Continuaba Luis Buñuel
desarrollando su faceta cinematográfica mexicana, el momento de su carrera
posterior a esa irrefrenable irrupción surreal de sus inicios, para generar lo
que muchos tildan de obras menores,
obras que se hicieron para subsistir como, inclusive, hiciese el propio
cineasta con el filme que ahora nos ocupa. La cinta está basada en una exitosa
pieza teatral, obra de Carlos Arniches, que fuese adaptada por la célebre dupla
de esposos guionistas, Luis y Janet Alcoriza, y que a su vez se basa en una
cinta española ya existente previamente, en la que Buñuel también se involucró.
Con las naturales transiciones y adaptaciones de una obra típicamente española
a tierras y costumbres mexicanas, se nos narra la historia de Don Quintín
Guzmán, un hombre conservador, que de pronto descubre que su esposa lo engaña,
la descubre en pleno adulterio, y ella, en despecho, le dice que la hija de ambos
que acaba de nacer, es en realidad producto de ese adulterio; el engañado
sujeto le cree, y entrega a la niña a unos vecinos, pero años después, se
enterará de la verdad sobre la niña, suscitándose inesperadas situaciones. Casi
consensualmente considerada como una obra menor, inclusive siendo casi olvidada
por su autor, la cinta ciertamente no se encuentra entre lo mejor del cineasta
aragonés, pero servirá de mucho para el que quiera estudiar la obra del
referencial director, en su estadio en tierras aztecas.
En un humilde domicilio, aparece
Quintín Guzmán (Fernando Soler), con su esposa, que le regaña y reniega por la desesperante
falta de dinero en el hogar. Quintín, ayudado por un amigo, emprende un viaje
para ganar buen dinero, pero el tren donde iba a viajar sufre un contratiempo,
regresa casi de inmediato a su hogar el hombre, encontrando a su esposa, que lo
engaña con ese amigo. Quintín echa de casa a la mujer, y ella, en un momento,
le grita que su hija no es suya, y ante eso el atormentado individuo termina
por abandonar a la bebé en una casa aledaña. Quintín sigue su vida solo,
rodeado únicamente por sus guardaespaldas, Angelito (Fernando Soto) y El Jonrón
(Nacho Contla), ignorando súplicas de la madre de que le devuelva a la niña. El
tiempo pasa, la niña se hace mujer, se llama Martha (Amparo Garrido), que un buen día
conoce al joven Paco (Rubén Rojo), entre ellos fluye un rápido idilio. Martha
vive con Lencho (Roberto Meyer), y la hija de éste, su hermana adoptiva Jovita (Alicia
Caro); antes morir, la madre biológica de Martha confiesa a Quintín que la niña
sí era su hija. El hombre emprende búsqueda, y logra dar con la casa donde
Jovita vive; inicialmente difícil, ubica finalmente a la muchacha. Mientras
Jovita tiene cierto éxito como cantante cabaretera, y pese a iniciales
diferencias de Quintín con Paco, padre e hija, y yerno, se amistan y esperan el
feliz nacimiento del primogénito.
Se aprecia un característico
comienzo buñueliano del filme, cuando la cámara enfoque el detalle de una
bombilla de luz, la misma que se fundirá pronto, y la cámara retrocede para
mostrarnos la figura completa, el precario hogar de los Guzmán; en esa sencilla
figura, el buen aragonés ya nos va deslizando la realidad del hogar, la
miseria, la precariedad, el foco se quema, las necesidades apremian, el
cineasta siempre hizo gala de efectiva economía y elocuencia narrativa. Desde
los primeros instantes, asimismo, veremos un curioso desempeño de la cámara en
el inicio del filme, se aprecia un singular desenvolvimiento de la lente, hay
acercamientos y alejamientos, zooms que se suman a ciertos travellings
generando una dinámica peculiar, atractiva, que lamentablemente se disipa y se
pierde prontamente. Esos efímeros y llamativos despliegues de soltura en la
cámara, son sorprendentemente la única muestra de algo diferente, algo distinto
a narración visual convencional, pues conforme avancen los minutos, no
apreciaremos otros instantes que quiebren esa tonalidad generalmente
convencional que impregna todo el filme. A cuentagotas se recuperará ese
singular comportamiento de la cámara, un cierto efecto tembloroso, trémulo, que
en momentos resurgirá para engendrar comedia, o momentos tensos; pero lo dicho,
a cuentagotas. Volviendo a ese punto, en una cinta en la que se sabe que el
presupuesto no es algo que haya sobrado, Buñuel recurrió obligadamente a su
economía narrativa, cuando en poco más de diez minutos ya se haya planteado el
meollo del drama; sin mayores ornamentos -pues los recursos financieros no lo
permitían-, ya estableció la primera parte de su convencional estructura
narrativa, la introducción, el drama que atraviesan los Guzmán. Así, dentro de
la plana estructura de la cinta, dentro de su linealidad narrativa y
audiovisual, el recurso narrativo más notable, con distancia, viene a ser esa
elipsis, ese gran salto temporal que se aplica automáticamente cuando el
borracho padre adoptivo de Martha cierra las puertas de su alacena. Mientras
oímos unos gritos y lamentos, instantáneamente luego, al abrirse la alacena,
pasaron las décadas, la hace unos instantes bebita es ahora unan jovencita de
veinte años, la madre adoptiva ha fenecido ya, el padre adoptivo ha envejecido,
y la bebida empeora su estado. Dentro de una estructura narrativa plana y
lineal, siendo esta una de las cintas más convencionales del realizador, ese recurso,
sin ser demasiado vistoso ni extraordinario, es lo más saltante técnicamente
hablando.
