneras de plantearlo. Otro elemento se hace presente, su conocido voyerismo, al mostrarnos parcialmente a una fémina cambiándose de ropa debajo de su camisón de dormir. Asimismo el director presenta un llamativo acercamiento al mundo homosexual, en la figura del travesti Fane, detalle que es tratado con llamativa naturalidad, especialmente para la época, más aún si consideramos la importancia capital de este personaje en el desarrollo del filme. Ciertamente Hitch llevaba hasta el límite algunos de los lineamientos de su cine, y hay espacio por supuesto para la comedia, tibia comedia diseminada, como el hombre que no puede hablar hasta que se pone los dientes postizos.



 


Un elemento en el que se destaca nítidamente la puesta en escena viene a ser el trabajo de montaje, frenético e intenso por momentos, y siempre con un objetivo definido, por ejemplo en la gran secuencia de las deliberaciones, ese frenetismo sirve para generar tensión y premura, a lo que se suma un eficiente manejo de primeros planos. En esos instantes, de múltiples primeros planos de los miembros del jurado, más el acelerado ritmo del montaje, se termina de configurar un ambiente tenso y apremiante, en el que todos prácticamente devoran a Sir John por pensar que Diana es inocente, se plasma muy bien esa presión a la que lo someten para que la vote culpable. Hitch continúa reclutando a muchos de los actores que hemos conocido en su etapa de cine mudo, y resulta ciertamente atractivo y curioso escucharlos finalmente hablando, reconociendo a más de un personaje que hemos apreciado en célebres trabajos como El RingEasy Virtue, entre otros. Hitchcock nunca fue muy partidario de la manera tradicional de hacer cine policiaco y de misterio en su país, en el que espectador y protagonista se encuentran en el mismo punto respecto a lo que se sabe del misterio, ambos van descubriendo los sucesos y pistas al mismo tiempo; prefería Hitchcock por lo general darnos más información, el espectador sabe algo que el protagonista no, va un paso adelante. Pero en el presente filme hay cierta excepción, pues la intriga se mantiene hasta el final, que es cuando se descubre al real asesino. Para la secuencia final Hitrchcock guarda toda la fuerza y el clímax visual, todo el frenetismo en imágenes de la secuencia desenlace, recupera Hitch muchos de sus artilugios visuales, una cámara que delirantemente se coloca en la perspectiva del trapecista, sus clásicos planos superpuestos, la superposición de imágenes para darle un tono pesadillesco y surreal al final del filme. El gran Hitchcock continúa evolucionando y refinando su estilo, si bien no es esta cinta de lo mejor de su creación, sirve de mucho para seguir estudiando y analizando la obra de este magno cineasta.





Juno y el Pavo Real (1929) - Alfred Hitchcock

Segundo filme sonoro del inmortal cineasta británico Alfred Hitchcock, con el que definitivamente entraría ya en la entonces nueva etapa del cine, el estadio que incluía el sonido, el cine silente había ya pasado a la historia. A diferencia de otros gigantes realizadores, el maestro del suspenso no opuso demasiada resistencia a tan dramático y significativo cambio, a una evolución tan incontestable y contundente, si bien es cierto que en este filme tenemos al que muy probablemente es su trabajo más atípico, el que reúne la menor cantidad de sus vértices artísticas más representativas. Como era casi una tradición en el cine hitchcockiano, adapta el director un trabajo literario, nuevamente una pieza teatral, en esta oportunidad obra de Sean O'Casey, una obra referencial del teatro irlandés, en el que nos presenta la historia de una familia de ese país, en plena guerra de revolución irlandesa, ellos viven en severa austeridad; pero, tras recibir impensadamente una cuantiosa herencia, su estilo de vida cambia radicalmente, pero sin sospechar nadie de la familia que en realidad ese será el inicio de una pesadilla. Una cinta muy peculiar, que a su vez en su realización encierra otras particularidades, como algunos de los actores teatrales participando en el rodaje cinematográfico, entre otros factos que convierten a este filme en una verdadera y valiosa rareza dentro del cine de Hitch.

