Una cinta singular la que tenemos en esta ocasión, de la época en que un gigante inolvidable del arte cinematográfico estaba todavía en años formativos, 1919 fue el año en que Fritz Lang daría al mundo sus primeros trabajos, sus primeros pasos como cineasta, y lo haría generando tres filmes. Esta sería la tercera película del gigante director, tras la debutante Halbblut, y luego Der Herr der Liebesin, sin embargo es esta tristemente la primera en cronología que se conserva aún a día de hoy, una cinta no exenta de curiosos y memorables detalles. Solo por mencionar algunos de esos detalles, fue esta una película enorme, inicialmente planificada para rodarse en cuatro filmes, en cuatro largometrajes, El lago dorado sería el primero, trabajo por el que Lang perdió la oferta de Erich Pommer de dirigir El Gabinete del Dr. Caligari, la legendaria película madre del expresionismo alemán; posteriormente se produjo El barco de diamantes, segundo episodio de los cuatro, pero ahí se terminó el proyecto. El filme, de cualquier manera, nos narra las aventuras de un acomodado aristócrata, que encuentra un misterioso pergamino que informa de formidables tesoros provenientes de los Incas en Perú; el pergamino le es robado por la agencia secreta Las Arañas, y él, junto a otros personajes, pasarán numerosas peripecias para poder llegar al fabuloso tesoro pese a los espías.
Un sujeto en una isla arroja un pergamino en una botella al mar. Luego, en un distinguido grupo reunido en San Francisco, Kay Hoog (Carl de Vogt) ha encontrado ese pergamino, el mismo que un misterioso sujeto roba. Hoog, junto a la bella Lio Sha (Ressel Orla), identifican al ladrón como miembro de la sociedad secreta Las Arañas, y se embarcan por el tesoro que el pergamino indicaba era del antiguo Imperio Inca. Llegan primero a México, mientras Las Arañas se embarcan también. Ya en tierras peruanas, los Incas planean un sacrificio humano y que así regrese su antigua gloria imperial perdida, Hoog y Sha son capturados, él es salvado por Naela (Lil Dagover), bella sacerdotisa del Sol, que lo hace escapar del sacrificio. Hoog y Naela regresan a América, se atraen, esto desquicia a Sha, que asesina a la sacerdotisa; Hoog jura venganza. Sha, lideresa de Las Arañas, comienza a hacer movimientos con su gente para localizar unos valiosos diamantes, mientras Hoog la busca y se interna en el barrio chino en busca de información, y trabaja con el magnate de los diamantes John Terry (Rudolf Lettinger). Sha también continúa buscando las joyas, hay viajes por mar, se internan en una cueva, se hallan vetustos cadáveres y joyas, allí finalmente encuentra a Hoog, lo apresa, pero él escapa. De regreso en Londres, al parecer Sha ha muerto, y Terry encuentra a su hija, secuestrada.
Esta película es una de esas obras clásicas, una de esas cintas, que el tiempo ha ido añejando y convirtiendo en obras de no muy sencillo acceso, y más aún, de mayor complejidad en su completo y justo análisis debido a las circunstancias que han rodeado su producción, y sobre todo el destino mismo de la obra primigeniamente concebida por su autor. Sí, es importante, es necesario contextualizar el largometraje, aunque suene obvio, pues contextualizar es paso necesario para toda apreciación de una obra artística, de ese modo entenderemos que por esta cinta dejamos de ver a este gigante alemán al frente del proyecto de Caligari, es Lang antes de ser Lang, antes de nacer el gigante, antes de que exista o nazca como movimiento artístico el expresionismo, antes de todo, antes de que el maestro produzca las descomunales joyas que años después vendrían, y cambie el cine para siempre. Es por consiguiente esta, una cinta coyuntural, y para siempre quedará la incógnita, el saber que Lang pudo haber dirigido a Conrad Veidt y a Werner Krauss, y engrandecer todavía más, si cabe y si es posible, su descomunal figura, que se encuentra ya extraordinariamente engalanada con obras de la talla de El doctor Mabuse (1922), Los Nibelungos (1924), Metrópolis (1927), joyas todas del séptimo arte. Es este un filme tan singular que encontraremos a un Lang aún sin su impronta cinematográfica principal, las más palmarias de sus directrices audiovisuales aún no se definían para entonces -si bien es cierto que el dómine no tardaría casi nada en hacerlo, en realidad-, no dejando de ser un momento notable ver a un futuro maestro, aún dando sus primeros pasos formativos. Tanto es así, que lo vemos embarcándose en una cinta de aventuras exóticas, rodando esas exóticas aventuras y peripecias, en escenarios igualmente exóticos, esto al menos en intención, pues no menos cierto es que la cinta no se rodó en la milenaria tierra peruana, el país que alumbró a quien escribe, por cierto. No pocos pretenden ver en esta cinta a un futuro, quizás un guiño o un proemio a los futuros westerns que luego Lang rodaría en estudios hollywoodenses; pero de cualquier forma, es una cinta muy atípica, tan atípica como apreciable.