La obra se caracteriza por
plasmar con transparencia el pueblo, los charros, las costumbres populares de
la clase baja a la que pertenecen los protagonistas, considerando por supuesto,
que la obra, originalmente española, se ha adaptado a los cánones mexicanos. Y
así, entre otras figuras, en el personaje del Jonrón tenemos al típico machote
mexicano, algo caricaturizada versión, como buena parte del filme. Importante
figura dentro del ámbito mexicano, el estereotipo del viril charro, que quiere
resolverlo prácticamente todo a balazos. Todo el costumbrismo español tiene que
migrar a México, los célebres esposos Alcoriza de ese modo, cambian tierra
española por el páramo mexicano en su historia (y en su vida real también, por
cierto), con todas las figuras características y representativas de tierras
aztecas. Y en cierta medida es este un filme que se puede considerar un remake,
en días en que el término no estaba acuñado del todo, es una cinta en la que en
muchas secuencias simplemente se mexicanizaron los diálogos para trasladar la historia
de un contexto a otro. En ese transcurso, en esa mexicanización, parece
extraviarse Buñuel, que asevera casi no recordar la producción de esta cinta,
asegura que “nada le salió”, y que era un filme alimenticio, realizado con el fin de subsistir, de obtener sustento,
situación bastante común en esta etapa del cineasta ibérico. Esa suavización
del filme, sumada a la precariedad de la producción, la escasez de presupuesto,
dieron como resultado una cinta bastante alejada de la mayoría de directrices
del cineasta aragonés, configurando un largometraje, si bien no malo ni
deficiente, sí entre lo menos saltante o más logrado del director español. De
este modo, buena parte del filme, buena parte de los cánones originales
españoles, se ven transmutados a las convenciones de la cinematografía
mexicana, el drama se ve edulcorado y suavizado con situaciones cómicas. Se
genera una singular mezcla de cine mexicano con hasta algunas dosis de western,
tan caricaturizado como se ejemplifica en la escena de la discusión del Jonrón
con otro sujeto en el bar, excelente ejemplo del liviano humor que se desliza
en la cinta, un tibio humor que se encuentra correctamente dosificado en todo
el metraje de la obra. Ese halo norteamericano se seguirá graficando, vemos
bailarinas, cabarets, hasta a la joven Jovita, deseando triunfar como
cabaretera, rodeada de shows nocturnos, y los charros que tibiamente hacen remembranza
a los ausentes vaqueros.
También está la figura infaltable
del borrachín, el padre adoptivo de Martha, perennemente ebrio, el despreciable
abusivo, martirizando primero a su esposa hasta llevarla a la muerte, y después
a la joven adoptiva; siempre con la botella de licor en la mano, y siempre
dispuesto a golpear a las mujeres, es un elemento negativo, pero siempre
presente en el boceto de la sociedad mexicana, y de casi todas en realidad. Es
de Angelito, el guardaespaldas de Quintín, de quien viene buena parte de la
hilaridad del filme, las picardías, los momentos de comicidad, en distintas
circunstancias siempre tendrá la dosis graciosa que sirve para terminar de dar
ese matiz general cómico al filme. Sigue colaborando con Fernando Soler, ilustre
actor mexicano con quien tan buena colaboración y sinergia cinematográfica
consiguió, como dan fe los reiterados filmes en que colaboraron ambos artistas. Soler cumple, el solvente actor mexicano demuestra porqué se
convirtió en un pilar de esta etapa del cine de Buñuel, el actor que tenía
mucho de director, de quien se decía se dirigía sí mismo, deja su sello de
suficiencia interpretativa, siempre serio y distinguido. Renegaba Buñuel de los
significativos cambios de un país a otro, renegaba del cambio del título
original, de Quintín el Amargao, a La Hija del engaño, por intereses de
productoras, Buñuel aseveraba que de haberse mantenido el título original, la
concurrencia en el estreno y posteriores proyecciones del filme habría sido
mucho mayor, pues el pueblo español hubiese acudido sabedor de que apreciaría
una obra conocida y apreciada por ellos. Todo esto, sumado a resultados
globales que no satisficieron al realizador, termina por configurar la pobre
impresión que Buñuel tiene de esta cinta suya. Resulta curioso escuchar al
personaje, a Quintín quejándose, “nada me sale”, sintiéndose casi como un eco,
como un alter ego del director, que probablemente sintió durante el rodaje que
muchas cosas efectivamente, no salían, y vemos al protagonista, renegando,
reniega de su amargura, en medio de la alegría de una fiesta. En el final del
filme, el cineasta casi pareciera querer
sacudirse de la linealidad, el comportamiento de la cámara ya adquiere
otros carices, con una casi deformidad de algunos planos, ciertamente un
llamativo desempeño, tibio pero perenne en esa calle de asimismo singulares
estructuras, que, por descabellado que pueda sonar, por un momento me pareció
remitir a un eco de expresionismo. En esa secuencia colofón, el protagonista
nos habla, habla a la cámara, casi el cineasta quiere salirse del molde, es
como si, al haberse en cierta medida perdido el drama, al sentirse simple el
final, muy facilista, algo simplón, un manotazo se advirtiera, como si el viejo
Buñuel, el surrealista e incontenible, nos diera un guiño. Finaliza así la
llamada cinta alimenticia de Buñuel,
por unos considerada menor, pero por supuesto una obra digna de atención por
parte del inmortal aragonés.
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