lunes, 27 de agosto de 2018

Los Proscritos (1918) - Victor Sjöström

Privilegio y placer es lo que significa apreciar una cinta del calibre del presente trabajo, uno de los mayores artistas de la era silente del séptimo arte consolidaba su gran filmografía, su imperecedero legado artístico continuaba tomando forma, evolucionando, la gran lumbrera que fue Victor Sjöström forjaba su leyenda. Y lo hacía de la manera en que siempre supo trabajar, el formidable maestro actúa y dirige en este drama, algo ciertamente singular para el género, e incluso participa en la elaboración del guión de la novela de Jóhann Sigurjónsson, donde intensos sentimientos y trágicas circunstancias se sucederán. En el otro lado del mundo, en tierras nórdicas, un solemne y exquisito cine iba formándose, la propia escuela de esa región, Suecia, Noruega, Dinamarca, producían cineastas extraordinarios, insuflados plenamente del sentir y de la influencia de su tierra, y que darían nacimiento a otra concepción cinematográfica, que luego los magnates yanquis decapitarían infamemente. De cualquier forma, es esta la historia de un prófugo, ladrón perseguido que por años vive escondido en las montañas, hasta que llega a una localidad campesina, donde hallará amor en la más acaudalada mujer del lugar, sin embargo, descubierto su origen, huye con ella, se esconden, tienen un hijo, parecen felices, pero la trágica desgracia no tardará demasiado en alcanzarlos otra vez.

                  


Mediados del siglo XIX, Islandia, en una comunidad campestre, vemos a Björn (Nils Aréhn), concejero de la localidad, y a Arnes (John Ekman), pastor foráneo, lugar al que luego llega Kari (Sjöström), otro forastero que está buscando trabajo. Es llevado entonces con la viuda Halla (Edith Erastoff), poderosa mujer de la localidad, que le da oportunidad laboral al forastero. Björn, cuñado de ella, le propone matrimonio, ambiciona su fortuna, pero ella no tarda en enamorarse de Karin. El concejero está intranquilo con el extraño, más aún cuando un lugareño le diga que ha reconocido al tal Kari, como Berg-Ejvind, un perseguido y fugitivo ladrón. Durante una fiesta que ofrece Halla, nombra como capataz a Karin, pero el celoso Björn le confiesa a solas lo que sabe, ella no le cree, una pelea se desata, Kari es ganador. Pero, a solas, él confiesa la verdad, es Berg-Ejvind, le narra cómo la necesidad le hizo robarle a un párroco, fue descubierto y perseguido; ahora, él la ama de verdad, y ella le corresponde. Se casan y escapan juntos a las montañas, donde cinco años pasan rápidamente, donde engendran un vástago, y donde reinan en las alturas, hasta que un día aparece Arnes. Inicialmente amigo, su deseo por Halla lo enloquece, y con él los demás pueblerinos los encuentran. La pareja huye de nuevo, pero esta vez, una terrible tormenta los matará, juntos.











Esta cinta es tan necesaria para el apreciador de cine clásico, que no ha faltado quien la llamara, quien la catalogara como la primera película de cine arte, con toda la fuerza y significancia que una afirmación así tuviese, en los años en que muchos de los mayores genios del cine venían trabajando. Y una de las mayores razones, sino la mayor, por la que esta cinta se diferencia y genera casi un nuevo género cinematográfico viene a ser el medio geográfico empleado de manera tan ejemplar, pues el cineasta sitúa todo en Islandia, y aunque en realidad haya sido rodado el filme en Suecia, resulta ser un cambio atinado y verosímil, la fuerza y coherencia de ese entorno, de esa región, es lo que hace a este cine tan reconocible, no solo en tratamiento cinematográfico propiamente, no solo en técnica audiovisual, sino también en sentir, en humanidad, en vena artística, es lo suyo. Pronto vemos el campo, las ovejas, conformando un elemento que ya no desaparecerá, la naturaleza, un elemento que, conforme avance el filme y los sucesos, veremos cómo se funde cada vez más con los humanos, ese sempiterno sello de exteriores, como si fuese un cine naturalista, es un prodigioso sello distintivo del filme. Y lo es también del cine nórdico, que con esta cinta iniciaba gloriosa andadura, triste y repentinamente frenada por la infame industria norteamericana, que, pensando más en un negocio que en un arte, vio con recelo y temor a la naciente escuela estética nórdica como una amenaza para sus intereses de monopolio en la industria cinematográfica, y simplemente le arrebató a sus mayores genios, tanto a directores como actores, incluidas figuras de la talla del propio Sjöström, o la esfinge sueca Garbo; pero esa es harina de otro costal. Así, veremos el imponente escenario sueco -islandés en la cinta-, los majestuosos nevados, poderosas montañas, elevadas cimas, cascadas, lagos, y claro, esa poderosa catarata -meollo visual dentro de esa gran variedad de recursos naturales-, una extraordinaria paleta natural para engalanar de inigualable forma el filme mudo, y es en la segunda parte, por supuesto, donde toda esa maravilla visual tiene pista libre, y donde se expresará con toda la fuerza que un maestro y pilar de toda una corriente cinematográfica puede imprimir. Revolucionaria cinta ciertamente, pues hasta entonces nadie había rodado con ese desparpajo y maestría en exteriores, con ambientes completamente naturales, un estilo, una sensibilidad, pocas veces vistos, o nunca siendo más justos, película que veremos clausurada por un fotograma de esa misma potencia naturalista, pues los sufrimientos han terminado.













