martes, 26 de julio de 2016

Dudosa Virtud (1928) - Alfred Hitchcock

En el año en que esta cinta fue estrenada, 1928, el sonido había llegado al cine para materializar una de las mayores revoluciones que han habido en la historia de este arte, cambiando para siempre el escenario cinematográfico, modificando las carreras de todos los directores y actores que hasta entonces habían brillado. Por consiguiente, era esta una de las películas mudas finales del gran maestro del suspenso, sus ejercicios silentes fueron casi siempre rarezas, aún buscando un sello definitivo en su lenguaje, el maestro se embarca en adaptar nuevamente un trabajo literario a la pantalla grande. Para el presente trabajo, nuevamente Hitch adapta una novela del actor y dramaturgo, Noel Coward, y retrata la historia de una fémina en la sociedad británica, que enfrentará una impensada pesadilla cuando sus errores del pasado, al haberse visto en medio de un lío entre dos hombres, costando al vida de uno de ellos, le generen una mala reputación, que la persigue hasta el final; aún cuando intente rehacer su vida, ese lastre la hostigará cuando la familia de su nueva pareja se entere de sus actividades pasadas. Inusual película del británico, como la mayoría de sus casi diez películas del periodo mudo, que ciertamente no podrá catalogarse entre lo mejor de la producción del gigante realizador, pero siendo una película muda de Alfred Hitchcock, al correcto paladar sabrá entusiasmar esta apreciable cinta.

              


Al iniciar la película, un juicio se está llevando a cabo, Larita Filton (Isabel Jeans) está siendo acusada, el abogado fiscal que acusa (Ian Hunter), la insta a responder, ella recuerda cómo un brillante y joven pintor estaba retratándola, cuando su celoso y borracho esposo, que la maltrataba, los interrumpió. El esposo responde mal, agrede al artista, que inesperadamente le dispara, muriendo el agresor; el abogado acusa fogosamente a la mujer, al complicarse el asunto cuando una cuantiosa herencia se le deje a ella producto del asesinato, se la acusa y el jurado la declara culpable. No es condenada, pero es expuesta ante todos los medios a la humillación y vergüenza, ante lo cual ella se marcha, lejos de todo. Ya alejada, conoce Larita a John Whittaker (Robin Irvine), un millonario que la corteja, y, tras pensarlo ella, acepta su propuesta de matrimonio. Una vez casados, se mudan a la casa de John, donde Larita conoce a su nueva suegra (Violet Farebrother), férrea mujer que desde el comienzo tiene suspicacias sobre el origen de su nuera. En esa casa la madre le hace la vida imposible, más aún cuando salga a la luz su pasado, solo la apoyan el padre de John (Frank Elliott), y la joven Sarah (Enid Stamp-Taylor), pues hasta el fiscal que la acusó aparece en fiestas de los aristócratas. La atormentada Larita no puede más, asegura a Sarah que ella debió casarse con John, y pone un fin a sus martirios en esa casa.








