sábado, 25 de agosto de 2018

El Tesoro (1923) - Georg Wilhelm Pabst

El gran cineasta Pabst, sin duda uno de los cineastas más castigados por el olvido de la historia, de los más obviados y dejados de lado cuando se hace el recuento de los más célebres e importantes directores de la historia, iniciaba su filmografía, su carrera cinematográfica con esta apreciable película. Como ocurriese con tantos maestros contemporáneos, Pabst debutaba como director, pero tenía ya ganada cierta reputación en otros aspectos de la realización. Para este filme debut del maestro olvidado, se basa en la novela de Rudolph Hans Bartsch, adapta la obra literaria al cine, en una cinta que dejaba muy claro que el austro-húngaro tenía ya definidos muchos de sus nortes audiovisuales, un estilo visual bastante formado podremos apreciar, un estilo que terminaría de afianzarse y desarrollarse con las décadas siguientes. Contará entre sus filas con el gran Werner Krauss, el célebre Caligari aparece en el filme, lo enaltece, a la vez que nos habla de que Pabst pronto trabajó ya con los mejores. Retrata la historia de una tierra, hoy Eslovenia, en la que un gran tesoro de la época de la invasión turca parece estar enterrado bajo la granja de un campanero; el hombre se obsesiona con hallar la fortuna, igual que un viejo trabajador suyo. Un joven ayudante aparece, se enamora de la hija del campanero, pero el tesoro complica todo.

                  



En Marburg, tras expulsarse a los turcos, años después vemos a Svetocar Badalic (Albert Steinrück), maestro campanero de la localidad, vive con su mujer Anna (Ilka Grüning), y su hija Beate (Lucie Mannheim). Ellos trabajan  en su granja, en la que hay una leyenda, una creencia de que en esa tierra se encuentra enterrado un extraordinario tesoro de las épocas de los invasores, una creencia que todos creen un dislate, excepto Svetelenz (Krauss), viejo y leal trabajador de ellos. Llega con el campanero a trabajar un día el joven herrero Arno (Hans Brausewetter), rápidamente se lleva bien con Beate, pero desagrada a Svetelenz, que pronto encuentra nuevos indicios, esperanzadoras pistas de la ubicación del tesoro, todos se unen a la búsqueda. Svetelenz, tras dar con un mapa, encuentra el tesoro, lo hace junto a Arno, pero el viejo trabajador, astuto, consigue persuadir al campanero Badalic de que el joven debe desaparecer, y así dividir menos el tesoro. La ambición de todos crece, el campanero, su mujer y su trabajador dividen el cuantioso botín, y Svetelenz renuncia a su parte del tesoro a cambio de recibir permiso de casarse con Beate, y tanto Badalic como su mujer aceptan, mientras por su parte ella y Arno ven crecer su atracción y su correspondido amor. Los jóvenes van a casa, hay una fuerte pelea, el escondite del tesoro se derrumba, los amantes se retiran juntos.






Georg Wilhelm Pabst es un apellido de reconocimiento en el cine, es cierto, sin embargo siempre su figura se encuentra en segundo plano respecto a otros cineastas, considerados los mayores referentes de la época en tierras alemanas; sin embargo, a parte de las distancias puramente referidas a talento o genialidad, hubo también otros factores que dieron ese resultado. Un poco de mito se funde con la realidad en el austrohúngaro, el cineasta al que Goebbels pedía reiteradamente que fuese el cineasta oficial del III Reich, difícil tesitura que probablemente tiene más de leyenda que de realidad, pero en todo caso forma parte del amplio bagaje que circundaba la figura de este autor que no tiene el reconocimiento que su talento exige. La cinta que se comenta en esta oportunidad fue la primera de las cuatro decenas de películas que Pabst produciría, un cineasta que fue contemporáneo a los mayores genios reconocidos por la historia que trabajaron en el cine de su país, el genio Fritz Lang y el gigante Friedrich Wilhelm Plumpe Murnau a la cabeza, es un director que supo deambular con ellos durante probablemente la mayor revolución de este arte, la llegada del sonido, autor de una dilatada filmografía, un singular caso de talento ignorado y olvidado por la historia. Muy sorprendente el debutante, que en su primer trabajo, da sólidas muestras ya de tener muy bien aprendido el oficio, un cineasta llamado a formar parte de lo más selecto del cine europeo, y que lo hizo, aunque desde un particularmente discreto sitio en la historia. Desde los primeros fotogramas la cinta queda diagramada, las imágenes de entrada para el filme ya van siendo singulares, mostrando esa peculiar arquitectura, severamente elocuente esa imagen, pues durante toda la filmografía de Pabst eso es lo que observaremos, una estética muy influida por el expresionismo, con tibios halos de esos espacios irreales, esas oníricas estructuras. Eran momentos en que en todo el mundo se estaban definiendo las improntas audiovisuales, la evidente influencia expresionista fluye con fervidez, y es muy interesante ver a un maestro de la categoría de Pabst, asimilar esa influencia, esa estética, para insuflar a la vez su propio sentir, su propio sentimiento artístico, pues no es una obra convencionalmente expresionista la suya, ni mucho menos.







