miércoles, 28 de diciembre de 2016

El Gran Calavera (1949) - Luis Buñuel

El Gran Calavera sería la segunda película de Luis Buñuel en tierras mexicanas, el segundo intento del realizador por “alinearse” con lo que era el cine comercial, y, sobre todo, era su primera película luego del considerable fracaso que significara su debut en México, tras la tristemente fallida Gran Casino (1947). Ese primer descalabro había dejado al cineasta aragonés en incertidumbre, a nivel personal y nivel profesional, y El Gran Calavera fue una excelente reivindicación frente a público y crítica, con la que finalmente entraría en el escenario de la cinematografía mexicana, preparando el camino para una de sus mayores creaciones, Los Olvidados (1950). Cuenta la cinta con guión de los célebres esposos Alcoriza, que adaptan al cine una obra teatral no demasiado exitosa de Adolfo Torrado, pero que con la dirección de Buñuel terminaría convirtiéndose en una se las cintas más significativas de la década en el país azteca. La historia es sencilla, nos retrata los avatares de Ramiro, un hombre maduro y viudo, que al perder a su esposa, se ha refugiado empedernidamente en la bebida, pero subsiste sin problemas gracias a su enorme fortuna, y sus numerosos familiares consienten su vida de borracho mientras viven a sus expensas. Todo cambiará cuando uno de sus hermanos decida armar una farsa para escarmentar al hombre, obteniendo todos más de una lección. Película muy digna de atención.

                     


Ramiro de la Mata (Fernando Soler), está en una carceleta, ebrio, junto a otros hombres de igual condición. Sale de prisión, llega a su casa, donde sucesivamente su hermano Ladislao (Andrés Soler), su mayordomo Juan (Antonio Monsell), su cuñada Milagros (Maruja Grifell), su hijo Eduardo (Gustavo Rojo), le piden dinero para pagar sus trivialidades, y Ramiro sin problema financia esos excesos. La hija de Ramiro, Virginia (Rosario Granados), está comprometida, esa noche es su fiesta para pedir su mano, pero él no aprueba a su futuro yerno. Ramiro se excede, se embriaga completamente otra vez, al extremo de llegar a la fiesta de compromiso de su hija totalmente ebrio, espantando al novio y su familia, cancelándose el compromiso por el escándalo. Entonces, Gregorio (Francisco Jambrina), otro hermano de Ramiro, advierte la mala situación del viudo, y organiza con la familia, aprovechando un fuerte desmayo de Ramiro, que todos finjan ruina económica, hasta se mudan a un barrio precario, pretende enseñarle a Ramiro a valorar el dinero, a cambiar su vida. Pero Ramiro, primero asustado, descubre la verdad y termina volteando la farsa a su familia, les hace creer a todos que la bancarrota es real, y son ellos los que se matan trabajando para subsistir. Finalmente la familia se beneficia de la farsa, cambian todos sus formas de ver la vida, trabajan ahora, y Virginia encuentra nuevo amor en Pablo (Rubén Rojo).