El inicio del filme es típico en sus ejercicios mudos, cuando la primera imagen que veamos sea un cuadro de texto, en el cual se diferencia lo que es la virtud, definiéndola como algo que es su propia recompensa, de lo que es la dudosa virtud, recompensa de la sociedad a una reputación calumniada; es un buen compendio de lo que apreciaremos detalladamente ene el filme, y es característico de varios de sus filmes mudos suyos el iniciar así la cinta. El inicio de la historia propiamente, es tratado con un lenguaje que invitaba al optimismo, con una cierta soltura positiva de la cámara, que ofrece primeros planos, planos detallados de objetos, plasmando el juicio con el que se apertura el filme, hay cierta movilidad de la lente, libertad de acercamientos, zooms, todo ordenado de manera correcta para retratar esos tensos instantes iniciales. Inclusive prontamente, en esos primeros minutos de inmediato vemos flashbacks, la acción pasada y la presente se fusionan de manera correcta, sin elaborados mecanismos ni evidentes roturas, es tranquila pero satisfactoria la forma en que se plasma esa transición, terminando de configurar un comienzo de filme que, como se dijo, invitaba al optimismo. Imágenes expresivas, monóculos que se mecen imitando la siguiente imagen del péndulo de un reloj, planos laterales de los rostros de los implicados, fiscal y acusada enfrentándose, enriquecen una narración sin palabras, algo bastante habitual en Hitch. Es lamentable que tan prometedor inicio de la cinta se haya quedado en eso, una optimista promesa. Pero siguiendo con las imágenes, logra agradables momentos como los equinos cerca el uno del otro, como Larita y John, que van alimentando su amor; y claro, la secuencia mas importante en ese sentido, narrando sin palabras, cuando Larita finalmente accede a su petición de matrimonio, es por teléfono que ella acepta, e incluso Hitch consigue el lujo de no dejarnos duda de su respuesta sin siquiera mostrarnos un solo plano, ni de ella ni de él. Es extraordinario ese instante, la recepcionista telefónica es el conducto, el vehículo narrativo e informativo, pues sus reacciones indican el desarrollo de esa conversación, cierta incertidumbre al inicio, pero su amplia sonrisa y ademán nos indican que sin duda ella aceptó; muy notable, sin mostramos a ninguno de los implicados, no cabe duda del resultado de la propuesta.








Cierto es que la cinta comienza mostrando un asesinato, pero pese a ese elemento tan usual en el cine hitchcockiano, la película se distancia mucho de casi todos los vértices artísticos principales del británico, no hay duda de que el maestro aún estaba auto descubriéndose, descubriendo el campo expresivo en el cual se convertiría en leyenda. Hablamos por supuesto del suspenso, que ya había tibiamente saboreado en su primera gran película, El enemigo de las rubias (1927), pero aún estaba el cineasta terminando de dar los pincelazos finales antes de acabar su etapa muda, y sin ser una cinta mediocre la presente -pues, como hemos visto, contiene elementos notables y apreciables-, dista todavía mucho de las más altas cotas que posteriormente alcanzaría el realizador. El maestro tardó muy poco tiempo, sin embargo, en encontrar su terreno, hay quien afirma que el escaso éxito de anteriores filmes hizo que los productores interfieran más que antes en el tema de la presente cinta; pero sea cual sea el caso, se siente que la fuerza del cineasta se diluye, al faltar la tensión, la intriga e incertidumbre del suspenso de Hitch, pierde toda su eficacia el maestro, en un campo tan inocuo como el presente, se advierte la pérdida de toda la potencia que brota a borbotones cuando realiza suspense. Interesante, eso sí, al margen de si el tema elegido obedece plenamente a la voluntad del director o no, es el tratamiento a la fémina protagonista, y es que conocida es la misoginia de la que tanto se le acusa a Hitch, y en esta oportunidad la mujer, Larita, no es ya esa mujer liviana que sin el menor miramiento desencadena desgracias a los hombres protagonistas. Ahora hay cierta variación en ello, ahora es ella la perseguida, a quien ni su reputación ni la hipócrita sociedad dejarán tranquila (vemos cómo las hermanas de John se fijan hasta en su manera de beber). Se torna todo relativamente ambiguo cuando apreciemos las actitudes de Larita, sus posturas, su constante acción de fumar copiosamente, su manera de beber, hace que uno la sienta hasta cierto punto mundana, además de la manera en que se acerca a Sarah. Ciertamente Hitch deja cierto margen a que el espectador piense un poco, lo hace debatirse al dudar de si ciertamente es una víctima, el director hace “sufrir” al espectador, algo que Hitchcock siempre defendió en la manera de hacer cine.









