Película con la que el enorme
aragonés Luis Buñuel prosigue configurando su particular bosquejo de la
cinematografía, y de la sociedad mexicana completamente, en la que algunas
relativamente frescas novedades en cuanto a tópicos se aprecian, y otras vas
cimentándose más, reforzando el estilo que el ibérico desarrolló en tierras
aztecas. Se va a basar en esta oportunidad el gran Buñuel en una obra
literaria, novela de autoría de Mauricio de la Serna, a su vez adaptada por José
Revueltas, y en cuya adaptación también participó Luis Alcoriza, usual y
memorable colaborador del director, en la que nuevamente se plasma mucho de
México, de sus costumbres, de sus gentes, y de los sucesos que no cesaban de conmover
al exiliado Buñuel. El genio aragonés retrata la historia de dos obreros, dos individuos
que han laborado toda su vida manejando tranvías, y al comenzar el progreso, y
ser reemplazado su medio de vida, se desesperan; durante una borrachera,
secuestran el vehículo, y emprenden impensado e inverosímil viaje por las
calles de la ciudad mexicana, donde diversas situaciones y personajes irán
desfilando. El filme, muy bien logrado, pero sin estar ciertamente entre los
mejores trabajos mexicanos del cineasta -por citar un ejemplo, Él-, continúa con la particular
tradición buñueliana de mostrar el particular enfoque del director respecto a
la tierra que lo albergaba, y que de uno u otro modo, no dejaba de impactarlo.
Se inicia todo en México, en una
ciudad que tiene una estación de tranvías, hay jornadas de los obreros, entre
ellos Juan Godínez 'Caireles' (Carlos Navarro), y Tobías Hernández 'Tarrajas'
(Fernando Soto), a quienes se informa que su tranvía será desmantelado, pierden
su trabajo. Los amigos van a ahogar sus penas en alcohol, para luego ir a la
festividad local, donde se encuentra Lupita (Lilia Prado), hermana del 'Tarrajas',
y donde el jolgorio continúa. Entonces, en medio de su borrachera, deciden
sacar el tranvía de la estación, a darle un último viaje, y sin querer tendrán
que transportar, en plena madrugada, a todos los asistentes de la fiesta,
aparte de otros pasajeros. Es así que trasladan a unos matarifes, viejas
chismosas, religiosas, un aristócrata ebrio, y hasta un salón completo de niños
escolares, que suben al vehículo por hilarante error. No se detienen los
disparates, tienen los amigos que evitar a un inspector tranviario, y aparece
luego Papá Pinillos (Agustín Isunza), antiguo empleado, despedido también de la
estación tranviaria, que pretende demostrar que aún tiene valía para la
compañía, y los delatará. Mientas el pueblo sufre por inflaciones, y mientras 'Caireles'
corteja insistentemente a Lupita, Papá Pinillos reaparece, insiste en
delatarlos, y casi muere de un infarto. De manera impensada, finalmente el
tranvía es llevado de regreso a la estación, y nadie le cree a Pinillos el
secuestro, todo sigue normal.