Así vemos a los indígenas, los Incas, oriundos americanos, exotismo en los humanos, y ese exotismo se incrementará más todavía cuando se ingrese al barrio chino, Chinatown, una mayor variedad en los elementos humanos, que potencia además ese exotismo en las aventuras, de acuerdo a los medios de la época, como viajes por mar, excursiones a viejas cavernas abandonadas, incluso desplazamientos en globo aerostático, aventuras notables, en las que hasta encontraremos magia y hechizos. Como breve paréntesis, otro detalle a notar será cómo las antiguas razas, las antiguas civilizaciones, los nativos incaicos y los nativos de Asia, ambos desean un renacimiento de su cultura, desean que se recupere su perdida gloria y poder. De igual modo, Lang intentará plasmar, aunque con moderado éxito ciertamente, los ambientes incaicos, los emperadores hijos del Sol, los ostentosos templos, con las conspicuas piedras de múltiples ángulos, patrimonio de la humanidad, todo configura una representación, algo escasa de pompa y boato, de un ambiente milenario, perdido. Asimismo, por lo mismo que se habla de la austeridad en la final representación, se siente también como un pendiente, como un lamentable desperdicio, no haber plasmado las impactantes y majestuosas locaciones sudamericanas, los paisajes, el gran ande peruano, sin duda algo no permitido por el presupuesto. Probablemente era una ambición prohibitiva rodar en el mismísimo Cuzco, siendo una delicia imaginar a Lang en Machu Picchu; muchos años después, su paisano Werner Herzog, sí que sentaría cátedra y escuela rodando filmes inmortales en la selva peruana. Pero continuando en esa línea, por eso mismo se nota también cierta frugalidad en mostrar los templos, una de las maravillas de la riquísima cultura incaica, ese era otro de los detalles por los que resaltaba la cultura americana, y termina siendo otro detalle en el que la cinta se quedó un poco corta en su representación; se evidenciaba la distancia, solo por mencionar la diferencia de un arte a otro, con el cine italiano y su sobrecogedor y épico realismo, con sus descomunales representaciones, a años luz en ese aspecto de la vena audiovisual alemana. Se da preponderancia a las correrías, tiroteos, peleas, las acciones, las aventuras, las peripecias son el centro de todo, se le da primacía a esto por sobre mayores destrezas técnicas, ya sea en el manejo de la cámara, o en la fabricación y empleo de grandes decorados. Esto lleva a que haya una continuidad, una causalidad en las acciones que son el núcleo del filme, inusual una cinta de Lang en la que la sucesión y linealidad de eventos sea tan convencional, es en buena medida una cinta de aventuras, donde las aventuras lo son todo, y donde un pronto, sucinto y conciso prolegómeno se despliega. Allí, lo primero que vemos es a un anciano, sin mayores explicaciones, introduciendo el añejo papel en una botella, para a continuación arrojarlo al mar; no tenemos mayor información, pero ya sabemos que ese papel es valioso, ya sabemos que una aventura se avecina, está a punto de suceder.