Ciertamente estamos ante un novedoso tratamiento de los elementos femeninos en Hitch, a lo ya comentado sobre Larita y su ambigua persona, agregamos el elemento materno, la imponente madre de John, que llega hasta eclipsarlo en protagonismo. Como casi nunca en filmes hitchcockianos, vemos un  duelo femenino, Larita contra su suegra, un inédito duelo de fuerzas femeninas, interesante en un filme del británico, como lo es el empoderamiento de la madre; pero el tema materno en el cine de Hitch sería motivo de otro artículo (solo veamos a la madre de Norman Bates). Entre los elementos negativos del filme, uno viene a ser la cierta endeblez para representar muchas de las secuencias de la cinta, adoleciendo de tensión, de fuerza representativa, sintiéndose casi flojo y laxo el corazón de lo retratado. Empezando por la trifulca del esposo celoso y el joven pintor, prosiguiendo con secuencias como los primeros contactos entre Larita y John, solo por citar ejemplos en los que se siente esa falta de fuerza que en otros filmes con tanta intensidad se aprecian. Asimismo, tras el comentado despliegue inicial de la cámara, ya no veremos mucho de los elementos narrativos visuales del británico, solo atisbos de ellos, como cuando la familia Whittaker está comiendo, y los alimentos y los platos desaparezcan mediante disoluciones de planos; esa ausencia de sus recursos y elementos visuales definitivamente va en detrimento del filme. Pero no todo es malo, pues es interesante que Hitchcock desliza un estudio, una mirada a la sociedad de su tiempo, la hipocresía de la rancia aristocracia, pues apenas sepa la madre de John la verdad sobre Larita, tanto ella como casi toda la familia la condenan; pero, ante la inminente humillación y cotilleos de la sociedad, prefieren guardar silencio, ocultar la verdad. Pese a que la desprecian, en vez de ser consecuentes a ello, prefieren guardar las apariencias, prefieren mantener una postiza imagen de normalidad ante sus semejantes, se retrata la doble moral de los aristócratas, de esa sociedad. En su periodo como cineasta mudo, Hitch aún buscaba su estilo, y casi cada uno de sus filmes se constituía en una rareza, traía novedades, en 1927 produjo El Ring, inédito ejercicio pugilístico, y Declive, atractivo análisis de la decadencia física y moral de un individuo, y en 1928 viene la inusual comedia La esposa del granjero. Vendría entonces el filme ahora comentado, con ese inquietante final de ella pidiendo que le "disparen", pues ya no queda nada que matar. Años atípicos pero interesantes en Hitch, son sus filmes mudos, si bien no obras maestras, verdaderas joyas para apreciar.





domingo, 24 de julio de 2016

La esposa del granjero (1928) - Alfred Hitchcock

El gran Alfred Hitchcock, en su etapa como cineasta en la época muda de este arte, realizó cerca de una decena de filmes, cuando aún se encontraba buscando su estilo característico como el inmortal maestro del suspense, definiendo sus principales nortes artísticos. Era ya el mítico año en que la mayor revolución llegó al cine, el sonido había arribado para quedarse, para reconfigurar completamente el panorama cinematográfico, y el gran Hitch por ende materializaba sus últimos ejercicios silentes. Con esta cinta inicia el británico su vínculo con la productora British International Pictures, y luego de dirigir Declive (1927), adapta nuevamente una obra literaria, la pieza teatral de Eden Phillpotts, para presentarnos una historia sencilla, hilarante, en la que un hombre maduro, al quedar viudo, al morir su esposa, decide volver a encontrar pareja, inicia la búsqueda de la fémina, elabora una lista de posibles prospectos, y, ayudado por su ama de llaves, se lanza a cortejarlas, obteniendo sendos rechazos. Pero cuando parece que su objetivo no será cumplido, impensadamente encuentra lo que buscaba en quien menos imaginó. Inusual ejercicio en la filmografía del prodigioso Hitchcock, una comedia agradable, que por supuesto no se acerca a los mayores filmes de este notable director, ciertamente es una rareza, pero siendo un filme mudo de Hitchcock, ya tiene un gran atractivo para ser visionada.

