sábado, 30 de junio de 2018

La Leyenda de Gösta Berling (1924) - Mauritz Stiller

El presente largometraje reúne a algunos de los más conspicuos nombres de la escena cultural nórdica, y sueca siendo más específicos, Mauritz Stiller, de orígenes finlandeses pero de producción sueca, y Selma Lagerlöf, la primera mujer en ganar el premio Nóbel, que por cierto debutaba en el mundo de las letras con esta, su primera novela, en la que se basa la película; un tercer nombre, y no menor, se une para formar la terna, la legendaria esfinge sueca, Greta Garbo. Nombres ciertamente ilustres conformando la cepa de este inolvidable filme, referencial en la cinematografía clásica de ese país, además de uno de los últimos trabajos por cierto del maestro cineasta, una de las mayores influencias del titán Ingmar Bergman. Director, escritora y actriz, esta prodigiosa triada de personalidades nos deleita con descomunal trabajo, la historia de Gösta Berling, desgraciado individuo, ex sacerdote, expulsado de su parroquia debido a su alcoholismo, que arriba a la casa de una alcaldesa, donde otros caballeros de poca monta se reúnen; allí, numerosas correrías se sucederán, burgueses que van desnudando sus más sonrojantes secretos, acciones arribistas, traiciones mientras llega una pareja, condes desde Italia, y con ella, el ex clérigo se enamorará perdidamente. Poderosa cinta, sólido trabajo, de gran dirección y actores muy destacados, pieza fundamental dentro del cine sueco.

                   



Vemos la cabaña de Ekeby, abandonada, pero cien años atrás cobijó a 12 “caballeros”, hombres no muy distinguidos, que celebraban con algazara. Entre ellos, resaltaba Gösta Berling (Lars Hanson), a quien Sintram (Sven Scholander) recuerda que una vez fue sacerdote, y por su adicción a la bebida, fue excomulgado. Pasa el tiempo, Gösta consigue trabajo en casa de la condesa Märtha Dohna (Ellen Hartman-Cederström), como preceptor de su hija, Ebba (Mona Mårtenson); la condesa en realidad, por intereses clasistas, desea una boda entre ellos. Por su parte, de Italia regresa Henrik Dohna (Torsten Hammarén) con su esposa Elizabeth (Garbo), recibidos por la alcaldesa, Margaretha Samzelius (Gerda Lundequist), la más poderosa de Ekeby. En una de sus fiestas, el origen de Gösta se sabe, Ebba rompe su compromiso, y muere poco después; Gösta y Elizabeth se conocen, hay atracción, luego un ebrio divulga un vergonzoso secreto de la alcaldesa, y en Ekeby él se besa con Marianne Sinclaire (Jenny Hasselqvist). Marianne y Margaretha, la una por el beso y la otra por adúltera, son expulsadas de sus hogares; los caballeros mandan en Ekeby, hay gran caos. Berling acoge a Marianne, hasta que es admitida otra vez por su padre; Margaretha, tras generar un incendio, recupera Ekeby, y Elizabeth, soltera por una irregularidad legal en su matrimonio, se queda con Gösta.






