Como sucedió con
tantas otras películas de Buñuel en tierras mexicanas, tenemos en esta
oportunidad un filme muy a menudo calificado como obra menor, como filme alimenticio para su autor, pero que a su
vez, y siempre al igual que las citadas cintas del aragonés, guardan mucho más
que esos supuestos defectos para el conocedor de la obra buñueliana. Es, pese a
cualquier prejuicio, esta cinta un muy interesante trabajo de su autor, y por
diversas razones, siendo probablemente la principal que es la primera vez -o al
menos una de las más notables- en que el cineasta plegó sus intereses
artísticos a estipulaciones del autor primigenio, del autor del relato en el
que se adapta la película. Asociándose nuevamente con su incondicional
guionista, Luis Alcoriza, el genio aragonés adapta una novela de Miguel Álvarez
Acosta, que retrata con crudeza el modo en que en un alejado páramo mexicano
completamente asolado por violencia y asesinatos, dos familias son víctimas de
un odio ancestral, que ha cobrado muchas víctimas de ambos clanes, y ya en el
presente, los dos últimos descendientes deben tener un final enfrentamiento,
mientras uno de ellos recuerda un reciente antecedente de la antigua tirria.
Uno de los filmes que se distinguen con mayor notoriedad de los tópicos más
representativos del ibérico, pero que justamente por eso encierra mucho
conocimiento y novedades sobre la obra del referencial director.
Comienza el
filme con un prólogo sobre Santa Bibiana, hay una fiesta, unos compadres están
brindando muy amenamente, y luego, uno mata al otro por un malentendido. Lejos
de ese pueblo, el doctor Gerardo Anguiano (Joaquín Cordero), muy enfermo, es
cuidado por Elsa (Silvia Derbez), mientras en Santa Bibiana, Mercedes (Columba
Domínguez), su madre, es humillada por Rómulo Menchaca (Jaime Fernández); este
último viaja hasta la ciudad donde está Gerardo, y pese a encontrarlo tullido,
amenaza con matarlo apenas se mejore. Gerardo va recuperándose, y le narra a
Elsa el origen de esa animadversión, cuando muchos años atrás, un antepasado de
cada familia se mató mutuamente. Y sigue recordando, su padre, Felipe Anguiano (Miguel
Torruco) cortejaba a una joven Mercedes, y Polo Menchaca (Víctor Alcocer),
padre de Rómulo, tenía rencillas contra los Anguiano. Pese a que el venerable
anciano Don Nemesio (José Elías Moreno) preserva un poco la paz, Polo mata uno
del clan rival, y aunque Felipe parte al exilio, no tarda en volver para
venganza a su primo. Felipe vuelve a marcharse, pero la muerte de Nemesio hace
que vuelva, Polo tiene impensada tregua con él, tregua que se rompe cuando un
hermano de Polo obliga a un enfrentamiento, en el que mueren tanto Polo como
Felipe. Gerardo termina de recordar, y finalmente regresa al pueblo, donde
tendrá el enfrentamiento, y final armisticio con Rómulo.
El filme se
convierte en buena medida, como tantos ejercicios de Buñuel en las mexicanas
tierras que lo acogieron durante su exilio, en una obra que muestra una
inclinación de documental, y es de esa manera que se diferencia de sus
comienzos fílmicos más tradicionales, esto es, con primeros planos de un objeto
o individuo representativo de la historia a presentarse. Esta vez, gala hace el
ibérico de su faceta documental con ese ejemplar proemio, en el que muéstrase de
inicio el páramo mientras los créditos se suceden, como un eco de lo que
apreciaremos. Luego nos proporcionará, con las secuencias y subsecuentes tomas
de ese páramo, además de con la voz narradora en off, un preciso background del espacio donde todo ocurrirá, y
termina de configurar un comienzo de filme que aterriza completamente en los cánones
del género. El tratamiento visual de documental que se le da a la narración se
rompe, nítidamente, por momentos con el comportamiento de la cámara, que unas
veces se mueve con cierta agilidad, otras realiza acercamientos para concretar
primeros planos; sin embargo, en otras ocasiones recupera su comportamiento
documental, recorriendo algunos pasajes de Santa Bibiana, reforzando el
tratamiento inicialmente señalado. Eventualmente, poco, pero resurge la voz
narradora, que va recuperando el enfoque documental cuando en algún momento se
debilite, que sigue dando forma al documento que apreciamos de un Buñuel que se
vio sorprendido, impactado por las costumbres mexicanas, un ilustrado español
se sorprendió al ver una procesión llevando a un muerto en su ataúd por todo el
pueblo, e incluso a la casa de su matador, y claro, ante la violencia también.
