Robert Wiene se hizo inmortal dirigiendo El gabinete del Dr. Caligari (1923), la imperecedera y referencial pieza de cine silente, patrimonio del expresionismo alemán, y del cine mundial ciertamente. En aquella década, los 20 del siglo pasado, se dieron los años más fructíferos de este gigante cineasta, la versatilidad del director se manifestaría, produciendo trabajos tan diversos como el antes mencionado, además de Raskolnikow (1923), y luego, en ese mismo año, el filme que ahora nos ocupa. Wiene adapta de manera relativamente libre la vida, pasión y muerte de Jesucristo, respetando la mayor parte de convencionalismos que conocemos, pero naturalmente, añadiendo cierto tinte de su personal concepción y filiación, para configurar un filme que si bien no ha gozado de tanta difusión como trabajos más mediáticos, sí que conforma un trabajo de necesario visionado para el estudioso o admirador de la obra de este notable director alemán. Así, veremos pues al mesías, a Cristo, desde su nacimientos, hasta su adolescencia, observaremos las figuras tradicionales cristianas de su pasión, sus vínculos con su madre, con María Magdalena, con sus apóstoles, la traición que sufre de parte de Judas Iscariote, su caída a manos de Poncio Pilatos, y claro, la final crucifixión con la que se pone fin a sus días terrenales. Atractiva cinta, de mucha fuerza visual y con actores extraordinarios.
En un humilde establo, coronado por una estrella en Belén, ha nacido un bebé fuera de lo común, ha nacido Jesucristo, hijo de Dios, despertando gran algarabía. El bebé es mostrado luego ya de adolescente, rodeado de hombres que lo escuchan, oyen sus enseñanzas, mientras lo cuida su madre María (Henny Porten). La noticia de un jovencito que resalta poderosamente entre los judíos pronto llega a oídos del temible Poncio Pilatos (Werner Krauss), a quien reiteradamente se refiere de la influencia y atención que despierta el joven, que recibe las noticias con moderada inquietud. El adolescente Jesús se hace hombre (Gregori Chmara), recibe lavado de pies de la prostituta María Magdalena (Asta Nielsen), y se rodea de sus apóstoles. Pero el ambiente comienza a enturbiarse, Caifás el sumo sacerdote (Emanuel Reicher) lo observa, además de Judas Iscariote (Alexander Granach), que comienza a recelar de Cristo. Las autoridades romanas ya comienzan a ver a Jesús como muy peligroso, y se produce su última cena con los apóstoles, que temen ya lo inminente. Judas lo traiciona, le da el beso fatal, Cristo, tras un juicio público donde se libera a Barrabás, es capturado por los sayones, Pilatos y Caifás lo determinan; finalmente es maltratado y humillado frente a toda la muchedumbre, que terminan por crucificarlo con el lema INRI. Cristo muere en la cruz.
Esta remarcable
obra de cine mudo, como otros tantos ejercicios de la misma naturaleza, a lo largo de los años, ha sido objeto de no pocas modificaciones, alteraciones, muchas
veces no consensuadas con el autor, e incluso ha habido mutilaciones, tan
lamentables como arbitrarias. La versión completamente muda es la original base
de esta cinta, completamente silente, sin música, ni narradores, elementos que
fueron anexados años después en la versión modificada y rebautizada Crown of Thorns (Corona de espinas), es
una base original que asimismo ha sufrido otras modificaciones, a las cuales me
referiré en líneas posteriores. Para esta película, se acerca ahora Wiene a la representación
épica, sin llegar al extremo de una mega producción, pero nos deleita con sus representaciones
rebosantes de abundantes humanos, muchos actores desplazándose por grandes decorados,
en grandes escenarios, es una gran muestra de la versatilidad del cineasta, que
deja patente lo capaz que es de producir un filme con algunos tintes descomunales.
Otro elemento casi indivisible e infaltable que normalmente se aprecia en las obras
expresionistas de Wiene se ausenta, es dejado de lado, y esto es el recurso de
la superposición de planos, así como cualquier otro trucaje visual que generalmente
eran moneda corriente en las obras mudas
más memorables de aquellos años; todo ese acostumbrado paquete visual, que
tanto impacto supo en su momento producir, ahora cede al realismo que implica
la cinta, un realismo en el que no se rompe la linealidad, la planicie del
montaje. Sí, el maestro Wiene varía su estilo, su vena artística expresionista
deja ahora espacio, se dejan de lado sus contundentes e inquietantes decorados,
sus concepciones característicamente expresionistas, sin embargo, conserva algo
de la fuerza de esa corriente en la representación de algunos personajes, de apariencia
tétrica, cruda y oscura.