Esta cinta se advierte en muchos momentos como lo que es, una suerte de ensayo cinematográfico del cineasta, que se anima a probarse a sí mismo con algunas técnicas audiovisuales, como si quisiera aceitarse tras tantos años de inactividad, ya con mayor libertad y menos presión que en Gran Casino. Lo vemos ensayando una soltura de cámara que no desparecerá durante el filme, una cámara con apreciable libertad de movimientos, con delicados travellings para seguir a los personajes (la mayoría de veces a Ramiro, eje central del filme), pero además zooms, leves acercamientos y alejamientos que agilizan la narración visual, ciertamente Buñuel retomaba las técnicas del oficio cinematográfico. Se convierte el largometraje en plataforma de experimentación, de ensayo, los planos secuencia que reemplazaron a algunos planos fijos separados, contra planos, hay fundidos, encadenados, etc; en sentido técnico, continúa con lo iniciado en Gran Casino. Vemos también el recurso de distorsionar la imagen para retratar el despertar de Ramiro a su “nueva vida”, cuando su familia inicia la charada; este recurso ya se habla utilizado previamente en los filmes surrealistas, Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930), pero con una intencionalidad completamente diferente. Ahora, tiene una intención más “convencional”, plasmar el despertar de la ebriedad de Ramiro, algo más concreto y normal comparado con los delirios interminables de esos trabajos oníricos. Tras los ejercicios surreales y Las Hurdes (1933), a más de uno le resultará inverosímil apreciar este tipo de trabajos en Buñuel, y lo cierto es que hubieron años peculiares, con Buñuel trabajando en Hollywood, laborando en doblajes fílmicos, alejándose de la labor de cineasta; hasta que el influyente productor Oscar Dancigers lo trajo de regreso al trabajo en México, tras una ausencia de casi quince años sin dirigir en el plató. Tras Gran Casino, Buñuel aprendió la lección, no quería otro filme así, configura este trabajo de tono vodevilesco, frivolidades, liviandades, situaciones risibles y sencillas, cortesía de los comedidos familiares de Ramiro; sencilla trama que en realidad no difiere mucho de su debut mexicano, pero que tiene resultados finales muy diferentes. Una historia con feliz moraleja, pues todos han tenido severa epifanía existencial, Milagros ha dejado de fingir, no es ya una falsa enferma crónica, Ladislao ha dejado de ser incorregible holgazán y hasta planea abrir una fábrica y trabajar él mismo en ella, Eduardo ahora valora el dinero y vuelve con seriedad a la universidad; todos han cambiado su enfoque de sus vidas sustancialmente.











El filme tiene un comienzo muy humorístico, con el manojo de ebrios acostados unos encima de otros como una sola masa, sin distinguirse las piernas uno de otro, y además deslizando uno de los fetiches buñuelianos: los pies, pues lo primero que vemos del protagonista, y de todos los encarcelados de la primera secuencia, es sus pies, una muy elocuente y divertida presentación del filme. Buñuel prosigue, con igual eficiencia que hilaridad, continúa diagramándonos al protagonista, aún ebrio, en casa, atendiendo uno a uno a todos sus familiares, hasta su mayordomo vive del dinero que derrocha el patrón. Y Ramiro deja satisfechos a todos enviándolos a su despacho por un cheque para pagar sus frivolidades, sin siquiera perder nunca su ebriedad, y esa ebriedad es de donde nace mucha de la hilaridad de esas primeras secuencias. La secuencia de la borrachera de Ramiro en la noche de compromiso de Virginia era vital para Buñuel, terminando de dibujar ese personaje, y si bien se sublimó la interpretación del actor en el rodaje respecto al guión, es la secuencia definitiva de la patética ruindad en que se estaba sumiendo el personaje, la situación punto de inflexión. Nuevamente asomará significativamente el fetiche de los pies, el zapato de Ramiro, una imagen que apertura nuevo momento narrativo del filme, pues si antes nos lo presentaba ebrio en la cárcel, ahora nos lo muestra con estatus cambiado, ha pasado de ser un rico y despreocupado ebrio, a ser un supuesto arruinado, sin dinero y en miseria; el zapato agujereado es silenciosa imagen representativa de esto. Luego apreciamos otro rasgo buñueliano, y es su conocida aversión a los besos, siendo esto marcadamente llamativo cuando Virginia frustra intentos de beso de su inicial prometido; ni siquiera una pareja a punto de casarse, en la noche de su fiesta de compromiso, es suficiente para que Buñuel muestre un beso en cámara. Luego Virginia nuevamente reprime el ósculo, ahora con Pablo, pero Buñuel emplea un ingenioso y divertido artilugio, pues el beso sucede en espacio fuera de campo, no lo vemos, lo escuchamos por el altavoz que dejó encendido de su auto; esto se repetirá de nuevo al final, y es muestra de ese detalle tan propio del cineasta. Otro elemento buñueliano por excelencia, el sexo, el impulso sexual, es ahora plasmado de modo muy sugerente, tibiamente disfrazado, con Virginia y Pablo hablando, él declarándose, mientras chupan sus helados, sintiéndose casi un eco de la sugestiva secuencia de Jorge Negrete y Libertad Lamarque en Gran Casino, él moviendo un palo en el barro petrolífero. Asimismo Virginia, cuando finalmente Pablo se le declara, responde “ya debe haberse enfriado”, jugando al doble sentido del motor, y del ímpetu erótico de Pablo, reprimido, como tantas otras veces en la filmografía de Buñuel; esto adquiere otros matices con los momentos de besos que se oyen en altavoz, un recurso muy curioso en el cine de Buñuel.











