Se iniciaba con
este filme una nueva etapa en el camino cinematográfico del maestro Luis
Buñuel, el genio de Talanda aperturaba un nuevo momento, en todo el sentido de
la palabra para un creador, tras sus imperecederos ejercicios surrealistas.
Luego de unos dubitativos pasos por estudios hollywoodenses, Buñuel llega a
México a exiliarse, un impensado rumbo en su andadura como cineasta, donde
inexploradas situaciones tendrá que enfrentar el director, que no tuvo
precisamente un plácido debut en tierras aztecas. Comenzaba su colaboración con
su célebre productor Óscar Dancigers, con quien tantos ejercicios inmortales
produciría en años sucesivos, pero aún no tomaría contacto con Luis Alcoriza,
su más importante guionista. Buñuel desde un comienzo practicó las adaptaciones
cinematográficas, de la literatura a la gran pantalla, y para iniciar lo que
sería una costumbre casi religiosa en su cine, adapta la obra de Michel Veber,
adaptada y trasladado a terreno mexicano por Mauricio Magdaleno, colaborando el
propio director también. Narra la historia de unos trabajadores petrolíferos
mexicanos, que se ven inmersos en un misterio cuando el patrón desaparezca
misteriosamente, y su hermosa hermana venga de Argentina a visitarlo, y comienzan
todos a buscarlo, mientras nace un romance entre ella y el principal obrero, ni
más ni menos que Jorge Negrete y Libertad Lamarque.
La acción
comienza en una prisión, Gerardo Ramírez (Negrete) y Demetrio García (Julio
Villarreal) se encuentran ahí, pero consiguen escapar, conocen a Heriberto
(Agustín Isunza), quien les consigue trabajo en la plantación petrolífera que
maneja José Enrique Irigoyen (Francisco Jambrina), que sufre por escasez de
obreros. Irigoyen es presionado por Fabio (José Baviera), que amenaza con
cerrarle sus plantaciones por no haber trabajo; pero comienzan todos a laborar,
se relajan luego en el casino de la localidad, donde baila y canta Camelia
(Mercedes Barba), además de Nanette (Fernanda Albany). Una vez iniciadas las
labores, Fabio sigue presionando a Irigoyen, que de pronto desaparece
misteriosamente, y llega poco después desde Argentina su atractiva hermana, Mercedes
(Lamarque), sorprendida ante la desaparición de su hermano. Ella no desvela su
identidad como hermana de Irigoyen, y casi sin quererlo, consigue trabajo en el
casino, cantando, donde todos la notan por su belleza, llamando prontamente la
atención de Gerardo, que intenta cortejarla. Pero ante la situación, ella le
confiesa a Gerardo que es hermana del patrón, y juntos comienzan a investigar,
mientras algunos matones enviados por Fabio intentan liquidar al obrero.
Finalmente descubren a Fabio, asesinó a José Enrique, lo encaran, y es
eliminado, quedándose la pareja enamorada, Mercedes y Gerardo, juntos.
En esta cinta, punto
de inflexión en la filmografía buñueliana, la secuencia apertura en la prisión
es el retorno del genio español tras las cámaras luego de años de ausencia, el
maestro aceita los engranajes de su circuito creador, esas primeras secuencias,
encuadres y planos significan su regreso y forzosa metamorfosis, obligada
adaptación a nuevos cánones. En esos momentos en los que el cineasta retomaba
el oficio, tibiamente se rompe la objetividad de los enfoques con esa toma
subjetiva a la hora ya de escapar del claustro, con los barrotes ya destruidos.
Asimismo, iremos observando en distintas escenas ejercicios similares, algo
tímidos, pues el director retornaba tras años de silencio, por ejemplo en el
bar, unos barridos desplazan nuestra atención de un personaje a otro, hay
acercamientos y alejamientos de la cámara, el cineasta va retomando el camino.
