A finales de la
década de los 20 de la centuria pasada, una de las mayores revoluciones del
cine, sino la mayor, estaba a punto de darse, el cine mudo tenía las horas
contadas, el sonido estaba ya a escasa distancia de nacer para el arte
cinematográfico, un cambio imparangonable. En Inglaterra, uno de los directores
que mejor supo dirigir filmes en ese momento cumbre, fue Adrian Brunel, cuya
carrera se vio un poco frenada con esa gran revolución, pues durante los 20 fue
su momento de mayor brillantez artística. Para este, uno de sus finales filmes
de ese periodo, adapta el británico una exitosa y polémica novela de Margaret
Kennedy, en la que hasta Alma Reville, la célebre esposa de Hitchcock, colaboró
en la elaboración del guión. Es esta la historia de unos artistas, uno, un
joven compositor musical, que va a visitar al otro, viejo y en la recta final
de su vida, que vive con su familia, exclusivamente formada por mujeres, en una
alejada cabaña. El maduro compositor fenece, y cuando una prima de la familia
va a llevar a las chicas a un centro de estudios, ella se enamora del joven;
con lo que no cuenta el muchacho es con enamorarse de una de las hijas del
finado. Un filme plagado de grandes estrellas del momento en el cine mudo, con
una dirección ciertamente no extraordinaria, pero muy correcta, que es parte de
la obra de un respetable director británico de la era silente.
En un tren, el
joven músico Lewis Dodd (Ivor Novello) viaja a ver a un viejo maestro, retirado
en el campo de Austria con su esposa e hijas. Al llegar, encuentra a la hermosa
Tessa (Mabel Poulton), su amiga de infancia, además de Antonia (Benita Hume), Pauline
(Dorothy Boyd), hijas de Albert Sanger (Georg Henrich), el anciano compositor,
y la tercera esposa de éste, Linda (Mary Clare). Lewis pasa muy buenos ratos
con la familia, cenan, ríen, congenian, mientras Ike (Peter Evan Thomas) corteja
a Antonia, pero Albert muere repentinamente. Ike y Antonia se casarán, un tío de las muchachas
va a la alejada casa, Tessa y Pauline irán con él a Inglaterra a estudiar; la
hija de este tío, Florence (Frances Doble), tras un breve cortejo de Lewis, se
enamora, compromete, y casa con el músico, para decepción de Tessa. Las bodas
suceden, ya en Inglaterra, Lewis se incomoda pues Florence organiza reuniones con
sus influyentes amigos para beneficiar su carrera musical, la frivolidad lo
hostiga, mientras Tessa y Pauline, hartas del internado, se escapan y van a
casa de ellos; Florence recíbelas con desgano. Lewis desaira a Florence y su
reunión con amigos músicos, la humilla varias veces, mientras nace poderosa
atracción mutua con Tessa, Florence lo nota, pero ya no hay marcha atrás, los
amantes planean huir juntos, lo hacen, dejan todo; empero un trágico desenlace
les espera.
El final de los
años 20, e inicios de los 30, más concretamente 1929, con El Cantante de Jazz, implicó cambios irreversibles para el séptimo arte, en
forma de la llegada del sonido al cine; algunas carreras acabaron, abruptamente
llegaron a su fin al no poder los artistas adaptarse a semejante cambio.
Problemas de dicción para algunos actores, maestros directores del cine mudo
que no pudieron dar el salto al sonoro -el gigante Chaplin vaticinó que la
llegada del sonido era algo pasajero y sin futuro en el cine; le costó
adaptarse, pero finalmente lo logró-, diversos fueron los motivos, muchas las
carreras que no volvieron a ser las mismas. En ese contexto, justo antes de ese
gran cambio, ve la luz este filme, todavía encuadrado, naturalmente, dentro de
las directrices del cine silente, como ya veremos. Para empezar, el filme se
caracteriza por tener en prácticamente su totalidad, planos fijos, estáticos, habrán
primeros planos, planos generales, variará la perspectiva, pero nunca la falta
de movimiento, la sempiterna quietud de la cámara, de un dinamismo nulo, un
desenvolvimiento casi inexistente; con los emplazamientos de la cámara,
asimismo, se aproxima a la representación teatral. Lo único que rompe
tibiamente, con timidez, esa planicie y linealidad en el lenguaje narrativo y
visual, es el empleo, efímero, de algunas superposiciones de planos, en las que
vemos la campana del mayordomo de los Sanger, y las notas musicales durante
algunas interpretaciones, o las letras de la respectiva canción; pero aparte de
eso, nada más, todo el filme será narrado de manera convencional y plana. Estando
a puertas el arribo del sonido al mundo del cine, durante la integridad del
filme, no variará ese desenvolvimiento de la cámara, estática como un árbol, y
con la mencionada salvedad de las sucintas superposiciones de planos, no se
romperá esa rigidez visual.
