lunes, 25 de enero de 2016

Sueño de Arizona (1992) - Emir Kusturica

Cuarto largometraje del tan notable cineasta bosnio Emir Kusturica, un trabajo en el que más de una novedad apreciaremos, aunque ciertamente no todas las novedades serán tan positivas como uno hubiese deseado. Kusturica, para empezar, configura con este ejercicio lo que sería su hasta entonces primer y único trabajo fuera de su natal Sarajevo, fuera de Yugoslavia, o más exactamente, Bosnia. La causa viene a ser la guerra civil que estallara en el país balcánico, evento que hizo insostenible el hecho de seguir produciendo cine en un país ya por naturaleza turbulento y complejo. Kusturica viaja a los Estados Unidos, a Hollywood para rodar su trabajo, si bien es de producción francesa el filme. Nos representa una historia singular, como siempre en él, un joven que se gana la vida vinculándose con el negocio ictiológico, de pronto recibe el llamado de su admirado tío para que sea padrino en su boda; aceptando a regañadientes, se traslada hasta donde está su tío encontrando en su camino, viaje por Arizona, a una singular mujer y su hija, mujeres que le proveerán singulares experiencias. Una cinta que se siente desde un comienzo en efecto diferente a lo que hasta entonces había producido el chico malo de los Balcanes, marcadamente diferente, y en todos los aspectos, motivo por el cual quizás la cinta se detecte como la más endeble y la menos concisa hasta ese punto. Sin embargo, la cinta debe ser apreciada o juzgada partiendo desde el contexto, desde las circunstancias, algunas de las cuales ya fueron citadas.

                 



El filme comienza con una dedicatoria por parte del realizador a su padre, tras lo cual se nos presenta la primera imagen de la cinta, unos hombres que se encuentran alrededor de un iglú, para luego apreciar la difícil existencia en gélidas tierras, un individuo pasa problemas en el frágil hielo con su trineo de perros lobo. Un globo rosado nos traslada entonces, desde el hielo a la urbe, de la urbe, al protagonista, Axel Blackmar (Johnny Depp). Lo diferente en este filme a todo lo previo en Kusturica se siente desde el comienzo, cuando apreciamos los obvios créditos en inglés, pero también con la música, sintiéndose alejada de sus inicios anteriores, una obvia diferencia considerando que en sus tres filmes previos, la música era casi siempre íntimamente cercana a su tierra. Y así, como se dijo, aunque sea bastante evidente, la cinta refleja de inmediato su distinción a los previos trabajos del realizador, su esencia se advierte ajena por completo a aquellos trabajos, sentimos que Kusturica no se encuentra más ya en su hábitat natural, se siente que todos los nortes y recursos presentes anteriormente han perdido su fuerza, su efectividad. El cineasta ha sido extirpado, ha perdido su raigambre, el pez ha salido del agua, la fuerza y la potencia de sus retratos, entre otras cosas, se han atenuado, plasmado incluso en que sea la primera cinta no solo rodada fuera de Bosnia, sino también la primera ubicada fuera de los Balcanes, en el mundo Mediterráneo. Ahora, arrancado de sus orígenes, la música para su filme se siente también cercana a otra cultura, la norteamericana, además del pronto guiño a uno de sus íconos, Arnold Schwarzenegger; queda totalmente evidenciado que se trata de otra cultura, de otra esencia, y que incluso Kusturica no piensa esconderlo o disimularlo en modo alguno.






El homenaje a Estados Unidos continuará de manera casi ininterrumpida, rindiendo tributo el aspirante a actor, Paul Leger (Vincent Gallo), constantemente a las mayores luminarias actorales yanquis, Al Pacino, el titán Marlon Brando, y a Robert DeNiro, con esa singular secuencia de Toro Salvaje, e inclusive el tributo a North by Northwest, de la etapa yanqui del prodigioso maestro Alfred Hithcock, o un agradable guiño al gigante clásico El Padrino II; la cinta se imbuye pues totalmente en el firmamento actoral norteamericano, un detalle que tiene Kusturica para con sus eventuales anfitriones. Se siente, sin embargo, que su cine es en efecto más inocuo que en otras oportunidades, que ha perdido su poder -para bien o para mal, según se mire- corrosivo; si bien la comedia tampoco es infantil, ni mucho menos, notamos la disminución de la mordacidad, como si sus figuras y lo que representa hubiesen perdido cierto filo, inclusive su fuerza como creador de imágenes, si bien por supuesto que no desaparece, se siente que se detuvo, que no continuó con esa espectacular progresión observada particularmente de modo intenso en Tiempo de Gitanos (1988). Se siente a un poeta contenido, obligado, circunscrito y limitado por la lamentable y externa circunstancia del conflicto bélico interno, la guerra civil que estallaba en Bosnia e imposibilitaba una normal producción cinematográfica. Se debe entender primero que nada esa circunstancia como una de las causas capitales de esta cinta y sus peculiaridades.





