domingo, 3 de julio de 2016

Aleluya (1929) - King Vidor


Cuando finalizaba la década de los veinte del siglo pasado, sin lugar a dudas la llegada del sonido al cine era su mayor y más relevante avance, la máxima revolución, algo que estaba reconfigurando el panorama cinematográfico mundial, generando cambios que no desaparecerían jamás. Hollywood era con diferencia el mayor centro de producción cinematográfica, y ante la ya real irrupción del sonido, puso a muchos de sus mayores genios creadores a prueba, siendo King Vidor uno de los más brillantes exponentes de aquellos años. Para esta, su primera película sonora, el director norteamericano adapta un relato que él mismo escribió, en la que presenta la historia de un comunidad granjera de negros, cuyo hijo mayor se enreda con una atractiva bailarina, mujer seductor que lo traicionará para que pierda, en un juego de apuestas, todo el dinero que obtuvo por la venta de su granja, muriendo después un hermano del protagonista. Éste escapa, se vuelve predicador, rehace su vida, pero al volver a su pueblo, encuentra otra vez a la fémina, que una vez más le hará pasar dificultades. En los albores del entonces novedoso cine sonoro, las estrellas del ecran comenzaban a explorar sus voces, y Vidor, atreviéndose a rodar el primer ejercicio cinematográfico con un elenco enteramente negro, rueda además un ejercicio ejemplar de cine que ya empezaba a usar el sonido como elemento vital. Una cinta memorable, considerada por algunos como la primera gran obra maestra del cine sonoro.

               


En una granja algodonera, vemos al viejo Parson (Harry Gray), con su mujer “Mammy” (Fanny Belle DeKnight), y sus hijos, el mayor es Zeke (Daniel L. Haynes). Tras ver a la familia realizar sus diarias actividades con el algodón, el joven Zeke conoce a la guapa Chick (Nina Mae McKinney), ella baila en la calle, y cuando se entera de los cien dólares que el joven tiene, producto de la venta de su granja familiar, comedidamente lo lleva a un lugar de apuestas. Allí, junto a un amigo de ella, a quien llaman Hot Shot (William Fountaine), consiguen hacer que Zeke pierda todo el dinero apostando a los dados; producto de la trifulca que ocasionó la pérdida, su hermano menor Spunk (Everett McGarrity) muere de una bala, y Zeke se va del pueblo. El tiempo pasa y el fugitivo se ha convertido en predicador, religioso hombre que después de años regresa a su pueblo, ahora casado con la virtuosa Missy Rose (Victoria Spivey), pero al encontrar nuevamente a Chick, sucederá lo inesperado. La voluble Chick aún está interesada en el predicador Zeke, que súbitamente abandona su nueva vida por irse con la veleidosa muchacha, que al poco tiempo intenta fugarse con su antiguo amante Hot Shot. Un enloquecido predicador perseguirá a los prófugos, en una correría de fatales consecuencias, que terminará con el predicador en prisión, pero teniendo un cálido y consolador final a sus desventuras.








La cinta inmediatamente nos introduce en el mundo e intimidad de la familia de negros, los vemos cantando, los vemos bailando con fogosidad, hasta los más pequeños de la casa bailan con soltura y alegría en el hogar, vemos a la matriarca Mammy acurrucando a sus vástagos antes de dormir. Es un ambiente cercano, íntimo, cálido, en el que la comedia no deja de estar presente, en una cinta que se caracteriza justamente por ser de las primeras en presentar de ese modo el mundo de los negros, un sincero y sencillo acercamiento a su rutina, a su vida diaria. Pero también veremos a la familia cantando en sus labores, entonando cantos mientras trabajan obteniendo el algodón, caminando y cantando en marchas musicales casi como ritualista actividad, su habitual y diaria manera de ganarse el sustento. En los años en que en el cine presentar actores genuinamente negros era algo utópico, King Vidor rompe todos los moldes rodando una cinta con actores negros reales, y por si fuera poco, el elenco completo era afroamericano, ni un solo blanco en su reparto. Aún más notable su gesta cuando apreciamos ejercicios contemporáneos de otros directores, con actores blancos que se presentan con la cara embetunada para encarnar afroamericanos, una forma de representación muy esparcida y adoptada entonces; cuando veamos alguno de los tantos cortometrajes de David Wark Griffith, sólo por mencionar al más célebre cineasta de entonces, este detalle se verifica prontamente. Es por ello que el mérito de Vidor, su valentía y osadía en la presente cinta son realmente remarcables, es apreciable la aproximación genuina que hace al por entonces inexplorado mundo y realidad de los afroamericanos, sin caras pintadas, sin absurdos ni falsos ornamentos, solamente retrata su rutina diaria con simpleza y cercanía. Es un apreciable y positivo atrevimiento el que materializa Vidor, pues confesaba el director que había sido uno de sus deseos realizar una cinta sobre afroamericanos con un reparto genuinamente de actores negros, y he aquí lo consiguió. Esa inicial alegría, regocijo e inocencia se verán sin embargo rotos, como la cinta misma, que sufre severo cambio, partición en su estructura cuando en la segunda parte afloren las oscuras pasiones, la venganza, la muerte y la lujuria.












