domingo, 30 de julio de 2017

Él (1953) - Luis Buñuel

Es esta una de las más notables producciones mexicanas que tuvo el descomunal cineasta Luis Buñuel, que había ya adquirido rodaje y experiencia en tierras aztecas, que había ya asimilado la forma de hacer cine en ese país, habiendo producido filmes de distintas naturalezas, y obteniendo a su vez disímiles resultados entre público y crítica. Trabaja nuevamente el cineasta español con su mano derecha como guionista, el gran Luis Alcoriza, y a su vez trabaja también con otro gran colaborador suyo, el célebre fotógrafo Gabriel Figueroa para configurar una de sus cintas más reconocidas y logradas de su etapa en México. Con esos sólidos pilares en colaboración, adapta el aragonés una de sus historias más personales, en el sentido que su protagonista es uno de los personajes que más contienen la esencia del propio autor, del cineasta; se trata de una novela de Mercedes Pinto, en cuya adaptación trabajó el propio Buñuel, con Alcoriza. Es la trágica y patética historia de un conservador individuo, un modelo a seguir para la sociedad y la iglesia, casto individuo que ve su existencia cambiar radicalmente cuando se enamore de una joven y atractiva mujer; ese amor se transformará en obsesivos celos, enfermiza obsesión que harán al hombre descender y perderse en la locura. Uno de los filmes más memorables de su autor, contiene muchos de los principales nortes del director, y mucho más que eso incluso, una verdadera joyita.

                 


En una iglesia mexicana, se está realizando la ceremonia del lavado de pies en jueves Santo, durante la cual Francisco Galván de Montemayor (Arturo de Córdova) se queda prendado de una bella mujer, pero no puede hablar con ella. Francisco luego está en su casa, donde vive con su criado Pablo (Manuel Dondé), recibe a un abogado, pues está en litigio por una tierras que asegura le pertenecen, el caso es complicado. Consigue Francisco conocer finalmente a la mujer, en la iglesia, ella es Gloria Vilalta (Delia Garcés), pero está reacia a hablarle; luego Francisco visita a un viejo amigo suyo, que está comprometido, lo invita a cenar a su casa a él con su novia, resultando ésta ser Gloria, y esa noche, él la seduce. El tiempo ha pasado, un día Raúl Conde (Luis Beristáin), el inicial prometido de Gloria, se encuentra en la calle con ella, y Gloria no puede evitar relatarle sus tormentos, ahora casada con Francisco, recuerda cómo desde su luna de miel afloraron sus enfermizos celos. Luego, de vacaciones en Guanajuato, ella se encuentra con un amigo suyo, Francisco enloquece de celos, y termina siendo golpeado; y cuando su nuevo abogado se acerca más de la cuenta a Gloria en una fiesta, todo empeora, sus irracionales celos crecen más, mientras su litigio se complica. Francisco termina por enloquecer, ataca incluso a su amigo, el padre Velasco (Carlos Martínez Baena), y lo veremos solo, confinado y convertido en solitario monje.











Termina de este modo un filme que Buñuel define como su favorito, la cinta que tenía más de él, más de su persona, como su esposa misma lo confirmara en el libro Memorias de una mujer sin piano, el cineasta era muy celoso; probablemente sin llegar a los enfermizos extremos de Francisco, pero definitivamente ha moldeado al protagonista como una suerte de alter ego suyo. El personaje conjuga las grandes obsesiones y tópicos del propio director, la rígida iglesia, el profundo catolicismo en el que fue criado Buñuel, por supuesto el sexo (todos los tópicos más importantes y representativos del cineasta se manifiestan), y en este caso los celos, que es lo que termina por desquiciar al pobre individuo; es el perfecto Buñuel, por así decirlo, es probablemente el protagonista de sus filmes que más se aproxima al creador, y nuevamente, el arte será más poderosa y potente que nunca cuando se nutra, cuando se insufle de la vida misma, como en este caso. Siendo así, y sin palabras, como tantas veces hizo Buñuel, desde las secuencias iniciales ya nos ha expuesto una peculiaridad de nuestro protagonista, que observa los pies de Gloria en la iglesia, y se queda embelesado, atrapado casi por ellos; no hay duda, es nuestro director, es Buñuel el que estamos viendo reflejado en Francisco, en sus fetiches. La primera parte del filme, donde él seduce a Gloria, tiene un tratamiento un tanto subjetivo, por Francisco, desde la perspectiva de él, pero mayormente imparcial, objetivo. Esa subjetividad, esa perspectiva subjetiva se romperá luego, por dar un ejemplo, cuando el gran travelling termine de recorrer la sala de la iglesia donde la liturgia se está llevando a cabo. La segunda parte ya cambia, desde la narrativa hasta el enfoque, la perspectiva, narrando todo desde la perspectiva de ella, y reforzando ese enfoque con algunos travellings y zooms, reforzando la narración dentro de la narración con los flashbacks, los recuerdos de Gloria. El filme es la historia del desmoronamiento, el descenso de un ícono social, de un ejemplar y casto individuo, su viaje a la locura. Estamos ante una gran documentación de la degradación masculina, casi como una bitácora, paso a paso, de cómo un hombre enamorado, es completamente superado por los celos, preguntando a su esposa por su pasado, por sus parejas, pretendiendo que se le narre ese pasado, celos patéticos y enfermizos, ciertamente comprensibles para la persona que conoce el tema. Se advierte que alguien ha producido esto conociendo lo que retrata, conociendo el tema que aborda, de ahí que lo representado sea tan fuerte y sólido, un eficiente retrato, si bien las primeras proyecciones más bien desataron risas del público, se cuenta, algo que no irritó en demasía a Buñuel.