Probablemente el motivo del dispar resultado de este filme respecto a Gran Casino repose en diversos factores, no habiendo ya el sabotaje de la industria a Jorge Negrete, ni la intromisión de Libertad Lamarque buscando labrarse un nombre en la industria cinematográfica mexicana con este filme; los actores ya no eran influencia negativa, diametralmente opuesta situación, con Soler y su formidable aportación, generando firme respeto mutuo con Buñuel, algo probado en las futuras colaboraciones entre ambos, además de que Buñuel reiteradamente en el futuro dedicó halagos al referente actoral mexicano. Además de esto, Buñuel se encontraba ya más ducho, conocedor de la industria mexicana, habiendo perdido algo de la presión de su primer filme mexicano, hay una mayor frescura y libertad en el cineasta que se traduce en el filme. Fernando Soler ha tenido pues indiscutible peso en el filme, no solamente siendo actor principal y productor (inclusive inicialmente iba a ser el director, posibilidad que Soler descartó por considerarla demasiado agotadora; sugirió a un cineasta “práctico”, y la elección recayó en Buñuel), pues se encuentra en España el guión técnico del filme, en el que numerosas anotaciones manuscritas por parte del actor se pueden apreciar; pero eso terminó siendo positivo, pues esas bienvenidas intromisiones liberaron bastante al aragonés director, permitiéndole enfocar su atención en otros menesteres fílmicos. Esta situación es inédita e inaudita en una película buñueliana, el cineasta trabajando de manera tan cambiante, permitiendo tantos cambios sobre la marcha, durante el rodaje, pues esas anotaciones son numerosas, siendo muchas de ellas obra del propio director. Esas anotaciones modificaron tanto diálogos, como algunos planos, el montaje final difirió de lo inicialmente planificado en muchas secuencias, si bien las modificaciones no fueron sustanciales, y a este respecto el libro de la estudiosa de la obra de Buñuel, la profesora Amparo Martínez Herranz, arroja vitales luces. Detalles sumamente cómicos se distribuirán durante el filme, muchos de ellos producto con suma probabilidad de esas espontáneas modificaciones durante el rodaje. Es un filme alimenticio, una obra en la que Buñuel probablemente todo el tiempo sintió que no debía buscar mayores placeres o gratificaciones a nivel de realización artística, era un ejercicio para recuperar el crédito, para volver a intentar ganarse un sitio en la escena mexicana, pues hasta consideró abandonar tierras aztecas. Y el filme cumple su cometido, y sin maravillar, nuevamente eleva a Buñuel como un cineasta eficiente, económico, muestra nuevas virtudes del realizador, a su vez que sirve para allanarle el camino a su genuino interés artístico, Los Olvidados. La versatilidad de Buñuel queda incontestablemente plasmada, tras los inicios surrealistas, tras Las Hurdes, tras los doblajes Hollywoodenses, ahora se “normaliza” el director, demuestra que es capaz de hacer cine más convencional, cine comercial, como lo consideraba él mismo, trabaja en un emplazamiento tan impensado como México, y no solo trabaja ahí, sino que genera obras maestras. Buñuel lo había logrado, había demostrado que era un maestro total del cine.











