El gran cineasta Pabst, sin duda uno de los cineastas más castigados por el olvido de la historia, de los más obviados y dejados de lado cuando se hace el recuento de los más célebres e importantes directores de la historia, iniciaba su filmografía, su carrera cinematográfica con esta apreciable película. Como ocurriese con tantos maestros contemporáneos, Pabst debutaba como director, pero tenía ya ganada cierta reputación en otros aspectos de la realización. Para este filme debut del maestro olvidado, se basa en la novela de Rudolph Hans Bartsch, adapta la obra literaria al cine, en una cinta que dejaba muy claro que el austro-húngaro tenía ya definidos muchos de sus nortes audiovisuales, un estilo visual bastante formado podremos apreciar, un estilo que terminaría de afianzarse y desarrollarse con las décadas siguientes. Contará entre sus filas con el gran Werner Krauss, el célebre Caligari aparece en el filme, lo enaltece, a la vez que nos habla de que Pabst pronto trabajó ya con los mejores. Retrata la historia de una tierra, hoy Eslovenia, en la que un gran tesoro de la época de la invasión turca parece estar enterrado bajo la granja de un campanero; el hombre se obsesiona con hallar la fortuna, igual que un viejo trabajador suyo. Un joven ayudante aparece, se enamora de la hija del campanero, pero el tesoro complica todo.
En Marburg,
tras expulsarse a los turcos, años después vemos a Svetocar Badalic (Albert
Steinrück), maestro campanero de la localidad, vive con su mujer Anna (Ilka
Grüning), y su hija Beate (Lucie Mannheim). Ellos trabajan en su granja, en la que hay una leyenda, una
creencia de que en esa tierra se encuentra enterrado un extraordinario tesoro
de las épocas de los invasores, una creencia que todos creen un dislate,
excepto Svetelenz (Krauss), viejo y leal trabajador de ellos. Llega con el campanero a trabajar un día el
joven herrero Arno (Hans Brausewetter), rápidamente se lleva bien con Beate,
pero desagrada a Svetelenz, que pronto encuentra nuevos indicios,
esperanzadoras pistas de la ubicación del tesoro, todos se unen a la búsqueda. Svetelenz,
tras dar con un mapa, encuentra el tesoro, lo hace junto a Arno, pero el viejo
trabajador, astuto, consigue persuadir al campanero Badalic de que el joven debe
desaparecer, y así dividir menos el tesoro. La ambición de todos crece, el
campanero, su mujer y su trabajador dividen el cuantioso botín, y Svetelenz
renuncia a su parte del tesoro a cambio de recibir permiso de casarse con Beate,
y tanto Badalic como su mujer aceptan, mientras por su parte ella y Arno ven
crecer su atracción y su correspondido amor. Los jóvenes van a casa, hay una
fuerte pelea, el escondite del tesoro se derrumba, los amantes se retiran
juntos.
Georg Wilhelm
Pabst es un apellido de reconocimiento en el cine, es cierto, sin embargo siempre
su figura se encuentra en segundo plano respecto a otros cineastas, considerados
los mayores referentes de la época en tierras alemanas; sin embargo, a parte de
las distancias puramente referidas a talento o genialidad, hubo también otros
factores que dieron ese resultado. Un poco de mito se funde con la realidad en
el austrohúngaro, el cineasta al que Goebbels pedía reiteradamente que fuese el
cineasta oficial del III Reich, difícil tesitura que probablemente tiene más de
leyenda que de realidad, pero en todo caso forma parte del amplio bagaje que
circundaba la figura de este autor que no tiene el reconocimiento que su
talento exige. La cinta que se comenta en esta oportunidad fue la primera de
las cuatro decenas de películas que Pabst produciría, un cineasta que fue
contemporáneo a los mayores genios reconocidos por la historia que trabajaron en
el cine de su país, el genio Fritz Lang y el gigante Friedrich Wilhelm Plumpe
Murnau a la cabeza, es un director que supo deambular con ellos durante
probablemente la mayor revolución de este arte, la llegada del sonido, autor de
una dilatada filmografía, un singular caso de talento ignorado y olvidado por
la historia. Muy sorprendente el debutante, que en su primer trabajo, da
sólidas muestras ya de tener muy bien aprendido el oficio, un cineasta llamado
a formar parte de lo más selecto del cine europeo, y que lo hizo, aunque desde
un particularmente discreto sitio en la historia. Desde los primeros fotogramas
la cinta queda diagramada, las imágenes de entrada para el filme ya van siendo
singulares, mostrando esa peculiar arquitectura, severamente elocuente esa
imagen, pues durante toda la filmografía de Pabst eso es lo que observaremos,
una estética muy influida por el expresionismo, con tibios halos de esos
espacios irreales, esas oníricas estructuras. Eran momentos en que en todo el mundo se estaban
definiendo las improntas audiovisuales, la evidente influencia expresionista
fluye con fervidez, y es muy interesante ver a un maestro de la categoría de
Pabst, asimilar esa influencia, esa estética, para insuflar a la vez su propio
sentir, su propio sentimiento artístico, pues no es una obra convencionalmente expresionista la suya, ni mucho menos.
