miércoles, 28 de diciembre de 2016

Las Hurdes (Tierra sin pan) (1933) - Luis Buñuel

Para 1933, y con tan sólo dos cortometrajes en su haber, el ibérico Luis Buñuel ya se había granjeado un lugar muy merecido en la escena cinematográfica mundial, con el efervescente vanguardismo, y el surrealismo que estaba muy en boga en los círculos artísticos entonces. Así, tras la delirante Un perro andaluz (1929), y la no menos onírica e irreverente La edad de oro (1930), el realizador se embarca en esta oportunidad en una obra que desde ciertos puntos de vista se distancia de los trabajos antes mencionados, pero que aún guarda cierto vínculo con ellos, como el propio Buñuel señalara en alguna entrevista. Y para no perder la costumbre, el director nuevamente se enfrenta a numerosos detractores y críticos con su trabajo, en esta suerte de documental en la que nos plasma y muestra las deplorables condiciones, infrahumanas circunstancias en que viven los ciudadanos del área española conocida como Las Hurdes, donde extrema precariedad impera. Buñuel nos aproxima a ese paupérrimo mundo, hambruna, miseria, la vida ínfima de los habitantes, una obra que a lo largo de los años ha adquirido otros matices, sobre todo en el final. Acusado de filme panfletario, de artificial y postizo realismo, el documental significó severo oprobio para los habitantes de las Hurdes, pero se ha convertido con los años en un hito referencial para los documentales, y tiene buen lugar en la filmografía del aragonés.

              



El filme comienza con adecuado proemio, unos textos nos informan de cómo incluso los españoles desconocían Las Hurdes, y se nos muestra cómo llegar ahí, pasando primero por La Alberca; vemos a su gente, y alguna bárbara costumbre local. Pero una vez ya en las Hurdes, apreciamos finalmente su ambiente, su miseria, su falta de alimento, de recursos, niños bebiendo agua inmunda de entre las piedras, viviendo entre cerdos, chiqueros. La cámara nos hace visitar la escuela, precaria pero donde se imparten enseñanzas iguales a las de cualquier sitio, como un libro de enseñanzas morales. El bocio es la enfermedad característica, vemos a una niña de la localidad que muere irremediablemente ante la falta total de atenciones médicas competentes, la disentería se agrava cuando los hurdanos tengan que comer frutos todavía demasiado verdes para consumo humano, pero el hambre aprieta demasiado. Largas filas de hombres que no han sido afectados por las enfermedades, marchan a otras áreas a buscar trabajo y dinero, pues cambios de estación les quitan sus ya escasos alimentos; pero los hombres regresan como se fueron, sin dinero, y sin pan. Rudimentarios trabajos de labranza, alimentación sumamente frugal, larvas nocivas, enfermedades inocuas que se vuelven mortales, razas degeneradas por incesto, llamados cretinos, niños que mueren sin remedio; luego de dos meses, el equipo se retira de las Hurdes.











Considero que es correcta la manera en que se plasma lo observado, con crudeza, sin artificios ni excesivos adornos en su lenguaje audiovisual, muestra casi lo único que hay para mostrar en ese sitio: la abrumadora miseria. En ese sentido, la cámara en mano apreciada en algunas secuencias es un excelente recurso para la intencionalidad del filme, nos aproxima más a lo que observamos, es como si casi camináramos nosotros también en ese inhóspito paraje, como si también nos adentráramos en las áridas Hurdes, se refuerza esa ausencia de innecesarios artificios. Así, la precariedad es bien captada por la cámara en el sentido de la sencillez de su desempeño, de su desenvolvimiento, pues no hay movimientos vistosos, elaborados travellings ni artilugios por completo innecesarios, que hubiesen roto el halo de cercanía y realismo que se pretendía imprimir en el documental (esto al margen luego de otros factores, que luego detallaré). Esa cercanía, ese realismo, se cimientan desde el comienzo de la cinta, con el correcto modo en que Buñuel nos introduce en lo que nos muestra, el recorrido por la aledaña villa de La Alberca es el prolegómeno perfecto, realmente estamos junto a los viajeros, realmente nos introduce desde el comienzo en la situación, nos muestra cómo se llega a las Hurdes. Veremos así las costumbres relativamente bárbaras de La Alberca, con los varones en la competencia por descabezar gallos, gran manera de documentarlo todo, hasta el modo en que se llega al sitio de interés; es éste un agradable y preciso preámbulo. Y pronto se nos presenta un funesto y aciago agüero, los cráneos colocados a cada lado de la entrada de una capilla nos indican con claridad la trágica naturaleza de ese sitio, un lugar donde la muerte acecha constantemente, como una omnipresente acompañante, perenne amenaza que sobrevuela los alrededores, y esos cráneos se vuelven escalofriantes testigos, a la vez que lóbregos heraldos de la muerte.












