martes, 4 de julio de 2017

Subida al cielo (1952) - Luis Buñuel

Inusual filme de Luis Buñuel, como en cierta medida fueron todos sus trabajos realizados en tierras mexicanas, un filme en el que continúa plasmando muchos de sus sellos cinematográficos distintivos, pero en el que a su vez se concretan diversos temas que continuaban limitando y lastrando el completo y total desarrollo del artista aragonés. En esta oportunidad el cineasta prescindió de los que hasta poco antes de esta cinta fueran uno de sus pilares en sus rodajes, los esposos guionistas Alcoriza; de quien procedería la historia que nos ocupa es del poeta español Manuel Altolaguirre, con quien fuerte amistad ya se granjearía Buñuel durante su estadía en la Residencia Estudiantil de Madrid, sede de encuentros de saltantes artistas de entonces. El citado poeta es pues el origen de la cinta, casado con una muy acaudalada mujer cubana, al embarcarse con su mujer en un viaje por autobús, se enfrentará a diversas vivencias, experiencias de distintas índoles, y que de algún modo debieron conmover al poeta, pues adaptó sus vivencias a un guión, con ayuda de Buñuel y algunos más. Sencilla historia, nos cuenta las vivencias de un joven que acaba de casarse, pero su madre, a punto de morir, no ha preparado su testamento; temeroso de que sus hermanos se aprovechen de la situación, emprende viaje para hallar un abogado que elabore el testamento; distintas peripecias atravesará el joven en su viaje.

               


En un pueblito alejado llamado San Jeronimito, las costumbres en una boda incluyen que los novios pasen su luna de miel en una isla desértica aledaña. Oliverio Grajales (Esteban Márquez) y Albina (Carmelita González), recién casados, están embarcándose a dicha isla, pero se entera el joven que su madre, enferma de gravedad, ha recaído y está cerca de morir. De inmediato retorna a ver a su anciana madre, Oliverio sabe que sus hermanos, Juan (Roberto Cobo) entre ellos, están esperando que la madre muera para repartirse los bienes, y ella, que desea dejar todo al más joven miembro del clan, un infante, le ruega lleve un abogado para legalizar su última voluntad. Emprende un viaje en autobús Oliverio en busca del letrado, en el bus va la bella Raquel (Lilia Prado), el diputado Eladio González (Manuel Dondé), entre otros. Se inicia el viaje, en el que una mujer da a luz en pleno trayecto, en el que Raquel todo el tiempo quiere seducir a Oliverio, el chofer del bus, Silvestre (Luis Aceves Castañeda), más de una parada realiza, como en el cumpleaños de su madre, desesperando al apresurado Oliverio. Tras separarse Oliverio de los demás, y estando solo con Raquel en el bus, finalmente ella logra seducirlo. Oliverio llega con el licenciado, adquiere un documento que ayudará a cumplir la voluntad de su madre. Al volver a San Jeronimito, los hermanos ya desean repartir arbitrariamente la herencia, pero él no lo permitirá.










Finaliza así la cinta del español, filme cuyo comienzo tiene algo de documental -algo común en  muchas cintas buñuelianas de esta etapa del artista-, nos muestra el pequeño poblado donde todo ocurre, San Jeronimito, cuyos pobladores viven sencillamente, aparentan pobreza, pero en realidad todos tienen mucho dinero; esto gracias a la palma de copra, cuya siembra genera ingresos comparables a tener una vaca lechera. Ese corto proemio sirve para adentrarnos en ese contexto. La lúdica y juguetona música ya nos va indicando el carácter del filme desde el comienzo, divertido, liviano, sutil, hilarante. Lo primero que vemos representándose es la boda de Oliverio y Albina, una boda, acontecimiento que siempre compendia costumbres y mucho del folklore de la comunidad de cual sea la tierra o poblado donde se desarrolle ésta (un notable maestro de eso es Kusturica). Siempre haciendo gala de economía narrativa, en poco más de diez minutos ya expuso Buñuel buena parte del meollo del filme, la madre enferma, interrumpe la luna de miel de los recién casados, y requiere el obligado viaje del nuevo esposo Oliverio para solucionar la crisis; en esta sencilla película, ese es el motor que origina todo, todas las cómicas acciones -o trágicas, muerte de una niña; o lamentables, los hijos casi forzando a la madre moribunda a firmar…- se desencadenan como consecuencia de esto. El humor nace de situaciones hilarantes, tibio humor que roza lo absurdo, como todos los adultos, sufriendo y padeciendo para sacar el atascado autobús de una ribera, cuando una niña, jugando, guíe los bueyes y logre sacar el vehículo casi sin esfuerzo. Asimismo desde los instantes iniciales ya aparece el omnipresente autobús, que se convertirá durante el filme prácticamente en el micro universo donde muchos de los más importantes acontecimientos sucederán, y los inquilinos de ese transporte uno a uno irán poblando el vehículo, con su presencia y con sus ocurrencias. Ese bus se vuelve el entorno donde los más significativos eventos suceden, ese micro universo lo alberga casi todo, como en otros cineastas, y respetando las grandes distancias, hemos visto, desde los primeros ejercicios de Roman Polanski y su cine de mínimos espacios, o el descomunal Fellini en Y la nave va (1983); siempre un recurso interesante en las manos adecuadas.