Asimismo está la elipsis que consigue con el fundido de las maletas de
Mercedes, recién llegada a Tampico, para dar el salto temporal a otro momento y
espacio del filme, son recursos técnicos con los que el ibérico iba
aclimatándose al oficio nuevamente; y así, giros y recorridos de la cámara, y
algunos encuadres dan muestra de que el genio, si bien por unos años en el
dique seco, aún conservaba el talento, que debía simplemente volver a pulirse. La
cinta se manifiesta prontamente como un lucimiento de sus estrellas, pues desde
la primera secuencia vemos al inmortal charro, Jorge Negrete, cantando para
engañar a sus captores, y poder escapar de la prisión; no esperaron ni cinco
minutos para que vaya manifestándose uno de los rasgos distintivos del filme,
sus estrellas que buscaban un escaparate internacional para sus carreras. Es un
poco exagerada la manera en que se “promociona” a Negrete en el filme,
insertándose secuencias de su canto de manera prácticamente gratuita, sin mayor
nexo o conexión con la escena rodada, de pronto lo escuchamos ya soltando unas
notas, como en el casino, se nota un poco excesivo ese afán de lucimiento, de
exhibir al charro. Similar caso con Libertad, hermosa y joven, si bien su
participación en líneas generales parece haber sido más bien inocua para el
rodaje, asimismo con más de una secuencia de canto. Afirmaba el propio Buñuel
que hizo muy buenas migas con Negrete, sin embargo, nace con este filme lo que
se conocerían como cintas alimenticias en el cineasta, películas hechas por
necesidad, para subsistir, o para hacerse conocido en una nueva escena, el
ámbito cinematográfico mexicano, que en ese momento, con ojos escépticos, lo
tenía por un completo extraño.
Transcurrido el primer tercio del filme, es más que evidente la nueva
naturaleza fílmica que irá adoptando Buñuel, una cinta lineal, plana,
pasmosamente antagónica a sus anteriores Un
Perro Andaluz (1929) y La Edad de Oro
(1930), ahora es un filme cuyo argumento nunca gustó mucho al director. En
esta suerte de comedia con tintes vodevilescos, musicales, liviana historia de
pueblo, casi se siente al director ahogándose en lo que
es el filme, un ejercicio de lucimiento de sus estrellas protagonistas, un
musical romántico en el que no fluye un solo beso. Heriberto y la francesa
Nanette son los que ponen en buena medida el toque hilarante, las fases
divertidas y ocurrentes del filme, un humor que está distendido en la cinta, y
entre ese humor, cómo olvidar a un personaje cuando se le dice que podría pasar
más días en prisión, a lo que responde “Mejor, ¿dónde le dan a uno de comer sin
hacer nada?”. Está también el célebre trío Calavera, que fluye asimismo en
distintos momentos del filme, cada uno más delirante y divertido, más
inesperado que el anterior. En esta historia amorosa, de romance, con ciertos
tintes de aventuras, en el que se advierten las secuencias musicales por
momentos bastante inconexas con el conjunto, se siente al cineasta como un poco
desubicado, como en efecto algún testimonio de un visitante al rodaje
aseverara. El filme en su momento
debió desconcertar a los conocedores de la obra del director, pues hay pocos de
sus tópicos capitales, solo algunos, como la secuencia donde se introduce el
personaje de Camelia, con esa bien torneada pierna suya que se convierte en
núcleo del encuadre, un detalle ciertamente notorio como creación del cineasta,
cuya debilidad por la carne y el sexo es uno de los santos y seña de toda su
andadura cinematográfica. Uno de los escasísimos
momentos surreales es cuando Gerardo habla con Nanette, ella parlotea sin
parar, mientras Negrete, sin prestarle la menor atención, se abstrae observando
un jarro de cerveza. Ciertamente la escasez de surrealismo en el filme es casi
total, algo entendible, dada la coyuntura del momento para el director, pero es
conmovedor ver a Buñuel, en ese contexto, deslizando con timidez pero a la vez
con determinación, su filiación, su inclinación por el surrealismo.
