lunes, 17 de julio de 2017

El Bruto (1953) - Luis Buñuel

Buñuel continuaría su prolífica etapa en tierras mexicanas con la presente cinta, un filme en el que continúa asimismo dejando patente su expertiz, el rodaje y dominio que había ya adquirido tras unos años rodando en suelo azteca. Vuelve el cineasta aragonés a trabajar con su guionista de confianza, Luis Alcoriza, para llevar a la pantalla grande una historia en la que él mismo colaboró en el guión, una historia cruda, llena de patetismo, y con la que Buñuel vuelve a sus más reconocibles y recurrentes tópicos cinematográficos, que por un momento había dejado de lado en su anterior película, Una mujer sin amor (1952). Buñuel no tuvo precisamente la mejor impresión de este trabajo suyo, como a menudo ocurrió con sus filmes mexicanos, se lamentaba de algunos cambios que se le impusieron a sus originales deseos, pero pese a todo termina configurando un filme muy bien logrado, conciso, que bien puede no estar entre sus más elevadas creaciones, pero es un ejercicio digno de atención. Es la historia del Bruto, un recio obrero, muy fuerte sujeto a quien su patrón encarga que amedrente a los inquilinos de la vecindad que posee, quiere desalojarlos, y ellos se resisten; el Bruto cumple bien lo que se le encarga, pero cuando descubre el amor en una chiquilla, una de las inquilinas, todo se complica, más aún cuando se enrede con la mujer del patrón. Interesante filme del director español, muy a tener en cuenta.

                   


La acción se desarrolla en una vecindad, con humildes viviendas, en una de ellas vive Meche (Rosa Arenas) con su padre, Carmelo González (Roberto Meyer), que un día se ven alarmados ante un escándalo en la vecindad, el dueño del sitio: Andrés Cabrera (Andrés Soler), desea vender la propiedad, exige que todos salgan de ahí, generándose conflicto. Para acallar a los inquilinos, a Andrés, su mujer, Paloma (Katy Jurado), le da la idea de buscar un matón que los amedrente. A quien busca es a Pedro, apodado El Bruto (Pedro Armendáriz), por su gran fuerza física, obrero suyo a quien le encarga que asuste a los inquilinos, en especial a Carmelo, que lidera a los vecinos. El Bruto se pone en acción, y golpea al viejo, con tanta mala suerte que, enfermo, termina muriendo Carmelo. Los vecinos, alertados, intentan matar al agresor, pero escapa, y conoce a Meche, que lo ayuda, ignorando que es el asesino de su padre. El Bruto pronto asimismo se enreda con Paloma, intenso adulterio se consuma, que complica todo cuando la mujer se entera del romance del Bruto con Meche, contándole sin dudar que él es el culpable de la muerte de su padre. Paloma, asimismo, miente a Andrés, acusando al Bruto de abusarla, exigiéndole que liquide a su obrero, pero al encararlo, es finalmente el Bruto quien termina por matarlo. En el final, el Bruto ha conseguido que la vecindad de Meche no sea desalojada, pero tendrá trágico final.







Buñuel evidencia ya la experiencia que ha adquirido en México con sus rodajes, cineasta que probó su versatilidad, su economía, y su rigurosidad, y apreciamos el inicio característico buñueliano, la cámara  mostrando un primer plano de un detalle, para luego retroceder y mostrarnos la imagen más amplia; en este caso, primero se aprecia el plano de Meche con el gotero dándole medicinas a su enfermo padre, luego su humilde vivienda en la vecindad, propiedad de Andrés. Posteriormente, como siempre hacen los mejores cineastas, esto es, narrar sin palabras, nos presenta a una de las claves del filme, a Paloma, que se mira en el espejo, que come unas uvas, las masca sensualmente mientas observa su reflejo, muestra los dientes, como la fiera que demuestra ser; en unos cuantos instantes ya sabemos que se trata de una mujer carnal, y sin pronunciarse un solo monosílabo. De símil modo, simbólicamente se presenta al Bruto, él trabaja en una carnicería, un matadero, acorde a la brutalidad de su personalidad, cargando enormes carnes, cadáveres animales abiertos por la mitad, delineando así bien al personaje, como se hizo con Paloma, si bien el inicial ejemplo fue más ejemplar. El desenvolvimiento de la cámara nos evidencia asimismo la madurez en el oficio de director que Buñuel ha adquirido, una movilidad de la cámara que hace a su filme muy cinematográfico, con sutiles travellings, acercamientos y alejamientos que nos cambian más de una vez la perspectiva, y la separan de otros ejercicios que pueden haber tenido un tratamiento más plano, cercano al teatro, como, sin ir más lejos, es el caso de la cinta inmediatamente anterior, la citada Una mujer sin amor. Técnicamente, pues, es una obra muy bien realizada, tanto por el manejo de la cámara y su soltura, pero además por la bella fotografía, con esos poderosos planos oscuros que se irán repitiendo, una sobria fotografía que embellece siempre un filme. Y no es accidente eso, las lóbregas locaciones, oscuras imágenes que fluyen siempre con el Bruto como protagonista, que se complementan, como exteriorizando la personalidad del férreo sujeto, reiteradamente fluirán esas oscuras imágenes, muy notablemente fotografiadas. Siempre él en la oscuridad, siempre el Bruto desplazándose por umbrosos ambientes, ya sea su inicial casa, ya sea las locaciones que Andrés le facilita, la oscuridad lo sigue siempre, pero no nos confundamos, pues aquí nace otro de los factores que hacen a esta cinta tan notable y apreciada por cierto sector de la crítica.