En ese autobús, todo sucede, y todo se contrapone, pues en la ida una mujer alumbra, una nueva vida viene al mundo, y en el regreso, una nueva vida se apaga, la niña muerta en el féretro pone cuota fúnebre, si bien Buñuel se encargó de restarle mayor peso o relevancia funesta a ese detalle. Simpleza, gente sencilla, gente de pueblo, simplemente lo que puede ocurrir en un día cualquiera, en un pueblo cualquiera, con gente cualquiera, de eso se trata toda la cinta. Con ese pretexto, y como en otros filmes, bosqueja el cineasta, con la iniciativa del poeta Altolaguirre a la comunidad, la reducida sociedad, que en esa pequeñez, resume todo México, con sus significativas figuras, el diputado que llega tarde a sus elecciones y es repudiado, de una elocuencia algo forzada y estéril, blandiendo más de una vez un arma que por cierto nunca utiliza; el anciano porfiriano que añora tiempos pasados y la devolución de sus tierras, entre otras figuras significativas. Tan natural y sencillo como esas peripecias en el filme narradas, son las peripecias en la vida real del cineasta filmando, con el dinero de la acaudalada esposa cubana del poeta productor acabándose, y viéndose obligado el director a cambiar su final, a utilizar vergonzosas escenografías de cartón piedra para el final descenso del bus. Increíble el modo en que tuvo que finalizar la cinta, pues otra vez, por limitaciones de presupuesto, algo nada nuevo para el gigante director ibérico, se tuvo que modificar el filme de modo distinto a la original concepción del cineasta. Uno de los rasgos imperdibles del cine buñueliano se manifiesta también, el bestiario del aragonés, los animales que van significativamente -y literalmente- desfilando en el filme, animales y humanos conviviendo en ese autobús, cabras, ovejas, y claro, las gallinas, elemento buñueliano por excelencia que tan prominentemente fluyen no durante un filme, sino durante toda la filmografía del español, como, solo por dar un ejemplo, podemos recordar en Los Olvidados (1950). Así, de la simpleza de las experiencias de un propio viaje en autobús del poeta Altolaguirre con su esposa surge todo lo que apreciamos, pues tuvo el impulso de convertir sus peripecias en un filme, pero quería que solo una persona sea el director, su amigo Buñuel. Como tantas obras artísticas nació esta, bebiendo de la vida misma, de supuestas nimiedades, pues las vivencias del poeta, incluyendo ver un ataúd infantil subir en su autobús, fueron las que inspiraron este filme, en el que Buñuel mismo colaboró en la adaptación del guión.











Como siempre, hay otro santo y seña de Buñuel, tenemos el elemento onírico, el componente surreal, el sueño de Oliverio, que comienza, por supuesto, en ese autobús, que veremos oníricamente lleno de follaje, donde la sexual y candente Raquel intenta seducirlo, luego aparecerá la madre agonizante, en posición elevada, y muy simbólicamente conectada a su hijo por una interminable cáscara pelada de manzana, alegoría del cordón umbilical del que finalmente se está liberando Oliverio. Extraña y ambigua es la figura y relación de madre e hijo, pues hasta cierto punto se insinúa un edípico complejo en Oliverio, que una vez fenecida su madre, intercambia el rostro de ella por el de la añorada Raquel. Igualmente, y siguiendo con otra secuencia del sueño, primero ve Oliverio a Albina, en representación casi mariana, siendo empujada al agua por su esposo; instantes después aparecerá de nuevo ella, como renacida, surgiendo renovada de entre las aguas, pero con el rostro cambiado por el de la carnal Raquel; esa figura, el intercambio de rostros, es un ejercicio clásico de los artistas surrealistas, y que tibiamente ya vimos esbozado en Susana (1951). Raquel, primordial en el filme, encarna la sexualidad que jamás faltará en una cinta buñueliana, ella es carnalidad y deseo, un elemento imprescindible en el universo del director aragonés, y su tozudez es notable, es una continuación del ser hermafrodita de Un perro andaluz (1929), de Modot en La edad de oro (1930), u obviamente de Susana; no cede hasta conseguir lo que desea, sexo, seducir al joven Oliverio en la significativa cúspide “subida al cielo”, para después, y una vez conseguido su objetivo, desecharlo como un zapato usado. El último plano que vemos de ella es ahora acosando a Eladio el diputado, nuevamente con tozudez… es predecible en qué terminará aquello. Se extrañan por algunos apreciadores los diálogos y eficiencia de los esposos Alcoriza, si bien los diálogos, para quien escribe, no se resienten mucho, repletos de adagios y picardías pueblerinas que vertebran un filme que pasa rápido y amenamente. La cámara, sin llegar a un nivel de desempeño excelso, muestra interesantes despliegues, con algún travelling que agiliza el aspecto visual, con algunos emplazamientos que rememoran a la cámara en mano; lo dicho, sin ser lamentablemente un desenvolvimiento más impactante, como en otros filmes suyos se apreció, configura un atractivo trabajo. Ciertamente ese final se siente brusco, abrupto, si bien es justo apuntar que la versión a la que he tenido acceso, al parecer es diez minutos más corta de la versión “oficial”, pero es innegable sin embargo que estos factores (recorte de presupuesto) mortificaron a Buñuel, el corte de presupuesto definitivamente alteró el desenlace de la cinta. Muchos de sus sellos están presentes, los más importantes, los principales, pero de nuevo, factores externos entorpecieron el trabajo, que empero no imposibilitaron una cinta muy apreciable de este descomunal director español, que lleva su nítida impronta, y de cuya realización su autor guardó gratos recuerdos.














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