Sentiremos tibios asomos de la maestría y dominio en el manejo de la cámara que Kusturica ya había alcanzado, con travellings recorriendo determinados escenarios, como la cena de los primos con sus mujeres anfitrionas, con la lente deslizándose sutilmente por la locación, mostrando su soltura; pero otra vez, siendo no más que un tibio halo de lo hasta entonces logrado por el realizador. Y es que muy lamentablemente, visionada ya la primera media hora del metraje, no es difícil percatarse de que, comparada con toda la fuerza y bondades de las cintas previas del bosnio -sobre todo de Tiempo de Gitanos, con la que tantas cimas había alcanzado-, este trabajo se siente como un lamentable atasco, como un atolladero. Kusturica, fuera de su medio natural, se percibe inevitablemente anquilosado en su accionar, en su lenguaje, en trasmitir con su lenguaje audiovisual; la guerra civil en su natal tierra lo expulsó de ahí, es por tanto esta peripecia en tierras yanquis algo no natural en su crecimiento, en su formación, es algo forzado, no voluntario, no es su genuino camino evolutivo, por lo que la cinta no debe ser despedazada por el apreciador; es casi una lástima lo sucedido, pero debe ayudar esto a entender el porqué de muchas cosas presentes en la cinta. Pese al lastre mencionado, sus constantes, sus sellos, siguen ahí, mantiene la enajenación, la relativa locura, propios de sus visiones, y la mencionada secuencia de la cena de los cuatro es ejemplo de ello, la locura, el desenfreno y lo absurdo son planteados y mostrados por Kusturica con su habitual cercanía y sencillez, y es que el maestro no se podía apagar completamente, ni mucho menos, ante un eventual escollo.





Algo que en Kusturica escapa a cualquier agente externo, a cualquier circunstancia o situación ajena a su élan creativo, es su poderosa capacidad de creador de imágenes, de poeta audiovisual, y de eso sí apreciaremos mucho en la cinta. Grace (Lili Taylor), la madura fiera femenina que devora jóvenes, desea volar, manifestándose las absurdas intentonas de los amantes con diversos artilugios primitivos para alzar vuelo, al más puro estilo de Leonardo, con las disculpas del genio renacentista. Asimismo, el pez será uno de los elementos, uno de los símbolos, los más poderosos de todo el filme, habiendo sido presentado pronto por Axel casi como un alter ego suyo, desempeñándose él en la muy singular ocupación de monitorear a los peces, de incluso aplicarles una descarga mínima eléctrica, y narrándonos cómo, al ver a los ojos del pez, se ve casi a sí mismo; singular paralelo el que nos hace para luego surrealmente ver a un pez “nadando” en el aire, surcando los cielos para pasearse despreocupadamente por más de una locación de la cinta. El tiene un íntimo vínculo con los peces, él, como el pez, surca por todo lo que vemos, es el protagonista, el vehículo por el que viajaremos a través del relato. El pez, como él, transita y deambula por este extraño universo, por el cielo de la nieve, por el ocaso de un desierto, entre cactus y arena, por la urbe, por el negocio de vehículos, por el cielo nocturno al morir Elaine. Es sin duda una alegoría a Axel y a sus propias vivencias, aparece cada vez que un evento significativo ocurre, que algo sucede para cambiar definitivamente a Axel, a él, al que siente un extraño vínculo con los peces, y con esos ojos acuáticos que a la mayoría no le despertaría mayores sensaciones. A la vez, es una singular variación del elemento animal, siempre presente y de cierto significado en el cine del bosnio.