Continuando, una de las escenas más famosas es la del cortejo de Jorge Negrete
a Libertad Lamarque, y Buñuel, conocido enemigo de mostrar besos en pantalla,
utiliza el recurso de mostrarnos a Negrete sugestivamente jugando con un palo,
una rama que introduce en el lodo petrolífero, introduce y remueve la masa
mientras se van enamorando los dos individuos. Una secuencia que pareciese un
tibio guiño a otra secuencia de La Edad
de Oro, una secuencia breve, fugaz, pero cargada de significado, y que
lleva en su sencillez mucho de la esencia del español.
Asimismo, dentro
de los contados detalles que rompe la linealidad audiovisual del relato,
tenemos la secuencia en que Negrete liquida a un sujeto que se encontraba
furtivamente detrás de una cortina, y mientras lo golpea con una pequeña
réplica de la estatua de la Libertad (detalle por cierto bien especificado por
el director), se superpone la imagen de un vidrio que se hace pedazos. Ese
detalle, nuevamente breve, fugaz, es un detalle más del cineasta, que refuerza
la violencia del acto realizado, y de paso nos da muestra, nos recuerda, aunque
tibiamente, qué director se encuentra tras las cámaras…. sigue latiendo el
sentir surrealista. Este fue uno de los rodajes más complicados y accidentados
para el español, cuya dificultad se extendió incluso a la postproducción.
Sabida es la gran dificultad que atravesó Buñuel al trabajar con Lamarque,
ansiosa de labrarse una reputación en la industria mexicana, sus actitudes de
diva e intromisiones realmente dificultaron el desempeño de Buñuel. Por otra
parte, y de otra naturaleza, están las dificultades acarreadas por Negrete,
líder sindical de actores cuyas filiaciones le enemistaron con la industria
mexicana, que boicotearon sus filmes; se habla incluso de que en las salas de
proyecciones, sus filmes se proyectaban defectuosamente, intencionadamente con
mala imagen o sonido, ciertamente un hándicap que lastró a Buñuel, que sufrió
daños colaterales de trabajar con el referencial actor mexicano. Buñuel no
soportaba a Lamarque -al parecer algo común con Negrete-, afirmó que no
volvería a trabajar con la actriz argentina, y así fue, la apreciamos en las
largas secuencias de ella cantando, pues, al igual que Negrete, las estrellas
demandaban mucha notoriedad en la cinta, para calvario del director español.
Asimismo, según Amparo Martínez Herranz, gran estudiosa de la obra buñueliana,
es este el filme en el que sin duda más correcciones o modificaciones sobre la
marcha realizó, cambios aplicados en el momento propio del rodaje; de ese modo,
ella adjunta retazos del guión técnico donde se evidencian las correcciones
manuscritas, supresiones o agregados de algunos diálogos, de algunos planos,
aunque se asevera que no tuvo real repercusión en el resultado final. Buñuel
mismo declaraba que el guión del filme la pareció mediocre, pero para el
momento en que se encontraba el cineasta, fue sin duda un trabajo, un filme que
debió aceptar para reinsertarse el mundo cinematográfico, el derecho de piso a
asumir. Era un obligado y dramático cambio, luego de sus inicios surrealistas,
y como algunos estudiosos de la obra buñueliana afirman, es una cinta del tipo
en que los espectadores buscan todo el tiempo algún guiño o seña distintiva del
director, así de coyuntural era el momento. Con todo, el manejo de cámara y por momentos el juego
de luces y sombras nos dan una agradable sorpresa, de que el director, pese a
estar bien tiempo sin trabajar, no había perdido el tacto y tenía aún todo el
talento técnico que años después terminaría de perfeccionar. Es un trabajo poco cinematográfico, comparado con otras obras maestras suyas, algo normal pues es el trabajo
de reenganche del director, un filme necesario, fundamental dentro de su
filmografía.
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