                         


Es Irlanda, son los años de la Revolución, los irlandeses se enfrenten entre ellos, un hombre (Barry Fitzgerald) pregona sobre la necesidad de unirse, que la división los perderá; es interrumpido por unos disparos. En un bar, vemos al “capitán” Boyle (Edward Chapman), bebiendo con su amigo “Joxer” Daly (Sidney Morgan), en el bar propiedad de la Sra. Maisie Madigan (Maire O'Neill). Tras eso, Boyle va a su casa, donde su mujer, Juno (Sara Allgood), le riñe por su falta de trabajo, por su afición a la bebida, por ser un mantenido que no aporta. En su casa, vive también con su hijo mayor, Johnny (John Laurie), quien tiene una lesión, ha perdido un brazo por su actividad política, vinculado a la IRA. En medio de las discusiones de los Boyle y las ocurrencias de “Joxer”, los visita un día Charles Bentham (John Longden), que les informa que, a causa de la muerte de un pariente enfermo, la familia ha heredado una cuantiosa fortuna. No demoran en modificar su vida los Boyle, adquieren costosos muebles nuevos, un vistoso aparato musical, a la vez que Bentham corteja a Mary (Kathleen O'Regan), la hija de los esposos. Realizan reuniones con vecinos, siguen gastando el dinero, en esas reuniones se suceden charlas y cantos de los invitados, pero entonces comienzan los problemas. Bentham falla, la herencia se pierde, los deudores presionan a los Boyle y confiscan las cosas, pero eso es apenas el comienzo de su pesadilla.









Dentro de lo interesante del filme, está el apreciar el pulso del cineasta para trasladar una obra tan teatral al cine, pues es una de las piezas teatrales emblema de Irlanda, plasmando su humor, su realidad, su contexto entonces, la dura realidad de la guerra civil por la revolución, graficada en los diálogos y acciones de los Boyle. Curiosamente, se dice que Hitch aceptó muy a regañadientes la realización de este filme, y viendo la naturaleza de su creación, es entendible, y convierte en muy interesante el saber la genuina causa final de la realización de este proyecto por parte de Hitch. La marcada directriz teatral que impregna toda la cinta se manifiesta desde el comienzo, con la concepción escénica, la composición de los encuadres, la distribución de los personajes dentro de esos encuadres, transmitiendo esa concepción propia del teatro, transcurriendo casi todo en un solo ambiente, la sala de la familia Boyle. Queda clara la idea del cineasta, la idea que regirá la cinta, es un trabajo con más visos teatrales que cinematográficos, una característica muy inusual en la obra hitchcockiana, al margen de que Hitch haya adaptado en numerosas ocasiones piezas teatrales exitosas a la gran pantalla. Así, tras más de veinte minutos iniciales del filme, la cámara está prácticamente estática casi todo el tiempo, algo inaudito en el cine de Hitch, aún desde sus comienzos en el cine mudo. Inauditamente estática para una cinta de Hitchcock, en pocas ocasiones se rompe la linealidad narrativa de esa cámara, a cuentagotas, como en el particular caso de Johnny, a quien la cámara realiza acercamientos, zooms que rompen ese perennemente plano comportamiento. Apreciamos un cine minimalista, de este cine con mínimos recursos, la más cercana referencia del propio director la encontramos en la bastante posterior La soga (1948), donde una recámara es el escenario de prácticamente toda la acción. Conforme avanza la cinta, vemos que efectivamente es una rareza hitchcockiana, pero no una rareza más, como varias de sus obras mudas, sino la mayor rareza de todas, pues aún en sus filmes silentes alguno de sus rasgos artísticos mayores siempre se plasmaba. Ya sea el asesinato, ya sea el falso culpable, ya sea el triángulo amoroso, o el misterio e intriga que se disemina a través de una investigación de un crimen; siempre uno de sus sellos se hacía presente, en mayor o menor medida. Pero en esta oportunidad ninguno de esos grandes tópicos se manifiesta, todos brillan por su ausencia.










