jueves, 25 de febrero de 2016

Prométeme (2007) - Emir Kusturica

Tras haber realizado Emir Kusturica La vida es un milagro (2004), verían la luz dos ejercicios de menor metraje, un segmento de cine y un episodio televisivo, antes que tres años después se realizara el trabajo ahora comentado. Si bien la cinta mantiene muchas de las constantes en el cine del bosnio, fue una de las que mayores críticas le granjearon al director, y es que ciertamente, aunque no sea agradable reconocerlo para quien escribe, se trata de uno de los trabajos de menor factura del aclamado director de Underground. Por vez primera, hablando siempre desde mi propia perspectiva por supuesto, se observa a un Kusturica cuyo cine, lo que representa, se ve desbordado por el modo, el estilo en que plasma aquello; es esta última aseveración algo que líneas más adelante se detallará. El filme nos representa la historia de un niño, en la Bosnia contemporánea, que vive en un muy alejado pueblo, cuyos únicos habitantes son él mismo, su abuelo y la maestra de la escuela local. Al cerrar la escuela por escasez de alumnos, y al convencerse el abuelo de que está próximo a morir, le hace prometer al nieto que irá a la ciudad, venderá su preciada vaca, y conseguirá, entre otras cosas, un ícono religioso y una esposa. La historia es esa, sencilla, similar en ciertos aspectos a trabajos previos del director, pero, otra vez, algo cambia en el cine del balcánico que convierte a esta película en probablemente la más floja de su filmografía.

             


Desde el comienzo, como siempre en su cine, apreciaremos mucho de lo que veremos en toda la cinta, lo estrambótico se presenta prontamente, con el singular modo tanto de despertar como de  desayunar de Tsane (Uros Milovanovic). El tema tratado, un joven cuya vida experimentará radical cambio, tampoco es extraño -Tiempo de gitanos (1988) ejecutó con impecables resultados artísticos similar fórmula-, pero ese contraste existencial, ese cambio de vida ya no serán representados con excelsos maestría y dominio. Si en Sueño de Arizona (1992) la razón de cierta distancia a lo usual, y de ciertas flaquezas en la cinta parecían poder adjudicársele al cambio de país y producción en Kusturica, ahora esa razón ya no está tan clara, o en todo caso parece que no es otra que un cineasta que parece haber perdido la inspiración, ese toque de magia que convierte a una obra de arte en algo más, algo muy lleno de humanidad, de realidad; esa aparente pérdida de inspiración a su vez pareciese presagiar el notable bajón en su productividad, casi explica que sea su último largometraje en ya casi una década. Y es que, como se dijo, muchos, o todos sus lineamientos se encuentran en la cinta -su mordacidad, su humor, todos atenuados-, pero se siente una falta de fuerza entre ellos, una falta de cohesión que en cintas previas hacían tan compactas sus propuestas audiovisuales y artísticas. Esa ausencia de amalgama hace que la cinta se tambalee tanto, que se siente el filme como un desfile de enajenación, de disparates -usuales en el bosnio-, pero todos descoordinados, un desorden y endeblez totales, atípicos en Emir.







En la cinta de Kusturica, desde los instantes iniciales se advierte que sus retratos ya no tienen la misma fuerza que otras veces, la fuerza y potencia de sus personajes y situaciones ha disminuido: la forma, exagerada con desmesura, supera y opaca el fondo, lo que se retrata en sí. Ahora bien, en un cineasta del calibre y singulares orientaciones del bosnio, no es nada inusual que la forma, casi siempre estrambótica, ruidosa, sórdida incluso, llegue a opacar al relato, a “enmascarar” (como él mismo ha llegado a decir) el fondo con tanto colorido y enajenación que casi siempre lo rebase, en mayor o menor medida, según el paladar que deguste el filme. En esta ocasión, todo ello se sigue cumpliendo, básicamente es una cinta con más de los mismo de siempre del bosnio, sin embargo lo estrambótico y la enajenación llegan a niveles que en efecto acusan esa exageración que con tanto gusto pareciesen atizarle sus detractores; la fuerza con que retrataba a su gente, a sus gitanos, ya no fulgura con tanta y determinada asertividad (y cómo se extrañan esa forma de graficarlos). Ahora, al retratarse mucho de la cinta en la ciudad, al alejarse de su usual hábitat natural, el campo y esos gitanos que tanto quiere -y cuyos dibujos humanos tan efectivos en su momento fueron-, el cine de Kusturica parece naufragar, parece perder ese vínculo que con tanta naturalidad y fuerza inundaba la pantalla en otras ocasiones. En la ciudad, y sin su gente, el estilo de Kusturica se ahoga, no hay cohesión entre su usual extravagancia y esas citadinas vestimentas, entretenimientos en karaokes; pierden la fuerza sus personajes, se nota una falta de raigambre al retratarlos, y su cine termina volviéndose inocuo, débil, postizo.








