Es esta una de
las más notables producciones mexicanas que tuvo el descomunal cineasta Luis
Buñuel, que había ya adquirido rodaje y experiencia en tierras aztecas, que
había ya asimilado la forma de hacer cine en ese país, habiendo producido
filmes de distintas naturalezas, y obteniendo a su vez disímiles resultados
entre público y crítica. Trabaja nuevamente el cineasta español con su mano
derecha como guionista, el gran Luis Alcoriza, y a su vez trabaja también con
otro gran colaborador suyo, el célebre fotógrafo Gabriel Figueroa para
configurar una de sus cintas más reconocidas y logradas de su etapa en México.
Con esos sólidos pilares en colaboración, adapta el aragonés una de sus
historias más personales, en el sentido que su protagonista es uno de los
personajes que más contienen la esencia del propio autor, del cineasta; se
trata de una novela de Mercedes Pinto, en cuya adaptación trabajó el propio
Buñuel, con Alcoriza. Es la trágica y patética historia de un conservador
individuo, un modelo a seguir para la sociedad y la iglesia, casto individuo
que ve su existencia cambiar radicalmente cuando se enamore de una joven y
atractiva mujer; ese amor se transformará en obsesivos celos, enfermiza
obsesión que harán al hombre descender y perderse en la locura. Uno de los
filmes más memorables de su autor, contiene muchos de los principales nortes
del director, y mucho más que eso incluso, una verdadera joyita.
En una iglesia
mexicana, se está realizando la ceremonia del lavado de pies en jueves Santo,
durante la cual Francisco Galván de Montemayor (Arturo de Córdova) se queda
prendado de una bella mujer, pero no puede hablar con ella. Francisco luego está
en su casa, donde vive con su criado Pablo (Manuel Dondé), recibe a un abogado,
pues está en litigio por una tierras que asegura le pertenecen, el caso es
complicado. Consigue Francisco conocer finalmente a la mujer, en la iglesia,
ella es Gloria Vilalta (Delia Garcés), pero está reacia a hablarle; luego
Francisco visita a un viejo amigo suyo, que está comprometido, lo invita a
cenar a su casa a él con su novia, resultando ésta ser Gloria, y esa noche, él
la seduce. El tiempo ha pasado, un día Raúl Conde (Luis Beristáin), el inicial
prometido de Gloria, se encuentra en la calle con ella, y Gloria no puede
evitar relatarle sus tormentos, ahora casada con Francisco, recuerda cómo desde
su luna de miel afloraron sus enfermizos celos. Luego, de vacaciones en
Guanajuato, ella se encuentra con un amigo suyo, Francisco enloquece de celos,
y termina siendo golpeado; y cuando su nuevo abogado se acerca más de la cuenta
a Gloria en una fiesta, todo empeora, sus irracionales celos crecen más,
mientras su litigio se complica. Francisco termina por enloquecer, ataca incluso
a su amigo, el padre Velasco (Carlos Martínez Baena), y lo veremos solo, confinado
y convertido en solitario monje.