Para compensar
ese desarrollo un tanto estéril de la cámara, la calidad actoral de los
protagonistas era necesaria, y desde luego que las estrellas cumplen a plenitud
con la labor. Está Mabel Poulton, una de las mayores estrellas femeninas en el ocaso
del cine mudo, acompañada por Ivor Novello, en la cúspide de su carrera, todo
un sex symbol de la época, antes que la llegada del sonido trunque su estrellato,
por los días en los que el maestro Hitchcock lo descubriría para la un año
antes estrenada El enemigo de las rubias
(1927), tal vez con mediación de Alma, su mujer. La hasta entonces meteórica
carrera de Novello seguía su rumbo, acá rodeado de mujeres, reforzando su imagen
de estrella masculina, una de las mayores referencias del cine británico, antes
por supuesto que el sonido cambiara todo para siempre. La década de los 20 fue la
de mayor éxito para el cineasta, dejando esto patente en el trabajo ahora
analizado, de seria puesta en escena, y reforzada por, como vemos, las
fulgurantes estrellas del momento. Asimismo, como en tantos otros filmes de la
época, se sacrifica brillantez, ambiciones mayores y complejidades técnicas
-libertades técnicas, libertad de la cámara, que, naturalmente y siendo justos,
irían llegando sucesivamente en años venideros-, para dar preponderancia al
drama, el drama que se representa es todo, las peripecias y trágicas penurias
son el centro de todo, ante cuya primacía se prescinde de mayores ornamentos
técnicos. Se observa así preponderancia de los seres humanos, sus acciones, sus
avatares, por sobre mayores virtudes, trucajes o artilugios técnicos en la
puesta en escena, y es esa una de las causas por la que la cinta se emparenta
considerablemente más con una puesta en escena teatral que con un ejercicio
puramente cinematográfico, se ciñe más a la concepción de la obra primigenia,
el drama teatral.
El drama es,
por cierto, un gran bosquejo humano, pero principalmente, un bosquejo femenino,
numerosas féminas, cada una en su interior mundo, van floreciendo, descubriendo
la madurez, la sexualidad, la necesidad y casi obligación de casarse; muchas
son la perspectivas pero naturalmente es Tessa la protagonista mayor,
enfrentada a severo duelo con Florence. Las féminas que descubren un nuevo
mundo son pues núcleo del filme, su padre ha muerto, la situación apremia, las
mandan a estudiar a Inglaterra y para evitarlo, no se les ocurre mejor idea que
casarse, con dispares destinos cada una, pasando del mayordomo de la familia,
al adinerado Ike. Dispares son sus destinos, como es normal en la vida, pero la
necesidad es la misma, el matrimonio como una necesidad, una escapatoria a un
cambio radical en sus existencias, se hacen mujeres, la vida con las hermanas
ha de cambiar, para buscar marido, vivir con un hombre, aunque solo Antonia lo
logra de inmediato. Algo de polémica y tabú desató la película, por cierto, por
el tema de unas adolescentes que descubren de una manera relativamente
contundente, para la época, la sexualidad y adultez, aunque en el filme se
disminuye un poco esa adolescencia siendo las féminas ya mayores de edad. Las
féminas desbordan el filme, siendo desde luego el duelo central el de mayor
tensión, Tessa enfrenta a Florence, la ingenua jovencita contra la dominante y
deseosa de ascender socialmente Florence, en un duelo femenino y actoral
contrastante y notable. Ahora bien, dentro de la tendencia general del filme, una
de las secuencias más interesantes es la del concierto, en la que se rompe la
normalidad, la monotonía que hasta entonces imperaba de manera inquebrantable en
el filme, se pergeña la distribución de las personas y de la cámara, y el
encuadre de esas tomas de forma precisa, dotándose a esas secuencias de una
naturaleza sensiblemente diferente a lo demás, secuencia que, junto a las
breves de exteriores, son lo más distinto de la película en el aspecto técnico.
Como se dijo, si bien difícilmente puede ser considerada una obra maestra, la
cinta es un notable ejercicio de cine mudo, cine mudo británico, siempre
apoyado por la gran solvencia de sus estrellas en el reparto; es importante
además la cinta pues, luego del arribo del sonido, y la disminución en
producción de Brunel, muchos de sus filmes sonoros se dieron por oficialmente
extraviados, siendo considerados hoy en día como valiosas joyas
cinematográficas que deben rescatarse, por lo que esta cinta es una de las
últimas obras de este gran cineasta que se conservan. Finalmente, el drama
debía tener un final trágico, acorde a la naturaleza de las pasiones desatadas,
celos, desamor, frustración, la pobre Tessa no podrá disfrutar del calor de su
amado, clausurando fatalmente esta apreciable adaptación cinematográfica, de un
director casi nunca citado entre los mejores ni más celebres, pero que no en vano
algunos críticos intentan vindicar y rescatar su obra.
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