Técnicamente Buñuel se supera en muchos aspectos en esta cinta, emplea recursos a los que antes no había recurrido, siendo el más notable esa gran elipsis -recurso casi inédito en él-, ese gran salto temporal que ocurre justo después del beso de Francisco y Gloria, un fuerte ruido nos interrumpe, la construcción de la presa en que trabajaba Raúl, y luego ha pasado ya el tiempo, Francisco concretó su sueño de casarse con Gloria. Ese gran recurso posibilita a su vez la otra gran novedad, la novedad en el plano narrativo, empalmando el relato en tiempo presente con los recuerdos de Gloria, la segunda parte del filme, los flashbacks a través de los cuales se construye el segundo segmento, donde se da la decadencia mental y física de Francisco. Tenemos así una nueva estructura narrativa en Buñuel, la estructura de narración que se vertebra en la segunda parte con los flashbacks, los recuerdos, para terminar nuevamente en el presente, con el arruinado Francisco en el convento de monjes. Buñuel, con pequeños pero significativos detalles, con nitidez delinea a su personaje, detalles como  cuando ordena a Pablo “arregla ese cuadro que está torcido”, o cuando ordena perfectamente los zapatos de Gloria, otro guiño a su fetiche, y otra detalle para delinear al personaje como alguien meticuloso, obseso, esa siempre fue su personalidad, proclive a la pasión, a la obsesión. Encontraremos igualmente interesantes planos, la fotografía del filme, con encuadres en los que la iluminación refuerza los primeros planos de los personajes, potenciando la perspectiva, la presencia y los atributos de cada uno, la predominancia de Francisco, y la sumisión de Gloria. La fotografía del maestro Figueroa se hace patente, con loables y expresivos encuadres, juegos de luces y mucha oscuridad, poderosos contraluces, expresivos contrastes, planos de esa sala principal infestada, plagada de sombras, oscuridad, la umbría reina en esa aciaga casa. El filme se vuelve por momentos oscuramente surreal, las escaleras y la estancia inundadas de sombras exteriorizan su gradual deterioro mental, su desquicio. En ese sentido, hay reiterados enfoques de la escalera de la casa, detalle significativo si tomamos en cuenta que esa casa, y esa escalera específicamente, fue elegida por reproducir fidedignamente la casa española en la que creció el cineasta; vemos que va impregnando de detalles personales la obra, tal como el protagonista mismo, un reflejo de Buñuel, el claustro en el que Francisco se descompone tiene pues algo de la vida real del artista. Él se desenvuelve en medio de esas sombras, de esos mínimos y lóbregos espacios.










