jueves, 7 de julio de 2016

Inocencia y Juventud (1937) - Alfred Hitchcock

El gigantesco cineasta Alfred Hitchcock en la década de los 30, como muchos cineastas a él contemporáneos, producía filmes adaptados a la entonces ya no tan novedosa llegada del sonido al cine, habiéndose cumplido en ese entonces casi una década desde la gran revolución sonora. El maestro del suspense, a diferencia de otros titanes cinematográficos, sí pudo adaptarse muy bien al gran y revolucionario cambio, ya habiendo producido soberbios ejercicios de cine mudo, no demoró mucho en realizar asimismo obras maestras en sus inicios de cine sonoro. Siempre fiel a su estilo, gustoso de las adaptaciones de obras literarias al cine, en esta oportunidad traslada una novela de Josephine Tey, en una cinta perfectamente enmarcada en casi todas las directrices hitchcockianas. Nos presenta el gran Hitch una historia típica en él, cuando un joven encuentre un cadáver en una playa, por circunstancias puntuales se piensa que él es el asesino, se le inicia un juicio, y todo está en contra de él, siendo su única esperanza encontrar un abrigo como prueba de su inocencia, teniendo para su desesperada búsqueda como única aliada a la hija del jefe policial que lo busca. El filme descolla en muchos aspectos, contiene ya las principales vértices que acompañarán el cine del británico, es una maravillosa muestra más del genio de este descomunal cineasta, que supo fulgurar en las dos eras principales del cine.

                     


La cinta se inicia con una pareja discutiendo arduamente, en una casa, tras lo cual, el hombre parece retirarse de la misma. A continuación en una playa, el cadáver de una chica aparece en la ribera, Robert Tisdall (Derrick De Marney) lo encuentra, pero al salir corriendo a pedir ayuda, un par de chicas lo ven correr, ven también el cadáver, piensan que la asesinó él. Es llevado a la policía, donde se sabe que la finada, una conocida suya, le ha dejado una cuantiosa cantidad de dinero en herencia, todo lo implica aún más; en la comisaría el Coronel Burgoyne (Percy Marmont) está a cargo del caso, y allí también Robert conoce a Erica (Nova Pilbeam), la hija del coronel. Robert consigue ganarse su confianza, cuando se realiza el juicio contra el supuesto asesino, todo le incrimina y parece irreversible su condena, pero logra escapar, se encuentra con Erica, que en su auto le brinda transporte, huyen de los policías. Robert asegura que una prenda, un abrigo, sería capital para probar su inocencia, y se embarcan a buscar el abrigo. Se inician diversas correrías, mientras ambos inevitablemente se acercan más y más; van a una reunión familiar de ella, siempre tienen a la policía a punto de atraparlos, y siempre consiguen escapar. Finalmente el tiempo se acaba, asisten a una fiesta donde, en medio de la algazara y la música, Erica consigue obtener un indicio que será decisivo para identificar al real asesino, y salvar a su querido Robert.








El filme no pierde ni un segundo, el inicial instante nos presenta a dos personajes hablando en notable acento inglés, discutiendo airadamente, y asimismo esa inicial secuencia termina prontamente, sin que se den mayores explicaciones al respecto. Es un gran comienzo el del filme, el típico comienzo hitchcockiano, en el que justamente por la ausencia de mayores pautas o indicaciones, la intriga ha quedado ya generada, el misterio ha quedado engendrado cuando veamos al individuo retirarse de la casa luego de la riña, voltea a mirar a la mujer, tiene un tic cerrando el ojo, algo que recién al final, o en un segundo visionado de la cinta, entenderemos. Notable la apertura del filme, unos primeros planos nos adentran en la historia, la ardua discusión se realiza, y es un gran recurso que la misma se termina con el hombre retirándose, cruza la puerta, una intensa tormenta está teniendo lugar, algo que intensifica el efecto de la disputa observada; el hombre voltea, mira a la cámara, apreciamos el tic en el ojo, la secuencia ha terminado. Extraordinario y muy clásico del cineasta el arranque del filme, que se potenciará aún más cuando inmediatamente después se presente la secuencia del cadáver femenino en la playa, todo ha sido planteado en menos de cinco minutos. Un filme que destila Hitchcock, es la historia de un jovencito en el lugar equivocado, en el momento equivocado, víctima de las circunstancias, se verá enfrascado en situación kafkiana, cuando toda la evidencia le incrimine de un asesinato que no cometió; es uno de los clásicos elementos hitchcockianos, el falso culpable, que de pronto se ve inmerso en surreal pesadilla. Observaremos el romance entre los protagonistas fluir durante la película, el idilio que se va fortaleciendo durante la delirante situación, un elemento que el conocedor del cine del inglés sabrá reconocer como un santo y seña perenne en casi todos los filmes del cineasta. No pocos momentos de comicidad tiene la cinta, diseminados durante todo el metraje y que brindan esa carga cómica característica de varios filmes del británico, y muchos de esos instantes serán personificados por la policía y su incompetencia, el modo en que Robert y Erica se escabullen siempre en sus narices; los oficiales y sus absurdos errores e incapacidades, son ridiculizados, y forman parte de esa hilaridad.










