sábado, 12 de agosto de 2017

El río y la muerte (1954) - Luis Buñuel

Como sucedió con tantas otras películas de Buñuel en tierras mexicanas, tenemos en esta oportunidad un filme muy a menudo calificado como obra menor, como filme alimenticio para su autor, pero que a su vez, y siempre al igual que las citadas cintas del aragonés, guardan mucho más que esos supuestos defectos para el conocedor de la obra buñueliana. Es, pese a cualquier prejuicio, esta cinta un muy interesante trabajo de su autor, y por diversas razones, siendo probablemente la principal que es la primera vez -o al menos una de las más notables- en que el cineasta plegó sus intereses artísticos a estipulaciones del autor primigenio, del autor del relato en el que se adapta la película. Asociándose nuevamente con su incondicional guionista, Luis Alcoriza, el genio aragonés adapta una novela de Miguel Álvarez Acosta, que retrata con crudeza el modo en que en un alejado páramo mexicano completamente asolado por violencia y asesinatos, dos familias son víctimas de un odio ancestral, que ha cobrado muchas víctimas de ambos clanes, y ya en el presente, los dos últimos descendientes deben tener un final enfrentamiento, mientras uno de ellos recuerda un reciente antecedente de la antigua tirria. Uno de los filmes que se distinguen con mayor notoriedad de los tópicos más representativos del ibérico, pero que justamente por eso encierra mucho conocimiento y novedades sobre la obra del referencial director.

                    


Comienza el filme con un prólogo sobre Santa Bibiana, hay una fiesta, unos compadres están brindando muy amenamente, y luego, uno mata al otro por un malentendido. Lejos de ese pueblo, el doctor Gerardo Anguiano (Joaquín Cordero), muy enfermo, es cuidado por Elsa (Silvia Derbez), mientras en Santa Bibiana, Mercedes (Columba Domínguez), su madre, es humillada por Rómulo Menchaca (Jaime Fernández); este último viaja hasta la ciudad donde está Gerardo, y pese a encontrarlo tullido, amenaza con matarlo apenas se mejore. Gerardo va recuperándose, y le narra a Elsa el origen de esa animadversión, cuando muchos años atrás, un antepasado de cada familia se mató mutuamente. Y sigue recordando, su padre, Felipe Anguiano (Miguel Torruco) cortejaba a una joven Mercedes, y Polo Menchaca (Víctor Alcocer), padre de Rómulo, tenía rencillas contra los Anguiano. Pese a que el venerable anciano Don Nemesio (José Elías Moreno) preserva un poco la paz, Polo mata uno del clan rival, y aunque Felipe parte al exilio, no tarda en volver para venganza a su primo. Felipe vuelve a marcharse, pero la muerte de Nemesio hace que vuelva, Polo tiene impensada tregua con él, tregua que se rompe cuando un hermano de Polo obliga a un enfrentamiento, en el que mueren tanto Polo como Felipe. Gerardo termina de recordar, y finalmente regresa al pueblo, donde tendrá el enfrentamiento, y final armisticio con Rómulo.











El filme se convierte en buena medida, como tantos ejercicios de Buñuel en las mexicanas tierras que lo acogieron durante su exilio, en una obra que muestra una inclinación de documental, y es de esa manera que se diferencia de sus comienzos fílmicos más tradicionales, esto es, con primeros planos de un objeto o individuo representativo de la historia a presentarse. Esta vez, gala hace el ibérico de su faceta documental con ese ejemplar proemio, en el que muéstrase de inicio el páramo mientras los créditos se suceden, como un eco de lo que apreciaremos. Luego nos proporcionará, con las secuencias y subsecuentes tomas de ese páramo, además de con la voz narradora en off, un preciso background del espacio donde todo ocurrirá, y termina de configurar un comienzo de filme que aterriza completamente en los cánones del género. El tratamiento visual de documental que se le da a la narración se rompe, nítidamente, por momentos con el comportamiento de la cámara, que unas veces se mueve con cierta agilidad, otras realiza acercamientos para concretar primeros planos; sin embargo, en otras ocasiones recupera su comportamiento documental, recorriendo algunos pasajes de Santa Bibiana, reforzando el tratamiento inicialmente señalado. Eventualmente, poco, pero resurge la voz narradora, que va recuperando el enfoque documental cuando en algún momento se debilite, que sigue dando forma al documento que apreciamos de un Buñuel que se vio sorprendido, impactado por las costumbres mexicanas, un ilustrado español se sorprendió al ver una procesión llevando a un muerto en su ataúd por todo el pueblo, e incluso a la casa de su matador, y claro, ante la violencia también. De igual modo, al público espectador, los supuestamente educados y civilizados ojos europeos -particularmente en el Festival de Venecia donde se estrenó la cinta-, impactó fuertemente el filme, aunque lo cierto es que más de una película mexicana de Buñuel causó impensadas reacciones en el auditorio, pues sin duda las crudas fotografías en forma de filmes que Buñuel elaboraba de la tierra en que se encontraba exiliados los inquietaban. El curioso Buñuel, ese gran “mostrador” de todo lo que le conmovía, positiva o negativamente, configura interesante documento antropológico, del comportamiento de los seres humanos, de la violencia, de lo irracionales que pueden llegar a ser las personas por sus profundamente arraigados y heredados odios, rencores ajenos que ellos adoptan, y que hacen que todos los individuos se vean sometidos a la colectividad.










