Sería esta cinta la última película de la
conocida Trilogía Órfica de Jean
Cocteau, y asimismo la última de toda su filmografía. Y esa es una circunstancia
que, tras visionarse el filme, tiene uno la sensación de que no pasó
inadvertida para el multifacético autor francés. Tras La sangre de un poeta (1932) y Orfeo
(1950), primer y segundo elementos del tríptico, respectivamente, el buen
Cocteau clausura su célebre trilogía y a su vez su carrera cinematográfica, en
lo que es a todas luces el testamento no solamente de Orfeo, sino del creador
mismo, que llega al ocaso de su carrera en el cine. Prosigue el director con
la directriz principal de toda la trilogía, con el hilo conductor por el que se mueven
los personajes, esto es, la búsqueda que hace el artista, la búsqueda de conocimiento,
de verdades, de sí mismo, una búsqueda que le traerá hallazgos de su propia persona, sus
temores, sus obsesiones. Manteniendo todas, o muchas de las pautas previas de
las anteriores dos cintas, el filme continúa esa exploración, pero ahora el cineasta
se pone en la piel del protagonista, inclusive interactuando con sus propias
creaciones, con sus personajes de las cintas previas, configurando un compendio
de toda su carrera. Recluta a toda la terna actoral de la anterior Orfeo para este filme, sigue
combinando realidad con planos oníricos, y es una hermosa muestra de cómo un
artista, sintiendo ya que el final es inminente y próximo, se esmera por
plasmar todo el conocimiento adquirido en una gran y final obra.
El filme inicia con unas definiciones habladas del
arte por parte de Cocteau, tras lo cual vemos al propio cineasta, el Poeta, que se traslada
instantáneamente de un sitio a otro, está buscando a un profesor, a quien encuentra (Henri Crémieux), quien lo recuerda
de una vivencia pasada. El poeta luego tiene onírico viaje donde ve a un hombre
caballo, llega a una suerte de bar donde se reencuentra con Cégeste (Edouard
Dermithe), personaje de un filme suyo. Seguido por su joven personaje, recorre
algunos espacios irreales, hasta llegar a un juicio donde el tiempo y espacio no
existen, y donde lo esperan dos jueces (María Casares y François Périer los
interpretan). Estos jueces inmediatamente lo acusan de abandonar el mundo real,
por sus fantasías, mientras el poeta define, a petición de aquellos, lo que
es para él una película, el cine, además de responder muchas otras preguntas
que se le hacen, en un proceso en el que participan, además de Cégeste, otros
individuos. Tras muchas deliberaciones, los Jueces lo condenan a vivir, mientras Cocteau reconoce ya en
los jueces intemporales a sus personajes, la Muerte y Heurtebise, dialoga
directamente con éste último. Cégeste, tras revelarle algunos detalles, lo
acompaña a salir de la sala de juicio, juntos ven una extraña estatua que
devora autógrafos, y luego se retira. El Poeta tiene tiempo para un final trayecto,
en el que encontrará más personajes estrambóticos.
En cierta versión del filme, la conexión es tan
evidente y resaltada que incluso hay instantes, imágenes de las secuencias
finales de Orfeo, cuando la Princesa
o la Muerte parte a su condena, con lo que la conexión con el tercer y final
capitulo se evidencia y refuerza. El inicio en sí de la cinta es el prólogo
hablado, es perfecto reflejo de lo que es la película, de carácter ilustrativo, prologando
su obra testamentaria, dándonos algunas de las más importantes definiciones,
conceptos de importantes temas para el artista, directamente nos habla de su
concepto del cine, de su filme, de su arte. El saliente maestro, en su obra
final, comienza brindándonos sus pareceres de esos importantes conceptos, sus reflexiones
en el final de su existencia como cineasta quedan elocuentemente plasmadas con
el inicio de su filme. Asimismo, se nos presenta prontamente el propio cineasta
como lo que es, el protagonista absoluto de su cinta despedida, nuevamente se realizará
surreal viaje, pero ahora ha cambiado el protagonista del mismo; él, Cocteau,
es ahora quien se desplaza de una dimensión a otra, de la realidad a la tierra
de lo fantástico, de lo surreal, es quien
se traslada con libertad entre ambos mundos, desplazando de ese papel a la que
en Orfeo fue la casi todopoderosa
Muerte o Princesa. En el inicio de su filme se nos presenta como un individuo irreverente,
con una vestimenta que nos recuerda al clasicismo pasado y que tiene cierto
halo que recuerda a instantes tanto de Orfeo
como de La sangre de un poeta, con la
vestimenta y la peluca de siglos pasados, mientras aparece el dominador individuo,
que tiene como una de sus primeras acciones, esnifar cocaína. Pero tras el
disparo que solicita al profesor, pierde esa actitud para volverse el personaje
que veremos el resto del filme, para volverse prácticamente Cocteau mismo, enfrentándose
a atemporal juicio, en un lugar donde el tiempo no se aplica, donde los jueces
son sus propias creaciones, la Muerte y su chofer Heurtebise, ambos intérpretes
tienen idéntico aspecto al de los personajes que encarnaran una década atrás.