Gran Casino (1948) - Luis Buñuel

Se iniciaba con este filme una nueva etapa en el camino cinematográfico del maestro Luis Buñuel, el genio de Talanda aperturaba un nuevo momento, en todo el sentido de la palabra para un creador, tras sus imperecederos ejercicios surrealistas. Luego de unos dubitativos pasos por estudios hollywoodenses, Buñuel llega a México a exiliarse, un impensado rumbo en su andadura como cineasta, donde inexploradas situaciones tendrá que enfrentar el director, que no tuvo precisamente un plácido debut en tierras aztecas. Comenzaba su colaboración con su célebre productor Óscar Dancigers, con quien tantos ejercicios inmortales produciría en años sucesivos, pero aún no tomaría contacto con Luis Alcoriza, su más importante guionista. Buñuel desde un comienzo practicó las adaptaciones cinematográficas, de la literatura a la gran pantalla, y para iniciar lo que sería una costumbre casi religiosa en su cine, adapta la obra de Michel Veber, adaptada y trasladado a terreno mexicano por Mauricio Magdaleno, colaborando el propio director también. Narra la historia de unos trabajadores petrolíferos mexicanos, que se ven inmersos en un misterio cuando el patrón desaparezca misteriosamente, y su hermosa hermana venga de Argentina a visitarlo, y comienzan todos a buscarlo, mientras nace un romance entre ella y el principal obrero, ni más ni menos que Jorge Negrete y Libertad Lamarque.



La acción comienza en una prisión, Gerardo Ramírez (Negrete) y Demetrio García (Julio Villarreal) se encuentran ahí, pero consiguen escapar, conocen a Heriberto (Agustín Isunza), quien les consigue trabajo en la plantación petrolífera que maneja José Enrique Irigoyen (Francisco Jambrina), que sufre por escasez de obreros. Irigoyen es presionado por Fabio (José Baviera), que amenaza con cerrarle sus plantaciones por no haber trabajo; pero comienzan todos a laborar, se relajan luego en el casino de la localidad, donde baila y canta Camelia (Mercedes Barba), además de Nanette (Fernanda Albany). Una vez iniciadas las labores, Fabio sigue presionando a Irigoyen, que de pronto desaparece misteriosamente, y llega poco después desde Argentina su atractiva hermana, Mercedes (Lamarque), sorprendida ante la desaparición de su hermano. Ella no desvela su identidad como hermana de Irigoyen, y casi sin quererlo, consigue trabajo en el casino, cantando, donde todos la notan por su belleza, llamando prontamente la atención de Gerardo, que intenta cortejarla. Pero ante la situación, ella le confiesa a Gerardo que es hermana del patrón, y juntos comienzan a investigar, mientras algunos matones enviados por Fabio intentan liquidar al obrero. Finalmente descubren a Fabio, asesinó a José Enrique, lo encaran, y es eliminado, quedándose la pareja enamorada, Mercedes y Gerardo, juntos.



En esta cinta, punto de inflexión en la filmografía buñueliana, la secuencia apertura en la prisión es el retorno del genio español tras las cámaras luego de años de ausencia, el maestro aceita los engranajes de su circuito creador, esas primeras secuencias, encuadres y planos significan su regreso y forzosa metamorfosis, obligada adaptación a nuevos cánones. En esos momentos en los que el cineasta retomaba el oficio, tibiamente se rompe la objetividad de los enfoques con esa toma subjetiva a la hora ya de escapar del claustro, con los barrotes ya destruidos. Asimismo, iremos observando en distintas escenas ejercicios similares, algo tímidos, pues el director retornaba tras años de silencio, por ejemplo en el bar, unos barridos desplazan nuestra atención de un personaje a otro, hay acercamientos y alejamientos de la cámara, el cineasta va retomando el camino. Asimismo está la elipsis que consigue con el fundido de las maletas de Mercedes, recién llegada a Tampico, para dar el salto temporal a otro momento y espacio del filme, son recursos técnicos con los que el ibérico iba aclimatándose al oficio nuevamente; y así, giros y recorridos de la cámara, y algunos encuadres dan muestra de que el genio, si bien por unos años en el dique seco, aún conservaba el talento, que debía simplemente volver a pulirse. La cinta se manifiesta prontamente como un lucimiento de sus estrellas, pues desde la primera secuencia vemos al inmortal charro, Jorge Negrete, cantando para engañar a sus captores, y poder escapar de la prisión; no esperaron ni cinco minutos para que vaya manifestándose uno de los rasgos distintivos del filme, sus estrellas que buscaban un escaparate internacional para sus carreras. Es un poco exagerada la manera en que se “promociona” a Negrete en el filme, insertándose secuencias de su canto de manera prácticamente gratuita, sin mayor nexo o conexión con la escena rodada, de pronto lo escuchamos ya soltando unas notas, como en el casino, se nota un poco excesivo ese afán de lucimiento, de exhibir al charro. Similar caso con Libertad, hermosa y joven, si bien su participación en líneas generales parece haber sido más bien inocua para el rodaje, asimismo con más de una secuencia de canto. Afirmaba el propio Buñuel que hizo muy buenas migas con Negrete, sin embargo, nace con este filme lo que se conocerían como cintas alimenticias en el cineasta, películas hechas por necesidad, para subsistir, o para hacerse conocido en una nueva escena, el ámbito cinematográfico mexicano, que en ese momento, con ojos escépticos, lo tenía por un completo extraño.