                   


En una residencia campestre, vemos al granjero Samuel Sweetland (Jameson Thomas), que atraviesa un difícil momento, su esposa acaba de fenecer. Él vive con su ama de llaves, Araminta Dench (Lillian Hall-Davis) y su mayordomo Churdles Ash (Gordon Harker); todos asisten poco después al casamiento de la hija de Sweetland, tras lo cual, el granjero, asistido por su leal “Minta”, elabora una lista con cuatro posibles candidatas a convertirse en su nueva esposa. Inicia entonces el cortejo de cada una de ellas, comenzando con la viuda Louisa Windeatt (Louie Pounds), a quien hace saber sus intenciones, obteniendo negativa de la viuda. Continúa entonces con Thirza Tapper (Maud Gill), quien aunque al comienzo parece tener distinta actitud ante su propuesta, finalmente también lo rechaza, creciendo la frustración en Sweetland. En una amena y concurrida reunión, realiza su tercer intento, la elegida es Mary Hearn (Olga Slade), una mujer cuya respuesta no solo es negativa, sino que hasta se ríe del granjero, que responde con algunos insultos, generando en ella un ataque histérico. El pueblo entero ya se ha enterado de la búsqueda del viudo, que al cortejar a la cuarta, Mercy Bassett (Ruth Maitland), nuevamente obtendrá un rechazo. Finalmente encontrará a una mujer que lo quiere genuinamente, y cuando dos de las cortejadas regresen, se sorprenden al encontrar al granjero felizmente emparejado.













La imagen inicial de la cinta nos presenta un resumen visual del entorno donde todo sucederá, vemos fauna campestre, patos, canes, ganado, todo rodeando el domicilio, la granja de Samuel; veremos agradables imágenes de animales, y posteriormente decenas de canes cazadores, el campo, exteriores, una cinta que hasta con esos elementos va declarándose atípica película de su autor. Al parecer hay en circulación más de una versión, más de un corte de este filme, y el filme visionado en el que se basa la presente crítica, es un corte de 97 minutos, inferior en casi veinte minutos a otra versión que tengo entendido existe. Y quizás sea por ese material faltante, que se siente cierto frenetismo en las secuencias iniciales, en el que prontamente en unos cuantos minutos se muestra la granja, el fallecimiento de la esposa del granjero, y asimismo el matrimonio de la hija de éste, es posible que en la versión de mayor metraje no se sienta esa cierta prisa de los primeros minutos. Ciertamente es atípico el trabajo en Hitch, es una comedia, algo bastante más benigno a lo que usualmente hace el maestro, muy alejado del suspenso que lo haría leyenda del cine; ahora bien, cierto también es que la comedia, la carga cómica es algo que casi nunca estuvo ausente en los filmes del británico, siempre encontramos hilaridad dosificada durante las cintas del cineasta, y en este caso se encuentra diseminada en parte con las ocurrencias y ciertas torpezas del ama de llaves de una de las cortejadas. Sin embargo, al ser ésta completamente una comedia, se advierte que es éste un campo ajeno a las mayores proezas del director, sin que sea un flojo ejercicio fílmico; simplemente presenciamos un estadío en que el creador aún estaba encontrándose a sí mismo, y si bien dio un paso importante en ese sentido con El enemigo de las rubias (1927), descubriendo el suspenso como baza principal de su cine, se evidencia que el entonces novel Hitchcock continuaba en el proceso de definir su estilo, como en buena medida fue toda su etapa en el cine mudo.