Observaremos asimismo las típicas tomas hitchcockianas, los personajes manejando el auto, y la cámara, emplazada delante del vehículo, obtiene un plano medio de ellos conduciendo, unas imágenes inconfundibles para el conocedor de la obra del director, que rememoran, solo por dar un ejemplo, a Intriga Internacional (1959). Por estos últimos detalles mencionados, el romance, el humor, e incluso algún recurso técnico como los planos de protagonistas manejando el auto, la película se siente plenamente identificable como obra de su autor. Por supuesto agregamos a eso la trama general, una intriga, una investigación para desenmarañar ese misterio, mientras el protagonista varón tiene la incondicional ayuda de una atractiva mujer que se vuelve más que una cómplice, una trama casi calcada de la citada cinta de 1959. Se siente pues un filme de Hitchcock al 100%, un filme hitchcockiano embrionario por supuesto, pero sus principales aristas ya se encuentran aquí, muchas de sus directrices se irán puliendo y perfeccionando, como es normal, con el paso de los años y sus novedades, como la llegada de la Cinemascope, del color y otros avances. Pero la semilla ya estaba bastante arraigada en el arte del director británico, como si los planos generales de una construcción ya estuvieran debidamente diagramados. La música que acompaña la película es más bien liviana, lo que contribuye a que, pese a las delicadas y serias circunstancias que presenciamos, se mantenga un ambiente fresco, como el filme mismo y como la actitud del joven protagonista, a quien justamente Erica regaña por esa actitud ante tan riesgosa situación. Es interesante que desde el comienzo de la cinta la cámara muestra una soltura, una libertad en sus movimientos notables, y la primera secuencia en dar una muestra de esto es la del juicio, recorriendo fluidamente la sala donde se realiza el proceso; pero no solo eso, pues, a parte de los mencionados deslizamientos, de los excelsos travellings que realiza, también apreciaremos acercamientos y alejamientos, el zoom en acción para enriquecer su bastante variado y nutrido lenguaje audiovisual. Tras casi una década de llegar el sonido al cine, el maestro cineasta ya da claras muestras de dominar lo que sería uno de sus sellos, la libertad de movimientos de su cámara, de su herramienta artística.












Un buen ejemplo de la efectividad de su recurso, viene a ser la secuencia de Erica cenando con su familia, donde unos primeros planos de ella y esa soltura de movimientos generan un ambiente tenso, pues ella se está enterando de detalles nada favorables hacia el joven que le interesa. El gran corolario, el magnífico y gran compendio del enorme despliegue de la cámara se aprecia en la secuencia final, la fiesta con la banda a la que asiste Erica, donde el deslizamiento y la soltura de la cámara alcanzan su punto máximo, el momento cúlmine, el momento clímax. Es ciertamente el mejor colofón imaginable, se condensa todo lo antes apreciado, la comentada libertad en movimientos, los travellings que llegan al menor ángulo, los acercamientos y alejamientos, esos zooms que descollan más que nunca cuando nos aproximen, desde un lejano plano que abarca toda la fiesta, hasta acercarnos hasta el mismísimo ojo del asesino. Y es ahí donde deducimos el verdadero culpable, sin palabras ya lo hemos descubierto, y Hitch a su vez construye el severo ambiente de incertidumbre y premura, cuando la lente inmediatamente nos lleve de vuelta con Erica, nosotros ya sabemos la verdad, lo que nos preocupa es que ella sea capaz de descubrirlo entre toda esa confusión, confusión alimentada por esa diversidad de perspectivas, cuando veamos el enfoque del asesino alternado con el enfoque de ella, ciertamente un suspenso magistralmente plasmado. Genial el querido Hitchcock, siempre sin palabras, nos informó y a la vez generó el mayor suspenso, y clausura de gran forma cuando Erica atienda al desmayado asesino, concuerda y conecta pues la vimos atendiendo al propio Robert cuando éste se desmayó en la comisaría. Finalmente, el asesino tiene ese tic en el ojo, no hay duda, es el hombre de la inicial discusión, no hay ya cabos sueltos, todo confluyó en un final perfectamente articulado por el director, la dosificación de información es vital y al final todo se conecta. El filme se realiza con tomas diurnas, muy buenas tomas nocturnas asimismo, oscuras y contrastantes, que sumadas a ese elocuente trabajo de cámara, configuran interesantes momentos estéticos. Una escena muy importante dentro de la cinta para el director es la secuencia del juego de la gallina ciega, que fue censurada en su estreno en algunos países, que Hitch consideraba clave en su filme, y que quizás pueda verse como una alegoría a los protagonistas, huyendo constantemente de unas autoridades que aparecen tener los ojos vendados, siempre a punto de encontrar a los buscados, siempre quedándose a un paso. Tremenda cinta de Hitchcock, en su dilatada filmografía, no siempre es considera entre los puntos más altos, pero ciertamente es una joya muy apreciable, que exhibe ya casi todas las principales improntas de su creador.









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