Transcurrido el primer tercio del filme, es más que evidente la nueva naturaleza fílmica que irá adoptando Buñuel, una cinta lineal, plana, pasmosamente antagónica a sus anteriores Un Perro Andaluz (1929) y La Edad de Oro (1930), ahora es un filme cuyo argumento nunca gustó mucho al director. En esta suerte de comedia con tintes vodevilescos, musicales, liviana historia de pueblo, casi se siente al director ahogándose en lo que es el filme, un ejercicio de lucimiento de sus estrellas protagonistas, un musical romántico en el que no fluye un solo beso. Heriberto y la francesa Nanette son los que ponen en buena medida el toque hilarante, las fases divertidas y ocurrentes del filme, un humor que está distendido en la cinta, y entre ese humor, cómo olvidar a un personaje cuando se le dice que podría pasar más días en prisión, a lo que responde “Mejor, ¿dónde le dan a uno de comer sin hacer nada?”. Está también el célebre trío Calavera, que fluye asimismo en distintos momentos del filme, cada uno más delirante y divertido, más inesperado que el anterior. En esta historia amorosa, de romance, con ciertos tintes de aventuras, en el que se advierten las secuencias musicales por momentos bastante inconexas con el conjunto, se siente al cineasta como un poco desubicado, como en efecto algún testimonio de un visitante al rodaje aseverara. El filme en su momento debió desconcertar a los conocedores de la obra del director, pues hay pocos de sus tópicos capitales, solo algunos, como la secuencia donde se introduce el personaje de Camelia, con esa bien torneada pierna suya que se convierte en núcleo del encuadre, un detalle ciertamente notorio como creación del cineasta, cuya debilidad por la carne y el sexo es uno de los santos y seña de toda su andadura cinematográfica. Uno de los escasísimos momentos surreales es cuando Gerardo habla con Nanette, ella parlotea sin parar, mientras Negrete, sin prestarle la menor atención, se abstrae observando un jarro de cerveza. Ciertamente la escasez de surrealismo en el filme es casi total, algo entendible, dada la coyuntura del momento para el director, pero es conmovedor ver a Buñuel, en ese contexto, deslizando con timidez pero a la vez con determinación, su filiación, su inclinación por el surrealismo. Continuando, una de las escenas más famosas es la del cortejo de Jorge Negrete a Libertad Lamarque, y Buñuel, conocido enemigo de mostrar besos en pantalla, utiliza el recurso de mostrarnos a Negrete sugestivamente jugando con un palo, una rama que introduce en el lodo petrolífero, introduce y remueve la masa mientras se van enamorando los dos individuos. Una secuencia que pareciese un tibio guiño a otra secuencia de La Edad de Oro, una secuencia breve, fugaz, pero cargada de significado, y que lleva en su sencillez mucho de la esencia del español.




