Tras haber dirigido la nigérrima
comedia Ensayo de un crimen (1955),
el ibérico Buñuel emprendería un nuevo rumbo en su filmografía, un punto de
quiebre se daría, pues después de una prolongada ausencia de relaciones, tras
casi veinte años de silencio, Buñuel volvía a vincularse con productoras
europeas para concretar sus filmes. Y
como fue una constante en casi toda su filmografía, realizará el cineasta una
adaptación de una obra literaria, una novela de Emmanuel Roblès en la que más
de uno de los eternos tópicos buñuelianos observaremos, pero muy atractivamente
diseminados y atenuados en lo que sería un filme para retomar contactos entre
Europa y el exiliado Buñuel, el hijo pródigo que se encontraba ya próximo a
culminar su etapa mexicana, donde imperecedero sello supo también dejar. Es la
trágica historia de un doctor en áreas campestres, cuya esposa ansía poder
salir de ese aburrido sitio e ir rumbo a Niza; pero el doctor, incapaz de
abandonar a sus pacientes, la hace ir ella sola. Problemas laborales surgen
para el doctor, que mientras conoce y se enamora de una bella viuda, debe
elegir entre satisfacer las exigencias de su esposa y su suegro, o quedarse y
apoyar la causa y problemas de los obreros locales, particularmente de uno, amigo
suyo. Una película académica de Buñuel, comparada con otros ejercicios, en la
que sin embargo sabe plasmar muchas de sus figuras y obsesiones que jamás
abandonaron su cine, es el inicio del retorno a Europa.
En calles francesas, vemos a Angela
(Nelly Borgeaud), esposa del Doctor Valerio (Georges Marchal), en cuyo hospital
hay obreros heridos por negligencias del empleador, Gorzone (Jean-Jacques
Delbo). Angela le dice a Valerio que está harta de ese sitio, que anhela irse
con él a Niza, que tendrían una mejor vida, y mejores pacientes para él. Pero
Valerio no puede abandonar a sus humildes pacientes, deja partir sola a su
mujer en un lujoso crucero; de vuelta al trabajo, ve a Sandro Galli (Giani
Esposito), cuya esposa, Magda (Brigitte Elloy), se encuentra gravemente
enferma, y por ello él descuida los sembríos que Gorzone le paga por cuidar. En
otro momento, Valerio atiende a una niña que estuvo a punto de ser ultrajada, está
presente el comisario Fasaro (Julien Bertheau), y conoce ahí a la hermosa viuda
Clara (Lucia Bosé). Clara debe marcharse, pero en vez de eso inicia un
clandestino idilio con el Doctor. Gorzone de pronto despide a Sandro por
improductivo, exigiéndole se mude de la casa que incluye su ex empleo,
generando drama ante el estado de su esposa. Pese a intervenir Valerio, Sandro
tiene que irse, y en el viaje, Magda fenece, y un enfurecido Sandro liquida a
balazos a Gorzone. Valerio esconde en su casa a Sandro, las autoridades lo
buscan, con Fasaro a la cabeza; Angela regresa, y, al descubrir lo que hace
Valerio, lo abandona; trágico final tendrá Sandro, que se mata, y Valerio termina
quedándose, luego marchándose con la bella Clara.
Lo primero que podemos decir
sobre esta cinta, es que estamos ante un real punto de quiebre para el
director, en el que descubría las coproducciones europeas como algo más que una
mera alternativa, sino una inminente
fuente de salvación para su carrera. Esta encrucijada se da ante la situación
de entonces en la escena mexicana, donde la industria cinematográfica, pese a
los resultados positivos tanto en crítica como en público observados con la
evolución buñueliana, empezaba a cerrarle más tozudamente las puertas. El
comienzo de la película se manifiesta premonitoriamente sobrio, sin excesos, con
mesura, y así, desde las primeras imágenes del filme apreciamos que se trata de
una obra muy académica, una obra muy metódica, y conforme sigan avanzando los
minutos esto se terminará de corroborar. La cámara se expresa mayormente
estática pero con algunos movimientos y travellings breves pero precisos -algún
moderado travelling liberará a la cámara de un comportamiento en el que más
impera la quietud-, además de una igualmente sobria fotografía, a la que
colabora también Robert Lefebvre, con armoniosas combinaciones de blanco y negro, luces y sombras, todo enmarcado en unas composiciones de sus encuadres que denotan la madurez alcanzada,
y un cierto esmero técnico particular en la realización. Esa fotografía es
efectiva para capturar lo agreste y árido del ambiente, como las situaciones
vividas por los protagonistas, los exteriores donde se rueda el filme. En
efecto, se advierte como una asignación, como un trabajo bien cumplido y con tesón,
como si el cineasta se mostrase académico, aplicado ante los ojos de una Europa
que deseaba repatriar al talentoso español que maravillaba al mundo desde
México hacía ya varios años. Pero siempre se recalca que pese a ello, pese a
ceñirse a ciertos cánones y estándares convencionales, supo susurrar sus
guiños, siempre visibles para el conocedor de su obra. Símilmente a lo señalado,
pronto también se desliza con soltura el bestiario de Buñuel, con unos jóvenes
felinos, y los jumentos, todos con sutil naturalidad pueblan los primeros
fotogramas del filme. Tenemos también a la gallina, elemento animalesco
buñueliano por excelencia, que después de un periodo de cierta ausencia, fluye
con seguridad y vigor en repetidos pasajes del filme. Así, más de una vez fluye
el orejudo jumento, al igual que la gallina, dos de los más conocidos y
referenciales, además de tradicionales elementos del nutrido bestiario
buñuealiano.