En un inicio de filme plenamente
identificable de Buñuel, un comienzo estilo documental, una voz narradora en off presenta el espacio geográfico donde
todo sucede, la ciudad de México, “gran ciudad como tantas del mundo, es teatro
de los más variadas y desconcertantes sucesos, que no son sino pulsaciones de
su diario vivir…”, nos dice la voz introductoria; es pues un comienzo
plenamente documental, un inicio de filme muy del español, y que se asemeja
mucho a Los Olvidados. Y a su vez que
sirve de proemio dicha secuencia, mientras la nutrida tradición del documental
fluye, se ensalza la sencillez, pues en esa sencillez y simpleza cotidiana, puede
guarecerse algo maravilloso, inolvidable, tal vez solo para los protagonistas,
o tal vez para alguien más. Conecta asimismo de inmediato a su filme el
cineasta con el tema de gente obrera, la masa trabajadora que deambula y
diagrama las historias, las entrañas de la ciudad de México, los que
diariamente suben a ese tranvía, es un buen puente de conexión de un tema a
otro, un inicio bastante versátil de Buñuel, cuya eficiencia y economía
narrativa estaba ya bastante demostrada. Gran prolegómeno para que prosiga el
español con su personal bosquejo de México, el diagrama de la tierra y su
gente, sus costumbres, como cuando vemos la regional celebración de la piñata,
-donde por cierto el director desliza un gran travelling, de los pocos en el
filme-, las fiestas populares, pues el filme está basado en una exitosa
historia, novela popular por cierto. Lo usual, lo cotidiano se funde con lo
extraño, con lo extraordinario, algo tan cotidiano como las discusiones en el
transporte público, afrentas, improperios, peleas por encarecimiento de
productos, algo muy de la vida diaria en la clase media o trabajadora, fundido
con muerte (los matarifes y Papá Pinillos, si bien éste no fenece ciertamente),
elementos no tan normales. En este relato de ágil ritmo, lo real maravilloso
surge de la situación más inesperada, los individuos cambian el letrero del
tranvía, subiendo por error, e inverosímilmente, un aula completa de niños
estudiantes; el hace unos instantes vacío y silencioso espacio, el micro
universo, ahora está sumamente poblado, abarrotado de ruidosos infantes, una
muestra del intenso humor de Buñuel, humor delirante, casi absurdo, pero a la
vez factible. El filudo humor de Buñuel no se ausenta pues de ninguna manera, y
asimismo veremos subir al tranvía a la gringa, como le llaman, la
estadunidense, que al subir y decírsele que no se le cobrará por el viaje, sospecha
que hay comunismo detrás de ese extraño evento; un humor mordaz, inesperado y
por eso mismo efectivo.
Luego por supuesto viene la exquisita
secuencia de la pastorela, donde por fin se plasma ya un vigoroso e inusitado
surrealismo, acentuándose un oscuro onirismo, que permite, más
extraordinariamente y palpablemente que nunca, que desde lo ordinario, lo
cotidiano, lo real, se extraiga muy fluidamente algo extraordinario, algo
maravilloso. El surrealismo no fluye, no discurre resueltamente como en otras
ocasiones a través del obvio recurso de un sueño, donde todo el onirismo fluye
con carta libre; ahora, si bien en menor medida, lo encontramos tímidamente disipado,
encontrando por supuesto su máxima expresión en la citada pastorela. Entonces,
muchos de los temas obsesión del cineasta fluyen juntos, la religión, plasmada
de una de las maneras más memorables, desenfrenadas y delirantes en el
cineasta, con la carnal Lilia Prado luciendo sus abundantes y túrgidas carnes,
y ese divertido Lucifer, el ángel caído, rematado todo con la mordaz frase
“esto pasa por poner de Dios a cualquiera”. Asimismo, la fortaleza en el guión
vuelve a ser uno de los pilares del filme, con mordaces y elocuentes frases,
entre las que, solo por citar un par, encontramos “mataría a una mula a
pellizcos”, o incluso “todo en exceso es malo, hasta en la eficiencia”;
nuevamente, como en muchos largometrajes mexicanos de Buñuel, los diálogos,
ingeniosos y frescos, plagados de desenfadada y corrosiva ironía, exhalan una
fluida elocuencia que refleja el sentir de la época, son un constante santo y
seña en esta estadio de la producción buñueliana, y no será este filme la
excepción, con su gran coloquialismo. Los diálogos entre el 'Caireles' y el 'Tarrajas'
constituyen la más sólida base de esa riqueza coloquial, lo más ingenioso y
entrañable, con sus ocurrencias, borracheras, bromas, llantos, lamentos y
alegrías, son el corazón de la masa social representada, son el núcleo de esos
humanos, con su ilusión, su ilusión que viaja en un tranvía. Encontramos
particularmente similitudes con Subida al
cielo (1953), y como Buñuel aseverara respecto a dicha cinta, en México no
era de sorprender que a un bus subiese una persona con un animal vivo, cosa que
plasmó en el citado filme; así, si antes fue una persona con una cabra en ese
bus, ahora vemos a una mujer con un pequeño perrito, otro eco a la cinta con
que se le empareja. Y claro, símilmente a Subida
al cielo, tenemos a la descomunal Lilia Prado, ya no en un bus, pero sí en
un tranvía, el análogo del micro universo; se encuentran pues obvias
similitudes al mencionado largometraje, sobre todo el micro cosmos, pero
considero que dista esto de conformar un trilogía, junto a ____, con nortes
nítidamente definidos y diferenciables del resto de sus trabajos, como más de
una vez he leído.