Termina de este
modo un filme que Buñuel define como su favorito, la cinta que tenía más de él,
más de su persona, como su esposa misma lo confirmara en el libro Memorias de una mujer sin piano, el
cineasta era muy celoso; probablemente sin llegar a los enfermizos extremos de
Francisco, pero definitivamente ha moldeado al protagonista como una suerte de
alter ego suyo. El personaje conjuga las grandes obsesiones y tópicos del
propio director, la rígida iglesia, el profundo catolicismo en el que fue
criado Buñuel, por supuesto el sexo (todos los tópicos más importantes y
representativos del cineasta se manifiestan), y en este caso los celos, que es
lo que termina por desquiciar al pobre individuo; es el perfecto Buñuel, por
así decirlo, es probablemente el protagonista de sus filmes que más se aproxima
al creador, y nuevamente, el arte será más poderosa y potente que nunca cuando
se nutra, cuando se insufle de la vida misma, como en este caso. Siendo así, y
sin palabras, como tantas veces hizo Buñuel, desde las secuencias iniciales ya
nos ha expuesto una peculiaridad de nuestro protagonista, que observa los pies
de Gloria en la iglesia, y se queda embelesado, atrapado casi por ellos; no hay
duda, es nuestro director, es Buñuel el que estamos viendo reflejado en
Francisco, en sus fetiches. La primera parte del filme, donde él seduce a
Gloria, tiene un tratamiento un tanto subjetivo, por Francisco, desde la
perspectiva de él, pero mayormente imparcial, objetivo. Esa subjetividad, esa
perspectiva subjetiva se romperá luego, por dar un ejemplo, cuando el gran
travelling termine de recorrer la sala de la iglesia donde la liturgia se está
llevando a cabo. La segunda parte ya cambia, desde la narrativa hasta el
enfoque, la perspectiva, narrando todo desde la perspectiva de ella, y
reforzando ese enfoque con algunos travellings y zooms, reforzando la narración
dentro de la narración con los flashbacks, los recuerdos de Gloria. El filme es
la historia del desmoronamiento, el descenso de un ícono social, de un ejemplar
y casto individuo, su viaje a la locura. Estamos ante una gran documentación de
la degradación masculina, casi como una bitácora, paso a paso, de cómo un
hombre enamorado, es completamente superado por los celos, preguntando a su
esposa por su pasado, por sus parejas, pretendiendo que se le narre ese pasado,
celos patéticos y enfermizos, ciertamente comprensibles para la persona que
conoce el tema. Se advierte que alguien ha producido esto conociendo lo que retrata,
conociendo el tema que aborda, de ahí que lo representado sea tan fuerte y
sólido, un eficiente retrato, si bien las primeras proyecciones más bien
desataron risas del público, se cuenta, algo que no irritó en demasía a Buñuel.
Técnicamente
Buñuel se supera en muchos aspectos en esta cinta, emplea recursos a los que
antes no había recurrido, siendo el más notable esa gran elipsis -recurso casi
inédito en él-, ese gran salto temporal que ocurre justo después del beso de
Francisco y Gloria, un fuerte ruido nos interrumpe, la construcción de la presa
en que trabajaba Raúl, y luego ha pasado ya el tiempo, Francisco concretó su
sueño de casarse con Gloria. Ese gran recurso posibilita a su vez la otra gran
novedad, la novedad en el plano narrativo, empalmando el relato en tiempo
presente con los recuerdos de Gloria, la segunda parte del filme, los
flashbacks a través de los cuales se construye el segundo segmento, donde se da
la decadencia mental y física de Francisco. Tenemos así una nueva estructura
narrativa en Buñuel, la estructura de narración que se vertebra en la segunda
parte con los flashbacks, los recuerdos, para terminar nuevamente en el
presente, con el arruinado Francisco en el convento de monjes. Buñuel, con pequeños
pero significativos detalles, con nitidez delinea a su personaje, detalles
como cuando ordena a Pablo “arregla ese
cuadro que está torcido”, o cuando ordena perfectamente los zapatos de Gloria,
otro guiño a su fetiche, y otra detalle para delinear al personaje como alguien
meticuloso, obseso, esa siempre fue su personalidad, proclive a la pasión, a la
obsesión. Encontraremos igualmente interesantes planos, la fotografía del
filme, con encuadres en los que la iluminación refuerza los primeros planos de
los personajes, potenciando la perspectiva, la presencia y los atributos de
cada uno, la predominancia de Francisco, y la sumisión de Gloria. La fotografía
del maestro Figueroa se hace patente, con loables y expresivos encuadres,
juegos de luces y mucha oscuridad, poderosos contraluces, expresivos
contrastes, planos de esa sala principal infestada, plagada de sombras,
oscuridad, la umbría reina en esa aciaga casa. El filme se vuelve por momentos
oscuramente surreal, las escaleras y la estancia inundadas de sombras
exteriorizan su gradual deterioro mental, su desquicio. En ese sentido, hay
reiterados enfoques de la escalera de la casa, detalle significativo si tomamos
en cuenta que esa casa, y esa escalera específicamente, fue elegida por
reproducir fidedignamente la casa española en la que creció el cineasta; vemos
que va impregnando de detalles personales la obra, tal como el protagonista
mismo, un reflejo de Buñuel, el claustro en el que Francisco se descompone
tiene pues algo de la vida real del artista. Él se desenvuelve en medio de esas
sombras, de esos mínimos y lóbregos espacios.