De este modo, no solo están ausentes sus tópicos principales de toda su carrera, sino también sus tradicionales experimentos visuales, los recursos técnicos donde quedaba patente su dominio en esa área. Esas dos características vitales de la obra hitchcockiana se ausentan, para configurar la que es sin duda, al menos para quien escribe, la cinta menos hitchcockiana de todas las que hizo el maestro del suspense. Más de un incauto se verá grandemente sorprendido al abordar esta cinta sin saber a lo que se expondrá, un trabajo casi irreconocible como obra de su autor, algo que más que corroborar las viejas virtudes y fortalezas de la cinematografía del británico, es un filme para los completistas de la obra del director, uno de esos ejemplos en los que los trabajos más irregulares de un artista pueden enseñar tanto como sus obras maestras, hablamos de verdaderos seguidores del cineasta. El maestro escoge otra clave para narrar su filme, algo que para ese momento -siendo el segundo filme sonoro del maestro-, vuelve la cinta más inusual aún, y es que el vehículo narrativo son los diálogos de los protagonistas, casi recitados por momentos, extensos diálogos que en gran medida compendian la cinta, y la realidad irlandesa de entonces. Entre los diálogos, Juno compara a Boyle con el pavo real, un ave que se luce mucho pero que no produce nada, y en ese sentido el abogado es uno de los papeles más interesantes, es quien habla distinto dentro de los personajes. Lo oímos hablando de temas diversos como un hombre educado, contando la historia de Juno, trazándonos paralelo entre la esposa protagonista y la mitología griega, con Juno, la esposa de Zeus, que es todo menos una esposa devota y sumisa, sino más bien dispuesta a regañar y gritonear al adúltero Zeus. Los diálogos son, pues, parte vital del filme, así como los cantos, en la reunión de los Boyle, donde mucho de la cultura irlandesa se plasma. Cabe mencionar que el original actor teatral del capitán Boyle, Fitzgerald, aparece con efímero protagonismo, efímero pero significativo, como ese férvido pregonero inicial, que procura despertar el sentimiento de unión y compañerismo, en medio de la división de la guerra civil irlandesa, una división que asegura siempre los ha llevado a la derrota; asimismo, cierra la primera y única participación de este personaje el después recurrente recurso de los disparos, los balazos que se escucharán más de una vez. El actor que encarna a Boyle en el cine, Edward Chapman debutaba asimismo en el séptimo arte, lo hace de manera convincente y decente.











Los papeles quedan pronta y claramente definidos, Boyle y “Joxer” son unos vividores, ellos solamente saben beber, siendo el capitán Boyle el personaje principal, es un casi apéndice en casa, un parásito en un hogar cuyo auténtico sustento es Juno, la esposa, es ella quien lleva los pantalones en casa -hasta el título del filme y la obra teatral la nombran a ella primera, jerarquizándola-, gritoneando y mangoneando a su holgazán esposo. Se le acusó un poco al filme de crear estereotipos en exceso, siendo por supuesto el capitán Boyle el mayor de ellos, amigo siempre de la bebida, dispuesto a disfrutar un trago siempre, mejor si no es a cuenta suya; ajeno siempre al trabajo, fingiendo incluso cojera para huirle a sus responsabilidades como cabeza de familia, siendo dominado por su esposa. En la cinta apreciamos drama pero también humor, el tibio humor diseminado por la cinta, como cuando en el comienzo vemos a la dueña, la Sra. Madigan invitando unos tragos a los buenos para nada Boyle y “Joxer”, tragos que ellos aceptan a buen grado, pero se retiran en cuanto les toca a ellos invitar el alcohol, abandonando a la mujer. Asimismo tenemos al capitán, con su pesar tan artificial como cómico, su postiza condolencia ante el fenecimiento de un familiar que nunca le agradó, cuya muerte más bien le significa una tan bienvenida herencia económica. En lo técnico, se corrige completamente alguna falencia que tuvo su primer largometraje sonoro, Chantaje, de este mismo año, y ahora ya apreciaremos una perfecta sincronización de sonido y actores, el audio, el sonido de las voces ya camina a la par del movimiento de los labios de los protagonistas. Una imperfección que sí llama la atención es cierto “desencuadre” que se aprecia en más de una secuencia, con los rostros de los actores que en ocasiones se quedan “fuera” de los encuadres, una falencia visual ciertamente impropia de Hitchcock. Encontramos otros elementos interesantes, suertes de leitmotiv, como el sonido de las balas que suena mayormente en momentos con Johnny de protagonista, denotando premura, angustia; asimismo la virgen María, en momentos cumbre, y siempre involucrando a Johnny, convergiendo ambos recursos finalmente en el fatal desenlace, con ese buen plano final, en el que Juno habla a la virgen en tan patético momento. Cinta tan atractiva como extraña para el conocedor de Hitch, se plasma la degradación, el declive que enfrenta una familia cuando el dinero llega, el modo en que olvidan las cosas más importantes, perdiendo la dignidad, y en algunos casos la vida. Una cinta atípica, pero para quienes están completando la filmografía de Hitch, es una verdadera joya.







