Continuaba Hitchocck durante la
década de los treinta del siglo pasado evolucionando y desarrollándose como
cineasta de filmes sonoros, con ejercicios fílmicos que todavía distaban de las
mayores cumbres que el director inglés alcanzaría lustros después, pero pueden
reconocerse algunas de sus características principales ya. Si en
ejercicios previos contemporáneos a este filme se había alejado ostensiblemente
Hitch de su más reconocible impronta como maestro del suspenso (sin ir más
lejos lo apreciamos en la inmediatamente anterior Lo mejor es lo malo conocido, de ese mismo año), con temáticas y
tópicos lejanos de los misterios, intrigas e incertidumbres, recupera en el presente
trabajo un poco de su más interior esencia el director. Para no perder la costumbre,
adapta al cine Hitchcock un nuevo trabajo literario, una nueva pieza teatral, escrita
por Joseph Jefferson Farjeon, para plasmar una de las películas más breves que
haya rodado, con la sencilla historia de un grupo de ladrones, una banda que se
refugia en una casa abandonada, siendo seguidos por un detective; cuando una
joven, miembro de la banda, evite que el detective sea asesinado, enamorada de
él, intensa persecución por recuperar una joya se iniciará. Otra cinta con la
que, sin ser el mejor trabajo del director, se puede seguir el camino evolutivo
del cineasta.
En un sitio no determinado, dos individuos
se encuentran en una solitaria locación, es una noche tormentosa, recorren los umbrosos
rincones de lo que parece ser una casa deshabitada. Mientras recorren los
interiores de la abandonada casa, encuentran el cadáver de un hombre, no sabiendo
bien qué ha sucedido. Ellos son ladrones, se están ocultando en ese domicilio
abandonado, que es el número diecisiete de alguna avenida en Inglaterra. Entre
los refugiados se encuentra Ben (Leon M. Lion), y la joven Nora Brant (Anne
Grey), ellos junto a sus compinches se esconden, han robado un valioso collar,
pero saben que un agente policial les está siguiendo la pista. Aparece el
detective, Barton (John Stuart), que sospecha lo que viene sucediendo, pero no
tiene la certeza, y comienza a investigar en la casa, así como a todos los allí
presentes, los registra, pero no consigue pruebas definitivas. Pero Branton va
acercándose a la verdad, en la numerosa banda están también Brant (Donald
Calthrop) y Henry Doyle (Barry Jones), y cuando ha identificado a la banda y
los va a detener, ellos están a punto de eliminarlo, pero Nora lo ayuda y sobrevive.
Se desata entonces una intensa persecución, Barton sigue a la banda que huye en
tren, ellos llevan el collar, pero el detective logra darles alcance, el collar
ha sido recuperado, e inclusive ha nacido el romance entre Barton y Nora.
Hitch recobra algunas de las oscuras
directrices de su cine inmediatamente en el presente filme, cuando el comienzo
del mismo se muestra tenebroso, con parsimonia inicia el filme, pero plagado de
misterio, cuando veamos a uno de los miembros de la banda ingresando a la
oscura casa abandonada en una agitada noche. Pero mientras ingresa a la
locación, y siempre tratado todo sin palabras, cambia el ritmo, además de un
manejo de luces y sombras que genera de inmediato suspenso, y asimismo el
trabajo de cámara y montaje terminarán de
confeccionar esa breve pero efectiva secuencia. El citado manejo de
luces y sombras se extenderá a toda la cinta, siendo un recurso más que
apreciable, contribuyendo de modo definitivo en la oscura estética final del
filme, con las sombras humanas que se proyectan de maneras casi irreales por
toda la casa, pareciendo por momentos un personaje más del filme. Hitchcock
configura un poderoso trabajo de contraluces, que asimismo se asocia con unos
claroscuros que engendran un ambiente de reclusión, una atmósfera de
aislamiento, se siente esa tensa reclusión de los fugitivos, lo apremiante de
su situación con el detective encima de ellos, un efecto que durante la primera
parte del filme, la más dilatada, mientras están todos en la casa del número diecisiete,
funciona muy efectivamente. Nuevamente el director emplea mínimos recursos para
su trabajo, pocos protagonistas, reducidos escenarios y espacios -pues con
excepción de la final persecución, casi todo sucede en la oscura y abandonada
residencia del número diecisiete-, la economía narrativa de Hitch volverá a
manifestarse, esto probablemente también condicionado por el bajo presupuesto
con que se rodó la cinta, pero no fue este un factor que se sienta que haya sido
definitivo para la puesta en escena.