Acaba de ese modo un largometraje que no en vano es considerado referencial, un clásico del cine sueco, cine mudo nórdico, patrimonio del arte cinematográfico, y si bien Stiller, gigante del cine nórdico, nació en Finlandia, y comenzó sus primeras labores como dramaturgo en dicho país, migró a Suecia cuando su nación, bajo el dominio de Rusia, lo solicitó para servir al imperio en un conflicto bélico. De ese modo Stiller llega a Suecia y desarrolla pronto su imperecedera obra, y siendo después de todo países homogéneos culturalmente hablando, países nórdicos, supo el cineasta insuflar la esencia del cine sueco a su obra, una esencia que se encuentra aquí contenida, basada en secuencias de fuerte contenido naturalista, un sobrio formalismo en la puesta en escena, la presencia de religión y la moral, etc. Partiendo desde el primer elemento mencionado, hay un elocuente inicio de la cinta, desde el comienzo, la potencia naturalista del filme sueco se manifiesta, son mostrados árboles, frondosos, altos y vitales, caudalosos ríos, un gran marco visual natural, ese marco de tintes bucólicos fluye serena pero determinadamente antes de que cualquier acción humana tome lugar. Y reiteradamente, en obviamente significativos momentos, seguirán fluyendo imágenes de la naturaleza, ya sean los campos verdes (con el perdón del banco y negro del filme), ya sea la nieve, todo con una intencionalidad, un norte definido. Esto pues, como muchos otros cineastas hicieran posteriormente, esas imágenes naturalistas, si bien positivos elementos estéticos, tienen una funcionalidad mucho más importante, son elementos que exteriorizan la psicología de los personajes, sus tribulaciones. De ese modo, primero hay bosques, ríos y arroyos fluyendo al inicio, cuando se nos presenta la locación donde la historia sucederá; luego, con las traiciones y secretos que se irán sucediendo, ya estallado el drama o nudo narrativo, las tribulaciones de Gösta, Elizabeth y los demás, la nieve cae, como la decadencia de los aristócratas, con árboles secos y sin follaje apareciendo, reforzando la difícil tesitura, o anunciando la tragedia y casi fenecimiento de Marianne. Todo esto para finalmente fluir la expiadora primavera, trayendo la vida, los frondosos árboles de vuelta, la nieve fue miedo, incertidumbre, caída, la primavera trae calidez y vida de regreso; ciertamente un recurso positivo, que más de un maestro cineasta ha empleado, un siempre efectivo y positivo recurso narrativo y expresivo.







Cuando comienzan las acciones de los personajes, cierto ambiente lúdico se genera, en esa secuencia inicial en la que el borracho y malintencionado Sintram se viste como demonio, y en que por un momento, los caballeros de Ekeby -y tal vez la audiencia misma- pensaron que lo infernal, fantástico se fundía a la realidad.  Con ese rostro siniestro, casi monstruoso, se nos presenta a Sintram, gustoso de generar rencillas, sórdida mezcla de humor y oscuridad, Sintram es el bizarro símbolo de la malicia, del vicio y la maldad. Pero ese infernal patiño es un prolegómeno, bizarro proemio para ver a los reales protagonistas, los burgueses, esos burgueses temerosos de la vergüenza de que se sepan sus miserias, y más aún de perder ese status, una condición sagrada y que debe estar postizamente impoluta ante todos, y ellos harán lo que sea por mantenerlo, recurriendo a cuanta martingala sea necesaria, religiosa o social, para no perder esa artificial posición, ese postizo respeto frente a la sociedad. Vergonzoso es el escenario en muchos casos, siendo el más sensible precisamente el de la fémina más influyente del pueblo, la mujer más poderosa de la localidad, la alcaldesa, que obtuvo toda su fortuna gracias a sus cualidades amatorias, fue la amante de un poderoso individuo, heredando éste a su muerte las propiedades a la mujer. Severa situación se forma en ella, amaba a un hombre antes pobre, después millonario, generándose insostenible animadversión con su madre, que la forzó a casarse con el alcalde; secretos y traiciones, mentiras y maldiciones, que desbordan límites normales, una madre maldiciendo a su propia hija, y viviendo para ver que su anatema se cumpla. Oscuridad, vicios, habladurías, venganzas, humillaciones, muerte, eso hay detrás de los movimientos de estos maquiavélicos aristócratas, que mantienen la apariencia ante todo, Margaretha, la alcaldesa, fue obligada por su madre a unirse a alguien que no amaba, por dinero y poder, tal como la condesa, Märtha, intentó que Ebba se case con Gösta, a sabiendas de su execrable pasado, pero todo con tal de mantener sus posesiones. Pompa y boato, las fiestas sibaritas, la sociedad sueca, sus burgueses y sus intimidades, algunas vergonzosas, chismes, secretos, cotilleos, mentiras, frivolidades, Lagerlöf nos bosqueja con precisión y mordacidad un cuadro de su sociedad, sin tapujos nos retrata a los considerados ciudadanos respetables, mostrándonos su real cara, y Stiller naturalmente retrata la imagen que la escritora transmite, imbuida de su particular visión.