Chantaje (1929) - Alfred Hitchcock

Histórica cinta, memorable trabajo cinematográfico, el primer filme hablado del gigante cineasta Alfred Hitchcock, y de acuerdo a una aseveración no del todo esclarecida, la primera cinta hablada del cine británico. Una de las mayores revoluciones en la historia del cine había llegado apenas un año antes con El Cantante de Jazz, muchos maestros realizadores estaban en la incertidumbre al respecto, pero no fue este el caso de Hitch. Habiéndole encomendado los estudios la tarea de introducir el sonido finalmente en una cinta, el maestro del suspense hizo mucho más que un mero experimento. Como casi siempre, Hitch adapta una obra literaria, en este caso la pieza teatral de Charles Bennett, en la que ya continúa el cineasta encontrando en el suspenso a su mayor sello distintivo como artista. La historia en sí es sencilla, una mujer, cuando está siendo violentada por un artista, en defensa propia elimina a su agresor, y asustada y temerosa de lo que ha hecho, se aleja del ambiente de lo ocurrido; pero no sospecha que a su novio, policía, se le ha encomendado investigar el caso, a la vez que un testigo de los hechos comienza a chantajearla. Aún con las evidentes inseguridades y experimentos propios de un momento tan significativo en la historia del séptimo arte, Hitchcock configura un filme atractivo, no extraordinario, pero imprescindible para el amante de su cine, es su primera película sonora.

                 


La cinta se inicia con unos individuos, son policías, que irrumpen en una casa y capturan a un sujeto, que descansaba en cama, sin demasiada resistencia pese a tener un arma, lo arrestan. Luego, vemos a Alice White (Anny Ondra), ella pasea con su novio, el detective Frank Webber (John Longden), ellos van a comer algo, pero en el lugar al que acuden, aparece otro personaje, un hombre (Cyril Ritchard), a quien ella inmediatamente hace una señal, se deshace de su novio, y se reúne con el segundo sujeto afuera. Ella acepta ir a la casa del hombre, que es un artista, y en medio de sus cuadros y de música de piano, él la besa, intenta intimar con ella a la fuerza, y Alice, por evitarlo, lo mata con un cuchillo. Acto seguido, ella se marcha de la casa del artista, aterrada de lo que ha hecho, y al día siguiente, durante las pericias policiales, Frank, a cargo del caso, encuentra uno de los guantes de ella en la escena del crimen. Cuando Frank le dice a Alice que sabe lo que pasó, y que piensa encubrirla, aparece Tracy (Donald Calthrop), es el sujeto inicialmente arrestado, que fue testigo de lo sucedido, y que de inmediato deja claras sus intenciones de chantajearlos. Tracy, controlando la situación, logra hasta que Alice lo lleve a su casa a comer con su familia, la chantajea por lo que sabe, pero Frank, sabedor del prontuario que tiene Tracy, no cede al chantaje, y finalmente se dará solución a la apremiante circunstancia.