De igual modo, al público espectador, los supuestamente educados y civilizados
ojos europeos -particularmente en el Festival de Venecia donde se estrenó la
cinta-, impactó fuertemente el filme, aunque lo cierto es que más de una
película mexicana de Buñuel causó impensadas reacciones en el auditorio, pues
sin duda las crudas fotografías en forma de filmes que Buñuel elaboraba de la
tierra en que se encontraba exiliados los inquietaban. El curioso Buñuel, ese
gran “mostrador” de todo lo que le conmovía, positiva o negativamente,
configura interesante documento antropológico, del comportamiento de los seres
humanos, de la violencia, de lo irracionales que pueden llegar a ser las
personas por sus profundamente arraigados y heredados odios, rencores ajenos
que ellos adoptan, y que hacen que todos los individuos se vean sometidos a la colectividad.
En cuanto al
aspecto técnico, visualmente puede que se extrañe un poco la fotografía del
maestro Gabriel Figueroa -que brilló excelsa y lóbregamente, por dar un ejemplo
en Él, a la que nuevamente referencio-, sin embargo se puede hallar algún
buen plano, algún buen claroscuro captado por la cámara. La estructura
narrativa tiene cierta novedad, pues no es la primera vez que en un trabajo de
Buñuel todo se vertebra en función a flashbacks (solo por dar un ejemplo,
quizás Él (1953) sea la obra buñueliana
más ejemplar en este sentido), y ciertamente, no es la vez en que mejor lo
esgrime el cineasta, pero no por eso deja de ser atractiva la configuración
narrativa, rompiendo el plano temporal lineal, e integrando de buena manera las
distintas generaciones, los distintos espacios de tiempo que se ven unidos por
el odio ancestral. Buñuel se encargó de aseverar que el filme, pese a cierto
tratamiento dispensado, no es una cinta humorística, pero sí que está
impregnada de humor, negro humor, como cuando se escucha a un personaje
proferir “no es buen domingo sin su muertito”. Algunas frases del excelente guión,
cortesía del maestro Alcoriza, refuerzan ese muy negro humor, frases fuertes y
elocuentes, que describen a la perfección la psicología de los protagonistas, como cuando Felipe afirma “no le tengo miedo
a los balazos sino a la cobardía”, u otra condenatoria frase, “todos estamos de
luto en este pueblo”, una afirmación valedera, en un sitio donde la vida humana
vale tan poco como la vida del conejo que Felipe mata en un momento. Y el
eficiente narrador ibérico de inmediato expone esto, cuando severo e
ilustrativo contraste al comienzo del filme se plasme, con unos compadres que
primero beben muy jocundamente, celebran, brindan, para a continuación, y por
una nimia discusión, liquidar uno a su nuevo compadre, el mismo que hace unos
momentos besaba a su recién bautizado hijo. Pasmoso ciertamente por la
facilidad con que se mata a un individuo, pues los tiroteos y asesinatos se
sucederán en diversos sitios, en un billar, en las calles, en un cementerio, y
todo coronado con una bizarra costumbre. Esto tiene su paroxismo en la sórdida
procesión que lleva el ataúd por diversas casas del pueblo, una por una,
momento en que hay cierto ambiente extraño, tragos, música, cohetes, terminando
en la casa del asesino, donde se exige que éste salga, pero siguiendo la ley
del pueblo, el victimario debe cruzar de inmediato el río y, de lograrlo,
abandonar el pueblo; y desde luego, veremos más de un ejemplo de ello, siendo,
claro, Felipe el más elocuente, pues como dice su hijo Gerardo, cruzó el río de
ambos modos, vivo y muerto. Y esa masa acuífera mitifica Santa Bibiana, pues
ese río es poderosa frontera, más allá de sus límites, retorna, relativamente,
la civilización, más allá de sus fronteras se rompe el mito de Santa Bibiana,
dicta el destino de los pobladores. El río siempre tiene música onírica como
acompañamiento, aún cuando solo sea en relatos de Gerardo, o cuando se lo debe
cruzar, sí o sí, ya sea vivo, nadando, ya sea muerto, en el cajón. El atemporal
río es limítrofe elemento, lo divide todo, vida y muerte, violencia y soledad,
y siempre que el rio aparece, aunque sea e relatos o referencias, la surreal
música fluye, otorgándole ese halo de elemento sobrehumano, y claro, con el río
y la onírica música se da colofón a la cinta.