Esto tiene su
clímax en la poderosa secuencia, surreal, de él en esa escalera, solo, sentado
en un peldaño, haciendo bulla golpeando frenéticamente un objeto, completamente
rodeado de las sombras, que se derraman por la estancia más amenazantemente que
nunca, en la secuencia más onírica y lóbrega de toda la cinta. Desde el
comienzo el director con habilidad personaliza su filme, con ese buñueliano desfile
de fetiches, un frenesí de uno de sus objetos fetiches por excelencia, los
pies, formidablemente fundido con el tema religioso. El mandatum permite la
libertad de explorar múltiples pares de pies, desembocando en los pies de ella,
cuando comienza su perdición, en esa secuencia apertura que nos muestra la
seriedad de la liturgia, solemnidad, cantos. Una religiosidad que sigue
insinuándose y haciéndose presente con algunos encuadres, de Francisco y un
elemento religioso completando la toma, y no falta quien ha visto algo de antirreligioso
en el filme, la iglesia es casi el sitio donde ocurren todos los hechos de
decadencia. Allí la conoce a ella, y finalmente ahí ahorca al sacerdote,
consumando su demencia al verlos a todos carcajeándose de él, pues su paranoia
creció geométricamente, pensando que todos están contra él, los poderosos
enemigos que asegura tener y que conspiran contra él y su litigo por los
terrenos, un retrato natural en el que se vierte el cineasta. Eso sí, vemos que
sutilmente la iglesia se deslinda del tema, representado en el padre Velasco,
que al ser preguntado dice, “yo opino, sobre el amor, que este pavo está muy
bueno”. Completamente patológico, un enfurecido e indiferente Francisco de
pronto muda violentamente de humor al ver los pies de su mujer debajo de la
mesa, cambia su furia e indiferencia por pasión, desbocada pasión, la besa
apasionadamente, una anomalía que nos refuerza sus obsesiones, que va
acentuando su locura. En cuanto a ella, es plenamente servil y sumisa, es la
victima perfecta sadiana, se pliega completamente a todos los excesos de su
esposo, incluso ser disparada con un arma de salvas, es el típico caso de la
mujer que se queda con el que peor la trata y tortura, es sadiana desde su primer
gesto, que ya es sumiso, bajando la vista ante la mirada de Francisco.
Irremediablemente el filme desfila por momentos en el terreno del melodrama,
algo que generalmente mortificaba a Buñuel, y es inevitable observarlo en el
ambiente del liviano flirteo, la aproximación de Francisco con Gloria, ella
exclamando “yo misma no sé por qué lo he hecho”, la primera parte se encuadra
completamente en esos códigos, para ya en la segunda parte adquirir carices
bastante más ambiciosos. La música también colabora a ese ambiente medio dulzón
y melodramático, una música que contribuye a generar la atmósfera inocua de esa
primera parte del metraje, y de la que el director luego prescindiría, para
dejar camino a la pasión del hombre, el tema capital. El filme es una vigorosa
y muy bien configurada denuncia, construye el modelo perfecto de la sociedad
mexicana, aunque bien el retrato podría representarse en cualquier lugar, pues
el motor pulsor, la pasión, los celos, es algo común a todo ser humano.
Admirado, querido y respetado por la sociedad, por la iglesia, es el modelo perfecto,
consigue persuadir al padre, símbolo de la iglesia, y a la madre de Gloria,
símbolo de la sociedad, pero ese modelo perfecto se resquebraja de increíble
manera, hasta perderse en su espiral de celos. Al final, errabundo se va, ese
zigzagueo del plano final le resultó divertido al cineasta, humor negro en el
final, Francisco camina tambaleante, como su mente, como su vida, está perdido,
y queda encima un oscuro, ambiguo e indefinido detalle, pues se insinúa que el
infante es su hijo. Descomunal filme, en efecto una pequeña obra maestra, de lo
mejor de la producción mexicana buñueliana.