Yojimbo, el mercenario, es una de las obras más conocidas y a la
vez reconocidas de Akira Kurosawa, un
nombre mayúsculo en la cinematografía japonesa a lo largo de toda su
historia. “El Emperador”, como se apodaba al célebre cineasta, ya había
conquistado audiencias y críticas internacionales gracias a películas
imperecederas de la talla de Rashomon
(1950), Los siete samuráis (1954),
o Trono de sangre (1957), todas
cintas de amplio reconocimiento, obras maestras. La cinta en cuestión también
se alinea entre la filmografía selecta de Kurosawa, y nos narra la historia de
un samurái, que deambula erráticamente por territorio japonés, hasta que llega
a un pueblo en el que encuentra a la población dividida y aterrorizada, a causa
de los violentos y constantes enfrentamientos entre dos bandas de samuráis, mafiosos
que se disputan el control de la localidad y de las ganancias de los negocios
que ahí prosperan. El samurái inicialmente jugará a doble banda, manipulando a
ambas agrupaciones a su propia
conveniencia, pero finalmente no será tan frío e impenetrable como piensa,
debiendo realizar una acción definitiva. La cinta es referencial dentro del
género de cine de samuráis, obtuvo algunos premios internacionales,
particularmente destacando Toshirô Mifune, que recibió no pocos reconocimientos
por su sólida actuación. Conteniendo muchas anécdotas, influencias y siendo a
su vez influencia propiamente, la cinta es una de las obras más reverenciadas
del gigante Kurosawa, un cineasta para entonces ya maduro y explorando siempre
nuevos caminos en su arte cinematográfico.
La historia se inicia en áridos
terrenos japoneses, desérticas tierras por donde se moviliza un solitario
samurái (Mifune), que avanza entre arena y mal tiempo. Llega a un sitio donde
lo primero que ve es un can con una mano humana cercenada en el hocico, y luego
un anciano le habla de la difícil situación allí imperante. Jugadores,
gángsters, violencia por doquier, con lo que cree asustar al forastero. Lejos
de eso, el nómada avanza hasta la tienda de uno de los líderes de las dos
bandas locales, es Seibê (Seizaburô Kawazu), cuyos hombres son reducidos por el
forastero, ganándose respeto y miedo de los lugareños. El errante individuo se
hace llamar Sanjuro Kuwabatake, y pronto ofrece sus servicios como hábil
espadachín al líder de la banda para derrotar a sus rivales. Pero al aparecer
la banda contraria y su líder Ushitora (Kyû Sazanka), Sanjuro abandona a Seibê
para adoptar rol neutral en una confrontación directa que se ve interrumpida
por la policía local. El samurái se convierte en mercenario, cuando también
ofrezca sus formidables habilidades como guerrero a Ushitora, pero a la vez
manteniendo perfil bajo en la casa de un anciano. Lidia además con personajes
como el temible Inokichi (Daisuke Katô), y Unosuke (Tatsuya Nakadai), el único
individuo con un arma en todo el pueblo; ambos hermanos de Ushitora. Cuando Nui
(Yôko Tsukasa), la mujer del cervecero, se vea involucrada, el mercenario
deberá tomar una decisión y tener un enfrentamiento final.
Es elocuente la introducción al
pueblo que se da, con el cánido andando tranquilamente, cargando una mano
humana cercenada en su hocico, una secuencia que le generó algunos problemas al
producirla a Kurosawa, pero que sirve de eficiente imagen introductoria a ese
violento micro universo, en el que se dice que os problemas sólo se podrán
solucionar con la espada. Kurosawa, pese a ese retrato violento, en su filme
desliza burla, sorna a los viejos estereotipos yakuzas, por ejemplo con el
detalle de las mujeres interviniendo, irreverentes, impertinentes, mandonas,
abofeteando incluso a los samuráis en una muestra de la burla que esgrime
sutilmente (o quizás no tanto) Kurosawa al clásico estereotipo oriental,
respetable, más aun temible y solemne de los yakuzas, la mafia, el crimen
organizado. Kurosawa los ridiculiza un poco, los desmitifica poderosamente, temerosos y manipulables, algunos
a merced y humillados por las féminas. Sin embargo, se rescata, se conserva por
parte del japonés la necesaria solemnidad de los encuentros, particularmente
ese encuentro final, la seriedad de los samuráis tampoco puede perderse, menos
aún siendo el propio Akira descendiente de genuinos samuráis él mismo.
Especialista como nadie en esto, Kurosawa presenta la secuencia final, gran
corolario del trabajo desplegado, con un manejo de planos, y el montaje de los
mismos que hacen ya presagiar el plagio de Sergio Leone en su Por un puñado de dólares (1964). En esa
final secuencia observamos los planos generales de todos los contendientes, en
línea recta, enalteciendo, engrandeciendo a los protagonistas, marcando la
pauta en secuencias de este tipo.