En el apartado
actoral, siempre un punto fuerte en un filme de Wiene, resalta, entre una fulgurante
constelación, Gregori Chmara, quien nuevamente, como en Raskolnikow, es fundamental, capital en el filme, con sus
expresiones, con sus registros histriónicos, intensísimos por momentos, que lo
escinden completamente de cualquier interpretación convencional contemporánea
de Jesucristo, es uno de los actores más destacados de esos años, los años del
cine mudo, un actor que por cierto provenía de una compañía teatral rusa de
actores. Es evidente que este formidable actor teatral había impactado
potentemente a Robert Wiene desde su colaboración anterior, pues apenas meses atrás
trabajaron en la ya citada adaptación de la gigantesca y clásica obra de Dostoievski,
y su poderosa interpretación del estudiante asesino Raskolnikov fue su boleto a
convertirse en actor predilecto de Wiene por esos años. La intensidad que imprime
Chmara es extraordinaria, fuera de lo normal, lo convierte casi en un elemento hermético
a todo lo externo, como si un mundo paralelo habitase en su interior, siendo su
rostro el principal vehículo de escape de todo ese mundo. Efectivamente, descolla
Gregori, que por momentos pareciese incluso inmerso en un trance, desconectado del
resto, hermético en su particular universo, definitivamente el pilar principal
del filme, quien encabeza una constelación de estrellas del cine de entonces,
un actor de carácter ciertamente. Gran elección por parte del director de su protagonista,
en esta cinta que, pese a algunas variaciones, normales desde luego en
cualquier trabajo artístico, y siendo la más llamativa la citada del traidor Judas
Iscariote, es una fidedigna versión de la vida del hijo del dios cristiano,
como no podía ser de otra forma. El filme, por cierto, acaba con la muerte de
Cristo, no se retrata el milagro de la resurrección.
Ahondo en el tema
recién señalado, el elemento más interesante, a nivel de personajes del filme,
viene a ser Judas Iscariote, el traidor, que en esta versión del alemán traiciona
al mesías pero no por las causas que la historia cristiana enseña, no siendo el
motivo principal la clásica bolsa de dinero, sino que ahora el cineasta tiñe de
cierto halo político el origen de esa traición. Un halo político que ha sido visto
con mayor o menor vigor, dependiendo del crítico que lo aprecie. Sin embargo,
en buena medida Wiene respeta las mayores figuras iconoclastas cristianas occidentales,
vemos a Jesús rodeado de los niños, vemos el tradicional lavado de pies a Cristo
por María Magdalena, la preferencia a liberar al pecador Barrabás antes que a
Cristo, y por supuesto, la infaltable figura de la última cena, secuencias
representadas con toda la solemnidad del cine mudo, y con toda la fuerza visual
que este gigante del cine silente siempre supo generar. En cuanto a la
estructura y tratamiento de la historia, respeta en buena medida las pautas
trazadas por otros dos titanes mayores del cine, como fueron David Wark Griffith
en Intolerancia (1916), y el danés Carl
Theodor Dreyer con su Páginas del libro
de Satán (1920); se respeta la puesta en escena ya pautada, pero suma los
detalles propios de su arte Wiene, como las citadas representaciones humanas de
algunos personajes. En cuanto a la puesta en escena, es impecable el trabajo
realizado por el maestro expresionista, impecable su ambientación, los trajes,
los decorados, sin excesivos ornamentos ni amaneramientos, sino una sencillez que
desemboca en una cercanía más íntima a lo retratado, y que contrasta con los
recargados esfuerzos de representación que se pueden ver en estos días, tan
artificiales y postizos que terminan por eliminar una genuina aproximación a
esos días. Es la representación del nacimiento, pasión y muerte cristianas, las
tribulaciones de Cristo en la tierra, y creo pertinente en este momento señalar
sin embargo que la cinta en la que se basa el presente artículo es una versión
de metraje reducido, inferior al originalmente concebido, de más de una hora y
cuarenta minutos; en esta reducida versión, inferior en media hora de duración,
se hace un esfuerzo por mantener las principales aristas y acontecimientos que
la historia encierra. Una tristemente célebre anécdota cinematográfica más,
pero en el fondo, se tenga acceso a una u otra versión de la cinta, lo que se
debe hacer es apreciar a ese inmortal cineasta en acción, dando singular
muestra de su versatilidad, de su habilidad como creador audiovisual de un amplio
abanico de posibilidades. Probablemente sean pocos los que cataloguen la
película entre lo más logrado por el director nacido entonces en tierras
alemanas, ahora polacas, un trabajo apreciable y enriquecedor.
Había leído tantos comentarios positivos sobre este filme que finalmente decidí verlo. Una verdadera desilusión. No, peor aun, una lata de las más grandes. Si la versión reducida es tan lenta y poco interesante, no quiero ni saber como será la versión completa. Estoy de acuerdo en que los actores hacen un gran trabajo, pero muchos aparecen en pantalla sólo por unos pocos minutos. Tanto comercial a la participación de la maravillosa Asta Nielsen, y ella sólo aparece en una secuencia y muy corta. Hay algunas escenas, como la de la última cena, donde la cámara consigue crear una auténtica poesía visual de belleza sorprendente. En conjunto tiene algo de interés, pero se queda en lo anecdótico. Nunca entendí porque Jesús era tan peligroso ¡no hacía ningún milagro en toda la película! Y esa manía de los personajes de Wiene de retorcerse como si estuvieran teniendo un calambre. En fin, que como curiosidad pasa, pero no es una película realmente imprescindible ni grande.
ResponderEliminarEl filme, en su reducida versión como la conocemos, dista mucho de la original intención del cineasta, por lo que comentarios respecto al ritmo y cadencia del filme ciertamente no pueden ser juicios definitivos. Con las dificultades de producción propias y características de un filme de aquella época y país de origen, pienso que es un filme muy rescatable. Para mayor detalle, se puede leer mi post.
ResponderEliminar