Elocuentes maneras de mostrar la severa precariedad observaremos, como el modo en que se recogen hojas para dormir sobre ellas, así como después, luego de machacarlas, se las empleará como abono; la manera en que las circunstancias los obligan a improvisar impacta, así como el ingenio, por llamarlo de una manera, con que tienen que usar los escasos e impensados recursos que la inhóspita área provee: muertos valles, escasos árboles, abundante aridez, ese es el entorno en que se desenvuelven estos desgraciados. Y es que, como lo declara la voz narradora, uno de los puntos capitales del filme, una de sus principales intencionalidades, es mostrar qué es lo que hacen los hurdanos para construir y trabajar el campo que les dará de comer. En esa misma línea, nos muestra el aragonés, entre esos trabajos realizados por los hurdanos, cómo destaca sobremanera el hecho de que, con ese rudimento extremo, sean capaces de desviar el curso de un río, aunque a veces la empresa salga mal y el trabajo de todo un año se pierda; en medio de esa pesadillesca situación y abrumadora miseria, aún hay indicios de organización, de coordinación para subsistir, aunque a veces la naturaleza venza con crueldad esos impulsos de supervivencia. El filme nos muestra patetismo extremo, como los maestros en las escuelas que les dan pan seco y duro a los niños, que comen remojados en agua sucia, y esos maestros les obligan a comer el pan en la escuela por temor a que los padres les quiten la comida en casa; desolador cuadro el que nos pinta el cineasta. Otra elocuente imagen es la de uno de los jóvenes hurdanos, bebiendo agua inmunda entre unos pedregales, la escasez es abrumadora, una tierra donde la extrema escasez hace que lo único lujoso, nos dice, sean las iglesias. También hay detalles que muchos encontraron altamente chocantes, como la degeneración no solo mental, sino física, con las relaciones incestuosas que traen como resultado a los cretinos que deambulan por esa árida tierra, o la industria de los pilus, negocio bajo donde se saca provecho de los niños sin familia; la veracidad del documental generó no poca polémica, y el repudio de los pobladores de Las Hurdes, surgiendo 80 años después Las Hurdes, tierra con alma, de Jesús María Santos, intento reivindicativo. Otro de los puntos capitales del filme, nos dice la narración, es documentar las enfermedades de la población, siendo el bocio una de las principales amenazas a la salud de los pobladores. Es elocuente asimismo el detalle que en algunos casos la enfermedad no es letal, son los mismos hurdanos quienes, en su ignorancia y deseo de sanar, terminan convirtiendo esas enfermedades menores en males fulminantes.













Llegamos a otro punto importante, las acusaciones al filme de falso documental, de ejercicio que persigue manipulación, que distorsiona la realidad, de artificial panfleto, todas duras críticas que considero improcedentes. Se le acusaba por ejemplo de orquestar el desbarranco de la cabra, de generar muchas situaciones en vez de solo mostrarlas, atentando contra un genuino documental. “Esta enferma no sospecha nuestra presencia” dice el narrador sobre una hurdana, contraponiéndose un poco a lo que tanto se le achaca, a la artificialidad y falta de espontaneidad en todo lo representado; nos habla el narrador de un “colaborador”, un amigo hurdano que colabora con ellos para que puedan filmar a uno de los cretinos. Se le achaca también el hecho de mentir hasta en la declaración del momento en que se filmó todo, pues vemos en el texto que se afirma todo fue rodado en 1932, poco después de instaurarse la República española, cuando en realidad fue rodado en 1933, dato en efecto verídico, y aprovechado por los detractores. Pero es ridículo desmerecer al filme por ello, toda obra artística necesariamente lleva la impronta de su autor, es hasta cierto punto imposible mostrar la realidad completamente, pues el cine, como toda arte, lleva impregnada la humanidad de su creador, su óptica; aún en un documental esto se manifiesta. La cinta es una acusación, un atizar, atizar el abandono extremo y total de esta tierra, la forma en que España tiene olvidadas a Las Hurdes, es significativo que se nos diga que esas tierras eran desconocidas incluso para los españoles, que no supieron de su existencia hasta 1922, cuando se construyó la primera carretera. Y el trabajo cumple su cometido, plasma esa apabullante miseria, la miseria de la tierra del director, aunque haya chocado a muchos el modo de plasmarlo. Buñuel, Pierre Unik y Julio Acín, el equipo productor del filme, se basaron en Las Jurdes, el diario que el intelectual francés Maurice Legendre llevara de su propia y previa visita y exploración a Las Hurdes. El filme cambió al pasar los años, cuando el propio Buñuel agregó algunas variaciones, como la música de Brahms, que definitivamente redimensiona toda la impactante realidad y miseria observada, así como la voz narradora de Francisco Rabal, inexistente inicialmente. Pero sin duda la variación más significativa es el plano final, ese texto que nos habla de algunas de las más influyentes fuerzas totalitarias de entonces, Hitler y Mussolini, y se toma partido contra el fascismo, el mensaje antifascista cambia el enfoque que se pueda tener. Áspera y dura historia, Buñuel afirmaba que un cierto halo de surrealismo flotaba por la cinta, que no difería mucho de sus dos cortometrajes anteriores, y casi sentimos al jumento muerto como un eco lejano de Un perro andaluz. Pese a las críticas, el filme es un hito en los documentales cinematográficos, crudísimo y verídico retrato, otra piedra fundamental en la filmografía de uno de los más egregios cineastas ibéricos.













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