Sintióse Buñuel,
según él mismo comentaba, encorsetado por el hecho de tener que respetar la
“tesis” del novelista, que incluso corrigió el guión inicialmente elaborado por
Buñuel y Alcoriza, es esta situación ciertamente excepcional, algo que no muy a
menudo le pasó al ibérico; afirmaba que le incomodó sobremanera el desenlace
impuesto, y puede que Buñuel no se equivoque, puede que su fastidio no haya
sido injustificado, al ver ese final un tanto forzado, al ver que ese odio tan
arraigado de pronto se desvanece, al ver a Rómulo simplemente cambiar
completamente su forma de pensar, diciendo “al diablo el pueblo”… al diablo su generacional
honor… Por otra parte, es Gerardo el epítome de la tesis de Álvarez Acosta, el
individuo educado, el letrado, el estudioso que sostiene que si todos fuesen
educados, no habría ese tipo de comportamientos, lo que desencajaba al
cineasta. Prontamente el papel de Gerardo se define, él clama casi con
desesperación “yo he estudiado”, no quiere ser parte de esa barbarie, de esa
violencia irracional. Gerardo dice, son todos tristes victimas de algo más
grande que ellos, un odio irracional e inter generacional, y para maximizar la
contraposición, el versado Gerardo aparece trajeado, con saco y corbata a la
fiesta de la Candelaria, donde lo espera su gran duelo, donde lo espera la cita
con la muerte, donde le esperan los “bárbaros”. En esta tierra de nadie, el
padre de la localidad predica la paz, la palabra del señor, con una pistola bien
guardada en su sotana -por cierto, es el mismo actor que hizo también de padre
en El-, en esta tierra el que es
adverso a la violencia, como el Quiniela, de los pocos que se abstraen de la
vorágine, es por supuesto llamado gallina incluso por las mujeres, en medio de
la barbarie, solo el venerable anciano don Nemesio trae algo de paz, algo
fugaz. No encontramos en este filme el surrealismo que erróneamente se piensa
que impregna completamente toda cinta del director, acá lo encontramos a
cuentagotas, pero lo encontramos. Sin embargo sus tibios pero reconocibles
guiños podrán ser advertidos por el conocedor de la obra del aragonés, como una
breve imagen de pies, uno de sus fetiches, los pies de Felipe, pero aún más
notoriamente, en la misma secuencia, la gallina, elemento buñueliano como
pocos, que aparece súbitamente -e inconexamente, para el paladar no preparado-
en medio del encuentro clandestino de Felipe con Mercedes. Algunos críticos
afirman que el filme conforma un tríptico que se completa con Subida al Cielo y La Ilusión viaja en tranvía, en el sentido en que se plasman las
costumbres de México, una afirmación que no comparto del todo, pues no veo
vínculos tan nítidos y bien delineados, como para considerar una bien
conformada trilogía, un trío que comparta aristas comunes. Se ha visto en más
de una ocasión, fuerte paralelo con los westerns yanquis, los relojes que
remiten a, por ejemplo, Solo ante el
Peligro, los caballos y los pleitos a balazos que se reiteran casi hasta el
punto de lo grotesco, y ciertamente se siente un halo de dicha corriente, si
bien no en exceso. Es una película distinta de Buñuel, la cinta que
probablemente plasma como ninguna otra a un Buñuel que tuvo que someterse,
sacrificar su impulso creador y artístico para respetar la idea del primigenio
creador, a un Buñuel haciendo una película
de tesis. Como casi todas sus películas mexicanas, calificada de alimenticia o menor, pero encierra
muchos elementos interesantes dentro de la filmografía del genio aragonés.
Planee un homenaje al autor de la novela en que se baso la pelicula, en Tuxpan .Ver. Invitando a Joaquin C y Columba D. El alcalde. Dr. Moctezuma edtuvo de acuerdo, pero en las semanas sgs fsllecio el profesor zMiguel Alvarez Acosta. Roberto guzman quintero. Tampico.
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