Se observará pues una factura
técnica elevada en el filme, y si bien a la cinta algunos le achacan un poco su
estructura plana, sin romper la estructura convencional del relato, esto debe
verse en todo caso como algo coherente a la trascendental coyuntura del momento
que atravesaba el cineasta. Algún detalle tibio de surrealismo casi pudiera
advertirse, empero, en el cineasta, como quizás los planos dedicados al artista
urbano, que montado en una bicicleta toca el violín entre las mesas de un
restaurante, mientras la cámara sigue su burlesco movimiento. Detalles
buñuelianos más nítidos no demorarán en fluir tampoco, y con vigor, como es el singular
caso del cuadro colgado de un Cristo plagado de algunos focos y cables, donde
bizarramente hace tibia alusión a la religión, pero sobre todo a su formación
surrealista, que nunca deja de manifestarse en su producción mexicana, con
mayor o menor intensidad y frecuencia dependiendo del filme y las
circunstancias, pero que jamás abandona el élan creativo del cineasta. Otro
detalle personal es el texto de Claudel, uno de los poetas predilectos del
director, texto encima del cual el español emplaza unas esposas, en una sutil
pero decidida alusión sobre un literato que siempre admiró. Otro importante momento
buñueliano viene a ser cuando Valerio se encuentra con Clara en casa de ella, y
los clandestinos amantes tienen un momento de intimidad, con la tortuga que sirve
como imagen de extensión para el amoroso momento, una imagen personal del amor
por parte del realizador, pues sabemos lo reacio que era el cineasta a plasmar
besos directamente en pantalla. En su lugar, tenemos al quelonio, de cabeza y volviéndose
sobre sus patas, una imagen sin palabras, como trabajan los mejores cineastas,
para prolongar la situación de amor secreto y pasional que estamos presenciando.
Las gallinas y los besos, por cierto desfilan sucesivamente con sorpresiva
fluidez. La lejanía y las olas asimismo son otra de las figuras donde se
extiende, donde se prolonga un sentimiento o circunstancia retratada, en este
caso el amor, o la secuencia amorosa erótica que retrata, otro encuentro
amoroso entre Valerio y Clara, donde nuevamente el lenguaje personal del
director se manifiesta. Encontramos pues presencia tibia de los tópicos representativos
del director, si bien, no se le considera entre las más altas cimas
bueñuelianas, es un filme que bien se erige entre dos de los momentos más definidos
e importantes para este genial cineasta.
Bifaz momento o trabajo debe
haber sido este para Buñuel, pues si bien por un lado significaba su retorno a
trabajar con productoras europeas, aunque haya sido a medias, todavía no tenía
el director la plena libertad para dirigir, para su total desempeño, la formalidad
técnica y hasta cierto punto estética y temática es una regla general a la que
todavía tiene que ceñirse, el genio debía aún aceptar ciertas adaptaciones en
su estilo. Escuchamos un filme buñueliano en idioma extranjero, ya no en
español proveniente de la Madre Patria, ni el proveniente de México, lo
escuchamos ahora en francés, no es novedad si recordamos sus delirantes
ejercicios mudos -o semimudos- iniciales surrealistas, pero esta es efectivamente
la primera vez que oímos un filme
buñuelianon en francés. Después de casi cuatro lustros, se da un regreso, si bien
parcial, en la forma de la coproducción con Francia, un paréntesis antes de acabar
definitivamente su fase en tierras aztecas y volver al ámbito europeo, donde
algunas de sus mayores cumbres alcanzaría. Es uno de los filmes en los que con
mayor vigor se plasma su filiación sociológica y política, la idea de
revolución más fuertemente se retrata, el choque clasista ya no es un tema como
medio, sino como fin, su personaje central lo encarna todo, crece su compromiso
con el incidental movimiento de los obreros, crecen sus motivaciones, se
adscribe al pensamiento y accionar obreros, enfrentándose a los opresores empleadores,
anteponiendo esto a una esposa que no amó de la manera que amó a la viuda.
Retrata el director adulterio, la moral queda una vez más al margen, pues
Buñuel no juzga o condena en sus filmes, no juzga a sus imperfectos
protagonistas sino que nos muestra sus dramas, nos retrata a sus complejos
héroes, y Valerio es el centro del filme, evoluciona, existencialmente y socialmente
también, y significativamente en un momento se le pregunta por qué hace todo
esto, a cuya pregunta solo contesta con silencio; va descubriendo que la causa
de los obreros le importa más incluso que su propio bienestar, que está en teoría,
con su esposa. Es el personaje sobre el que reposa el interés, es el núcleo,
con el que debe identificarse el público, su compromiso revolucionario va creciendo
sin que él mismo lo note, es su dilema moral y social en el que reposa el drama
del filme. Su gesto final de rechazar la mano de Fasaro, valioso aliado en ese
contexto desde un punto de vista maquiavélico, finalmente nos muestra que
rechaza todo lo que el comisario representa, al opresor, al abuso, al
explotador, y a todos sus involucrados, directos o indirectos, pues el policía
solo cumplía su deber. A partir de esta película, conocería Buñuel actores que serían grandes amigos en
algunos casos, y que serán sus futuros frecuentes apoyos actorales, como es el
caso del detective Fasaro, Julien Bertheau, a quien más de una vez
apreciaríamos posteriormente en algunos de los trabajos cumbre franceses del
final de la carrera del cineasta. Un filme que en efecto no se contará entre los
más extraordinario que este gran director supo alguna vez producir, pero que
por las razones arriba expuestas es un ejemplar cinematográfico digno de mucha
atención, que vale doblemente por el carácter coyuntural del momento en la vida
del artista, un filme necesario para un conocimiento integral de su obra.