Asimismo, dentro de los contados detalles que rompe la linealidad audiovisual del relato, tenemos la secuencia en que Negrete liquida a un sujeto que se encontraba furtivamente detrás de una cortina, y mientras lo golpea con una pequeña réplica de la estatua de la Libertad (detalle por cierto bien especificado por el director), se superpone la imagen de un vidrio que se hace pedazos. Ese detalle, nuevamente breve, fugaz, es un detalle más del cineasta, que refuerza la violencia del acto realizado, y de paso nos da muestra, nos recuerda, aunque tibiamente, qué director se encuentra tras las cámaras…. sigue latiendo el sentir surrealista. Este fue uno de los rodajes más complicados y accidentados para el español, cuya dificultad se extendió incluso a la postproducción. Sabida es la gran dificultad que atravesó Buñuel al trabajar con Lamarque, ansiosa de labrarse una reputación en la industria mexicana, sus actitudes de diva e intromisiones realmente dificultaron el desempeño de Buñuel. Por otra parte, y de otra naturaleza, están las dificultades acarreadas por Negrete, líder sindical de actores cuyas filiaciones le enemistaron con la industria mexicana, que boicotearon sus filmes; se habla incluso de que en las salas de proyecciones, sus filmes se proyectaban defectuosamente, intencionadamente con mala imagen o sonido, ciertamente un hándicap que lastró a Buñuel, que sufrió daños colaterales de trabajar con el referencial actor mexicano. Buñuel no soportaba a Lamarque -al parecer algo común con Negrete-, afirmó que no volvería a trabajar con la actriz argentina, y así fue, la apreciamos en las largas secuencias de ella cantando, pues, al igual que Negrete, las estrellas demandaban mucha notoriedad en la cinta, para calvario del director español. Asimismo, según Amparo Martínez Herranz, gran estudiosa de la obra buñueliana, es este el filme en el que sin duda más correcciones o modificaciones sobre la marcha realizó, cambios aplicados en el momento propio del rodaje; de ese modo, ella adjunta retazos del guión técnico donde se evidencian las correcciones manuscritas, supresiones o agregados de algunos diálogos, de algunos planos, aunque se asevera que no tuvo real repercusión en el resultado final. Buñuel mismo declaraba que el guión del filme la pareció mediocre, pero para el momento en que se encontraba el cineasta, fue sin duda un trabajo, un filme que debió aceptar para reinsertarse el mundo cinematográfico, el derecho de piso a asumir. Era un obligado y dramático cambio, luego de sus inicios surrealistas, y como algunos estudiosos de la obra buñueliana afirman, es una cinta del tipo en que los espectadores buscan todo el tiempo algún guiño o seña distintiva del director, así de coyuntural era el momento. Con todo, el manejo de cámara y por momentos el juego de luces y sombras nos dan una agradable sorpresa, de que el director, pese a estar bien tiempo sin trabajar, no había perdido el tacto y tenía aún todo el talento técnico que años después terminaría de perfeccionar. Es un trabajo poco cinematográfico, comparado con otras obras maestras suyas, algo normal pues es el trabajo de reenganche del director, un filme necesario, fundamental dentro de su filmografía.

Las Hurdes (Tierra sin pan) (1933) - Luis Buñuel

Para 1933, y con tan sólo dos cortometrajes en su haber, el ibérico Luis Buñuel ya se había granjeado un lugar muy merecido en la escena cinematográfica mundial, con el efervescente vanguardismo, y el surrealismo que estaba muy en boga en los círculos artísticos entonces. Así, tras la delirante Un perro andaluz (1929), y la no menos onírica e irreverente La edad de oro (1930), el realizador se embarca en esta oportunidad en una obra que desde ciertos puntos de vista se distancia de los trabajos antes mencionados, pero que aún guarda cierto vínculo con ellos, como el propio Buñuel señalara en alguna entrevista. Y para no perder la costumbre, el director nuevamente se enfrenta a numerosos detractores y críticos con su trabajo, en esta suerte de documental en la que nos plasma y muestra las deplorables condiciones, infrahumanas circunstancias en que viven los ciudadanos del área española conocida como Las Hurdes, donde extrema precariedad impera. Buñuel nos aproxima a ese paupérrimo mundo, hambruna, miseria, la vida ínfima de los habitantes, una obra que a lo largo de los años ha adquirido otros matices, sobre todo en el final. Acusado de filme panfletario, de artificial y postizo realismo, el documental significó severo oprobio para los habitantes de las Hurdes, pero se ha convertido con los años en un hito referencial para los documentales, y tiene buen lugar en la filmografía del aragonés.