Veremos a nuestros protagonistas comiendo con una tortuga en la mesa, no pierde el cineasta del todo por supuesto su capacidad para crear algunas de sus figuras, algunas de las imágenes que crea, y veremos de ese modo al quelonio caminando por la mesa, entre las velas y los alimentos. Algún esbozo de enajenación asimismo, con Faye Dunaway tocando el acordeón mientras el demente Axel se pasea peculiarmente imitando un ave de corral; se percibe necesariamente un halo de que, al margen de todo, es un filme de Emir Kusturica. Ese acordeón será uno de los pocos elementos físicos que han sobrevivido a esa severa escisión de su creación respecto a obras previas, y es que, lógicamente, algo de su estrambótico estilo se mantiene, algo de su mística, y por raro que suene, la cinta es extraña, pero no extraña a la manera de Kusturica, sino extraña por ser una inusual y rara mezcla de sus perennes nortes y lineamientos, pero ahora adaptándose a un medio, cultura y esencia por completo nuevos al creador. Se da pues lo normal, hay elementos que se han quedado en su tierra, junto con parte de la fuerza que Kusturica es capaz de imprimir a una cinta, a un relato ambientado en la tierra en la que creció, la tierra que él respira. Ahora, ido ese entorno, se fueron también sus poderosos retratos humanos, los retratos de una generación completa, de un país entero; toda la fuerza que emanaba de la concisión de esos constructos, está ahora, como era predecible y normal, ausentes, o, al menos, disminuidos muy considerablemente.





El elemento onírico por supuesto se hará presente nuevamente en el cine de Kusturica, prontamente observando el sueño de Axel, en medio del desierto, una larga e interminable fila de vehículos, colocados a elevada altura; a la vez que sabremos que un ancestro suyo tuvo el sueño de “apilarlos”, y llegar de ese modo a la luna. Se asoma un tibio simbolismo de ese sueño, ahora casi impuesto al descendiente, que se ve poco menos que obligado e inmerso en esa situación, venta de autos. Algo a tomar en cuenta considerando que es la historia de un joven que se ha desencantado de alguien de la infancia, que no quiere seguir sus pasos, empero lo hará, y en el camino descubrirá algunos de sus propios sentimientos. En el ámbito mágico onírico, tenemos también la imagen asimismo de la ambulancia, la ambulancia que mágicamente vuela, con el cadáver del tío Leo, hasta alcanzar la luna, y su sueño; una agradable imagen y metáfora, que, empero, languidece ante su relativa soledad en medio de una cinta en la que se perciben las múltiples limitaciones y restricciones que debió sentir Kusturica. Elaine levita, flota naturalmente sentada en una silla; el surrealismo no desaparece por completo, eso sería impensable en Emir, que nos habla nuevamente con mayor vigor a través de esas secuencias oníricas, donde su genio puede brotar libremente, sin ataduras a convencionalismos. Y es que, pese a todo lo mencionado, siempre da la impresión de salir bien parado Kusturica; su sello, su personal impronta, siguen ahí, pese a todo lo comentado, y eso es remarcable, es lo que finalmente termina imponiéndose en la cinta.





La cohesión de ambos mundos, el real, el mundo concreto, y onírico, el mundo surreal, si bien es correcta, no funcionará tan efectiva ni tan potentemente como en ocasiones anteriores, y no encuentro a las actuaciones particularmente loables, salvo quizás una Faye Dunaway que aporta cierta frescura como la hija de la madre devoradora de jóvenes, y Jerry Lewis, el tío Leo, que con su experiencia construye un personaje relativamente atractivo. Se rompieron muchas de las hasta entonces inquebrantables constantes de Kusturica. Ya no observaremos a un niño o adolescente siendo el protagonista, esta vez es ya un joven, un joven adulto el que es protagonista; ahora ya no nos presenta un genuino y cercano retrato de su tierra, ni de su gente en su innato entorno; ahora el romance se ha bifurcado para concretarse en madre e hija, disimiles una de otra, pero presentes en el camino de Axel. Los personajes asimismo han perdido fuerza, no delineados con tanta contundencia como antes, sin la raigambre -en buena medida debida al entorno natural balcánico- que antes los convertía en tan efectivos retratos de una nación completa; todo presentado con un acompañamiento musical que asimismo pareciera dividirse entre los dos mundos que concilia. Se clausura la cinta con la inicial figura, ese rosado globo que se pasea y nos transporta, mientras vemos otra imagen similar a la inicial, unos hombres en el hielo con sus lobos. En suma, lo dicho, es una cinta con la que se rompe la dinámica que llevaba Kusturica; algunos dicen que para entender a un genio hay a veces que mirar a sus obras más débiles, no a sus obras maestras. Y ahí lo tenemos, expulsado de su Bosnia natal, lejos de su Sarajevo, presa de circunstancias, haciendo cine en Hollywood, lo peor que le puede  pasar a un cineasta que hace arte de verdad; y ahí lo vemos, resistiendo, imponiendo su sello, normalmente influenciado, teñido por las circunstancias, pero resistiendo, pues el filme nunca deja de sentirse, con todo, una obra de su autor. Singular cinta de Kusturica, a mirar con el cuidado debido.



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