En el comienzo apreciamos una cámara que denota cierto frenetismo, no excesivo, pero unos audaces movimientos de la cámara otorgan esa moderada premura a la secuencia apertura, en la que asimismo el trabajo de montaje hace lo propio para generar ese ambiente. A esto se suma algún otro movimiento de la cámara y de zoom, en el cual se evidencia nuevamente el dominio y soltura en el plano técnico que siempre tuvo el británico, mostrándola ágil, veloz, precisa, explorando detalles minuciosos como un espejo colgado en una pared, su exactitud es notable. Resulta curioso que esa primera secuencia haya sido completamente muda, vemos a los actores moviendo los labios, pero no hay ningún audio de sus voces. El sello de Hitchcock se reconoce casi de inmediato desde estas primeras secuencias, su lenguaje, sus recursos narrativos, cuando veamos un cenicero, primero con un único cigarrillo consumiéndose, luego repleto ya de varios cigarrillos, exponiendo el tiempo que transcurre en esa tensa situación, el hombre detenido está siendo registrado en los archivos policiales. Como siempre, desde sus inicios en el cine mudo, Hitch fue aficionado y talentoso para narrar sin palabras, para narrar con imágenes, no solo por el detalle del cenicero y posteriores muestras visuales, sino por el comportamiento de la cámara. Se nota, como era obvio y natural, que eran los primeros ejercicios sonoros de Hitch, y se evidencian en ese sentido las inserciones de sonido, el director hasta cierto punto experimentaba, los estudios British International Pictures le encomendaron a su chico prodigio, Hitch, que entonces contaba 30 años, que llevara al cine inglés al nuevo mundo del sonido. El maestro del suspenso lo hace, apreciándose, como era natural en un momento tan crucial, ciertas descoordinaciones, pues el sonido, los audios de las voces de los actores en ocasiones no están sincronizados con el movimiento de sus labios, la inserción se nota un poco forzada. Asimismo los sonidos diegéticos denotan cierta artificialidad en algunas escenas, cierta desprolijidad en la edición, pero, otra vez, debemos considerar que es el maestro Hitchcock, que realiza lo que es probablemente el primer experimento cinematográfico sonoro inglés.








Entre las secuencias que grafican ya el paso al sonido, tenemos el prolongado canto de un ave de fondo mientras ella se cambia de ropa, al día siguiente del asesinato. Toda deficiencia -menor, por cierto- queda en segundo plano, pues son momentos míticos, el maestro Hitchcock por vez primera realizaba una cinta sonora, y el cine inglés mismo entraba ya a otro estadío, siendo la hermosa Anny Ondra una de esas primeras voces en escucharse, con su notorio acento de Europa del este. La actriz austrohúngara superó ciertas inseguridades debido a ese acento suyo, para finalmente superar la audición que Hitch hizo, y ganarse este papel. Luce hermosa  la Ondra, en símil papel a la cinta inmediatamente anterior del director, El hombre de la isla de Man, del mismo año, 1929, con un comportamiento similar, risueña, coqueta, con una inocencia que a la vez se combina con cierta malicia al manipular a los hombres (deshaciéndose de su novio para acabar en la casa del artista), una dualidad femenina característica de muchas féminas hitchcockianas, y que colaboran a que muchos lo acusen de misógino. Ella se vuelve centro indiscutible de las acciones, motor generador de todo, abundan los primeros planos explorando su bello rostro, sus gestos, su inocencia y banalidad al comienzo, su fragilidad y terror después con el chantaje, y la Ondra pasa con nota más que aprobatoria el difícil examen. Es entendible que se haya convertido en la primera musa rubia de Hitch, y tiene el gran privilegio de haber clausurado la etapa silente del cineasta, con la cinta poco antes citada, El hombre de la isla de Man, para luego inaugurar la etapa sonora del gigante inglés; ciertamente meritorio, privilegiado lugar el de la actriz austrohúngara. Conocido es el tema de que esta cinta tiene dos versiones, una versión aún muda, y la otra sonora -en la que se basa este articulo-, una costumbre extendida en el cine por esos años, cuando los cineastas, y sobre todo los productores se encontraban escépticos respecto a la llegada del sonido, se realizaban las dos versiones de cada cinta, para poder prever o contrarrestar algún eventual fracaso de la versión sonora de un filme. Este detalle sesga hasta cierto punto una apreciación integral de esta cinta, y al no haber aún visionado yo la versión muda, me veo limitado a comentar sobre la versión hablada.