              



El filme comienza con adecuado proemio, unos textos nos informan de cómo incluso los españoles desconocían Las Hurdes, y se nos muestra cómo llegar ahí, pasando primero por La Alberca; vemos a su gente, y alguna bárbara costumbre local. Pero una vez ya en las Hurdes, apreciamos finalmente su ambiente, su miseria, su falta de alimento, de recursos, niños bebiendo agua inmunda de entre las piedras, viviendo entre cerdos, chiqueros. La cámara nos hace visitar la escuela, precaria pero donde se imparten enseñanzas iguales a las de cualquier sitio, como un libro de enseñanzas morales. El bocio es la enfermedad característica, vemos a una niña de la localidad que muere irremediablemente ante la falta total de atenciones médicas competentes, la disentería se agrava cuando los hurdanos tengan que comer frutos todavía demasiado verdes para consumo humano, pero el hambre aprieta demasiado. Largas filas de hombres que no han sido afectados por las enfermedades, marchan a otras áreas a buscar trabajo y dinero, pues cambios de estación les quitan sus ya escasos alimentos; pero los hombres regresan como se fueron, sin dinero, y sin pan. Rudimentarios trabajos de labranza, alimentación sumamente frugal, larvas nocivas, enfermedades inocuas que se vuelven mortales, razas degeneradas por incesto, llamados cretinos, niños que mueren sin remedio; luego de dos meses, el equipo se retira de las Hurdes.











Considero que es correcta la manera en que se plasma lo observado, con crudeza, sin artificios ni excesivos adornos en su lenguaje audiovisual, muestra casi lo único que hay para mostrar en ese sitio: la abrumadora miseria. En ese sentido, la cámara en mano apreciada en algunas secuencias es un excelente recurso para la intencionalidad del filme, nos aproxima más a lo que observamos, es como si casi camináramos nosotros también en ese inhóspito paraje, como si también nos adentráramos en las áridas Hurdes, se refuerza esa ausencia de innecesarios artificios. Así, la precariedad es bien captada por la cámara en el sentido de la sencillez de su desempeño, de su desenvolvimiento, pues no hay movimientos vistosos, elaborados travellings ni artilugios por completo innecesarios, que hubiesen roto el halo de cercanía y realismo que se pretendía imprimir en el documental (esto al margen luego de otros factores, que luego detallaré). Esa cercanía, ese realismo, se cimientan desde el comienzo de la cinta, con el correcto modo en que Buñuel nos introduce en lo que nos muestra, el recorrido por la aledaña villa de La Alberca es el prolegómeno perfecto, realmente estamos junto a los viajeros, realmente nos introduce desde el comienzo en la situación, nos muestra cómo se llega a las Hurdes. Veremos así las costumbres relativamente bárbaras de La Alberca, con los varones en la competencia por descabezar gallos, gran manera de documentarlo todo, hasta el modo en que se llega al sitio de interés; es éste un agradable y preciso preámbulo. Y pronto se nos presenta un funesto y aciago agüero, los cráneos colocados a cada lado de la entrada de una capilla nos indican con claridad la trágica naturaleza de ese sitio, un lugar donde la muerte acecha constantemente, como una omnipresente acompañante, perenne amenaza que sobrevuela los alrededores, y esos cráneos se vuelven escalofriantes testigos, a la vez que lóbregos heraldos de la muerte.












Elocuentes maneras de mostrar la severa precariedad observaremos, como el modo en que se recogen hojas para dormir sobre ellas, así como después, luego de machacarlas, se las empleará como abono; la manera en que las circunstancias los obligan a improvisar impacta, así como el ingenio, por llamarlo de una manera, con que tienen que usar los escasos e impensados recursos que la inhóspita área provee: muertos valles, escasos árboles, abundante aridez, ese es el entorno en que se desenvuelven estos desgraciados. Y es que, como lo declara la voz narradora, uno de los puntos capitales del filme, una de sus principales intencionalidades, es mostrar qué es lo que hacen los hurdanos para construir y trabajar el campo que les dará de comer. En esa misma línea, nos muestra el aragonés, entre esos trabajos realizados por los hurdanos, cómo destaca sobremanera el hecho de que, con ese rudimento extremo, sean capaces de desviar el curso de un río, aunque a veces la empresa salga mal y el trabajo de todo un año se pierda; en medio de esa pesadillesca situación y abrumadora miseria, aún hay indicios de organización, de coordinación para subsistir, aunque a veces la naturaleza venza con crueldad esos impulsos de supervivencia. El filme nos muestra patetismo extremo, como los maestros en las escuelas que les dan pan seco y duro a los niños, que comen remojados en agua sucia, y esos maestros les obligan a comer el pan en la escuela por temor a que los padres les quiten la comida en casa; desolador cuadro el que nos pinta el cineasta. Otra elocuente imagen es la de uno de los jóvenes hurdanos, bebiendo agua inmunda entre unos pedregales, la escasez es abrumadora, una tierra donde la extrema escasez hace que lo único lujoso, nos dice, sean las iglesias. También hay detalles que muchos encontraron altamente chocantes, como la degeneración no solo mental, sino física, con las relaciones incestuosas que traen como resultado a los cretinos que deambulan por esa árida tierra, o la industria de los pilus, negocio bajo donde se saca provecho de los niños sin familia; la veracidad del documental generó no poca polémica, y el repudio de los pobladores de Las Hurdes, surgiendo 80 años después Las Hurdes, tierra con alma, de Jesús María Santos, intento reivindicativo. Otro de los puntos capitales del filme, nos dice la narración, es documentar las enfermedades de la población, siendo el bocio una de las principales amenazas a la salud de los pobladores. Es elocuente asimismo el detalle que en algunos casos la enfermedad no es letal, son los mismos hurdanos quienes, en su ignorancia y deseo de sanar, terminan convirtiendo esas enfermedades menores en males fulminantes.