Es de esta manera que vemos que en el sueco muchos de sus nortes cinematográficos se encuentran ya definidos, y es que en apenas seis años de iniciada su andadura como realizador, el versátil maestro también demuestra ser muy prolífico. Con Sjöström a la cabeza, acompañado de otros gigantes de la talla del finlandés Stiller (que produjo sus mejores trabajos en Suecia), los suecos sentaban su propia escuela, si los alemanes tenían su expresionismo, si los italianos tenían su realismo épico, si los franceses tenían su impresionismo poético, los suecos dieron forma a este singular cine, naturalista podríamos llamarlo, y con personajes, historias, de profundidad sentimental e intelectual. Plenamente diferenciable este otro cine, a nivel de sentimientos plasmados, pero técnicamente también, una extraordinaria escuela entraba a la posteridad, no tan conocida o mediática como las antes mencionadas para el paladar menos versado, pero igual de válida y apreciable. Desde luego, hay cimiento para todo esto, el sentimiento e intelectualismo mencionados en los nórdicos viene por excelencia de la herencia del drama, la herencia teatral que corre en sus venas, posteriores titanes del cine seguirían atestiguando esto, con Ingmar Bergman al frente, discípulo aventajado y heredero de Sjöström, que sería una de las puntas de lanza en ese sentido. Da muestras de su taumatúrgico estilo de trabajo, el genio no “solamente” actúa y dirige, sino que colabora con Sam Ask, guionista principal, para elaborar el manuscrito que serviría de guía para el rodaje, se involucra también el director en la elaboración del guión, un talento tan inusual como descomunal, sobre todo para el género dramático, pues símil circunstancia era un poco más común en la comedia. Realmente son pocos los artistas que sobrepasan un campo cinematográfico de manera tan contundente y regular, consistentemente, pues esa versátil facultad de trabajar es algo que repetiría en sus mayores logros cinematográficos, siendo ejemplar en esto el posterior filme que, con la cinta ahora comentada, conforma la considerada triada, La Carreta Fantasma (1921) -la tercera sería El monasterio de Sendomir (1920), donde el director no actúa-. Veremos pues las prestaciones teatrales del director, que se dejarán apreciar en varias secuencias, donde la composición de los encuadres transmite esa tibia herencia dramática del teatro; particularmente notables en ese sentido las secuencias de Berg-Ejvind confesando la verdad de su origen a Halla. El maestro, como tantas otras veces, se luce, brilla como actor, no hace falta recordar que sus inicios fueron como actor de teatro, su interpretación denota esa experiencia, soltura y fervidez en su encarnación, una intensidad histriónica que a la mismísima Selma Lagerlöf supo seducir. Claro, tanto que impactó a una personalidad literaria de la talla de Lagerlöf, la primera mujer en ganar un Premio Nobel, ella supo valorar al genio y darle el increíble privilegio de adaptar al cine una novela suya por año, inverosímil privilegio, que cuenta la leyenda se ganó el director tras interpretarle en vivo, y en su domicilio a la literata, su visión de La Carreta Fantasma.