Incluso tenemos
las escaleras, elemento muy expresionista, que nunca se ausentará en el metraje
y forma parte de esa tan peculiar estructura, esa tan peculiar arquitectura, rústica
y a la vez enrevesada, laberíntica, irreal, onírica, originando un realismo muy
atípico, y característico, que desde su primer filme exhibe el realizador. El
filme será de ese modo un seductor viaje por una atractiva variación de la tradicional
película alemana de la época, con rústicas locaciones, ambientes reducidos,
unas estructuras bastante distintivas, el austrohúngaro es un lujo, es en
efecto un lujo ver a un autor europeo presentar una variación tan personal y
atractiva del gran expresionismo germano, se nutre poderosamente de la potente
vena expresionista su arte, un caso casi único el del talentoso cineasta
influenciado por dicha corriente, que luego tendría lento declive en su obra con
el pasar de las décadas. Es en interiores donde esa atmósfera es generada con mayor
contundencia, con tintes o iluminación (con el permiso del banco negro) amarillenta, como la iluminación de
esas velas, un ambiente que insinúa algo de enfermizo, la ambición que está a
punto de desatarse y hacer perder la cabeza a todos; se genera también un juego
de luces y sombras, en el que las sombras se moverán con amenazante libertad
por momentos. Se consigue con todo esto un ambiente pesadillesco por momentos,
oscuras e irreales estancias en interiores del domicilio del campanero, pero
también las oscuras galerías secretas donde buscan el tesoro, todo con una
tendencia, una tónica general a retorcidas concepciones, ciertamente una idea
estética bastante definida podemos apreciar, algo muy destacable considerando,
de nuevo, que era el debut cinematográfico de Pabst, su primer largometraje
como director. Las imágenes en exteriores son también de atractivo notable, los
humanos que se funden con el elemento natural, con el copioso campo, se crea el
contraste de interiores retorcidos y los exteriores, la naturaleza que rebosa
con humanos, buenas imágenes en exteriores, donde la oscuridad, la umbría por
momentos se traslada también ahí, pero el contrapunto está en las imágenes de
la naturaleza, del exterior, en fuerte oposición a los interiores, con esas
torcidas líneas, y que nos sirven de marco para la historia del juvenil idilio.
Esos exteriores rebosan de árboles, un ambiente donde florece el tierno amor de
los jóvenes, los únicos herméticos en su amor a la enajenación del tesoro,
ellos se ven enmarcados por esa naturaleza, que era su entorno, ajenos a la morbidez
de interiores, positivos esos momentos, diferenciados de las demás secuencias en
su bucólico tratamiento de ese ambiente.
Acorde a la
época, en cuanto al manejo de la cámara, o al despliegue de otros virtuosismos
técnicos, el desenvolvimiento, el lenguaje de la cámara, se encuentra aún a
nivel embrionario, la cinta no presenta superposiciones de planos u otros
artilugios, no se resquebraja la narración convencional, el desarrollo plano de
los sucesos nunca se quiebra. La seriedad del filme, sin embargo, es palmaria,
el maestro apenas empezaba, pero ya lo tenía todo, estaba listo para producir
sus mejores obras. Considero que el de Pabst es un caso, con las distancias de
uno a otro, relativamente similar al del otro virtuoso tapado de la época, Paul
Leni, pero con distintas razones, pues siendo uno tan prolífico como Pabst, y
el otro cruelmente arrebatado por la problemas sanguíneos dejando corta
producción, ambos fueron opacados por los maestros mayores Lang, Murnau, tal
vez incluso Wiene; pero su talento queda patente para siempre, siempre
referenciados por el conocedor del cine clásico. En el filme del austrohúngaro
la ambición se yergue por encima de todo, los tres viejos, el viejo campanero,
su mujer y su trabajador se ven sobrecogidos por la ambición que despierta la
fortuna, su voluntad desaparece, los padres son capaces de renunciar a su hija por
obtener una parte superior del botín. Y esos individuos se irán transformando
en casi infernales personajes, que dan rienda suelta a su maquiavelismo en su
francachela, fluye su crapulencia, su ambición los ha deshumanizado, olvidarán
a la carne de su carne por el dinero, y sus gestos en esos momentos cumbre son en
efecto infernales. La demencia se va apoderando de los personajes, de tal manera
que rebasa el contexto mismo de la cinta, pues somos introducidos, aunque
escuetamente, a ese contexto, es la tierra de Marburg, hoy Eslovenia, alguna
vez invadida por los turcos, posteriormente expulsados, ahora albergando los
acontecimientos que presenciamos. Pero ese contexto podría variar, podrían ser
otras circunstancias, otra tierra, otros personajes, pero probablemente la
tesitura, la terrible situación aproximaría a todos los factores a las mismas
aberrantes concomitancias, pues son emociones muy básicas las que mueven a los
humanos, la ambición a la cabeza; podría ser cualquier lugar, en cualquier
momento, pero esas situaciones podrían desencadenar desenlaces muy similares. Un
fuerte cambio observamos en los mismos individuos a cuya casa fuimos
introducidos con esa fotografía construida con familiar aproximación, con la
imagen de la perra con su camada de cachorros, las aves de corral, las imágenes
del campo. En cuanto a los actores, el gran Werner Krauss es sin duda otro de
los atractivos del filme, aún con la inercia de El Gabinete del Doctor Caligari (1920) un poco fresca, el célebre
actor alemán era ya un ícono, figura en reiteradas películas centrales del
expresionismo alemán, y como se dijo, su sola presencia enaltece la cinta, un
siempre positivo aliciente para el conocedor de la figuras del clásico cine
silente. Es una simple pero concisa historia, una cinta que funciona en su
economía, de pocos personajes, de pocos escenarios, pero que aprovecha y saca
todo el rédito de esos limitados recursos, en el que encontraremos un final
feliz, poco expresionista desenlace, otra diferenciación de los tradicionales
trabajos expresionistas, son finales contrapuestos, la muerte en muchos de
estos casos, con la sublimada felicidad del filme ahora comentado. Pabst iniciaba
su andadura cinematográfica, figura destacada pero a la vez olvidada, un
ineludible autor de la etapa silente del séptimo arte.
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