Esto tiene su clímax en la poderosa secuencia, surreal, de él en esa escalera, solo, sentado en un peldaño, haciendo bulla golpeando frenéticamente un objeto, completamente rodeado de las sombras, que se derraman por la estancia más amenazantemente que nunca, en la secuencia más onírica y lóbrega de toda la cinta. Desde el comienzo el director con habilidad personaliza su filme, con ese buñueliano desfile de fetiches, un frenesí de uno de sus objetos fetiches por excelencia, los pies, formidablemente fundido con el tema religioso. El mandatum permite la libertad de explorar múltiples pares de pies, desembocando en los pies de ella, cuando comienza su perdición, en esa secuencia apertura que nos muestra la seriedad de la liturgia, solemnidad, cantos. Una religiosidad que sigue insinuándose y haciéndose presente con algunos encuadres, de Francisco y un elemento religioso completando la toma, y no falta quien ha visto algo de antirreligioso en el filme, la iglesia es casi el sitio donde ocurren todos los hechos de decadencia. Allí la conoce a ella, y finalmente ahí ahorca al sacerdote, consumando su demencia al verlos a todos carcajeándose de él, pues su paranoia creció geométricamente, pensando que todos están contra él, los poderosos enemigos que asegura tener y que conspiran contra él y su litigo por los terrenos, un retrato natural en el que se vierte el cineasta. Eso sí, vemos que sutilmente la iglesia se deslinda del tema, representado en el padre Velasco, que al ser preguntado dice, “yo opino, sobre el amor, que este pavo está muy bueno”. Completamente patológico, un enfurecido e indiferente Francisco de pronto muda violentamente de humor al ver los pies de su mujer debajo de la mesa, cambia su furia e indiferencia por pasión, desbocada pasión, la besa apasionadamente, una anomalía que nos refuerza sus obsesiones, que va acentuando su locura. En cuanto a ella, es plenamente servil y sumisa, es la victima perfecta sadiana, se pliega completamente a todos los excesos de su esposo, incluso ser disparada con un arma de salvas, es el típico caso de la mujer que se queda con el que peor la trata y tortura, es sadiana desde su primer gesto, que ya es sumiso, bajando la vista ante la mirada de Francisco. Irremediablemente el filme desfila por momentos en el terreno del melodrama, algo que generalmente mortificaba a Buñuel, y es inevitable observarlo en el ambiente del liviano flirteo, la aproximación de Francisco con Gloria, ella exclamando “yo misma no sé por qué lo he hecho”, la primera parte se encuadra completamente en esos códigos, para ya en la segunda parte adquirir carices bastante más ambiciosos. La música también colabora a ese ambiente medio dulzón y melodramático, una música que contribuye a generar la atmósfera inocua de esa primera parte del metraje, y de la que el director luego prescindiría, para dejar camino a la pasión del hombre, el tema capital. El filme es una vigorosa y muy bien configurada denuncia, construye el modelo perfecto de la sociedad mexicana, aunque bien el retrato podría representarse en cualquier lugar, pues el motor pulsor, la pasión, los celos, es algo común a todo ser humano. Admirado, querido y respetado por la sociedad, por la iglesia, es el modelo perfecto, consigue persuadir al padre, símbolo de la iglesia, y a la madre de Gloria, símbolo de la sociedad, pero ese modelo perfecto se resquebraja de increíble manera, hasta perderse en su espiral de celos. Al final, errabundo se va, ese zigzagueo del plano final le resultó divertido al cineasta, humor negro en el final, Francisco camina tambaleante, como su mente, como su vida, está perdido, y queda encima un oscuro, ambiguo e indefinido detalle, pues se insinúa que el infante es su hijo. Descomunal filme, en efecto una pequeña obra maestra, de lo mejor de la producción mexicana buñueliana.











lunes, 17 de julio de 2017

El Bruto (1953) - Luis Buñuel

Buñuel continuaría su prolífica etapa en tierras mexicanas con la presente cinta, un filme en el que continúa asimismo dejando patente su expertiz, el rodaje y dominio que había ya adquirido tras unos años rodando en suelo azteca. Vuelve el cineasta aragonés a trabajar con su guionista de confianza, Luis Alcoriza, para llevar a la pantalla grande una historia en la que él mismo colaboró en el guión, una historia cruda, llena de patetismo, y con la que Buñuel vuelve a sus más reconocibles y recurrentes tópicos cinematográficos, que por un momento había dejado de lado en su anterior película, Una mujer sin amor (1952). Buñuel no tuvo precisamente la mejor impresión de este trabajo suyo, como a menudo ocurrió con sus filmes mexicanos, se lamentaba de algunos cambios que se le impusieron a sus originales deseos, pero pese a todo termina configurando un filme muy bien logrado, conciso, que bien puede no estar entre sus más elevadas creaciones, pero es un ejercicio digno de atención. Es la historia del Bruto, un recio obrero, muy fuerte sujeto a quien su patrón encarga que amedrente a los inquilinos de la vecindad que posee, quiere desalojarlos, y ellos se resisten; el Bruto cumple bien lo que se le encarga, pero cuando descubre el amor en una chiquilla, una de las inquilinas, todo se complica, más aún cuando se enrede con la mujer del patrón. Interesante filme del director español, muy a tener en cuenta.