En esta, la primera película sonora de Alfred Hitchcock, aún los aciertos y su dominio de las técnicas cinematográficas mudas superan a las bondades de su cine sonoro, es algo completamente normal, natural, y entre estos aciertos tenemos la secuencia de ella, después del asesinato, caminando maquinalmente por las calles. Ahí apreciamos la oscuridad, las sombras, el montaje nuevamente, la gente que pasa apresurada al costado de ella, trucos visuales nos muestran su interior tormento, todos los detalles urbanos le recuerdan su crimen, siempre sin palabras; ciertamente aún se expresaba más el cineasta mudo, el cineasta sonoro apenas estaba incubándose. Notable filme, en el que aún Hitchcock sigue descubriendo su gran tópico, el suspenso, que se encuentra hábilmente diseminado a partir del asesinato, un filme en el que por cierto sí se ausentan otros temas vitales en el cine del británico. Así, si bien falta el triángulo amoroso, o el tema del falso culpable, sí que tenemos el tópico del asesinato, casi indivisible de toda la andadura cinematográfica de Hitch. Asimismo Hitch nos envuelve en cierto halo de voyerismo, cuando apreciemos solo parcialmente hechos cruciales, primero solo vemos las sombras de ellos en la pared forcejeando, luego esa cortina que nos separa de la acción, él tratando de ultrajarla, nos preguntamos exactamente qué está sucediendo. Después, la cámara nos muestra el detalle del cuchillo, haciendo ya bastante más fácil imaginar lo que pasa, y siendo casi obvio el resultado de la acción cuando vemos la mano del agresor salir de esa cortina, y colgar inanimada. Alguna suerte de divertimento técnico se permite Hitchcock, como ese travelling ascendente en el momento en que Alice y el artista suben por las escaleras, detalles reconocibles en la personalidad artística del director, al igual que el tibio erotismo que más de una vez exhibió, en esta oportunidad con la hermosa Ondra cambiándose de ropa en casa del artista. Naturalmente, también apreciaremos otros jamás ausentes recursos visuales del cineasta, como sus tradicionales superposiciones de imágenes, en distintos momentos de la cinta y con distinta intencionalidad. Pero lo cierto es que esos elementos no abundan en la cinta, como es natural, la suprema novedad del sonido parece haber acaparado toda la atención del director, y probablemente de todo su equipo de producción. Encontramos asimismo algún elemento inusual y atractivo, como un cierto halo teatral que se detecta en la importante secuencia en que Alice, Frank y Tracy hablan ya directamente de la situación, del chantaje y las posibilidades de a quién le creería la policía. En esos momentos, la composición de esas escenas transmite ese tibio tratamiento teatral, la distribución de los personajes en el encuadre transmiten esa sensación, positiva ciertamente. Imprescindible película para el amante del cine de Hitchcock, y del cine en general, su primer trabajo sonoro, una nueva era se aperturaba, Hitch tenía ya cierta madurez, dominaba ya los recursos, y desde ahora, con el dominio del sonido, alcanzaría las más altas cotas del cine, el genio tenía ya pista libre.