En cuanto al aspecto técnico, visualmente puede que se extrañe un poco la fotografía del maestro Gabriel Figueroa -que brilló excelsa y lóbregamente, por dar un ejemplo en Él, a la que nuevamente referencio-, sin embargo se puede hallar algún buen plano, algún buen claroscuro captado por la cámara. La estructura narrativa tiene cierta novedad, pues no es la primera vez que en un trabajo de Buñuel todo se vertebra en función a flashbacks (solo por dar un ejemplo, quizás Él (1953) sea la obra buñueliana más ejemplar en este sentido), y ciertamente, no es la vez en que mejor lo esgrime el cineasta, pero no por eso deja de ser atractiva la configuración narrativa, rompiendo el plano temporal lineal, e integrando de buena manera las distintas generaciones, los distintos espacios de tiempo que se ven unidos por el odio ancestral. Buñuel se encargó de aseverar que el filme, pese a cierto tratamiento dispensado, no es una cinta humorística, pero sí que está impregnada de humor, negro humor, como cuando se escucha a un personaje proferir “no es buen domingo sin su muertito”. Algunas frases del excelente guión, cortesía del maestro Alcoriza, refuerzan ese muy negro humor, frases fuertes y elocuentes, que describen a la perfección la psicología de los protagonistas,  como cuando Felipe afirma “no le tengo miedo a los balazos sino a la cobardía”, u otra condenatoria frase, “todos estamos de luto en este pueblo”, una afirmación valedera, en un sitio donde la vida humana vale tan poco como la vida del conejo que Felipe mata en un momento. Y el eficiente narrador ibérico de inmediato expone esto, cuando severo e ilustrativo contraste al comienzo del filme se plasme, con unos compadres que primero beben muy jocundamente, celebran, brindan, para a continuación, y por una nimia discusión, liquidar uno a su nuevo compadre, el mismo que hace unos momentos besaba a su recién bautizado hijo. Pasmoso ciertamente por la facilidad con que se mata a un individuo, pues los tiroteos y asesinatos se sucederán en diversos sitios, en un billar, en las calles, en un cementerio, y todo coronado con una bizarra costumbre. Esto tiene su paroxismo en la sórdida procesión que lleva el ataúd por diversas casas del pueblo, una por una, momento en que hay cierto ambiente extraño, tragos, música, cohetes, terminando en la casa del asesino, donde se exige que éste salga, pero siguiendo la ley del pueblo, el victimario debe cruzar de inmediato el río y, de lograrlo, abandonar el pueblo; y desde luego, veremos más de un ejemplo de ello, siendo, claro, Felipe el más elocuente, pues como dice su hijo Gerardo, cruzó el río de ambos modos, vivo y muerto. Y esa masa acuífera mitifica Santa Bibiana, pues ese río es poderosa frontera, más allá de sus límites, retorna, relativamente, la civilización, más allá de sus fronteras se rompe el mito de Santa Bibiana, dicta el destino de los pobladores. El río siempre tiene música onírica como acompañamiento, aún cuando solo sea en relatos de Gerardo, o cuando se lo debe cruzar, sí o sí, ya sea vivo, nadando, ya sea muerto, en el cajón. El atemporal río es limítrofe elemento, lo divide todo, vida y muerte, violencia y soledad, y siempre que el rio aparece, aunque sea e relatos o referencias, la surreal música fluye, otorgándole ese halo de elemento sobrehumano, y claro, con el río y la onírica música se da colofón a la cinta.











