Buñuel continuaría su prolífica
etapa en tierras mexicanas con la presente cinta, un filme en el que continúa
asimismo dejando patente su expertiz, el rodaje y dominio que había ya
adquirido tras unos años rodando en suelo azteca. Vuelve el cineasta aragonés a
trabajar con su guionista de confianza, Luis Alcoriza, para llevar a la
pantalla grande una historia en la que él mismo colaboró en el guión, una
historia cruda, llena de patetismo, y con la que Buñuel vuelve a sus más reconocibles
y recurrentes tópicos cinematográficos, que por un momento había dejado de lado
en su anterior película, Una mujer sin
amor (1952). Buñuel no tuvo precisamente la mejor impresión de este trabajo
suyo, como a menudo ocurrió con sus filmes mexicanos, se lamentaba de algunos
cambios que se le impusieron a sus originales deseos, pero pese a todo termina
configurando un filme muy bien logrado, conciso, que bien puede no estar entre
sus más elevadas creaciones, pero es un ejercicio digno de atención. Es la
historia del Bruto, un recio obrero, muy fuerte sujeto a quien su patrón
encarga que amedrente a los inquilinos de la vecindad que posee, quiere
desalojarlos, y ellos se resisten; el Bruto cumple bien lo que se le encarga,
pero cuando descubre el amor en una chiquilla, una de las inquilinas, todo se
complica, más aún cuando se enrede con la mujer del patrón. Interesante filme
del director español, muy a tener en cuenta.
La acción se desarrolla en una
vecindad, con humildes viviendas, en una de ellas vive Meche (Rosa Arenas) con
su padre, Carmelo González (Roberto Meyer), que un día se ven alarmados ante un
escándalo en la vecindad, el dueño del sitio: Andrés Cabrera (Andrés Soler),
desea vender la propiedad, exige que todos salgan de ahí, generándose conflicto.
Para acallar a los inquilinos, a Andrés, su mujer, Paloma (Katy Jurado), le da
la idea de buscar un matón que los amedrente. A quien busca es a Pedro, apodado
El Bruto (Pedro Armendáriz), por su gran fuerza física, obrero suyo a quien le
encarga que asuste a los inquilinos, en especial a Carmelo, que lidera a los
vecinos. El Bruto se pone en acción, y golpea al viejo, con tanta mala suerte
que, enfermo, termina muriendo Carmelo. Los vecinos, alertados, intentan matar
al agresor, pero escapa, y conoce a Meche, que lo ayuda, ignorando que es el
asesino de su padre. El Bruto pronto asimismo se enreda con Paloma, intenso
adulterio se consuma, que complica todo cuando la mujer se entera del romance
del Bruto con Meche, contándole sin dudar que él es el culpable de la muerte de
su padre. Paloma, asimismo, miente a Andrés, acusando al Bruto de abusarla,
exigiéndole que liquide a su obrero, pero al encararlo, es finalmente el Bruto
quien termina por matarlo. En el final, el Bruto ha conseguido que la vecindad
de Meche no sea desalojada, pero tendrá trágico final.
Buñuel evidencia ya la
experiencia que ha adquirido en México con sus rodajes, cineasta que probó su
versatilidad, su economía, y su rigurosidad, y apreciamos el inicio
característico buñueliano, la cámara
mostrando un primer plano de un detalle, para luego retroceder y
mostrarnos la imagen más amplia; en este caso, primero se aprecia el plano de Meche
con el gotero dándole medicinas a su enfermo padre, luego su humilde vivienda
en la vecindad, propiedad de Andrés. Posteriormente,
como siempre hacen los mejores cineastas, esto es, narrar sin palabras, nos
presenta a una de las claves del filme, a Paloma, que se mira en el espejo, que
come unas uvas, las masca sensualmente mientas observa su reflejo, muestra los
dientes, como la fiera que demuestra ser; en unos cuantos instantes ya sabemos
que se trata de una mujer carnal, y sin pronunciarse un solo monosílabo. De
símil modo, simbólicamente se presenta al Bruto, él trabaja en una carnicería,
un matadero, acorde a la brutalidad de su personalidad, cargando enormes
carnes, cadáveres animales abiertos por la mitad, delineando así bien al personaje,
como se hizo con Paloma, si bien el inicial ejemplo fue más ejemplar. El
desenvolvimiento de la cámara nos evidencia asimismo la madurez en el oficio de
director que Buñuel ha adquirido, una movilidad de la cámara que hace a su
filme muy cinematográfico, con sutiles travellings, acercamientos y
alejamientos que nos cambian más de una vez la perspectiva, y la separan de
otros ejercicios que pueden haber tenido un tratamiento más plano, cercano al
teatro, como, sin ir más lejos, es el caso de la cinta inmediatamente anterior,
la citada Una mujer sin amor.
Técnicamente, pues, es una obra muy bien realizada, tanto por el manejo de la
cámara y su soltura, pero además por la bella fotografía, con esos poderosos planos
oscuros que se irán repitiendo, una sobria fotografía que embellece siempre un
filme. Y no es accidente eso, las lóbregas locaciones, oscuras imágenes que fluyen
siempre con el Bruto como protagonista, que se complementan, como
exteriorizando la personalidad del férreo sujeto, reiteradamente fluirán esas
oscuras imágenes, muy notablemente fotografiadas. Siempre él en la oscuridad,
siempre el Bruto desplazándose por umbrosos ambientes, ya sea su inicial casa,
ya sea las locaciones que Andrés le facilita, la oscuridad lo sigue siempre, pero
no nos confundamos, pues aquí nace otro de los factores que hacen a esta cinta
tan notable y apreciada por cierto sector de la crítica.