Pero, a diferencia de casi todas sus cintas mudas, en esta oportunidad llama la atención la cantidad de diálogos que se incluyen en este ejercicio, bastante más abundantes que en sus filmes mudos más logrados, como las dos ya citadas El enemigo de las rubias y Declive de ese mismo año, cintas en las que justamente la ausencia de diálogos hacía que la carga dramática en los actores y en el lenguaje audiovisual no verbal sea mucho mayor. La cinta es simplemente el proceso de búsqueda de esposa del granjero, como lo indica el título, y para la misión es positiva y apreciable la interpretación de Jameson Thomas¸ el protagonista, con sus gestos, ojos muy abiertos, ademanes y registros, presentando los momentos más jocosos, sobrellevando los rechazos, con los que se vuelve casi una labor maliciosa apreciar cómo corteja el individuo a las mujeres, obteniendo sendas negativas. Finalmente, y como se aprecia en muchas historias, la persona que inicialmente es asistente, que ayuda al interesado a conseguir pareja, termina siendo todo lo que éste buscaba, siempre tuvo frente a sus narices, en su casa, todo lo que pensó encontrar afuera. En cuanto a su lenguaje cinematográfico, la inicial narrativa lineal de la cámara se rompe al fin cuando el cineasta interesantemente esgrima sus conocidos recursos narrativos visuales, y cuando el buen granjero decida iniciar la búsqueda de su nueva compañera, apreciaremos esos recursos. Ahí es que por vez primera en el filme aparecen las superposiciones de planos, también primeros planos, todo ordenado en el montaje para configurar el momento en que elabora la lista de candidatas, imaginando a cada una de ella en su casa. Asimismo, cuando lo veamos acicalándose para iniciar los cortejos, aparece otra vez ese trabajo de montaje concatenando planos detallados, primeros planos, imágenes de la leal Minta ayudándolo a arreglarse, nuevamente muestra su elocuencia narrativa en imágenes. Agradable y conocido lineamiento suyo, la narración visual es algo en lo que Hitch siempre descolló, sus filmes mudos siempre fueron muy visuales, y si bien en la cinta esto se aprecia solo tibiamente, se corrobora que es un aspecto que acompañó al cine del británico desde sus comienzos.










Una de las partes más cómicas de la cinta llega sin duda con la tercera mujer, Mary Hearn, que se ríe de Sweetland y su petición, lo enfurece, él la insulta, y ella alcanza un paroxismo de histeria que se aprecia por vez primera en ese momento. Luego al final de la cinta volveremos a verla, cuando al cambiar de opinión, y desee desposarse con Samuel, se de con la sorpresa de que ya es tarde, y nuevamente la vemos agitando los brazos y gritando histéricamente, sin duda uno de los momentos más cómicos, en la que se siente una buena comedia, pero no extraordinaria. No es una cinta brillante, pero consigue su cometido, divertir y entretener, la poco más de hora y media de metraje de la versión que pude ver se pasa rápido, pero como se dijo, siendo amena la película, se siente que no es el campo en el que el cineasta sabría brillar con tanto fulgor hasta alcanzar las más altas cimas del cine. Sin sus nortes principales, sin el suspenso, sin las muertes, misterios e intrigas, sin el falso culpable, ciertamente la cinta es una rareza dentro de la extensa filmografía del gigante británico. Asimismo, la versión a la que tuve acceso tiene un muy curioso acompañamiento musical, de renombrados e ilustres compositores, de la talla de Mendelssohn o Dvorak, entre otros, un acompañamiento musical de primer nivel, pero ciertamente que se siente un poco -o bastante- extraño para ambientar una comedia de este tipo, muy probablemente una selección auditiva que no fue elegida por Hitch. Como no podía ser de otra forma, un feliz desenlace le aguardará al granjero, la fiel Minta finalmente es la respuesta a su búsqueda, virtuosa, discreta y hermosa, tras la ardua y casi humillante travesía, la bella Lillian Hall-Davis, una muy relevante actriz muda, discretamente se lleva parte del protagonismo de la cinta. Habiendo trabajado ya con Hitch, en El Ring, también de 1927, la hermosa actriz, que por cierto el propio Hitchcock declaró como su actriz predilecta, no pudo dar el salto al cine sonoro, y encontraría un tristemente célebre y trágico final suicidándose en 1933. Era ya el año en que con El cantante de Jazz, el sonido llegaría al cine a cambiarlo todo para siempre, todos los cineastas y actores emprendían nuevos rumbos en sus carreras, y aquí tenemos a Hitch, empezando a encontrar su estilo definitivo, tenemos en esta cinta un muy particular ejercicio fílmico suyo, que sin ser una obra maestra, a los fanáticos del británico seducirá sin dudarlo.