Llegamos a otro punto importante, las acusaciones al filme de falso documental, de ejercicio que persigue manipulación, que distorsiona la realidad, de artificial panfleto, todas duras críticas que considero improcedentes. Se le acusaba por ejemplo de orquestar el desbarranco de la cabra, de generar muchas situaciones en vez de solo mostrarlas, atentando contra un genuino documental. “Esta enferma no sospecha nuestra presencia” dice el narrador sobre una hurdana, contraponiéndose un poco a lo que tanto se le achaca, a la artificialidad y falta de espontaneidad en todo lo representado; nos habla el narrador de un “colaborador”, un amigo hurdano que colabora con ellos para que puedan filmar a uno de los cretinos. Se le achaca también el hecho de mentir hasta en la declaración del momento en que se filmó todo, pues vemos en el texto que se afirma todo fue rodado en 1932, poco después de instaurarse la República española, cuando en realidad fue rodado en 1933, dato en efecto verídico, y aprovechado por los detractores. Pero es ridículo desmerecer al filme por ello, toda obra artística necesariamente lleva la impronta de su autor, es hasta cierto punto imposible mostrar la realidad completamente, pues el cine, como toda arte, lleva impregnada la humanidad de su creador, su óptica; aún en un documental esto se manifiesta. La cinta es una acusación, un atizar, atizar el abandono extremo y total de esta tierra, la forma en que España tiene olvidadas a Las Hurdes, es significativo que se nos diga que esas tierras eran desconocidas incluso para los españoles, que no supieron de su existencia hasta 1922, cuando se construyó la primera carretera. Y el trabajo cumple su cometido, plasma esa apabullante miseria, la miseria de la tierra del director, aunque haya chocado a muchos el modo de plasmarlo. Buñuel, Pierre Unik y Julio Acín, el equipo productor del filme, se basaron en Las Jurdes, el diario que el intelectual francés Maurice Legendre llevara de su propia y previa visita y exploración a Las Hurdes. El filme cambió al pasar los años, cuando el propio Buñuel agregó algunas variaciones, como la música de Brahms, que definitivamente redimensiona toda la impactante realidad y miseria observada, así como la voz narradora de Francisco Rabal, inexistente inicialmente. Pero sin duda la variación más significativa es el plano final, ese texto que nos habla de algunas de las más influyentes fuerzas totalitarias de entonces, Hitler y Mussolini, y se toma partido contra el fascismo, el mensaje antifascista cambia el enfoque que se pueda tener. Áspera y dura historia, Buñuel afirmaba que un cierto halo de surrealismo flotaba por la cinta, que no difería mucho de sus dos cortometrajes anteriores, y casi sentimos al jumento muerto como un eco lejano de Un perro andaluz. Pese a las críticas, el filme es un hito en los documentales cinematográficos, crudísimo y verídico retrato, otra piedra fundamental en la filmografía de uno de los más egregios cineastas ibéricos.