Hay lirismo y parsimonia en muchas de sus
imágenes, particularmente agradando el viaje donde se encuentra con el hombre equino,
una figura fuerte que hace pensar quizás en una alegoría a la inmortal Guernica
de su amigo Picasso -a quien por cierto homenajea en la cinta-, o también podría
ser una figura proveniente de la propia imaginería del cineasta francés, una
figura de su propio universo onírico. Como se mencionó líneas arriba, el
cineasta llega a ser tan consciente de su viaje, de su travesía, que inclusive interactúa
con sus propios personajes, con Cégeste, con Heurtebise, con la Muerte, pues esos personajes, sus creaciones, han rebasado la condición de tales, y han adquirido
su propia existencia y evolución, pasando a ser de meras creaciones, a poder iluminar
y dar enseñanzas a su creador (notable el instante, tras el juicio, de Cocteau hablándole
al Juez, y hablándole ya a su Heurtebise,
obteniendo respuestas de lo que él mismo creó). El fuerte carácter de reflexión
en la cinta tiene uno de sus puntos más altos cuando vemos al cineasta pintando
una maceta, pero termina auto dibujándose, deslizando la idea de que el arte es
un reflejo del propio artista, de que su creación artística es en realidad un reflejo
de sí mismo, una imagen de sí mismo reflejada a través de lo que se representa,
incluso se dice que siempre lo hace, es ciertamente una figura muy potente y
significativa, que el buen Cocteau, en el crepúsculo de su existencia como
artista, nos desliza, comparte sus reflexiones con nosotros. En este momento
tan especial para el creador, se auto representa ante nosotros en el juicio atemporal,
kafkiana circunstancia en la que se le cuestiona por su condición de artista,
por escapar de la realidad, por pensar del modo en que piensa. Pero ese juicio hermético
al tiempo finalmente es casi una excusa para que el francés nos deslice abiertamente
todos sus pareceres, la querella a la que se auto somete sirve para que nos exponga
sus opiniones, sus reflexiones.
Otra figura muy potente y notable es la de la
estatua devora autógrafos, donde juega con el concepto de la celebridad, de la
fama y reconocimiento que pueden alcanzar ciertos artistas, algo postizo y que
puede ser dañino en ocasiones. Cocteau nos habla con franqueza, se percibe el sentimiento
de aquel que es consciente de que plasma un compendio, un testamento, tan
consciente como Cocteau en su filme lo es del viaje que realiza, de que sus personajes
son sus jueces. El cineasta reflexiona así sobre temas extrahumanos, temas
metafísicos, sobre el lenguaje del arte, un lenguaje que entienden pocos, y que
hablan todavía menos individuos. Tan adecuado como conmovedor y significativo
es que Cocteau utilice para esta final cinta y reflexión a la vez a toda la
plana actoral de Orfeo, en sus últimas
reflexiones en el mundo del cine trabaja con todo el equipo de la anterior
parte de la trilogía, y a su vez se suma directamente al esfuerzo colectivo, formando
parte central del elenco actoral. Finalizando el filme, la bizarra muerte que
tiene el Poeta, nuevamente con hombres caballo interviniendo, es presenciada
por unas personas entre los que destaca el citado e inmortal Pablo Picasso. En
cuanto a la técnica cinematográfica sigue utilizando los trucos y recursos que
ya había exhibido en sus cintas previas, con esos retrocesos de cámaras que permiten
lograr ciertos efectos e ilusiones de onirismo. Bella cinta de Cocteau, sería
su última película, su último largometraje, el joven prodigio, amigo de los
poetas surrealistas, el amigo de los dadaístas, el como muy pocos versátil
artista terminaba con este trabajo su particular andadura cinematográfica, repleta
de obras notables, inmortales, que algunos elevan incluso a la categoría de
filmes de culto. De ese modo termina la cinta y la producción fílmica de
Cocteau, con esta cinta que comienza casi lúdicamente, al aparecer en el
crédito inicial, la expresión “no me pregunten por qué” tras el título del
filme, a cuyo final el autor afirma que estaría triste de que no nos agrade su
trabajo, pues se esforzó mucho en realizarlo, como cualquier miembro del equipo
de producción. Se despediría así uno de los cineastas franceses más interesantes
de décadas contemporáneas, el multifacético Jean Cocteau.
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