Incluso tenemos las escaleras, elemento muy expresionista, que nunca se ausentará en el metraje y forma parte de esa tan peculiar estructura, esa tan peculiar arquitectura, rústica y a la vez enrevesada, laberíntica, irreal, onírica, originando un realismo muy atípico, y característico, que desde su primer filme exhibe el realizador. El filme será de ese modo un seductor viaje por una atractiva variación de la tradicional película alemana de la época, con rústicas locaciones, ambientes reducidos, unas estructuras bastante distintivas, el austrohúngaro es un lujo, es en efecto un lujo ver a un autor europeo presentar una variación tan personal y atractiva del gran expresionismo germano, se nutre poderosamente de la potente vena expresionista su arte, un caso casi único el del talentoso cineasta influenciado por dicha corriente, que luego tendría lento declive en su obra con el pasar de las décadas. Es en interiores donde esa atmósfera es generada con mayor contundencia, con tintes o iluminación (con el permiso del banco  negro) amarillenta, como la iluminación de esas velas, un ambiente que insinúa algo de enfermizo, la ambición que está a punto de desatarse y hacer perder la cabeza a todos; se genera también un juego de luces y sombras, en el que las sombras se moverán con amenazante libertad por momentos. Se consigue con todo esto un ambiente pesadillesco por momentos, oscuras e irreales estancias en interiores del domicilio del campanero, pero también las oscuras galerías secretas donde buscan el tesoro, todo con una tendencia, una tónica general a retorcidas concepciones, ciertamente una idea estética bastante definida podemos apreciar, algo muy destacable considerando, de nuevo, que era el debut cinematográfico de Pabst, su primer largometraje como director. Las imágenes en exteriores son también de atractivo notable, los humanos que se funden con el elemento natural, con el copioso campo, se crea el contraste de interiores retorcidos y los exteriores, la naturaleza que rebosa con humanos, buenas imágenes en exteriores, donde la oscuridad, la umbría por momentos se traslada también ahí, pero el contrapunto está en las imágenes de la naturaleza, del exterior, en fuerte oposición a los interiores, con esas torcidas líneas, y que nos sirven de marco para la historia del juvenil idilio. Esos exteriores rebosan de árboles, un ambiente donde florece el tierno amor de los jóvenes, los únicos herméticos en su amor a la enajenación del tesoro, ellos se ven enmarcados por esa naturaleza, que era su entorno, ajenos a la morbidez de interiores, positivos esos momentos, diferenciados de las demás secuencias en su bucólico tratamiento de ese ambiente.







Acorde a la época, en cuanto al manejo de la cámara, o al despliegue de otros virtuosismos técnicos, el desenvolvimiento, el lenguaje de la cámara, se encuentra aún a nivel embrionario, la cinta no presenta superposiciones de planos u otros artilugios, no se resquebraja la narración convencional, el desarrollo plano de los sucesos nunca se quiebra. La seriedad del filme, sin embargo, es palmaria, el maestro apenas empezaba, pero ya lo tenía todo, estaba listo para producir sus mejores obras. Considero que el de Pabst es un caso, con las distancias de uno a otro, relativamente similar al del otro virtuoso tapado de la época, Paul Leni, pero con distintas razones, pues siendo uno tan prolífico como Pabst, y el otro cruelmente arrebatado por la problemas sanguíneos dejando corta producción, ambos fueron opacados por los maestros mayores Lang, Murnau, tal vez incluso Wiene; pero su talento queda patente para siempre, siempre referenciados por el conocedor del cine clásico. En el filme del austrohúngaro la ambición se yergue por encima de todo, los tres viejos, el viejo campanero, su mujer y su trabajador se ven sobrecogidos por la ambición que despierta la fortuna, su voluntad desaparece, los padres son capaces de renunciar a su hija por obtener una parte superior del botín. Y esos individuos se irán transformando en casi infernales personajes, que dan rienda suelta a su maquiavelismo en su francachela, fluye su crapulencia, su ambición los ha deshumanizado, olvidarán a la carne de su carne por el dinero, y sus gestos en esos momentos cumbre son en efecto infernales. La demencia se va apoderando de los personajes, de tal manera que rebasa el contexto mismo de la cinta, pues somos introducidos, aunque escuetamente, a ese contexto, es la tierra de Marburg, hoy Eslovenia, alguna vez invadida por los turcos, posteriormente expulsados, ahora albergando los acontecimientos que presenciamos. Pero ese contexto podría variar, podrían ser otras circunstancias, otra tierra, otros personajes, pero probablemente la tesitura, la terrible situación aproximaría a todos los factores a las mismas aberrantes concomitancias, pues son emociones muy básicas las que mueven a los humanos, la ambición a la cabeza; podría ser cualquier lugar, en cualquier momento, pero esas situaciones podrían desencadenar desenlaces muy similares. Un fuerte cambio observamos en los mismos individuos a cuya casa fuimos introducidos con esa fotografía construida con familiar aproximación, con la imagen de la perra con su camada de cachorros, las aves de corral, las imágenes del campo. En cuanto a los actores, el gran Werner Krauss es sin duda otro de los atractivos del filme, aún con la inercia de El Gabinete del Doctor Caligari (1920) un poco fresca, el célebre actor alemán era ya un ícono, figura en reiteradas películas centrales del expresionismo alemán, y como se dijo, su sola presencia enaltece la cinta, un siempre positivo aliciente para el conocedor de la figuras del clásico cine silente. Es una simple pero concisa historia, una cinta que funciona en su economía, de pocos personajes, de pocos escenarios, pero que aprovecha y saca todo el rédito de esos limitados recursos, en el que encontraremos un final feliz, poco expresionista desenlace, otra diferenciación de los tradicionales trabajos expresionistas, son finales contrapuestos, la muerte en muchos de estos casos, con la sublimada felicidad del filme ahora comentado. Pabst iniciaba su andadura cinematográfica, figura destacada pero a la vez olvidada, un ineludible autor de la etapa silente del séptimo arte.







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