Sanjuro es en el filme presentado como la clave de todo, el corazón y núcleo, el vehículo por donde hemos de discurrir a lo largo de la cinta; desde el plano inicial, el que apertura la cinta, lo veremos deambulando, errante individuo que avanza en la inmisericorde y árida tierra desértica japonesa. Unos planos medios nos sitúan detrás de él, mientras él avanza por el desierto, en medio de soledad y silencio, llega hasta un padre y su hijo discutiendo, el padre exigiendo una vida sosegada a su vástago, éste prefiriendo una vida corta pero llena de peripecias; desde el principio incluso llega como una suerte de pequeño juez, pues al final aleccionará al mismo joven sobre su apresurada elección. El errante mercenario pronto manifiesta su postura maquiavélica, manipulando a los peligrosos gángsters con facilidad, a su conveniencia, manteniéndose siempre en el fondo de modo neutral, como ejemplarmente nos lo manifiesta el trabajo de cámara en la confrontación inicial de ambos bandos, con Sanjuro en posición central y elevada, observando a todos. Su personaje irá evolucionando durante el filme, al principio lo vemos como un individuo comedido, tiene su propio código moral y lo aplica sin resentimientos, interesado como nadie en el dinero, el cual obtiene sin mucho esfuerzo a costa de los peligrosos delincuentes; luego, al avanzar las acciones, no resulta ser en el fondo tan impermeable, duro o comedido, su cinismo va disminuyendo, se humaniza, y de paso nos humaniza a nosotros como espectadores. Si bien no pionero ni innovador en este estricto sentido, la cinta de Kurosawa se vuelve referencial, revoluciona el género del cine de samuráis, en buena medida gracias al modo en que presenta al héroe, o mejor dicho, al anti-héroe. Individuo lleno de defectos, ajeno a la imagen intachable, recta y con moral del tradicional samurái oriental, el yakuza en este caso; Sanjuro es ambicioso, cínico, un formidable guerrero, invencible espadachín que finalmente se sensibiliza y humaniza con el rapto de la bella Nui, se involucra más de la cuenta, pierde el control total que hasta entonces había tenido. La evolución del personaje, de canalla a alguien más humanizado, esa compleja presentación es uno de los elementos clave de la cinta de Kurosawa.
La estética del filme no es
precisamente uniforme, observándose algunas diferencias en el tratamiento
visual de una secuencia a otra, de un ambiente a otro. Así, marcadas
diferencias habrán en secuencias de interiores, con poderosos juegos de luz y
sombras, más de algún agradable claroscuro generará el oriental cineasta,
algunos encuadres serán muy oscuros, y otros encuadres serán bastante luminosos
y brillantes; pero también habrá secuencias de otro tratamiento, en exteriores,
donde la umbría lo cubrirá todo, quizás de manera excesiva, pues la lobreguez
lo invadirá todo de manera agobiante en determinados segmentos del filme. Esto
se debe a que al parecer Kurosawa, siempre gustoso de filmar múltiplemente una
escena, desde varios ángulos, en esta oportunidad no solo hizo eso, sino que
delegó determinados planos y secuencias a ayudantes, a colaboradores de su
confianza, que generan imágenes, secuencias de cierta y marcada distinción unos
de otros. Asimismo, Kurosawa, conocido su gusto por los elementos meteorológicos
como fuente narrativa y expresiva, se valdrá de la una poderosa niebla, que en
ciertos segmentos del filme aparece copiosamente, generando densidad,
fundiéndose con la oscuridad. También en su narración, encontramos un ritmo más
bien pausado, que se equilibra gracias a los barridos, que facilitan la
transición de un momento a otro; hay momentos, secuencias diferenciadas,
distintas circunstancias que gracias a esos barridos se concatenan en una sola
y fluida corriente narrativa. La música, el acompañamiento musical que se
apreciará en la cinta es variado y correcto, apareciendo en determinados
momentos para añadir un halo cómico, ligero, liviano y divertido por algunos
instantes, disminuyendo tensión. Pero a su vez, en su momento generará todo lo
contrario, premura, tensión y drama serán también engendrados, o mejor dicho,
la música colaborará a que se engendren.
Toshirô Mifune es una de las
piezas angulares del filme, Toshirô y su sólida actuación que le valió dos
grandes premios, consagrándose en la Mostra de Venecia como Mejor Actor. El
actor fetiche de Kurosawa es una baza del filme, con su caracterización
equilibrada, escapando un poco de las gesticulaciones y el histrionismo
exagerado suyo, conocidas características que en esta ocasión dejan espacio a
una caracterización más bien sesuda, sin dejar de lado su esencia por supuesto.
Es célebre su interpretación, incólume, ecuánime e imperturbable, con esa
clásica rascada de barba y cierta displicencia, tozudo e impermeable hasta que
aparece la fémina y decide tomar cierto partido; es uno de los mejores trabajos
del predilecto actor de Kurosawa, justamente reconocido y premiado. Ahora bien,
en el plano anecdótico, sabido es el problema legal habido, Sergio Leone casi
inmediatamente después de Yojimbo, sacó
su filme Por un puñado de dólares,
fundador de los spaghetti western,
una evidente copia de la cinta de Akira, que ganaría el juicio de autoría y
ciertos dividendos de la cinta italiana. Se dice incluso que Leone se
enorgullecía de una misiva enviada por el japonés, en la que le decía “Signore Leone, me gusta mucho su
película, pero es mi película”;
debido a ciertos protocolos en el cine italiano, en el que el plagio no era
algo condenable ni despreciable en el plano artístico, o al menos en el cine,
esa copia fue posible. Si bien la cinta italiana constituye un clásico por sí
misma, parece reconocido el hecho de que es una copia, hecho que enfureció a
Kurosawa; pero Akira a su vez tuvo influencias, como es natural, afirmando él
mismo que una importante fuente para la trama fue el filme de cine negro The Glass Key, basado en la novela
homónima de Dashiell Hammett. Cinta de amplio contenido, rica por sí misma, que
cambió el cine de samuráis directamente, y el cine de western indirectamente,
pues es este trabajo lo más cercano a un western que Kurosawa, el gran maestro
del cine japonés, alguna vez realizó.