Como se apuntó, en la cinta predomina mucho el baile, la música, un ambiente propio de la raza negra, y una de las características de los actores de color por las que fueron ganando poco a poco notoriedad y mayor aparición en la historia del cine norteamericano. Habrá pues muchas escenas de canto, escenas musicales, casi coreográficas incluso, apareciendo embrionarias notas de jazz, algazara, alegría y carisma, un compendio de habilidad y uso de las recién llegadas novedades cinematográficas. Apenas un año después de haber llegado el sonido al cine con El cantante de Jazz (1928), el cineasta Vidor realiza este vistoso y elocuente derroche sonoro, configura lo que, como se dijo, quizás no en vano más de uno proclame como la primera gran obra maestra del cine sonoro, pues es efectivamente la primera cinta que de modo tan ejemplar esgrime y utiliza los intimidantes nuevos recursos a disposición de los realizadores. Ciertamente el cine había cambiado, había cambiado para siempre, por vez primera el sonido era parte fundamental de una cinta, el sonido ya podía moldear un filme, su estructura, el sonido podía marcar el ritmo del largometraje, guiar las secuencias del mismo, convertirse efectivamente en el núcleo de la película. Era la primera vez que una película se atrevía a tamaña empresa en un momento tan crucial para el cine, el director norteamericano en efecto se labra un lugar bien ganado en los anales de la historia del arte cinematográfico. El mérito es grande: cuando el sonido aún era objeto de discusión, mientras leyendas actorales del cine mudo se desplomaban ante la inminencia de tener que utilizar sus impensadamente inadecuadas voces, mientras genios realizadores rehusaban tener que hacer cine sonoro y vaticinaban la ruina del nuevo avance, aparece esta cinta, que tiene en el sonido su núcleo. Tiene auditivo núcleo pues el montaje y el ritmo narrativo descansan justamente en ese sonido, es una cinta poderosamente auditiva, teniendo en la secuencia de lamento por la muerte de Spunk un excelente ejemplo de la injerencia del sonido en el filme, la fuerza y peso que tiene en la estructura de dicha secuencia.












De ese modo, la estética visual, o un prodigioso uso y despliegue de la cámara quedan en segundo plano, pues lo preponderante es el férvido uso del sonido, y la construcción de buena parte del filme en función a ese aspecto, articulando muchos elementos alrededor de las canciones, los cantos, los bailes, las prédicas de Zeke (Para resaltar, sin embargo, la secuencia que cierra el filme, en el que interesante ejercicio de cámara observaremos, Zeke persiguiendo a Hot Shot por un pantano en lo que se advierte como un preludio de la cámara en mano de la posterior nueva ola francesa). Estas últimas secuencias, las prédicas, evidencian el innegable aterrizaje del sonido en el cine, y secuencias como ésta, además de la secuencia del lamento por la muerte de Spunk, son asimismo elocuente muestra del trabajo de primeros planos en la cinta. Se apreciará un notable montaje, dotando de frenetismo esos instantes, enajenación extrema y lujuria en el caso de las prédicas delante de Chick, pesadumbre y dolor severo en el caso de la muerte del niño. Distintos sentimientos pero que se abordan con símil eficiencia gracias a ese trabajo de primeros planos que nos introducen en el drama y sentimientos, pasiones de los personajes, mientras a su vez se hace gala de los mejores juegos de luces y sombras que se ven en el filme. Y es que otro aspecto en el que destaca la cinta es precisamente por los sentimientos que en ella se plasman, la fuerza del drama y de sus personajes, pues sumamos a los méritos mencionados de la soberbia utilización del sonido, una historia muy humana. Trágicos personajes, tormentosos individuos, que no pueden escapar de sus patéticos dramas, de sus intensas pasiones, enriquecen la cinta agregando a sus aciertos, una historia sólida y muy humana, en la que la lujuria está presente, como cuando veamos a Chick mordiendo la mano de Zeke. Ahora bien, es obvio que la impronta y la pesada herencia de toda una vida (las alrededor de cuatro décadas que el cine llevaba de existencia, al menos) realizando películas de cierto modo, no desaparecían de la noche a la mañana. Y de ese modo, en la cinta aún apreciamos ecos de las realizaciones silentes, aún algunos detalles en el montaje, pero básicamente en el aspecto narrativo, en la transición de unas secuencias a otras, se percibe lo que es una perfectamente natural inercia por aún narrar con recursos del cine mudo. Se dice que la cinta fue inicialmente silente, que el sonido de agregó posteriormente junto con los diálogos, hecho que en efecto no puede ser descabellado, sabiendo que en los comienzos de los filmes sonoros, era usual la costumbre de rodar una versión muda, junto con la versión con sonido, entendible hecho considerando lo revolucionario y novedoso que era el nuevo método de rodaje. Las actuaciones son positivas, sólidas, quizás resaltando Nina Mae McKinney con su fogosa interpretación, profiriendo con intensidad el ¡Aleluya! mientras se acerca a Zeke, una de las figuras más patéticas de la película. Crucial y necesaria cinta, ciertamente forma parte importante de la historia y desarrollo del arte cinematográfico, una piedra angular para entender su proceso de maduración.














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