                   


La acción se desarrolla en una vecindad, con humildes viviendas, en una de ellas vive Meche (Rosa Arenas) con su padre, Carmelo González (Roberto Meyer), que un día se ven alarmados ante un escándalo en la vecindad, el dueño del sitio: Andrés Cabrera (Andrés Soler), desea vender la propiedad, exige que todos salgan de ahí, generándose conflicto. Para acallar a los inquilinos, a Andrés, su mujer, Paloma (Katy Jurado), le da la idea de buscar un matón que los amedrente. A quien busca es a Pedro, apodado El Bruto (Pedro Armendáriz), por su gran fuerza física, obrero suyo a quien le encarga que asuste a los inquilinos, en especial a Carmelo, que lidera a los vecinos. El Bruto se pone en acción, y golpea al viejo, con tanta mala suerte que, enfermo, termina muriendo Carmelo. Los vecinos, alertados, intentan matar al agresor, pero escapa, y conoce a Meche, que lo ayuda, ignorando que es el asesino de su padre. El Bruto pronto asimismo se enreda con Paloma, intenso adulterio se consuma, que complica todo cuando la mujer se entera del romance del Bruto con Meche, contándole sin dudar que él es el culpable de la muerte de su padre. Paloma, asimismo, miente a Andrés, acusando al Bruto de abusarla, exigiéndole que liquide a su obrero, pero al encararlo, es finalmente el Bruto quien termina por matarlo. En el final, el Bruto ha conseguido que la vecindad de Meche no sea desalojada, pero tendrá trágico final.







Buñuel evidencia ya la experiencia que ha adquirido en México con sus rodajes, cineasta que probó su versatilidad, su economía, y su rigurosidad, y apreciamos el inicio característico buñueliano, la cámara  mostrando un primer plano de un detalle, para luego retroceder y mostrarnos la imagen más amplia; en este caso, primero se aprecia el plano de Meche con el gotero dándole medicinas a su enfermo padre, luego su humilde vivienda en la vecindad, propiedad de Andrés. Posteriormente, como siempre hacen los mejores cineastas, esto es, narrar sin palabras, nos presenta a una de las claves del filme, a Paloma, que se mira en el espejo, que come unas uvas, las masca sensualmente mientas observa su reflejo, muestra los dientes, como la fiera que demuestra ser; en unos cuantos instantes ya sabemos que se trata de una mujer carnal, y sin pronunciarse un solo monosílabo. De símil modo, simbólicamente se presenta al Bruto, él trabaja en una carnicería, un matadero, acorde a la brutalidad de su personalidad, cargando enormes carnes, cadáveres animales abiertos por la mitad, delineando así bien al personaje, como se hizo con Paloma, si bien el inicial ejemplo fue más ejemplar. El desenvolvimiento de la cámara nos evidencia asimismo la madurez en el oficio de director que Buñuel ha adquirido, una movilidad de la cámara que hace a su filme muy cinematográfico, con sutiles travellings, acercamientos y alejamientos que nos cambian más de una vez la perspectiva, y la separan de otros ejercicios que pueden haber tenido un tratamiento más plano, cercano al teatro, como, sin ir más lejos, es el caso de la cinta inmediatamente anterior, la citada Una mujer sin amor. Técnicamente, pues, es una obra muy bien realizada, tanto por el manejo de la cámara y su soltura, pero además por la bella fotografía, con esos poderosos planos oscuros que se irán repitiendo, una sobria fotografía que embellece siempre un filme. Y no es accidente eso, las lóbregas locaciones, oscuras imágenes que fluyen siempre con el Bruto como protagonista, que se complementan, como exteriorizando la personalidad del férreo sujeto, reiteradamente fluirán esas oscuras imágenes, muy notablemente fotografiadas. Siempre él en la oscuridad, siempre el Bruto desplazándose por umbrosos ambientes, ya sea su inicial casa, ya sea las locaciones que Andrés le facilita, la oscuridad lo sigue siempre, pero no nos confundamos, pues aquí nace otro de los factores que hacen a esta cinta tan notable y apreciada por cierto sector de la crítica.