Es irrecusable señalar, no con poco pesar, que este artículo se basa en una versión de la cinta de reducido metraje, inferior en casi una hora al original metraje del director, y en esta versión se advierte cierta compresión narrativa, es otro ejemplo más de la crueldad de algunas circunstancias del cine silente, en donde numerosas obras maestras se rodaron con más de un corte o versión definitiva -en algunos casos muchos incluso-. Circulan así arbitrarias versiones muchas veces, y la original o verdadera obra es inaccesible, o de muy difícil acceso, dejando la inicial, verídica y real intención del artista, soterrada. Cincuenta minutos de corte que hacen que el filme pierda fuerza y cohesión en la mutilación, es el portazgo a pagar; pero no por eso dejamos de apreciar este manjar audiovisual que Sjöström nos presenta. Nuevamente, y como era normal en los filmes de la época, la cámara se manifiesta estática, carente de mayores movimientos, es el montaje el que brinda ese dinamismo que la cinta finalmente exhibe, es una cinta casi totalmente lineal en su desarrollo y narración, pues son los sentimientos, la fuerza de las desgracias, la crudeza de sus vicisitudes, los ejes del filme, la fuerza de todo el filme está en las apabulladas y abrumadas psicologías atormentadas de los protagonistas. El único momento en que se rompe la narración lineal, es con ese flashback donde Berg-Ejvind no puede más y abre su corazón y su espíritu a Halla, narra sus pasadas tribulaciones y desgracias cuando la necesidad le hizo robar, o eso es lo que asegura. También, otra efímera y terrible excepción, el infante, el hijo de ellos, que aparece con superposición de planos, que aparece fantasmagóricamente sobre el agua, la madre lamenta la pérdida de su vástago, terrible figura en efecto; aún en la etapa inicial su cine, luego adquiriría el cineasta las prodigiosas destrezas que veríamos descollar deslumbrantemente en La Carreta Fantasma, pero ya lo tiene todo el maestro, los mayores prodigios estaban a punto de concretarse. En esta etapa inicial asimismo, por momentos se advierte una ligeramente excesiva carga de diálogos, que cortan un poco la fluidez de las secuencias, pero es un detalle que se va corrigiendo en la cinta, además de un lastre que luego aprendería a paliar, reemplazando palabras, textos, por poderosas herramientas audiovisuales. En el filme deambulan personajes infelices, desgraciados, atormentados y atribulados fugitivos, que pueden huir de anteriores errores, de su pasado, pero no de algo, de su destino, de ese destino malditopues parece una maldición disfrazada de fatalidad la que nunca abandona al protagonista, hasta finalmente arrebatarle todo lo que le interesó. Es la aventura del infeliz que tiene otra oportunidad de alcanzar la felicidad, seres marginales pueblan estos relatos, era la influencia de la literatura de entonces, asimismo no fallará en dejar el cineasta patente su profunda religiosidad, en este y en futuros trabajos. Una historia en la que el supuesto villano es un antihéroe, resulta siendo el de fibra moral más decente, siendo ejemplarmente inquietante Arnes, que, cegado por la ambición y el deseo carnal, casi corta la cuerda de la que pendía su amigo, lo traiciona, o piensa en traicionarlo; en esta historia de tormentos, los humanos son cambiantes, pero para mal, incluso el amor influirá de manera negativa en ese caso, bajos y básicos instintos humanos desatan la pesadilla, celos, ambición, envidia, enajenación colectiva, todo termina por abrumar y ahogar al infeliz que buscaba redimirse. Así, el amor será la llave para la redención de Berg-Ejvind, el ladrón tiene la gran suerte de que una acaudalada mujer lo ame, lo ame hasta para dejar atrás su vida, su sociedad, todo por él, pero en esta gran noria de emociones que es el filme, la fatalidad no deja nunca a nuestros protagonistas. Ellos son la final víctima de esa histeria colectiva, un colectivo que no da tregua, donde su hijo les es arrebatado, la fuerte desgracia, la crudeza de sus tribulaciones, nos golpea también, pues en esta estela trágica no hay final feliz, y resulta conmovedor ciertamente, pues ellos, tras una vida entera, años juntos, senectos ya, no tienen descanso. Cuando parece que la vida los ha golpeado ya suficiente, no basta, y hasta su amor, que parecía los acompañaría hasta el final, tiembla, se tambalea, ese amor termina siendo trágico, pero aún en semejante tesitura, ellos terminan juntos, en ese cuadro final que nos impacta, los congelados amantes encontraron final despreciable a su amor, a eso que fue, como dicta un texto, su única ley, su amor. Extraordinaria cinta, epifánica podríamos decir, se iniciaba una nueva manera de rodar, de acoplar medios naturales al cine, y veremos al maestro en la poderosa corriente de agua, son poderosas secuencias, es una gran novedad, ciertamente era otro sentir cinematográfico, era una naturaleza nueva para rodar filmes. Extraordinario, cine arte, el maestro de Ingmar Bergman, el maestro del cine sueco silente, nos maravilla con una de sus mejores obras, ineludible de apreciar para el amante del gran cine clásico.

















1 comentario:

  1. Excelente reseña. Vi recientemente este filme y me impactó su historia y fuerza visual, que tan bien explicas.

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