Técnicamente, la primera parte
del filme tiene una muy oscura concepción, y no gratuita, pese a que todo
ocurre de noche, y madrugada; luego, en la segunda parte del filme, ya de día,
ya con potente iluminación, se seguirá configurando el no planeado viaje, el
pintoresco bosquejo de variopintos representantes de la sociedad mexicana, con,
si bien escaso, un trabajo de planos que refuerza ciertas escenas y su tensión.
Respecto a los tópicos tratados, tenemos un interesante muestrario de los
nortes políticos buñuelianos, empezando con el tópico de los obreros, de la
explotación clasista, pero también de la inflación, con esos borrachines que nos
dan una sensible muestra de la filiación política, del pensamiento esgrimido en
el filme por el cineasta. Otros temas complementarios como empobrecimiento por
devaluación de moneda, embrutecimiento del oprimido para lujo del opresor
discurren, mientras la cámara realiza medios planos durante esa al parecer
trivial descripción de un borracho, para luego alejarse significativamente.
Algo de Alcoriza se nota en las reiteradas alusiones al pensamiento liberal,
revolucionario, choques clasistas, conceptos básicos de economía, pero desde la
perspectiva del obrero, del explotado, del adverso a la aristocracia. El
elemento sexual en este caso, para un trabajo buñueliano, se advierte extraña y
sorprendentemente aparcado, pero jamás obviado, en la figura de una conocida
para el ibérico, la carnal Lilia Prado, con esas tan loables caderas, ominosos
muslos, los que Buñuel, en muy agradecible gesto, tiene a bien muy
sugestivamente mostrar en la citada secuencia de pastorela. Mención especial a
parte para el Duque de Otranto, devaluado aristócrata, ebrio, divertidamente su
participación es testimonial, muda, y el enorme cadáver porcino le vuela su
sombrero con su balanceo. En este realista y a la vez mágico mundo, nuestros
protagonistas son una suerte de ni héroes, ni antihéroes, gentes de pueblo, de
acciones cualesquiera, pero a veces ruines, como abandonar al aula completa de
estudiantes con su maestra. Algunas frases hirientes, coloquiales y expresiones
propias de entonces fluyen, como el tema del huérfano, Lorenzana, reflejando ciertos
prejuicios presentes. El vehículo, el viaje, es una metáfora existencial, de la
vida misma, conteniendo un sketch de tópicos vitales, pues tenemos religión,
deseo carnal, desengaños, muerte, aristócratas y obreros, clases y choques clasistas,
que configura una película algo distinta a sus obras convencionalmente
consideradas, el foráneo sigue mostrando su personal visión, su retrato de la
tierra que lo acoge. Vaya colofón con el que clausura el aragonés su filme,
dícenos el relator que todo se articula alrededor de simpleza maravillosa, y
así ha sido, algo olvidable para el resto, ha sido epifánico para nuestros
protagonistas, y la secuencia final también es muy buñueliana, siempre enemigo
de besos en pantalla, muéstrase el único ósculo en plano general alejándose,
mientras la película culmina, y mientras se recupera la voz narradora en off, y se nos devuelve a la perspectiva
objetiva, del documental. Muy notable y apreciable cinta, frecuentemente
catalogada como cinta menor, como tantas obras mexicanas del aragonés, pero
siempre un largometraje interesante, contenedor de la esencia buñueliana.