Asimismo, en esta breve cinta Hitch
recupera en cierta medida lo que siempre fue uno de sus santos y señas, el eficiente
y atractivo trabajo de cámara en su narración visual, una cámara de movimientos
libres y precisos, de oportunos zooms y resolutos travellings que siguen la
acción de los protagonistas por momentos, y por otros nos coloca prácticamente
en sus perspectivas, en sus puntos de vista. También se suma a esa notable y recuperada
movilidad de cámara, el mencionado montaje, con esos cambios de ritmo que se
distribuyen en el filme, y que de pronto desatan un paso frenético en la presentación
y en la manera que se entrelazan esas imágenes. Imágenes reforzadas poderosamente
por picados o contrapicados, consiguiendo con esos cambios de ritmo repentinos un
suspenso que se distiende durante la película, captando eficientemente la
atención con ese desenvolvimiento, ese trabajo de la cámara. Lo del cambio de
ritmo es algo que reiteradamente usará Hitch en el filme y con siempre buenos
resultados, pues luego nuevamente cambiará manera sensible el ritmo de su cinta,
con la segunda y más breve, pero a su vez más intensa parte, la frenética
persecución al tren, el punto de inflexión en la película. La persecución final
es una secuencia muy bien lograda, donde todo el citado trabajo de montaje, de
rápida concatenación de planos, alcanza su punto cúlmine, su más elevada
cúspide, para retratar la velocidad tanto del tren como del bus, y la inercia
en los protagonistas, el frenetismo alcanza su punto mayor, buena manera de
clausurar la cinta, se guardó para el final ese desenlace emocionante.
Nuevamente travellings, más arriesgados y dinámicos que nunca, diversidad de
ángulos, encuadres, la movilidad de cámara que también alcanza sus mejores
instantes, todo confluye en una secuencia que de igual manera tiene mucho
dinamismo, diversidad en sus registros expresivos, correcto y efectivo dinamismo
para esa persecución definitiva.
Es un filme coherente con el
momento de la carrera de Hitchcock, de ese estadío de su carrera, en el que aún
se encontraba en formación el gran genio, pero que iba dando ya los pasos
definitivos en esa formación. De ese modo, como se apuntó en el párrafo
inicial, la cinta inmediatamente anterior a este trabajo había sido la atípica Lo mejor es lo malo conocido, igualmente
estrenada en 1931, un inusual e inocuo estudio de la aristocracia y sus
frivolidades, un tema que no habría sido exclusivo de ese filme para Hitch por
cierto. Pero el presente trabajo recupera, desde el punto de vista estético, pasando
por el trabajo de cámara, además tibiamente del tópico retratado, mucho de lo que
es la esencia del más elevado cine hitchcockiano. Aunque casi todos esos nortes
se plasman en menores medidas que en sus obras maestras, y aunque el filme se siente por momentos un poco lento, ya se percibe como un acercamiento a lo
que siempre fue Hitchcock; tibio acercamiento, pues es un suspenso que aún no está encuadrado
en todas las aristas artísticas del británico, pero ya se retoma la senda de
sus mejores nortes. El filme, en definitiva, no puede contarse entre las
mejores producciones del gigante cineasta británico, pero tiene cosas positivas,
dentro de sus limitaciones, y en su breve metraje, consigue su objetivo, capta
y mantiene el interés, teje cierta intriga, y estéticamente se re encuentra el
director con algunas directrices suyas que se habían diluido llamativamente en
ejercicios previos. No recluta actores de relumbrón Hitchcock, tampoco continúa
trabajando con actores de su previa etapa silente -como sí hiciese en otros de
sus iniciales ejercicios sonoros-, es un filme sencillo, de trama simple, pero
con esos elementos le bastan a Hitch para configurar un trabajo decente,
decente y apreciable. Como casi todas las
obras de este momento en la andadura cinematográfica del descomunal Hitchcock, es
este un filme que puede sorprender al que únicamente conoce las obras maestras
del inglés, pero al conocedor de toda su filmografía, le servirá de útil
herramienta para una comprensión global de la obra del inmortal maestro del
suspense.