El presente
largometraje reúne a algunos de los más conspicuos nombres de la escena
cultural nórdica, y sueca siendo más específicos, Mauritz Stiller, de orígenes
finlandeses pero de producción sueca, y Selma Lagerlöf, la primera mujer en
ganar el premio Nóbel, que por cierto debutaba en el mundo de las letras con
esta, su primera novela, en la que se basa la película; un tercer nombre, y no
menor, se une para formar la terna, la legendaria esfinge sueca, Greta Garbo.
Nombres ciertamente ilustres conformando la cepa de este inolvidable filme,
referencial en la cinematografía clásica de ese país, además de uno de los
últimos trabajos por cierto del maestro cineasta, una de las mayores
influencias del titán Ingmar Bergman. Director, escritora y actriz, esta
prodigiosa triada de personalidades nos deleita con descomunal trabajo, la
historia de Gösta Berling, desgraciado individuo, ex sacerdote, expulsado de su
parroquia debido a su alcoholismo, que arriba a la casa de una alcaldesa, donde
otros caballeros de poca monta se reúnen; allí, numerosas correrías se
sucederán, burgueses que van desnudando sus más sonrojantes secretos, acciones
arribistas, traiciones mientras llega una pareja, condes desde Italia, y con
ella, el ex clérigo se enamorará perdidamente. Poderosa cinta, sólido trabajo,
de gran dirección y actores muy destacados, pieza fundamental dentro del cine
sueco.
Vemos la cabaña
de Ekeby, abandonada, pero cien años atrás cobijó a 12 “caballeros”, hombres no
muy distinguidos, que celebraban con algazara. Entre ellos, resaltaba Gösta
Berling (Lars Hanson), a quien Sintram (Sven Scholander) recuerda que una vez
fue sacerdote, y por su adicción a la bebida, fue excomulgado. Pasa el tiempo,
Gösta consigue trabajo en casa de la condesa Märtha Dohna (Ellen
Hartman-Cederström), como preceptor de su hija, Ebba (Mona Mårtenson); la
condesa en realidad, por intereses clasistas, desea una boda entre ellos. Por
su parte, de Italia regresa Henrik Dohna (Torsten Hammarén) con su esposa
Elizabeth (Garbo), recibidos por la alcaldesa, Margaretha Samzelius (Gerda
Lundequist), la más poderosa de Ekeby. En una de sus fiestas, el origen de
Gösta se sabe, Ebba rompe su compromiso, y muere poco después; Gösta y
Elizabeth se conocen, hay atracción, luego un ebrio divulga un vergonzoso
secreto de la alcaldesa, y en Ekeby él se besa con Marianne Sinclaire (Jenny
Hasselqvist). Marianne y Margaretha, la una por el beso y la otra por adúltera,
son expulsadas de sus hogares; los caballeros mandan en Ekeby, hay gran caos.
Berling acoge a Marianne, hasta que es admitida otra vez por su padre;
Margaretha, tras generar un incendio, recupera Ekeby, y Elizabeth, soltera por
una irregularidad legal en su matrimonio, se queda con Gösta.
Acaba de ese
modo un largometraje que no en vano es considerado referencial, un clásico del
cine sueco, cine mudo nórdico, patrimonio del arte cinematográfico, y si bien
Stiller, gigante del cine nórdico, nació en Finlandia, y comenzó sus primeras
labores como dramaturgo en dicho país, migró a Suecia cuando su nación, bajo el
dominio de Rusia, lo solicitó para servir al imperio en un conflicto bélico. De
ese modo Stiller llega a Suecia y desarrolla pronto su imperecedera obra, y
siendo después de todo países homogéneos culturalmente hablando, países
nórdicos, supo el cineasta insuflar la esencia del cine sueco a su obra, una
esencia que se encuentra aquí contenida, basada en secuencias de fuerte
contenido naturalista, un sobrio formalismo en la puesta en escena, la presencia
de religión y la moral, etc. Partiendo desde el primer elemento mencionado, hay
un elocuente inicio de la cinta, desde el comienzo, la potencia naturalista del
filme sueco se manifiesta, son mostrados árboles, frondosos, altos y vitales,
caudalosos ríos, un gran marco visual natural, ese marco de tintes bucólicos
fluye serena pero determinadamente antes de que cualquier acción humana tome
lugar. Y reiteradamente, en obviamente significativos momentos, seguirán
fluyendo imágenes de la naturaleza, ya sean los campos verdes
(con el perdón del banco y negro del filme), ya sea la nieve, todo con una
intencionalidad, un norte definido. Esto pues, como muchos otros cineastas
hicieran posteriormente, esas imágenes naturalistas, si bien positivos
elementos estéticos, tienen una funcionalidad mucho más importante, son
elementos que exteriorizan la psicología de los personajes, sus tribulaciones. De
ese modo, primero hay bosques, ríos y arroyos fluyendo al inicio, cuando se nos presenta
la locación donde la historia sucederá; luego, con las traiciones y secretos que
se irán sucediendo, ya estallado el drama o nudo narrativo, las tribulaciones
de Gösta, Elizabeth y los demás, la nieve cae, como la decadencia de los
aristócratas, con árboles secos y sin follaje apareciendo, reforzando la
difícil tesitura, o anunciando la tragedia y casi fenecimiento de Marianne.