Hablando ya propiamente de la factura técnica, de la puesta en escena y realización del filme, casi nunca se romperá la rigidez y linealidad visual, técnica, observaremos muy pocos recursos que rompan ese convencionalismo visual y narrativo, solo apenas unas pocas superposiciones de planos, como recursos que rompan esa planicie. Se apreciarán pocos primeros planos, casi siempre planos medios, planos generales, pocos recursos técnicos, era un doncel Lang, es en gran medida este un producto comercial, es un producto nacido, pensado en entretenimiento. Inevitable era, asimismo, dada la naturaleza y configuración de la historia, que más de uno quiera ver elementos previos de futuras películas de aventuras, siendo los más atrevidos quienes vean acá el decálogo, los cánones del género de las películas de aventuras, las futuras cintas del serial de Indiana Jones. Se dice pues que los elementos canónicos se encuentran ya aquí, el germen de esa posterior corriente contemporánea de cintas parece haberse cimentado en largometrajes como el presente, y apreciamos aquí el futuro género de aventuras y travesías, al estilo del personaje ya citado si se quiere, ese estilo comercial que no es donde más descolla Lang, y terminamos por apreciar un filme que en el resultado global, se siente plano, lineal, convencional. Asimismo, entre los otros pocos recursos distintos, tenemos juegos de sombras en algunas secuencias en Asia, presionando y amenazando al ser espiritual para que encuentre una de las joyas que buscan; dentro de la austeridad general de la cinta, esa breve secuencia es uno de los segmentos que, con cierto aire timorato, remite -con tibieza pero al menos lo hace-, a la oscuridad y retorcimiento expresionistas. Se observa una seriedad en la puesta en escena, se manifiesta, como era normal para la época, fines de la primera década del siglo pasado -y del milenio pasado a su vez-, una cámara estática, de no mucha movilidad, esto lo veremos pronto desde las sobrias imágenes iniciales de los sibaritas, luego unos primeros minutos que no dejan apreciar mucho mayor virtuosismo técnico. Es muy interesante notar, empero, que, y como ya se mencionó, hubo un incidente común de este filme con Caligari, Lang perdió la oportunidad de dirigirlo, cayendo el proyecto finalmente en las manos de Robert Wiene y generándose la imperecedera obra expresionista que todos conocemos; pese a ello, a esa pequeña desavenencia, podemos identificar elementos visuales comunes, imágenes que nos remiten a la cinta de Caligari, como las célebres escaleras, reiteradas escaleras, además de algunos claroscuros que nos remiten a la oscura estética del expresionismo. Al parecer, Lang bebió de las mismas fuentes inspiradoras, después de todo. Alguna licencia habrá que aceptar a la historia, al cineasta, siendo el mayúsculo, el casi imperdonable hecho del salto idiomático, viendo que un explorador norteamericano se entienda a la perfección con una nativa incaica, una quechua hablante; es una licencia enorme ciertamente, pero es el peaje que deberemos pagar, pasar por alto eso para apreciar el fondo de la historia. Otra licencia, casi igual de grande, es ver a nativos, a indios incaicos coexistiendo aún entre contemporáneos aristócratas aventureros, es el portazgo por ver la historia. Es ineludible señalar que el presente artículo se basa en una muy atípica obra, pues como se dijo, Las Arañas se componía inicialmente de cuatro relatos, de los cuales solo se llegaron a producir dos, ambos segmentos audiovisuales por cierto con un espacio cronológico, con una separación de unos pocos meses; pese a ello, son obras que se pueden considerar independientes, durando juntas, más de tres horas. Pero quien escribe tuvo acceso a otra versión, otro corte, un corte que, siendo francos, ignoro exactamente dónde o cómo nació, y que tiene una duración, juntando ambos capítulos, de dos horas con diecisiete minutos, con evidentes mutilaciones; un ejemplo sin duda de lo antes referido, las circunstancias a las que los años someten a cintas del periodo clásico, con distintas versiones o cortes circulando. Con lo mencionado, es una pena, pues, pero debemos considerar que tenemos aquí aventuras inconclusas, el final del segundo filme, El barco de diamantes, evidencia eso; se dice que incluso Lang tenía ya preparados los guiones de las dos siguientes películas, que completaban el cuatríptico, algo que nunca vio la luz. La cinta, en un juicio tal vez acerbo, termina siendo de mayor valía como un filme nacido en una tesitura, como una trivia o curiosidad cinematográfica, que como una joya cinematográfica en sí, es inevitable finalmente sentir al filme como no una de las mayores producciones del gigante director germano. Sin embargo, y aunque huelga decirlo, Lang es un director clave para el estudio del cine, parte fundamental del cine mudo, es necesario apreciar esta coyuntural cinta, un momento en el que nacía entonces, de cierta manera, el género de cine de aventuras, un momento en el que nacía también el expresionismo, aunque en otro estudio, con otro director y con otra película. Es un trabajo de Lang antes de que convierta en el genio inmortal, es indispensable para analizar toda su obra, toda su producción, o al menos todo lo que se ha conservado de ella, cinta que apasionará sin duda al amante de cine mudo.
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