Y es que nuestro protagonista
evoluciona, su personaje, El Bruto, se hace complejo, y así en la cinta, que
erróneamente se catalogaría como un drama de tantos otros, se nos hace compleja
la labor de juzgarlo, de declararlo villano, de verlo despreciable y
condenable. Empatizamos con el supuesto vilano, que se enamora, que se viste
bien, que se humaniza ante nosotros al saber que su duro corazón alberga
sentimientos cálidos, tiernos, quiere cambiar por ella, quiere salir de ese
mundo que lo termina devorando; se rompe pues la rigidez de lo que sería un
melodrama con todas sus letras, tenemos a un personaje complejo en el bruto de
mucha fuerza pero de escasa inteligencia, ese contrasta hace al personaje
atractivo, y verlo en el final acercándose a la frágil Meche, después de haber
liquidado a dos personas, sabiéndose que es responsable de la muerte de su
padre, resulta casi ridículo, pero tierno, le dice volveré por ti, porque te
quiero mucho, una desesperante situación que roza lo patético. En ese
sentido, la cinta es innegablemente una película dramática, es un drama, por
mucho que Buñuel lamente el resultado final y asevere que esa no era su
intención al comenzar el rodaje, y probablemente los cambios impuestos a los
que referencia el cineasta tuvieron algo que ver con ese final producto. La
cinta, por cierto, nació de una idea de Alcoriza, con el núcleo de la historia,
los inquilinos que se enfrentan al casero, a su vez amedrentados por un tipo
muy rudo; uno de los aportes del cineasta, que inicialmente no estaba en los
planes, es el elemento del padre del dueño, Andrés, un viejo ocurrente, que
algún dispara origina, repitiendo constantemente “puñales”. Otro reconocible
detalle buñueliano es el tratamiento a las secuencias amorosas, siempre enemigo
de mostrar besos el cineasta, ahora, así como en Gran Casino (1948), era Jorge Negrete moviendo el palo en el
petróleo, vemos la carne que se cocina, se quema, consumiéndose, obvio y muy
poderoso y elocuente guiño al idilio carnal que a su vez se está cocinando. Katy dice al Bruto que deje
la carne, que deje que la carne se queme… Como se dijo, en esta cinta Buñuel
regresa a varios de sus tópicos de toda la vida, empezando claro por el tema
sexual, la carne, la lujuria, en la figura obviamente de Paloma, mujer carnal,
intensa, fogosa y temible como una fiera, nuevamente veremos los juegos de
miradas, miradas llenas de libídine.
También vuelve la figura de
cambio de persona, Paloma, primero indiferente en la cama ante los besos de su
esposo, luego de conocer al Bruto, empieza ya a arder de deseo, y si bien es
Andrés quien la besa, ella tiene en la cabeza al Bruto, como sucedió en Subida al Cielo (1952), y en Susana (1950), una figura que
practicaban los surrealistas, parte del círculo amical e intelectual del
aragonés; ahora, el concepto es el mismo, pero sin el intercambio de rostros,
un tibio guiño a otro de sus recursos conocidos. No podía faltar tampoco el
elemento animal, en el tan buñueliano detalle de la gallina, que parece como en
una densa pesadilla, pues ciertamente una pesadilla ha terminado, y ese plano
final con Katy enfrente del ave, es por cierto otro detalle añadido pro el
aragonés, y es formidable, nuevamente sin palabras, nuevamente surreal, excelente
secuencia, sin palabras y elocuentemente, casi inquietantemente, ella la mira
extrañada; Buñuel consideraba a las gallinas como animales propios de una
pesadilla, y vaya que supo plasmarlo en el momento preciso, y de la manera más
efectiva. Surge ya la notable y célebre Katy Jurado, mujer de férreo
temperamento, férvida y temible, legendaria actriz de carácter, va ya dejando
su impronta la Jurado (escalofriante escucharla gritar, “mátenlo”, o “mátalo”,
sin miramientos, intensa y despiadada, al escapársele su amante, la posesiva
fiera solo quiere destruirlo), una personalidad del cine mexicano, que desde
siempre evidenció su fuerte humanidad, se muestra hermosa, joven y candente, de
carácter perfecto para el papel de la carnal Paloma. Pedro Armendáriz, otra
personalidad del cine mexicano, cumple asimismo en un papel memorable, el bruto
y enamorado obrero, Buñuel tuvo el acierto y el poder de seducción par haber
trabajado con referentes actorales en México, y a todos, salvo alguna
excepción, supo dirigirlos bien. Recuperó para este filme Buñuel su tópico de
gentes desgraciadas, muy emparentado con
Los Olvidados, hasta por el nombre de la inocente, Meche, además por centrarse
en gentes desgraciadas, con dramas patéticos, plagados de miseria, de violencia,
muerte, gente atrapada en sus circunstancias, circunstancias que los devoran, un
infierno del que no hay escape, que consume a sus desesperados inquilinos. Alguno
ha querido ver en el filme un hito político dentro de la cinematografía del
autor, pues nunca antes expuso tan directamente el choque de clases, patrones
contra obreros en la figura del dueño y sus inquilinos, mientras que por otro
lado está el severo contrapunto femenino, severo contraste, la pura y casta
Meche, contra la carnal, la dominante Paloma, pura carnalidad, demoniaca, despiadada,
cortando los tallos de las flores, disponiendo de vidas. Historia de patetismo
y miseria, de situaciones extremas, un sólido drama, que si bien no convenció
del todo a su autor, será muy apreciable para el admirador de Buñuel.
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