Y es que nuestro protagonista evoluciona, su personaje, El Bruto, se hace complejo, y así en la cinta, que erróneamente se catalogaría como un drama de tantos otros, se nos hace compleja la labor de juzgarlo, de declararlo villano, de verlo despreciable y condenable. Empatizamos con el supuesto vilano, que se enamora, que se viste bien, que se humaniza ante nosotros al saber que su duro corazón alberga sentimientos cálidos, tiernos, quiere cambiar por ella, quiere salir de ese mundo que lo termina devorando; se rompe pues la rigidez de lo que sería un melodrama con todas sus letras, tenemos a un personaje complejo en el bruto de mucha fuerza pero de escasa inteligencia, ese contrasta hace al personaje atractivo, y verlo en el final acercándose a la frágil Meche, después de haber liquidado a dos personas, sabiéndose que es responsable de la muerte de su padre, resulta casi ridículo, pero tierno, le dice volveré por ti, porque te quiero mucho, una desesperante situación que roza lo patético. En ese sentido, la cinta es innegablemente una película dramática, es un drama, por mucho que Buñuel lamente el resultado final y asevere que esa no era su intención al comenzar el rodaje, y probablemente los cambios impuestos a los que referencia el cineasta tuvieron algo que ver con ese final producto. La cinta, por cierto, nació de una idea de Alcoriza, con el núcleo de la historia, los inquilinos que se enfrentan al casero, a su vez amedrentados por un tipo muy rudo; uno de los aportes del cineasta, que inicialmente no estaba en los planes, es el elemento del padre del dueño, Andrés, un viejo ocurrente, que algún dispara origina, repitiendo constantemente “puñales”. Otro reconocible detalle buñueliano es el tratamiento a las secuencias amorosas, siempre enemigo de mostrar besos el cineasta, ahora, así como en Gran Casino (1948), era Jorge Negrete moviendo el palo en el petróleo, vemos la carne que se cocina, se quema, consumiéndose, obvio y muy poderoso y elocuente guiño al idilio carnal que a su vez se está cocinando. Katy dice al Bruto que deje la carne, que deje que la carne se queme… Como se dijo, en esta cinta Buñuel regresa a varios de sus tópicos de toda la vida, empezando claro por el tema sexual, la carne, la lujuria, en la figura obviamente de Paloma, mujer carnal, intensa, fogosa y temible como una fiera, nuevamente veremos los juegos de miradas, miradas llenas de libídine.















También vuelve la figura de cambio de persona, Paloma, primero indiferente en la cama ante los besos de su esposo, luego de conocer al Bruto, empieza ya a arder de deseo, y si bien es Andrés quien la besa, ella tiene en la cabeza al Bruto, como sucedió en Subida al Cielo (1952), y en Susana (1950), una figura que practicaban los surrealistas, parte del círculo amical e intelectual del aragonés; ahora, el concepto es el mismo, pero sin el intercambio de rostros, un tibio guiño a otro de sus recursos conocidos. No podía faltar tampoco el elemento animal, en el tan buñueliano detalle de la gallina, que parece como en una densa pesadilla, pues ciertamente una pesadilla ha terminado, y ese plano final con Katy enfrente del ave, es por cierto otro detalle añadido pro el aragonés, y es formidable, nuevamente sin palabras, nuevamente surreal, excelente secuencia, sin palabras y elocuentemente, casi inquietantemente, ella la mira extrañada; Buñuel consideraba a las gallinas como animales propios de una pesadilla, y vaya que supo plasmarlo en el momento preciso, y de la manera más efectiva. Surge ya la notable y célebre Katy Jurado, mujer de férreo temperamento, férvida y temible, legendaria actriz de carácter, va ya dejando su impronta la Jurado (escalofriante escucharla gritar, “mátenlo”, o “mátalo”, sin miramientos, intensa y despiadada, al escapársele su amante, la posesiva fiera solo quiere destruirlo), una personalidad del cine mexicano, que desde siempre evidenció su fuerte humanidad, se muestra hermosa, joven y candente, de carácter perfecto para el papel de la carnal Paloma. Pedro Armendáriz, otra personalidad del cine mexicano, cumple asimismo en un papel memorable, el bruto y enamorado obrero, Buñuel tuvo el acierto y el poder de seducción par haber trabajado con referentes actorales en México, y a todos, salvo alguna excepción, supo dirigirlos bien. Recuperó para este filme Buñuel su tópico de gentes desgraciadas, muy emparentado con Los Olvidados, hasta por el nombre de la inocente, Meche, además por centrarse en gentes desgraciadas, con dramas patéticos, plagados de miseria, de violencia, muerte, gente atrapada en sus circunstancias, circunstancias que los devoran, un infierno del que no hay escape, que consume a sus desesperados inquilinos. Alguno ha querido ver en el filme un hito político dentro de la cinematografía del autor, pues nunca antes expuso tan directamente el choque de clases, patrones contra obreros en la figura del dueño y sus inquilinos, mientras que por otro lado está el severo contrapunto femenino, severo contraste, la pura y casta Meche, contra la carnal, la dominante Paloma, pura carnalidad, demoniaca, despiadada, cortando los tallos de las flores, disponiendo de vidas. Historia de patetismo y miseria, de situaciones extremas, un sólido drama, que si bien no convenció del todo a su autor, será muy apreciable para el admirador de Buñuel.











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