Y es que nuestro protagonista evoluciona, su personaje, El Bruto, se hace complejo, y así en la cinta, que erróneamente se catalogaría como un drama de tantos otros, se nos hace compleja la labor de juzgarlo, de declararlo villano, de verlo despreciable y condenable. Empatizamos con el supuesto vilano, que se enamora, que se viste bien, que se humaniza ante nosotros al saber que su duro corazón alberga sentimientos cálidos, tiernos, quiere cambiar por ella, quiere salir de ese mundo que lo termina devorando; se rompe pues la rigidez de lo que sería un melodrama con todas sus letras, tenemos a un personaje complejo en el bruto de mucha fuerza pero de escasa inteligencia, ese contrasta hace al personaje atractivo, y verlo en el final acercándose a la frágil Meche, después de haber liquidado a dos personas, sabiéndose que es responsable de la muerte de su padre, resulta casi ridículo, pero tierno, le dice volveré por ti, porque te quiero mucho, una desesperante situación que roza lo patético. En ese sentido, la cinta es innegablemente una película dramática, es un drama, por mucho que Buñuel lamente el resultado final y asevere que esa no era su intención al comenzar el rodaje, y probablemente los cambios impuestos a los que referencia el cineasta tuvieron algo que ver con ese final producto. La cinta, por cierto, nació de una idea de Alcoriza, con el núcleo de la historia, los inquilinos que se enfrentan al casero, a su vez amedrentados por un tipo muy rudo; uno de los aportes del cineasta, que inicialmente no estaba en los planes, es el elemento del padre del dueño, Andrés, un viejo ocurrente, que algún dispara origina, repitiendo constantemente “puñales”. Otro reconocible detalle buñueliano es el tratamiento a las secuencias amorosas, siempre enemigo de mostrar besos el cineasta, ahora, así como en Gran Casino (1948), era Jorge Negrete moviendo el palo en el petróleo, vemos la carne que se cocina, se quema, consumiéndose, obvio y muy poderoso y elocuente guiño al idilio carnal que a su vez se está cocinando. Katy dice al Bruto que deje la carne, que deje que la carne se queme… Como se dijo, en esta cinta Buñuel regresa a varios de sus tópicos de toda la vida, empezando claro por el tema sexual, la carne, la lujuria, en la figura obviamente de Paloma, mujer carnal, intensa, fogosa y temible como una fiera, nuevamente veremos los juegos de miradas, miradas llenas de libídine.















También vuelve la figura de cambio de persona, Paloma, primero indiferente en la cama ante los besos de su esposo, luego de conocer al Bruto, empieza ya a arder de deseo, y si bien es Andrés quien la besa, ella tiene en la cabeza al Bruto, como sucedió en Subida al Cielo (1952), y en Susana (1950), una figura que practicaban los surrealistas, parte del círculo amical e intelectual del aragonés; ahora, el concepto es el mismo, pero sin el intercambio de rostros, un tibio guiño a otro de sus recursos conocidos. No podía faltar tampoco el elemento animal, en el tan buñueliano detalle de la gallina, que parece como en una densa pesadilla, pues ciertamente una pesadilla ha terminado, y ese plano final con Katy enfrente del ave, es por cierto otro detalle añadido pro el aragonés, y es formidable, nuevamente sin palabras, nuevamente surreal, excelente secuencia, sin palabras y elocuentemente, casi inquietantemente, ella la mira extrañada; Buñuel consideraba a las gallinas como animales propios de una pesadilla, y vaya que supo plasmarlo en el momento preciso, y de la manera más efectiva. Surge ya la notable y célebre Katy Jurado, mujer de férreo temperamento, férvida y temible, legendaria actriz de carácter, va ya dejando su impronta la Jurado (escalofriante escucharla gritar, “mátenlo”, o “mátalo”, sin miramientos, intensa y despiadada, al escapársele su amante, la posesiva fiera solo quiere destruirlo), una personalidad del cine mexicano, que desde siempre evidenció su fuerte humanidad, se muestra hermosa, joven y candente, de carácter perfecto para el papel de la carnal Paloma. Pedro Armendáriz, otra personalidad del cine mexicano, cumple asimismo en un papel memorable, el bruto y enamorado obrero, Buñuel tuvo el acierto y el poder de seducción par haber trabajado con referentes actorales en México, y a todos, salvo alguna excepción, supo dirigirlos bien. Recuperó para este filme Buñuel su tópico de gentes desgraciadas, muy emparentado con Los Olvidados, hasta por el nombre de la inocente, Meche, además por centrarse en gentes desgraciadas, con dramas patéticos, plagados de miseria, de violencia, muerte, gente atrapada en sus circunstancias, circunstancias que los devoran, un infierno del que no hay escape, que consume a sus desesperados inquilinos. Alguno ha querido ver en el filme un hito político dentro de la cinematografía del autor, pues nunca antes expuso tan directamente el choque de clases, patrones contra obreros en la figura del dueño y sus inquilinos, mientras que por otro lado está el severo contrapunto femenino, severo contraste, la pura y casta Meche, contra la carnal, la dominante Paloma, pura carnalidad, demoniaca, despiadada, cortando los tallos de las flores, disponiendo de vidas. Historia de patetismo y miseria, de situaciones extremas, un sólido drama, que si bien no convenció del todo a su autor, será muy apreciable para el admirador de Buñuel.