Una fotografía efectivamente más luminosa asimismo colabora a que la estética final de la cinta se funda con la atmósfera general del la misma, que se siente más liviana, más superficial, más endeble y con menos fuerza que ocasiones anteriores del director. E inclusive la música, elemento tan clave en otros trabajos del balcánico, pareciese colaborar con ese producto final mencionado; con sus notas cercanas al rock y pop contemporáneo, muy ajenos a sonidos de filmes suyos previos, genera un ambiente demasiado liviano, que, sumado a la endeblez generalizada de la cinta, termina de configurar un universo sin un alma, sin una genuina realidad detrás de ellos, como siempre sucedió en sus mejores filmes. Esto lamentablemente incluso alcanza a su acostumbrado e infaltable toque surreal, ese surrealismo juguetón pero impactante en otras oportunidades ahora es risible de mala manera cuando veamos a un individuo volando por los cielos durante casi toda la película, u otro siendo baleado, pero sin por ello interrumpir el coito. O, mucho peor aún, cuando veamos a un voluminoso sujeto ser inflado como un globo para luego surcar el aire al desinflarse (…). El cine de Kusturica, siempre proclive a los excesos, a lo absurdo e irreal -pero de algún modo todos concertados y, aunque suene antagónico, con un norte bien definido-, nunca había llegado a estos extremos. Asoma con fuerza esa acusada exageración, esa hiperbólica caricaturización que ya no genera tanto asombro como diversión, sino más bien extrañeza al presenciar semejantes ejercicios que más se acercan a una caricatura, a un producto infantil. Sus ansias de excentricidad parecen haberlo rebasado, y algún momento de incredulidad generarán ciertas escenas. Nadie es perfecto.







Elementos y tintes políticos nunca pueden ausentarse en el cine de Kusturica, y nuevamente apreciaremos tibios guiños a viejos conocidos del bosnio. A su muy particular estilo, se rinde una suerte de homenaje a Rusia, el orgulloso himno soviético suena, en risible situación, con el joven Tsane observando lúbricamente a la maestra Bosa (Ljiljana Blagojevic, la hermosa y entonces joven Dolly Bell en la ópera prima del director) bañarse a través de unos catalejos. Asimismo hay un guiño a la cultura yanqui, con imágenes de Taxi Driver siendo presenciadas, y el mafioso Bajo (Predrag Manojlovic) queriendo construir unas torres gemelas balcánicas; o su afición al fútbol con alguna broma a Ronaldinho, tampoco se ausentarán: sin duda se trata de una película de Kusturica, pero es la menos Kusturica de sus películas. Recupera a Manojlovic, usual actor suyo, y es su interpretación, plagada de exageraciones y excesos histriónicos, la que más se presta a las críticas, una fuente de donde beben los detractores. Aleksandar Bercek aporta mayor equilibrio encarnando al hiperactivo y falso agonizante abuelo, mientras Marija Petronijevic cumple también como la bella Jasna, la epifánica fémina de Tsane. Pese a incluso “recopilar” elementos de filmes previos -el pavo de Tiempo de gitanos, alguna melodía de la misma cinta, acostumbrados ecos en sus filmes-, este trabajo finalmente no puede evitar ser un paso un falso, un descalabro, como con cierta crueldad se la ha calificado; si bien no  considero un fracaso este filme, definitivamente es su cinta menos lograda, con todos sus artilugios y nortes presentes, pero todos surtiendo menos efecto que nunca. Termina Kusturica su película con otro elemento muy suyo, la boda, una boda por partida doble que se ve con el mismo triste resultado que todo lo demás, insípido y casi pueril, como el modo en que se presenta el final feliz, como si nada pasara, como pasa la cinta misma. Sí, es un paso en falso de Kusturica, pero un paso en falso perdonable para un cineasta que de sobra se ha ganado ser la prominente personalidad en el mundo cinematográfico contemporáneo mundial que es.





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