Todo esto para finalmente fluir la expiadora primavera, trayendo la vida, los
frondosos árboles de vuelta, la nieve fue miedo, incertidumbre, caída, la
primavera trae calidez y vida de regreso; ciertamente un recurso positivo, que
más de un maestro cineasta ha empleado, un siempre efectivo y positivo recurso
narrativo y expresivo.
Cuando
comienzan las acciones de los personajes, cierto ambiente lúdico se genera, en
esa secuencia inicial en la que el borracho y malintencionado Sintram se viste
como demonio, y en que por un momento, los caballeros de Ekeby -y tal vez la
audiencia misma- pensaron que lo infernal, fantástico se fundía a la
realidad. Con ese rostro siniestro, casi
monstruoso, se nos presenta a Sintram, gustoso de generar rencillas, sórdida
mezcla de humor y oscuridad, Sintram es el bizarro símbolo de la malicia, del
vicio y la maldad. Pero ese infernal patiño es un prolegómeno, bizarro proemio
para ver a los reales protagonistas, los burgueses, esos burgueses temerosos de
la vergüenza de que se sepan sus miserias, y más aún de perder ese status, una
condición sagrada y que debe estar postizamente impoluta ante todos, y ellos harán
lo que sea por mantenerlo, recurriendo a cuanta martingala sea necesaria, religiosa
o social, para no perder esa artificial posición, ese postizo respeto frente a
la sociedad. Vergonzoso es el escenario en muchos casos, siendo el más sensible
precisamente el de la fémina más influyente del pueblo, la mujer más poderosa
de la localidad, la alcaldesa, que obtuvo toda su fortuna gracias a sus
cualidades amatorias, fue la amante de un poderoso individuo, heredando éste a
su muerte las propiedades a la mujer. Severa situación se forma en ella, amaba
a un hombre antes pobre, después millonario, generándose insostenible
animadversión con su madre, que la forzó a casarse con el alcalde; secretos y
traiciones, mentiras y maldiciones, que desbordan límites normales, una madre
maldiciendo a su propia hija, y viviendo para ver que su anatema se cumpla. Oscuridad,
vicios, habladurías, venganzas, humillaciones, muerte, eso hay detrás de los
movimientos de estos maquiavélicos aristócratas, que mantienen la apariencia
ante todo, Margaretha, la alcaldesa, fue obligada por su madre a unirse a
alguien que no amaba, por dinero y poder, tal como la condesa, Märtha, intentó
que Ebba se case con Gösta, a sabiendas de su execrable pasado, pero todo con
tal de mantener sus posesiones. Pompa y boato, las fiestas sibaritas, la
sociedad sueca, sus burgueses y sus intimidades, algunas vergonzosas, chismes,
secretos, cotilleos, mentiras, frivolidades, Lagerlöf nos bosqueja con
precisión y mordacidad un cuadro de su sociedad, sin tapujos nos retrata a los considerados
ciudadanos respetables, mostrándonos su real cara, y Stiller naturalmente
retrata la imagen que la escritora transmite, imbuida de su particular visión.