El largometraje es un formidable ejemplo de la formación cinematográfica de probablemente el más egregio de los herederos del maestro Stiller, el prodigioso pupilo, el más listo de la clase, Ingmar Bergman -recién cumplido el primer centenario de su nacimiento por cierto-, tenemos la religión, la moral, tan presentes ambas en la obra bergmaniana. Esa moral fundida con religión queda aquí plasmada, ese juicio, ese atizar a un cura, plagarlo de improperios, presa del ludibrio por su alcoholismo, conflictos entre la humanidad de los personajes, y la fe cristiana, uno de los temas capitales del maestro nacido en Uppsala; pero aquí el amor redimirá a los pecadores, un desenlace que Ingmar no siempre compartió, y es que por supuesto, uno aprende de los mentores, de los maestros, pero a su vez desarrolla un estilo propio y personal. Estamos ante una película donde la moral tiene mucho que decir, donde las pasiones humanas alcanzarán situaciones extremas, escarnios, ignominias intolerables, vendettas contra un esposo, o contra tu propia sangre, tu hija, es severo el retrato que nos pintan la escritora y el cineasta de la tierra que los alberga. Observaremos de esta manera una triple excomunión en la historia, la de Gösta, protagonista, la de Marianne, por su beso público con él, y la de la alcaldesa, que viene a ser también significativo momento. Ekeby es el símbolo de la perdición, de la lujuria, del vicio, del pecado y excesos, en la máxima expresión que son los caballeros, doce por cierto, como los apóstoles de Jesucristo, una Babilonia repleta de desenfreno donde Gösta aterriza para pasear sus desgracias. La simbólica residencia es incinerada para poner fin a la crapulencia, pero al final Ekeby es reconstruida, símil proceso a los humanos, particularmente Gösta desde luego, cuyos sus pecados fueron limpiados, ahora la casa ha revivido, el amor ha triunfado al final. Gösta es ciertamente un personaje fatal, la fatalidad lo persigue a él y a todos los que con él se relacionan, primero con su terrible caída religiosa, luego, peor aún, con Ebba, y la muerte de la joven tras el desdoro sufrido por haberse fijado en un hombre excomulgado; luego con Marianne, a punto estuvo también de generar su muerte, él es pues un personaje nefasto, con similitudes no accidentales con David Holm, el protagonista de otro gran texto de la Lagerlöf, La Carreta Fantasma, libro a su vez llevado al cine por el otro gran maestro sueco, Victor Sjöström. Desde el punto de vista técnico, y acorde a la época, y al estadio del desarrollo del cine como arte, la cámara aún se encuentra mayormente estática, carente de mayores movimientos o artilugios técnicos, la libertad de la cámara, y por consiguiente el lenguaje cinematográfico, se encontraba aún en sus momentos formativos. Esa quietud de la cámara, esa ausencia de mayores trucajes visuales, hacen que los personajes, y sus peripecias, sean siempre centro de todo lo que observamos. Los flaschbacks son parte importante de la estructura narrativa y temporal, si bien no abundantes, algunos episodios serán injertados a modo de recuerdo, siendo el primero la excomunión de Gösta, su humillante expulsión de la iglesia. El otro pasaje que se insertará como flashback es la desgracia de la alcaldesa, y su madre que la maldice. Aunque, naturalmente, la cámara se emplaza en lugares diversos durante el metraje, distintas perspectivas, hay reiterados casos en que las composiciones de los fotogramas nos remiten indefectiblemente a una concepción teatral. De hecho, un apreciable guiño al teatro observamos, una historia dentro de otra historia, la representación teatral en la que Gösta besa a Marianne, esto es complemento de las composiciones de imágenes mencionadas. Muy bien lograda la secuencia del incendio asimismo, muy seria una de las secuencias más intensas y cumbres del filme, que va generando ya el desenlace final. El apartado actoral es uno de los fuertes de la cinta, la alcaldesa, Gerda Lundequist, sólida y siniestra, Gösta, Lars Hanson, una gran estrella sueca del momento, y claro, la Divina Garbo, es aliciente más que suficiente para ver la cinta el saber que está en uno de sus papeles iniciales, ver a la esfinge sueca Garbo en sus años juveniles, a la diosa, a la leyenda que estaba por nacer, es otro factor que eleva el valor del filme. Un trabajo extraordinario, no en vano considerado como uno de los mejores filmes suecos de todos los tiempos, irrecusable es su visionado para el buen apreciador de cine clásico, del cine en su etapa más solemne.









1 comentario:

  1. Los fanáticos de Garbo se asustarán un poco al verla en esta película: Está gorda, tiene panza y lleva el peinado más ridículo que he visto en cualquier película nórdica.

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