Sintióse Buñuel, según él mismo comentaba, encorsetado por el hecho de tener que respetar la “tesis” del novelista, que incluso corrigió el guión inicialmente elaborado por Buñuel y Alcoriza, es esta situación ciertamente excepcional, algo que no muy a menudo le pasó al ibérico; afirmaba que le incomodó sobremanera el desenlace impuesto, y puede que Buñuel no se equivoque, puede que su fastidio no haya sido injustificado, al ver ese final un tanto forzado, al ver que ese odio tan arraigado de pronto se desvanece, al ver a Rómulo simplemente cambiar completamente su forma de pensar, diciendo “al diablo el pueblo”… al diablo su generacional honor… Por otra parte, es Gerardo el epítome de la tesis de Álvarez Acosta, el individuo educado, el letrado, el estudioso que sostiene que si todos fuesen educados, no habría ese tipo de comportamientos, lo que desencajaba al cineasta. Prontamente el papel de Gerardo se define, él clama casi con desesperación “yo he estudiado”, no quiere ser parte de esa barbarie, de esa violencia irracional. Gerardo dice, son todos tristes victimas de algo más grande que ellos, un odio irracional e inter generacional, y para maximizar la contraposición, el versado Gerardo aparece trajeado, con saco y corbata a la fiesta de la Candelaria, donde lo espera su gran duelo, donde lo espera la cita con la muerte, donde le esperan los “bárbaros”. En esta tierra de nadie, el padre de la localidad predica la paz, la palabra del señor, con una pistola bien guardada en su sotana -por cierto, es el mismo actor que hizo también de padre en El-, en esta tierra el que es adverso a la violencia, como el Quiniela, de los pocos que se abstraen de la vorágine, es por supuesto llamado gallina incluso por las mujeres, en medio de la barbarie, solo el venerable anciano don Nemesio trae algo de paz, algo fugaz. No encontramos en este filme el surrealismo que erróneamente se piensa que impregna completamente toda cinta del director, acá lo encontramos a cuentagotas, pero lo encontramos. Sin embargo sus tibios pero reconocibles guiños podrán ser advertidos por el conocedor de la obra del aragonés, como una breve imagen de pies, uno de sus fetiches, los pies de Felipe, pero aún más notoriamente, en la misma secuencia, la gallina, elemento buñueliano como pocos, que aparece súbitamente -e inconexamente, para el paladar no preparado- en medio del encuentro clandestino de Felipe con Mercedes. Algunos críticos afirman que el filme conforma un tríptico que se completa con Subida al Cielo y La Ilusión viaja en tranvía, en el sentido en que se plasman las costumbres de México, una afirmación que no comparto del todo, pues no veo vínculos tan nítidos y bien delineados, como para considerar una bien conformada trilogía, un trío que comparta aristas comunes. Se ha visto en más de una ocasión, fuerte paralelo con los westerns yanquis, los relojes que remiten a, por ejemplo, Solo ante el Peligro, los caballos y los pleitos a balazos que se reiteran casi hasta el punto de lo grotesco, y ciertamente se siente un halo de dicha corriente, si bien no en exceso. Es una película distinta de Buñuel, la cinta que probablemente plasma como ninguna otra a un Buñuel que tuvo que someterse, sacrificar su impulso creador y artístico para respetar la idea del primigenio creador, a un Buñuel haciendo una película de tesis. Como casi todas sus películas mexicanas, calificada de alimenticia o menor, pero encierra muchos elementos interesantes dentro de la filmografía del genio aragonés.











1 comentario:

  1. Planee un homenaje al autor de la novela en que se baso la pelicula, en Tuxpan .Ver. Invitando a Joaquin C y Columba D. El alcalde. Dr. Moctezuma edtuvo de acuerdo, pero en las semanas sgs fsllecio el profesor zMiguel Alvarez Acosta. Roberto guzman quintero. Tampico.

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