El largometraje
es un formidable ejemplo de la formación cinematográfica de probablemente el
más egregio de los herederos del maestro Stiller, el prodigioso pupilo, el más
listo de la clase, Ingmar Bergman -recién cumplido el primer centenario de su
nacimiento por cierto-, tenemos la religión, la moral, tan presentes ambas en
la obra bergmaniana. Esa moral fundida con religión queda aquí plasmada, ese
juicio, ese atizar a un cura, plagarlo de improperios, presa del ludibrio por
su alcoholismo, conflictos entre la humanidad de los personajes, y la fe
cristiana, uno de los temas capitales del maestro nacido en Uppsala; pero aquí
el amor redimirá a los pecadores, un desenlace que Ingmar no siempre compartió,
y es que por supuesto, uno aprende de los mentores, de los maestros, pero a su
vez desarrolla un estilo propio y personal. Estamos ante una película donde la
moral tiene mucho que decir, donde las pasiones humanas alcanzarán situaciones
extremas, escarnios, ignominias intolerables, vendettas contra un esposo, o
contra tu propia sangre, tu hija, es severo el retrato que nos pintan la
escritora y el cineasta de la tierra que los alberga. Observaremos de esta
manera una triple excomunión en la historia, la de Gösta, protagonista, la de
Marianne, por su beso público con él, y la de la alcaldesa, que viene a ser
también significativo momento. Ekeby es el símbolo de la
perdición, de la lujuria, del vicio, del pecado y excesos, en la máxima
expresión que son los caballeros, doce por cierto, como los apóstoles de
Jesucristo, una Babilonia repleta de desenfreno donde Gösta aterriza para
pasear sus desgracias. La simbólica residencia es incinerada para poner fin a
la crapulencia, pero al final Ekeby es reconstruida, símil proceso a los
humanos, particularmente Gösta desde luego, cuyos sus pecados fueron limpiados,
ahora la casa ha revivido, el amor ha triunfado al final. Gösta es ciertamente
un personaje fatal, la fatalidad lo persigue a él y a todos los que con él se
relacionan, primero con su terrible caída religiosa, luego, peor aún, con
Ebba, y la muerte de la joven tras el desdoro sufrido por haberse fijado en un
hombre excomulgado; luego con Marianne, a punto estuvo también de generar su
muerte, él es pues un personaje nefasto, con similitudes no accidentales con
David Holm, el protagonista de otro gran texto de la Lagerlöf, La Carreta Fantasma, libro a su vez llevado al cine por el otro gran
maestro sueco, Victor Sjöström. Desde el punto de vista técnico, y acorde a la
época, y al estadio del desarrollo del cine como arte, la cámara aún se
encuentra mayormente estática, carente de mayores movimientos o artilugios
técnicos, la libertad de la cámara, y por consiguiente el lenguaje
cinematográfico, se encontraba aún en sus momentos formativos. Esa quietud
de la cámara, esa ausencia de mayores trucajes visuales, hacen que los personajes,
y sus peripecias, sean siempre centro de todo lo que observamos. Los
flaschbacks son parte importante de la estructura narrativa y temporal, si bien
no abundantes, algunos episodios serán injertados a modo de recuerdo, siendo el
primero la excomunión de Gösta, su humillante expulsión de la iglesia. El otro
pasaje que se insertará como flashback es la desgracia de la alcaldesa, y su
madre que la maldice. Aunque, naturalmente, la cámara se emplaza en lugares
diversos durante el metraje, distintas perspectivas, hay reiterados casos en
que las composiciones de los fotogramas nos remiten indefectiblemente a una
concepción teatral. De hecho, un apreciable guiño al teatro observamos, una
historia dentro de otra historia, la representación teatral en la que Gösta
besa a Marianne, esto es complemento de las composiciones de imágenes
mencionadas. Muy bien lograda la secuencia del incendio asimismo, muy seria una
de las secuencias más intensas y cumbres del filme, que va generando ya el
desenlace final. El apartado actoral es uno de los fuertes de la cinta, la alcaldesa,
Gerda Lundequist, sólida y siniestra, Gösta, Lars Hanson, una gran estrella
sueca del momento, y claro, la Divina Garbo,
es aliciente más que suficiente para ver
la cinta el saber que está en uno de sus papeles iniciales, ver a la esfinge
sueca Garbo en sus años juveniles, a la diosa, a la leyenda que estaba por
nacer, es otro factor que eleva el valor del filme. Un trabajo extraordinario,
no en vano considerado como uno de los mejores filmes suecos de todos los
tiempos, irrecusable es su visionado para el buen apreciador de cine clásico,
del cine en su etapa más solemne.
Los fanáticos de Garbo se asustarán un poco al verla en esta película: Está gorda, tiene panza y lleva el peinado más ridículo que he visto en cualquier película nórdica.
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